Claro que mantuvieron la concordia,
pero la herencia huele ella misma a desconfianza.
La vida humana huele un poco a pellejo
de lobo.
Pertenecía a aquel tipo de personas
que, habiendo alcanzado recientemente un nivel de clase media,
despreciaban las labores del campo.
Hay cuatro tipos de clase media: 1) con
educación y piano. 2) con educación, pero sin piano, 3) sin
educación, pero con piano, 4) sin educación ni piano.
Pero la felicidad se siente incómoda
en un banquillo; tiene miedo a las corrientes y es sensible a todos
los recuerdos. No hay que golpearla en el hombro demasiado duro, ni
demasiado ligero. Quiere tener en su punto exacto de temperatura el
destino, las oraciones y la cerveza.
A los tres años tuvo un pensamiento
que después pudo recordar. Era la distancia. Sentía distancia.
Pronto todo era silencio, hasta los
susurros.
Pero ella yacía tranquila en la cama,
sin saber que estaba muerta. No sabía que había existido ni vivido.
El bondadoso sol colocaba su lámpara
en el bosque y la llevaba a casa por la noche.
Tampoco había pensado que tenía un
cuerpo.
Dentro de su estómago sonaba la
campana de su iglesia.
Ciertamente tenían también a Dios.
Creían en Dios sin hacerse preguntas sobre su existencia. Él
existía. Pero, a veces,
sucedía con él lo mismo que con los duendes, su existencia estaba
tan limitada que no había que hablar de ello.
La luna se rompió
como un plato de porcelana en el cielo.
Darle cuentos de
países maravillosos era como darle un paquete de pólvora perfumada
para su propia explosión.
Entonces vieron lo
que una vez habían sido: una comitiva de corazones sin denominación.
Y puesto que nunca,
nunca ocurrió algo en las granjas, le dio suficiente tiempo para
observar lo que no pasaba; todas las formas de la monotonía.
...los molinos de
Dios muelen lentamente.
Le parecía
percibir su nimbo.
...odió el odio
mismo con furia desmayada...
La cultura era una
cultura de odio y, como cultura de odio, llegaría a morir, orgullosa
y enorme.
Allí abajo de la retina duermen
ruidos y combates.
Sin surgir en la
senda de arena gruesa como un fantasma en la hora de las lilas.
Otra
semana sabía que ni los trabajadores ni los ricos eran buenos. Era
“la gente” la buena. Había tres clases: 1) los trabajadores 2)
los ricos y 3) la gente corriente. La gente corriente era la mejor.
Él mismo era una persona corriente, pero tenía la intención de
hacerse rico; en realidad tenía la intención de hacerse una persona
corriente y rico y ser marinero de la flota. Odió el trabajo. No
quería trabajar. Opinó que eso ya lo había hecho demasiado. A
Martin le disgustaban los trabajadores por trabajar. Hacían lo que
él odiaba. ¿Por qué lo hacían? ¿No podían decir, que ya no
querían trabajar más?
La llama del alma
de Martin flameó de un lado a otro bajo la pantalla del ego en el
viento del mundo.
La falda ahogó
todo el bosque.
No hay nada que
mate tan infaliblemente como la apatía y la torpeza.
La costumbre
constituye la mitad de la naturaleza, niños.
Abajo, en la
fuente, el agua habló consigo misma a través de sus mil venas.
Los niños y los
poetas no aman las cosas tanto como sus causas: el páramo eterno que
quiere seguir siendo páramo para poder quejarse de su propia
soledad.
La edad empieza con
frecuencia en el estómago, enviando desde allí su fragilidad y
desaliento por todo el cuerpo y alma del mundo.
En aquella época
llamábamos “mujeres a las piedras sepulcrales terminadas”. Se
decía que se había tallado una mujer.
Si la desnudez no
fuera atractiva tampoco lo sería la vida.
Sólo
la gente mimada y perezosa quiere tener guerra. Es gente a la que no
ha asustado ni arañado el dolor; gente que nunca ha visto al Diablo
andar en el pantano del bosque, soplando la helada hacia el labrantío
del pobre, sííí, gente que nunca ha tenido calambre junto a la
azada de la turba, ni ha sentido el cáncer del estómago arder como
un fuego de carbón del infierno ya aquí en esta vida. Los que no
tienen
el dolor, lo buscan.
Quizás el brezo una vez había sido una clase de seco comienzo de
orlas pertenecientes al mar.
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