Mi cuerpo es una papelera llena
de latas de cerveza, rencores infantiles,
obsesiones en bolsas de basura
cerradas por nudos de ojos malnacidos.
Piso mi cuerpo para abrirlo y
verter en él
mis cartas al mundo, mi altitud destructora,
el licor de hierbas, los empachos
de tardes
reventadas por los relojes finos de la ira.
Arrojo algunas veces luces a mi
cubo,
recuerdos que no manchan, azulejos
afilados de un suelo breve que
pisé,
la reciclada voz de mi madre y los amigos.
Llega un punto en que mi interior
apesta,
entonces Isel me desocupa, las
mentiras
las lanza risueñas a los campos, pasa
su seno
por mis paredes sucias y yo vuelvo a relucir.
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