En el mapa de la cara de mi madre
hay naufragios, batallas, concilios,
puertos que vigilan sus ojos hechos de abejas
y, por tanto, llenos de zumbido
y, por tanto, rasgados por la senda
de barcos que viajan a la deriva.
Está el mar quieto, una cuna se mece
en la cima de la más alta montaña;
islas solitarias se extienden por la mejilla,
en una habito yo, en otra mis hermanos.
En el mapa de la cara de mi madre
trazan los viejos las próximas pesquisas,
sillas de ruedas recorren provincias azules,
se abren en canal los valles por donde ríos fecundos
riegan la agricultura de un huerto cerrado.
Una costa en el labio se llama silencio.
No hay frontera en el mapa de tal rostro
pero sí una guerra donde se disparan flores
marchitas.
Viajando en la cercanía esbozo sus acantilados;
desde uno se despeñan animales y alegrías,
desde el otro salta una mujer desnuda,
frente al último pasa una barca llena de alcachofas
sobre la que vamos montados para explorar
el mapa, el secreto último de los arrecifes.
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