martes, 10 de mayo de 2016

Fragmentos de MIGRACIÓN, de Jesús García Rodríguez

El triunfo de Eris, de Antonio Ramírez
Cómo uno dice el mundo es la manera que uno tiene de crearlo, de recrearlo.

...abre tu pecho al oro ciego de la noche...

Todos los caminos, todos los rodeos conducen a la luz del mar...

Hay un misterio en todo, brillando en la sal y en el zumbido de Agosto, luminoso como una vocal helénica...

...oh inmenso poema que se borra al mismo tiempo que se escribe.

En tu gran poema me pierdo, en esa magna dispersión que nos une.

...yo celebro el ascenso vertical de la calandria...

...agachados a la sombra de los umbrales, en las puertas rematadas con zócalos de color ocre, los artesanos trabajan el esparto, inmunes al rojo aullido de los lobos.

...bajo la honda pirita de la luna.

Mi canto sea el de los que pasan, el de los que no conocen refugio...

...con las pupilas vueltas hacia dentro...

...ninguna llanura es infinita.

...como un viento de mil cabezas...

...azules hachas chocando contra esternones o contra occipucios.

...cirros de ondulados mechones.

Pero toda la tierra es hogar, porque ningún sitio es morada. Vagar es el destino de este pueblo, cuya patria es la legua de terreno donde pisa su caballo...

Pues el pasado no existe, y el futuro ya ha sucedido. Y no hay tarea mayor, ni más excelsa, que mirar a lo lejos, en lo alto de los nervudos caballos de grises vedejas, cómo la estepa desaparece en el fuego del horizonte.

Magnitud sin límites del mundo, ante tus ojos. Bueno es lo malo, y para engañarte fue creado todo, para que nunca lo comprendas. La rosa de titanio se abre: en su interior hay bosques espesos, hay llanuras. Huye de ella, escapa hacia los dólmenes transparentes de las estepas sin caminos. No hay cansancio: tu aliento es el universo entero.

Y el viento, convertido en pez, se desliza entre los muslos de las mujeres que orinan, en cuclillas, a cielo abierto.

Y a lo lejos, el bélico bebedor de kumis, avanzando al galope, con una flecha clavada en la mejilla.

Por la sangre de los caballos fluye el universo entero, por la sangre de los ciervos, música de los guijarros, oh vasta noche asiática.

Apréndelo de una vez por todas, guerrero de cóncava aljaba: todo está en ninguna parte.

La vida dura sólo un segundo, un segundo largo y hondo como un millar de bosques, y no termina nunca. Y tumbados entre los carrizales, el viento es como un libro que sólo los que están en calma saben leer.

No llegar nunca, estar siempre en camino. Y cuando se cree haber llegado, comprender el engaño, saber que es sólo una pausa más, otro comienzo de una aún más larga marcha.

Una vida es poco, siempre demasiado poco. Pero una sola vida abarca la respiración de los astros, cumple su viaje diminuto, inconmensurable.

Cierra los ojos: lo que entonces veas será tu única morada.

El cielo y la tierra copularon, y parieron, entre relámpagos, un árbol de fuego.

...el horizonte ya no es límite, sino el umbral hacia otra parte.

...el pico versicolor de los tucanes...

Pues las estrellas fluyen por tu sangre y tu sangre palpita en la más remota de las galaxias.

Pues sólo el que siempre está de paso sabe que el pasado y el futuro no existen...

...los ojos verdes de un pájaro que es un tigre, curvo sobre el tronco cuya corteza araña.

Por tus anchas branquias, oh mundo de mil nombres, discurren la clorofila y las aguas vagabundas; y yo escucho tu bárbaro poema, épico cántico de oleadas convulsas por las que circula, perturbadora, la aromática frase de los vientos.

Y el mar a lo lejos, coloso de cintura de ola, vibrando bajo un cielo estático en el resplandor orbital de los atolones.

Oh, bajo el cielo admirable el mundo va componiendo palabra a palabra, ritmo a ritmo, el vasto y robusto friso del poema.

En los límites está tu pulso, mundo de frágiles vuelos.

Dices: Mañana, y el corazón se llena de águilas blancas.

...las montañas incógnitas...

El fin es sólo el comienzo, un seguir palpitando.

Existir no es un peso, sino un liviano elevarse.

Que tu vida sea de la materia del viento: pasar, pasar siempre, en una ráfaga: nada importa cuando nada es tuyo, y por eso lo posees todo.

Porque la muerte, como todo, es también mentira.

Es sólo ahora, no hay nada: sólo el broncíneo estridular de las cigarras.

Noche, honda eclosión de ópalos dorados, tu respiración es tumultuosa como la de un potro salvaje.

Pues incluso inmóvil, quieto en el mismo sitio durante años, tu vida huye sin descanso, irrepresable, hacia allí, hacia ninguna parte, pues esa es su naturaleza.

Basta un estremecimiento de los abedules para sentir que uno es algo más que uno mismo, que lo más íntimo de cada uno vaga con el viento, entre las hojas.

Los pubis de ópalo de las muchachas irradian una luz expansiva. La cabeza empenachada del guerrero aborigen vibra como una antorcha erecta.

Pues todo cabe en el mundo: la sobria rosa y la profusa orquídea, el asfodelo hediondo y el fragante filodendro, el sociable herrerillo y la nemorosa tangara, el procaz macaco y el clandestino okapi.

Y el destructor de los bosques, el hombre de piel blanca y mente enferma, sólo ama el dinero y el número - ¿acaso Dinero y Número no son uno y lo mismo?-. Y su amor al número es proporcional a su odio a la vida, y su odio a la multiplicidad es proporcional a su obsesión con lo uno. Mas él también, y todos los oropeles de su soberbia, serán sólo carroña lacerada en el vendaval inmisericorde del tiempo. Descanse en paz, y que el humilde acanto y el torvisco y el oloroso toronjil florezcan siempre sobre las ruinas de sus fútiles civilizaciones.