viernes, 6 de junio de 2025

Surco











Carezco de familia y de identidad,

carezco de objetivos y de altura,

pero no cesaré en mi empeño de enaltecer

aquello que es silencioso y libre y salvaje,

tres cualidades que tiene mi sensación 

pero no mi cuerpo ni mi fecha.


Todo lo estertóreo me relincha 

y me mueve más por dados que por renglones,

recorro caminos con más hierba que sentidos,

caminos sin huella, caminos sin lindero

que conocen solo los lirios y los espejos

y las bastas higueras y sus zánganos y triles.


Nada arde tan lento como una bandera,

cuyo color no me es extraño. Hedor similar

a la muerte, similar al uñero, rancio

como la axila que es también frontera 

del cuerpo, un olor ahora inolvidable

como las pecas del vacío y la sepultura.


Carecer de anclajes tiene el peligro de la vela,

de llegar deprisa a una verdad de temblores,

comprender que la cabeza es un punto,

que la boca una raya, el oído un sumidero,

el planeta una casualidad azul, empecinado 

en moverse a imagen y semejanza nuestra.


Mis únicos semejantes son los pedruscos

y los pies llevados por la alpargata del tiento,

no tengo afines, no tengo guías ni amigos,

tiempo ha que mi objetivo es carecer de islas,

evitar la ristra, la encerrona, el advenimiento 

de algo que me sacuda y me haga recluso.


Esta soledad abismo es algo que se elige

cuando en derredor se pudren las azucenas,

es forma de carecer de patria y comprender 

que el cuerpo contiene el único surco arable,

que el mayor enemigo del tiempo es la hora,

que ser poeta es temblar y no guarecerse.


sábado, 17 de mayo de 2025

La deriva













Solo puede caminarse a la deriva.

Ya está bien del fin.

Hay afuera toda una vida sin propósito.

Tálate para sentir el pie descalzo

y riega aquello que antes era aurora.


Ese día sin relojes se percata:

las flores crecen ya de las brújulas

y rotos al fin gafas y alambiques,

guiaré mis pasos por la ruina verdadera.


Solo puede caminarse a la deriva.

Decir basta a la nueva oportunidad.

Criar a los hijos entre peligros e inventos.

Trepar tapias como forma de guarecerse.


Ya. Está. Bien. Del fin.

Me daré prisa moldeando sumideros

por los que escurrir los nuevos pálpitos.

Llamaré desequilibrio a la estabilidad.


Y ahora ya nuevo y funambulista,

caminando tras el rastro de los poemas,

sobre una cuerda hecha de serrín y espejo,

siento en mí el aire que ni estima ni sopla.

viernes, 9 de mayo de 2025

Olea











En un sitio verdadero llamado casa o trasluz,

en una montaña de vacas y monte y aldea,

rechinan las bisagras del mundo, cabras

miran muy fijamente el paso de la visita.


A veces llueve, a veces beben los terneros 

la leche caliente de la galaxia enmohecida.

Es hermoso llenarse el pulmón y decir basta,

y caminar con la fascinación del lustro nuevo.


Aquí puedo decir que soy algo como la hierba

que rumia muy lentamente el solar del camino,

algo como el deseo, nube que se desparrama  

y se lanza y llueve sobre el ombligo del prado.


No hay como asistir al nacimiento de los ríos,

para descubrir, de la ciudad, su insignificancia.

Aquí yo broto, allá soy lentamente absorbido

por aquella casa que hierve, cubil deshabitado.

jueves, 17 de abril de 2025

Las edades












El baúl entreabierto de las edades

André Breton


Ese sol de brumas interiores 

y esa perla aciaga de tinta y de veneno,

serán alguna vez mi casa derruida

y el colchón sensible de los temblores.


He subido algunas cuestas increíbles,

dotado más de enigma que de piernas.

La vida es cuándo, el amor es qué,

el mar, un hervidero de preguntas.


Si fuera por este torcerse de palmeras,

y por ese verde ahora repartido,

bastaría con clavar en mí la azada

y trazar un surco de baúles y poemas.


No puedo abarcar todavía mis edades,

que nacen y envejecen, resisten y se agrupan,

allá camino niño encerrado en una mano,

allí viejo asiendo el mar con una cuerda.


Estar a todas luces embriagado y oscurecido,

ansioso por saber adónde fueron las palabras;

quizá sea ese mi camino: buscar lo obtuso,

gritar como forma de abrir las envolturas.

viernes, 14 de marzo de 2025

Las manos de la abuela











Yo cogía tu mano arruga, tu mano raíz,

y árboles frondosos me rodeaban.

Tu vida ha sido ese desierto postergado

y el dolor de una lluvia sin oasis ni vera.


Yo cogía tu mano jengibre, tu mano violeta,

y vivía tus periplos de lonjas y hospitales.

De un gancho colgaba un conejo bocabajo

de cuya nariz goteaba la sangre y el tiempo.


Yo cogía tu mano de arroz, tu mano tubérculo,

y en ella viajaba a través de los surcos

que hace en la tierra el arado. Escucharte

era habitar el espacio, hacerlo destruible.


Yo cogía tu mano de pan, tus dedos espiga,

y mi corazón se volvía lejanía y murmullo,

mi niñez fue la de un verso vigilado,

y la del arroz amarillo vibrando en la olla.


No hace mucho que agarré tus últimas manos,

tus manos caídas como dos injertos de lirio.

Si mi vida se sustentó en caricias y aplausos,

qué son las manos cuando ya no se alcanzan.

sábado, 18 de enero de 2025

Huebra


Yo también fui joven en otro cuerpo

y reuní en torno a mí todas las señales,

mi corazón estaba solo y desatendido

como están generalmente los corazones

que aman sin reserva.


Era mío absoluto el don del aguacero,

fijaos, no era racional y de ahí mi compostura,

fijaos, yo más que un ser era una bestia

visible como el trino y no tanto como el oso

cuya zarpa miente y duda.


No recuerdo haber tenido frío o mancuerna,

tuve masa y volumen pero nunca cuerpo;

mitad película, mitad bruma, mitad tesoro,

yo era un salir de mí mismo hasta el punto

de no tener cirio ni puerta.


Y puesto que, además, mi vida era un secreto,

mantenido frío, concreto e incluso soslayado,

podía dejar de mirar, de sentir y de ser persona,

y así conseguía dibujar en cemento la huebra:

esa fila de pájaros y loanzas.


Y ahora que queda de mí este castillo atacado,

con su torre para el fuego, la ida y el poema,

recuerdo mirar por el esmeril —rojo, huidero—,

y preguntarme por qué no me alcancé cuando 

de un solo ladrido pude hacerlo.