Puesto que mi labor no cesa en cuanto a
conseguir dar a conocer o al menos poner algo de voz a autores que
pasaron sin pena ni gloria en su época y siguen haciéndolo en la
actualidad y que, seguramente por ello, sean los más originales de
entonces y de ahora; publico la traducción de un artículo
fantástico que salió en Le Figaro el 26 de julio de 1859.
Escrito por Charles Monselet, fue uno de los pocos bosquejos que se
hicieron de un autor, a mi juicio, magnífico, tanto por la
brutalidad de sus pensamientos como por el humor negro de que hace alarde. André Breton hace varias referencias de este
artículo en su Antología del humor negro y acierta de lleno
cuando dice que “sirve más bien para excitar nuestra curiosidad
que para saciarla” en cuanto a Xavier Forneret, autor muy prolífico
y excéntrico.
Que yo sepa no hay ningún libro
completo traducido de Forneret en castellano. Estoy, por ello,
traduciendo Sans Titre y Encore un an de Sans Titre,
que tendré preparados para finales de este año y que quedarán
seguramente en el cajón a la espera, como el ya necesario
Sentido-plástico de Chazal que ya terminé de traducir y que
sigue esperando su momento. Imagino que Forneret será más fácil de
sacar ya que los derechos están libres al haber pasado tanto tiempo
desde que nos dejó. No así su obra que es un descubrimiento
perpetuo. Adjunto, pues, el artículo, del que debo decir que el
fragmento de El diamante de la hierba es prácticamente una
copia (salvo algunas puntuaciones cambiadas y una o dos palabras) de
la traducción de Aurora Martí de 1966 para el libro que incluye el
mencionado relato: Las mejores historias insólitas (Una antología
del horror y el misterio) publicado
por Bruguera. Y si alguien se queda con ganas de más, puede leer
algunos aforismos que tradujo y publicó el escritor Luis Valdesueiro
en su blog lastimosamente desaparecido Las esquinas del día
(aquí y aquí). También se puede comprar a muy buen precio la obra completa de este autor fabuloso en les presses du réel aquí.
CAMPAÑAS
LITERARIAS
LA NOVELA
DE UN PROVINCIANO
I
Dijon todavía se acuerda
de la primera representación de el Hombre negro, drama en
cinco actos y en prosa. Fue en 1834 o 1835. El autor era un Borgoñón,
un joven rico, pero cuyos hábitos fuera de la vida burguesa y
provinciana tenían el privilegio de despertar la desaprobación de
sus compatriotas. En primer lugar, no se vestía como ellos —¡primer
agravio!—, le gustaba el terciopelo, las capas; llevaba un sombrero
de una forma particular y un bastón blanco y negro. Cosas extrañas
se han dicho de él: que vivía en una torre gótica donde tocaba el
violín toda la noche. Por esta y otras razones, los naturales de
Dijon estaban prevenidos respecto al Sr. Xavier Forneret; también su
curiosidad se puso vivamente en alerta con el anuncio de el Hombre
negro.
El Sr. Xavier Forneret no deparó en gastos; la víspera de la
representación, alabarderos, heraldos con trajes medievales se
pasearon por las calles, agitando estandartes donde se mostraba el
título de la pieza. Podría esperarse pues, si no un éxito, al
menos una buena recaudación.
La
sala del espectáculo se llenó, en efecto, pero el Hombre
negro
no tuvo ningún éxito; (creemos incluso que no llegó al final; hubo
alboroto, reventadores). El Sr. Xavier Forneret hizo imprimir su
drama con una cubierta simbólica de letras blancas sobre fondo
negro. Hizo más, adoptó el sobrenombre de el Hombre
negro,
y firmó así varios volúmenes. Al mismo tiempo se refugió más que
nunca en una existencia excepcional. Esta personalidad dispar, aunque
sin aspectos ofensivos, irritó durante cerca de veinte años a los
habitantes de Dijon y Beaune. Las gacetas locales no pudieron
resistir la tentación de divertirse a su costa; se convirtió en el
bicho raro de la comarca, se trató de interpretar su aislamiento;
hubo bastantes procesos y escándalos. M. Xavier Forneret supo
mantener continuamente la compostura. Sería divertido contar a modo
de novela estas luchas de uno solo contra todos; y tales
controversias, primero fútiles, que fueron poco a poco adquiriendo
la proporción de dramas penosos.
Después
de el Hombre negro, el Sr. Xavier Forneret ha escrito
considerablemente; todavía escribe mucho. Sus obras, sin embargo, no
han llegado nunca a la muchedumbre, a pesar de excentricidades
tipográficas de todo tipo que, aparte de su valor, parecían
encomendarse a llamar la atención. Los principales libros del Sr.
Xavier Forneret están impresos en caracteres enormes; unos no
contienen más que una línea en cada página; otros sólo están
impresos por un solo lado, —lujo de buen gusto—; todos bautizados
con títulos “antivulgares”.
Lo cierto, por ello, es que estamos ante un escritor humorista; pero
ahí está el peligro más que el atractivo. A Francia nunca le han
faltado escritores humoristas, pero son menos apreciados aquí que en
ningún otro sitio, sobre todo que en Inglaterra. Aquí los vemos
generalmente como burladores o locos. No hay sino uno, en los últimos
tiempos, el Sr. Alphonse Karr, que haya sabido conquistar cierta
aceptación; quizá porque consintió dirigir su humor hacia las
cosas industriales y hacer de su espíritu un arma contra los
abaceros que venden con pesas falsas o que mezclan tierra con su
azúcar moreno.
Casi todos los
libros del Sr. Xavier Forneret han sido publicados en París.
Investigar por qué han pasado desapercibidos es un estudio que nos
ha parecido interesante; aclara ciertos aspectos novedosos sobre las
tentativas provinciales; advierte, además, a los bibliófilos sobre
volúmenes de una extrañeza excesiva, la mayoría de los cuales no
han sido entregados al comercio; —pues, en cierta época, recuerdo
haber leído este anuncio en varios periódicos: “La nueva obra del
Sr. Xavier Forneret solo es vendida a las personas que envíen su
nombre y dirección al impresor, M. Duverger, calle de Verneuil, y
después de examen de su petición por parte del autor”. Cito más
o menos.
II
Creemos que la
primera manifestación del Sr. Forneret fue Dos Destinos,
drama en cinco actos, publicado por el editor Barba, en 1834. Una
viñeta (de Tony Johannot, ni más ni menos)
representa a un hombre joven que se apuñala sobre un ataúd. Cuatro
líneas de prefacio advierten al lector de que “esta composición
de una joven pluma rápidamente dirigida no ha
sido rechazada por ningún teatro”. No es en Dos Destinos
donde encontraremos el talento del Sr. Xavier Forneret, como tampoco
en Veintitrés, treinta y cinco, comedia-drama en un acto,
aparecida el año siguiente en el mismo librero, con una litografía
de Challamel esta vez. Son dos obras escritas con puntos de
exclamación; las declaraciones de amor en ellas de este modo: “¡Un
sí para mi corazón, o una bala para mi frente!”.
Hay que esperar tres
años todavía. Entonces, nuestro joven provinciano publica un
volumen con hojas de gran formato plegadas en octavillas: “Sin
título, por un hombre negro, blanco de cara”. ¡Delicias para
los présbitas! Impreso en gruesos caracteres redondos. Es una
colección de máximas, formuladas tanto en prosa como en un solo
alejandrino, algunas veces con un dístico. Comenzamos a ver que el
autor ha vivido; es decir, sufrido. “—Lo poco que hay, para
aquellos que lo quieran coger”, dice a guisa de prefacio. Cojamos
entonces ese poco, escojamos entre esas frases dispersas.
Por nuestra parte,
no nos gustan las máximas; encontramos en ellas un rasgo de
despotismo y fatalidad; pero eso es una opinión completamente
personal, y no podemos pretender imponerla. Las máximas del autor de
Sin Título son, por otra parte, menos máximas que
reflexiones; no siempre apuntan a la autoridad; su sentido permanece
inconcluso algunas veces. Ejemplos:
«
—El Honor no es muchas veces sino el Remordimiento.
«
—Hay más frecuentemente dos hombres en uno que un hombre en
dos.
«
—En Carnaval, el Hombre coloca sobre su máscara un rostro
de cartón.
«
—A menudo no somos dignos del pensamiento que tenemos.
«
—Un animal dijo a un hombre: —Véndeme tu alma. El hombre
respondió: —Si te la pudiera entregar, y tú pagarla... »
No
citamos sino las mejores; las hay incomprensibles, estrafalarias,
innecesarias. El autor no nos obligó a cogerlo todo en su prefacio.
Firma la última página como: “Xavier Forneret, llamado el Hombre
negro”.
En 1840, otro
volumen: “Todavía un año de Sin título, por un hombre negro,
blanco de cara. París, E. Duverger, calle de Verneuil”. —Esta
obra, impresa en las mismas condiciones que la anterior, pero más
compacta, está ornamentada con el retrato del autor, litografía muy
hermosa sobre papel de seda. Leemos debajo: “Es bastante bueno que
se vea la cabeza que pensó, si acaso tuvo pensamiento”. El Sr.
Forneret está representado vestido con un redingote negro con
alamares; lleva una corbata negra que impide que la ropa blanca sea
percibida. Tiene el pelo corto, dejando al descubierto una oreja algo
grande, —la oreja “beaunoise”—; el conjunto de la fisionomía
es agradable y fina. Cuando hemos visto al Sr. Xavier Forneret por
primera vez, lo hemos reconocido.
Todavía un año
de Sin título está dedicado al
rey de los franceses.
Extraemos, según
nuestro criterio, los pensamientos más característicos:
«
—¡Cuántas
veces el Luto que se lleva se asemeja a la cubierta de un libro sin
hojas!
«
—En ascuas, ya sabéis, pasan mil bellas y singulares cosas; —es
la imagen de los escalofríos del amor.
«
—El Hombre destruye; pero es castigado por ello, incluso mediante
una bota perforada que representa al Animal que venga su piel, de la
que está hecha.
«
—La Niebla es la coquetería del Sol.
«
—He visto un Buzón en un Cementerio.
«
—No le corresponde a Dios descender a la Tierra, —sino al Hombre
subir al Cielo. —Que sus acciones y sus buenos pensamientos arrojen
la escalera y la rampa; —la puerta está hecha.
«
—Es triste cosa pensar que Cada Uno tiene su nombre, —lo que
quiere decir: “Tú no eres mi hermano”. —
«
—Algunas veces una agudeza que se deja en la punta de la lengua es
como un guante que no se quita cuando se lleva un hermoso anillo. Es
distinguido.
«
—Los grandes salones son anfiteatros donde se mezclan los
Estudiantes de medicina1, y los cadáveres que se mutilan,
los Sentimientos.
«
—No es que se sea bueno, es que se está contento.»
He ahí la parte sensata, general, profunda. A su lado hay otra parte ya sabida, la personalidad imperiosa, unas veces ingenua, manifestándose mediante un solo grito, otras veces mística en exceso, o macarrónica, como en este ejemplo, que nos será suficiente: “—Todo o nada. Esas tres palabras son un par de gafas que enviar a la mujer que dice no poder leer bien en nuestro corazón, TODO y NADA será las dos lentes, y O, aquello que las sostiene sobre la nariz”.
Tras
la página 395 que contiene la palabra fin, seguida de esas palabras
en lo sucesivo sacramentales: “Xavier Forneret, llamado el Hombre
negro, autor de un drama con tal nombre”, el lector se sorprende al
encontrar todavía una veintena de páginas tituladas Después de
fin y que contienen una veintena de pensamientos suplementarios.
He aquí las líneas con que termina el volumen: “Por ahora, adiós, lector mío; en cuanto a esto, esta vez, es todo; pero puede que un día os diga todavía, en dos libros conjuntos, cómo se puede amar a alguien mientras existe y cómo también se le puede amar cuando ha muerto. El primero de esos libros se llamará Ataúd vacío; el último: Ataúd lleno”.
No parece que ninguno de esos libros haya sido publicado hasta el momento.
III
La
tarántula del lirismo picó, por ese tiempo, al Sr. Xavier Forneret.
De ahí, la más singular posiblemente de sus producciones: “Vapores,
ni verso ni prosa”. El señor Jourdain habría quedado
encantado. Son bastantes odas, elegías, tanto por su perfil o
número, donde rima cuando se puede. Se ha hablado mucho de las
insolencias del Sr. Petrus Borel el licántropo, y de los desvaríos
de Lassailly; todas ellos son sobrepasados por el Sr. Xavier
Forneret.
Todas
las piezas de su antología poseen una violencia prodigiosa.
En
1840, Tiempo perdido siguió a Vapores. Tiempo
perdido es un volumen enorme, más grande todavía por esa
particularidad de no estar impreso más que por una cara de cada
hoja. Originalidad espléndida, que Xavier Forneret no tenía la
necesidad de justificar con la ayuda de este prólogo modesto: “El
momento de entonces es como esta especie de libro: quiere el blanco
en sus páginas. En nuestro tiempo, lo que dura, es lo que no dura”.
Tiempo perdido se compone de siete relatos de diversa
naturaleza, titulados: —Un sueño, —Al oscurecer o un Pobre de
noche, —Un Cretino y su harpa, —Un OJo entre dos ojos, —Una
desesperación, —El Diamante de la hierba y A las nueve, en
París. El conjunto de estos pasajes es lúgubre; no hay ninguno
sobre el que no planee la muerte o, al menos, la imagen de la muerte.
La menos triste es la historia de un Español que se suicida al
ingerir, tras haberlo molido, el ojo de cristal de su amante.
Pero
Tiempo perdido encierra una obra maestra; es Diamante de la
hierba, un relato que no tiene más de veinte páginas. Lo
extraño, lo misterioso, lo dulce, lo terrible nunca se enlazaron
bajo una pluma de parecida intensidad. El principio posee la calma de
una melodía:
«En
una noche en que el aliento de los ángeles volaba sobre el rostro de
los hombres, en una de estas noches en que querríamos tener mil
pulmones, para darlos a todo este aire que parece venir de los
jardines del cielo, —bajo enormes y viejos árboles plantados en
briznas de hierba, un pabellón desplegaba hacia la luna sus alas
oblongas y destartaladas.
Había
allí un agua que lloraba al pasar sobre un lecho de espinas. Había
unas piedras verdosas, donde los dedos del tiempo habían hecho
grandes agujeros; mucho musgo alrededor de las piedras; muchas hojas
secas, tal vez de tres o cuatro años; mucho misterio, mucho
silencio, mucho alejamiento de todo lo que tiene vida humana. Allí
un hombre hubiera podido creerse el primer o el último hombre, —en
la Creación o en el Juicio de Dios. ¡Oh! ¡De qué modo la luna
parecía ofrecer a cada hoja de los viejos árboles, a cada piedra
del pabellón, al agua que se iba, a las zarzas que la detenían, su
melancolía grave y sus lágrimas blancas! Pero pronto se cansó de
mirar a la tierra, se cubrió un instante de un velo casi negro, y
entonces no quedó para iluminar las cosas del lugar abandonado más
que un ligero resplandor sobre la hierba. Era una pequeña luciérnaga
que brillaba como las estrellas; —predecía un día hermoso tras la
noche que pasaba».
Sabemos
que la luciérnaga, según las supersticiones, anuncia con su
aparición más o menos luminosa, una alegría o una desgracia. El
autor prosigue, en el interior, la descripción de ese pabellón: una
lámpara de cobre se agita, retenida por un cordón de seda rosa;
sobre un sillón hay un cofre de Usassi. Pronto, una joven mujer
aparece en la línea de arena de un sendero; acude, rápido, a una
cita; —en ese momento, el pequeño verde amarillea; lo que es un
presagio siniestro; —apresura el paso y entra en el pabellón.
Encuentra a su amante asesinado.
No
tiene más, pero hay ahí dentro efectos de silencio y de luz
sorprendentes. La inquietud parece tomar cuerpo, el presentimiento se
vuelve palpable. Los accesorios, como se dice en pintura, son
tratados con una ciencia maravillosa y una nitidez que no es habitual
en el autor. Los curiosos de estilo estudiarán el Diamante en la
hierba.
IV
Journal des Débats politiques et littéraires, jueves 6 septiembre de 1838 |
Se
ha visto suficiente para hacernos una idea sobre la clase de talento
del Sr. Xavier Forneret. Insistiendo en su escasa suerte en su
carrera literaria, en una época donde los sirvientes de la fantasía
fueron tan bien acogidos, ¿no podríamos llamarlo el desconocido
del romanticismo? Su estilo, es cierto, carece de cualidades que
lo liguen a un público. Él mismo se dio cuenta en algunas líneas
del prefacio de Tiempo perdido: “Lo siento todo, pero nunca
lo expreso bien”. Y otra parte: “Para el autor, en este mundo, la
poesía lo es todo, es su sueño. Cuando él ha escrito, es el
despertar, y el despertar le aflige. Se encontrara bien, se
encontrara mal; lo ha sentido todo, no ha dicho nada, pues lo ha
dicho a su manera”.
El
Sr. Xavier Forneret exagera su debilidad; es mejor, en sus esfuerzos
y en sus febriles aspiraciones, que cien escritores con su estúpida
y serena abundancia. Tiene una naturaleza propia. Bajo el pico del
crítico que golpea, este terreno inexplorado deja brillar a veces un
filón de metal puro. ¡Traten pues de golpear a los otros!
La
palabra misteriosa de la obra del Sr. Xavier Forneret, posiblemente
la encontraremos en uno de sus volúmenes de pensamientos: “Escribir
—dice—, es abusar de la Sensación, es devolverla mal; es lo
contrario del Agua que se depura fluyendo”. Sin embargo nadie más
que él trató de devolver la sensación, y frecuentemente nadie se
aproximó más; toda su obra no es sino murmullo, relámpago más que
luz, escalofrío, espasmos sin lágrimas. ¿Ha sido consciente de
esta lucha continuada con la sensación, perseguida hasta los limbos
del sueño, estrechada hasta en los delirios de la enfermedad? Yo
creo que sí; pues, al mismo tiempo, ha exprimido repeticiones
diversas, con una delicadeza infinita de matices, las imposibilidades
del espíritu humano, las debilidades del estilo: “Muchas cosas del
corazón, que no son comprendidas sino cuando se explican, se vuelven
ridículas para aquel a quien las explicamos. El ciego entiende la
palabra día; he ahí todo”. Otra vez, intentado completar
su pensamiento, ha escrito: “El niño es puro, pero es insensible;
¡es triste! ¿La sensibilidad no es entonces sino la profanación de
la Pureza?”
Estamos
lejos de completar la serie de obras del Sr. Xavier Forneret. Habría
que citar aún: —Y la luna brillaba, y el rocío caía, —Nada,
—Líneas rimadas (1852), —Caressa, novela aparecida el
último año, y una infinidad de folletos2.
Así
pues, con tal bagaje, y con un mérito indiscutible, podemos vivir un
siglo sin dejar rastro más que en la memoria de algunos íntimos —o
en la libreta de un bibliófilo curioso al acecho de ediciones
desaparecidas, como un servidor. Eso da que pensar.
El
Sr. Xavier Forneret intentó, además, estrenar, con su dinero,
un drama en el Ambigu-Comique3, bajo la dirección del Sr.
Desnoyers. Ello le valió, en este lugar y otros, epigramas que
constituyen la más grande publicidad que había obtenido en su vida.
En cuanto a nosotros, siguiendo desde hace años la pista de estos
libros y esta personalidad, lamentamos haber retrasado nuestro
artículo hasta este día.
El
Sr. Xavier Forneret vive ahora unas veces en Beaune, otras en París.
Es siempre en parte el objeto de curiosidad de los transeúntes; pero
él está resignado a ello. En una carta enviada a una Revista de
Dijon, escribía esto: « Ese pobre diablo de pesadilla, se
dice de mí. Gracias, mis buenos señores, pero estoy bien, no me
quejo... Verán, señores, tengo una satisfacción que tal vez no
aprecien y es que, cuando salgo, a pesar de mis pretendidas
excentricidades de todo género, todos los niños pequeños me dicen:
“Buenos días, buenos días, Sr. Forneret”con toda gentileza y
nada de burla; y sus pequeñas voces infantiles provocan un gran
revuelo en mi corazón».
¡Vean,
he aquí un fantasioso que no es un mal hombre!
CHARLES
MONSELET
1.
Forneret parece jugar con el lenguaje, en el original utiliza
Carabins, el apodo que se daba a los estudiantes de medicina
en Francia, cerca del término Carabine (Carabina: mujer de edad que
acompañaba a ciertas señoritas, especialmente cuando eran
cortejadas).
2.
Libro pequeño encuadernado en rústica.
3.
Fue un teatro situado en el parisino bulevar del Temple. Fundado en
1769, fue derribado en 1966.
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