domingo, 22 de diciembre de 2024

El ciclo de mi agua

He bebido de todos mis charcos,

chapoteado sobre mi sudor,

mojado mi camino con destierro

regado de ciencia y de poesía.


Soy el ciclo de mi agua, soy

el tumulto de mi antifaz,

me he prendido tantas veces

que no reconozco mi hoguera.


Carteles cuelgan de mi frente

para pedir mi búsqueda,

nubes con la forma de mi cara

llueven sobre el rostro de mi hijo.


Algunas palabras me piden

salir al trasluz de mis ventanas,

y esto ocurre los días dorados,

las tardes absurdas de neblina.


Volveré alguna noche a visitarme,

justo el momento en que no esté en casa,

ancha es la era por la que me pierdo

y basto el bastón sobre el que medito.

domingo, 15 de diciembre de 2024

Extraño en un tren












Hoy sí reconozco el fluido mundo de mis adicciones,

mi corazón es una orquesta de músicos febriles,

mi cabeza deja de sopesar el bien y el mal en su ahora,

no veo sino el paso siguiente del tren que descarrila.


Todo yo soy la vía que une mis sitios,

pero están estos perdidos, maniatados,

nadie sabrá nunca lo que estoy haciendo 

pues tampoco yo sé si algo va o llega.


Si pudiera elegir estación la llamaría huida,

sería ese lugar donde gritábamos despiertos,

allí sueño con estar algún día, en su bosque,

en la cima misma del apagón y la aventura.


Pero, puesto que estoy sobrio y duermen los niños 

y todavía los pájaros no discuten y hay sombras verdaderas,

viajo tan quieto como puede hacerlo una estatua,

tan malherido como el animal que he atropellado.

domingo, 1 de diciembre de 2024

Las noches extraordinarias


La noche canta lugares extraordinarios,

mete su lengua de luna en los cobijos,

mece mi sangre y la tuya, duerme en un sofá

grandioso donde se agolpan las cancelas.

 

En esta noche serán posibles los misterios,

paseará tu fantasma y tu isla y quizá el espectro de nuestros padres.

Yo diré algo inesperado:

 el azote de este azor será la última noticia,

vendrá a mi vena la entera obstinación,

cantaremos sinfonías mientras dormimos

abrazados sobre los truenos o, más aún,

esperaremos a la nueva canción,

al hielo cambiado para recordar aquellos cigarros,

aquella piel, aquella urdimbre.

 

Sí, la noche canta lugares extraordinarios.

Aletea su mano inquieta por los cuerpos solos,

humilla la tenue luz del cenicero,

hace que se besen bielas y bigotes.

Qué lugar aquel que todo lo colorea,

con el pánico y la emoción de la juventud y la algarada.

 

Se puede, pero no se quiere dormir

a la espera de los hechos extraordinarios.

Quizá en la siguiente canción algo suceda,

quizá me arrope un brazo nuevo,

quizá serpentee mi olfato faldas y cinturones...

pero siempre ocurre lo mismo,

nuestra soledad es la noche

y eso es lo extraordinario.