sábado, 2 de marzo de 2013

Nada

Cuando estoy solo en casa y me veo a mí mismo en frente de la nada, me siento el ser más valiente del mundo, capaz de saltar al abierto abismo de esa nada o, por el contrario, procurar abastecerla del alijo de universos que soy.




Pero no dura mucho la nada si primero colocas un buen disco en el reproductor y así, de repente, el vacío comienza a llenarse de una gran llanura de poesía donde sueño con esferas flotantes que pasan despacio frente a mis ojos, tan despacio que me desesperan y no puedo parar de decirles la velocidad que deseo. Pero en la nada de la que hablo no existe la energía cinética ni la altura con lo que mi corazón no se crea ni se aniquila sino que se diluye.



Basta ya de pensar que la nada es blanca y basta igualmente de pensar que la nada es negra. Mi nada es del color de las mochilas donde se han aguado los recuerdos y hacen de vientre las expectativas. Mi nada es del color flácido de la carne donde duermen las momias.



No sé cómo puede suponer vacío el gran espacio del que nada se sabe. Hay quien coge un trocito minúsculo de ese vacío y estudia tantas cosas de él que se olvida del propio espacio y crea un microcosmos de erudita ignorancia.



Hay muchas cosas que hacer en mi nada. Si decido pintar perderé la oportunidad de saber más sobre la termoquímica y si decido leer sobre las extradimensiones nadie leerá ni un poema mío más.



Cosa fácil y que intento.



Haga lo que haga la hermosa radiación impregnará mis oídos y así, prendido de algo olvidando el resto seguiré haciendo a mi nada la más ignorante de todos los campos de su propio espacio sin dimensiones.



No hay mucho que hacer en mi nada.



Voy, por lo menos, a darle un beso a Isel.