En un sitio verdadero llamado casa o trasluz,
en una montaña de vacas y monte y aldea,
rechinan las bisagras del mundo, cabras
miran muy fijamente el paso de la visita.
A veces llueve, a veces beben los terneros
la leche caliente de la galaxia enmohecida.
Es hermoso llenarse el pulmón y decir basta,
y caminar con la fascinación del lustro nuevo.
Aquí puedo decir que soy algo como la hierba
que rumia muy lentamente el solar del camino,
algo como el deseo, nube que se desparrama
y se lanza y llueve sobre el ombligo del prado.
No hay como asistir al nacimiento de los ríos,
para descubrir, de la ciudad, su insignificancia.
Aquí yo broto, allá soy lentamente absorbido
por aquella casa que hierve, cubil deshabitado.