Cuando era pequeño mis padres me
vendaron los ojos,
me llevaron al acantilado y me
dijeron: tú puedes, camina.
Y me hice caminante y fueron mis pasos el despeño.
Luego metieron el precipicio en
una jaula conmigo,
cerraron la verja y me dijeron: tú
puedes, vuela.
Y me hice pájaro y en el cielo de barrotes mi pico quebraba.
Vaciaron todo, acantilado y jaula,
en una pecera,
me echaron agua y me dijeron: tú
puedes, respira.
Y me hice pez y admiraban, de mi acuario, los ahogos.
Todo lo echaron después al
desierto, llenaron de arena
y sequía los tobillos y me
dijeron: tú puedes, sobrevive.
Y por allí vagué, a una pierna até
la altura, a la otra la jaula,
sobre la cabeza eché bocabajo las
repisas del mar
y me hice duna y viento. Mi corazón se volvió espejismo.
Desde entonces he sido salto, ave,
branquia, erial,
payaso de un circo con lonas de
aplauso e intemperie,
toro que sueltan al coliseo y dicen: tú puedes, maúlla.
Mucho tiempo después reuní a mis
padres: escarpadura,
mazmorra, almadraba, arenal. Les
dije: gracias por crear en mí,
gracias por creer
en otro
en otro
en otro
en otro
yo.
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