En la obra de teatro de mi padre
las cortinas están hechas de su piel.
Se abre el telón y se ve un fondo
de sí mismo y un paisaje de caminos
hechos con sus ojos.
Un centenar de músicos con su forma
tocan instrumentos hechos de musculatura,
un piano de acero toca las notas
más tristes mientras un pájaro sin canto
suelda la batalla más épica.
Saltan chispas y nada ocurre
mientras una jauría de perros con la cara
de mi padre huyen de lunas con la cara de
mi padre, duermen bajo farolas con la
cara de mi padre, amanecen bajo el sol
que es la mirada misma de mi padre
afeitándose frente a un espejo hecho
con los dientes y la sangre de mi padre.
En el nudo de la obra sucede él y en sí
mismo la sorpresa de desenlaza.
Los espectadores son todos mi padre
que a sí mismos se aplauden complacidos.
Cuando se acaba el show mi madre, mi
hermano y yo recogemos el vestuario
y abrimos las puertas a los infelices asistentes
que volverán puntuales el día próximo
a ver la exacta, la misma representación.
Con todo recogido, mi padre se viste con
los doseles y salimos del teatro
caminando tras él, admirados
del gran protagonista.
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