sábado, 1 de enero de 2022

Nana

 



Cuando era pequeño mis padres me vendaron los ojos,

me llevaron al acantilado y me dijeron: tú puedes, camina.

Y me hice caminante y fueron mis pasos el despeño.


Luego metieron el precipicio en una jaula conmigo,

cerraron la verja y me dijeron: tú puedes, vuela.

Y me hice pájaro y en el cielo de barrotes mi pico quebraba.


Vaciaron todo, acantilado y jaula, en una pecera,

me echaron agua y me dijeron: tú puedes, respira.

Y me hice pez y admiraban, de mi acuario, los ahogos.


Todo lo echaron después al desierto, llenaron de arena

y sequía los tobillos y me dijeron: tú puedes, sobrevive.

Y por allí vagué, a una pierna até la altura, a la otra la jaula,

sobre la cabeza eché bocabajo las repisas del mar

y me hice duna y viento. Mi corazón se volvió espejismo.


Desde entonces he sido salto, ave, branquia, erial,

payaso de un circo con lonas de aplauso e intemperie,

toro que sueltan al coliseo y dicen: tú puedes, maúlla.


Mucho tiempo después reuní a mis padres: escarpadura,

mazmorra, almadraba, arenal. Les dije: gracias por crear en mí,

gracias por creer

en otro

en otro

en otro

en otro

yo.

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