martes, 26 de junio de 2012

El hombre y la hormiga

El hombre, como la hormiga, se desplaza de forma lineal
formando radiales autopistas donde pueda nutrirse sin desviarse.

Como la hormiga, el hombre guarda para el invierno el fruto de su trabajo
sólo que el invierno del hombre no es una estación sino una trampa.

La hormiga trabaja para su reina como el hombre trabaja para su rey
sólo que la hormiga necesita ser obrera para la reina para sobrevivir
y el hombre necesita ser obrero para que el rey sobreviva
pues, a pesar de la gran capacidad de reproducción del rey de los hombres
se ha demostrado científicamente la inutilidad de su existencia.

Por increíble que resulte que una hormiga sea capaz de levantar veinte veces su peso
más aún cuestra creer el hecho de que un hombre aguante mil veces más
pues es la única especie acosada por sí misma hasta la náusea,
el único capaz de pisotearse hasta la locura,
el único que de tanto levantarse se ha caído, definitivamente, para los otros.

El secreto de la supervivencia de la hormiga es la vida comunitaria,
el hombre, en cambio, para vivir mejor se esparce y se olvida,
dicen que a Karl Marx todo se lo sopló una hormiga,
dicen que el hombre ha hecho grandes planes para destruirse.

Uno de los mayores peligros de las hormigas son los niños cabrones
que afilan la luz con sus lupas sobre la delgada antena de los insectos
hasta que estos arden y huyen despavoridos acortando en pequeño porcentaje
la ya de por sí corta vida de los himenópteros
y no se ha encontrado ninguna diferencia con el hombre
salvo que este se empeña en vivir con las antenas quemadas
tanto como sea necesario confundirse.

Y, a pesar de tanta similitud, todavía nadie ha acordonado la vida de la hormiga
mientras que el hombre, buscando el mismo efecto, creó tesoros increíbles
que valen mucho menos que la diminuta cintura de la pequeña hormiga
de modo que quienes disponen de los mismos gozarán de plena libertad
mientras los demás hombres se disfrazan de hormiga la víspera de los carnavales.

Las hormigas viven en el hormiguero
mientras que el hombre tiene un parking en Callao.

Una y otro tienen un enemigo común
y, por supuesto no se han alineado para cazarlo.

Ambos omnívoros, unas se empeñan en sobrevivir
mientras que el otro se empeña en soportar.

Hay tantas especies de hombres y tantas especies de hormigas
que, juntos, suponen la mayor parte de la biomasa del planeta
de modo que, si uno u otro desaparecieran
variarían unos milímetros los radios de los orbitales.

El caso es que si la hormiga desapareciera estaríamos
un milímetro más lejos del sol
mientras que si el hombre desapareciera
la vida sería absolutamente maravillosa;
salvo que
y, es que si analizamos detenidamente,
si la hormiga es capaz de levantar veinte veces su peso
y el hombre es capaz de levantar mil veces más
entonces bastaría sólo con un grupo de valientes hombres
para coger las inmensas lupas de los niños cabrones
y, haciéndolas retroceder avispadamente
hacer que éstos mueran entre terribles luminiscencias.

Lo que pasa es que,
a diferencia de la hormiga,
que es capaz de sostener con rebeldía
la hoja que aún transporta a la vez que se acercan las pisadas,
el hombre tiene el miedo tatuado
y se esconde entre el hormigón.

Y es que no hacen huelga las hormigas
mientras el hombre se empeña
en hacer huelga de hombre
hasta la muerte.

lunes, 18 de junio de 2012

La felicidad

Isel corta un tomate
y yo lamino el queso de cabra,
la gente afuera se viste del color
con que nos sonrojamos,
el aceite hierve en nuestra garganta
y estallan los relámpagos
en los ojos de las vidrieras.
Tiran cohetes por no sé qué
victoria
mientras somos los únicos
ganadores.

Las polillas se estrellan
contra la luz.

Llega el verano
y no hay nadie
asomado
a la ventana.
Tenemos un pez respiratorio
en la fosa de las tormentas,
nos abrazamos hasta que
crujen los azulejos
y somos felices
en la primera cena
del holocausto.

Sólo nos da miedo
el canibalismo
y está rica
y bien aderezada
nuestra carne.

viernes, 15 de junio de 2012

Me excuso. No he escrito últimamente porque se me han amontonado las anécdotas y, teniendo mucho que contar, decidí pintar pues es en la pintura donde suelto todo lo que tengo que decir sin necesidad de la palabra. Y eso que estuve en Semana Santa en cuatro provincias de Andalucía y me enamoré otra vez de Granada y le pedí disculpas a Córdoba por tanto tiempo y le miré las cuevas a Málaga y olí el serrín de Jaén. Y eso que fui junto a mi hermano a verle probarse el traje de novio y me asombré al ver la mujer en que se está convirtiendo la pequeña Virginia y casi lloré de ver a mis abuelos tan mayores y delicados, agarrándose a los segundos; queriendo ser aún jóvenes en mitad del implacable centurión del viento. En serio, y eso que medí la anatómica sincronización de las mareas mediterráneas con la luna y eso que comprobé lo hermosas que crecen las macetas cordobesas y casi memoricé perspectivas de patios blancos adonde se asomaban tenaces los geranios, y eso que la abuela preparó no sé qué potingue de garbanzos y acelgas y se me llenaron las fosas nasales de históricas hambrunas y el abuelo canturreó alguna copla después del vino a la hora en que las muchachas empiezan a enfadarse con sus novios y estos marchan al blanco a dormir la siesta. Casi nada. Y eso que a mi cuñada Carolina se le abrían los ojos como lirios imaginando el sí quiero y vestían mi hermano y ella las paredes de colores y colocaban los muebles que habrán de mirar con los años. Sólo si cierro los ojos y escucho algo de Offenbach puedo pasear aún por El Paseo de los Tristes de Granada, guiados por nuestro amigo Jose, a quien llamamos cariñosamente "el primo", subiendo extasiados las cuestas peregrinas hasta la cima desde donde se ve la ciudad más bonita del mundo. Y el primo, como buen guía, nos explica las leyendas de La Alhambra y nos hace imaginarla blanca blanca, tal y como era al principio. Y entramos a los bares donde las tapas son gigantes y la gente grita de alegría y hay quien llora las procesiones en esa Andalucía lejana llena de nostálgico dolor, mientras yo me contamino de todo abiertamente y con delirio deseándome estampar contra todos los impulsos.




Sí, dejé de escribir durante meses porque nadie puede sacarse un monumento del pulmón y pretenderlo parafrasear. Por eso es que decidí dibujar a mi madre y a mi padre en mitad de mis ensoñaciones y hacerlos eternos. A mi padre, como ya se habrá visto lo dibujé junto a su fiel amigo perro pues se entiende mucho mejor con éstos que con las personas. A mi madre la rodeé de una suerte de juego antiguo donde todo parece una ilusión. Ambos cuadros, que valen cien mil veces más que todo el material que se muestra anualmente en ARCO, los guardo con recelo en casa donde puedo sentarme frente a ellos durante horas. Isel, incluso, ha amenazado con esconderlos si no dejo de hablar de ellos o de admirarlos pues es que los he llenado de tantas proporciones mágicas y estudios logarítmicos que carecen de todo valor plástico y eso me conmueve sin control. Ahora he empezado a dibujar a la abuela Juana rodeada de pura simetría para mostrar la rectitud que ella representa. De fondo colocaré el portón de la Iglesia de San Juan Evangelista del pueblo que me vio nacer y de ahí saldrá un camino cónico que culminará en su figura transparente. Pocas cosas me llenan tanto y me conmueven como el logro pictórico que consigo cuando me esfuerzo. Por supuesto todavía no he conseguido el nivel de una hoja doblada metida en una urna de cristal y que se mostraba orgullosamente hace poco en el Museo Reina Sofía, pero sigo trabajando en ello.



Y lo mejor de todo. El pasado 12 de abril escribí el mejor poema de la historia de la literatura. Resultó de lo más sencillo. Estaba tumbado en el sofá abrazado a Isel. Sabíamos que formábamos parte de los cinco millones de parados, que nos estaban recortando la sanidad, la educación y todo lo demás; que nuestro querido rey estaba cazando elefantes en Bostwana. Lo de siempre, vamos. Ahí estábamos los dos abrazados, en el sofá más normal de la ciudad más contaminada de España. Y yo, que tuve la oportunidad en Córdoba, en Granada, en Málaga o en Jaén, que me podía haber arrodillado frente a ella rodeado de piedras milenarias, sin ni siquiera agacharme ni sacar de mi bolsillo el más absurdo brillante le pregunté, mirándola profunda y exhaustivamente a los ojos que si se quería casar conmigo; cosa que ella aceptó instantáneamente. Y así haremos el próximo año.



Por eso digo que no he escrito últimamente porque se me han amontonado los poemas y hay poemas que son sólo curvas acinéticas donde se acepta la vida al lado de una persona sin amortiguador. Nos uniremos aunque en la tarjeta sanitaria aparezcamos como personas sin recursos, como si no se hubieran dado cuenta de que tenemos tantos que no caben en el microchip. Nos uniremos aunque hagamos cola en el laberinto de todos los desastres, aunque tengamos que sacar el rifle el día que nos quieran embargar los derechos. Aunque tengamos que ir a cazar a nuestro hijo a Bostwana. Aunque la sombra de los días amenace a los relojes de nuestra salud.



Pedro Morillas... ¿quieres a Isel García en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte os separe?



Sí, y en el descalabro y en el desastre y en el olvido y en el rechazo y en el absoluto aburrimiento y en la muerte mortífera, ¿acaso crees que la muerte nos podrá separar?



Nunca.



Jamás.

miércoles, 13 de junio de 2012

La idea

Mis atracadores son también mis guardaespaldas.




Tengo un grito en la piel que podría decir sueño,

tengo un grito incontenible, recién nacido,

tan algo grita mi grito que pareciera sumirse

en la rebelión de todos vuestros gritos,

pero claro, yo oigo mi grito y se supera tanto

que no tiene decibelios mi grito

y no lo oigo a mi grito gritarse de tanta voz.



Planean desahuciarme mis silencios de acogida.



De verdad que estoy a punto de decir algo

porque no puede ser que me lo digan las charnelas

cuando enclavadas en el horizonte se cansan el oído

y mienten mienten mienten sobre la planicie

rodeadas de un griterío malcriado,

de un tormentoso griterío que juraría haber

escuchado justamente lo contrario

de lo que apuestan las cometas.



No ha dicho nada todavía la prensa sobre Isel.



Tampoco yo me pronuncio sobre los montones

de arrugado papel que compraron a los pájaros,

ni sobre la chatarra por la que se cambió el cielo

y mucho menos sobre los secretos que harían

mudar de piel a los cojines.

Todavía no he dicho nada sobre el amueblado

hombre con vistas a su precipio.



Nadie ha discutido todavía sobre el hombre.



No digo que haya que destruir el mundo para acotarlo

ni quiero, Dios me libre, que sonrían las palmeras de felicidad,

digo que los niños dejan de ser niños

cuando pierden la cuenta de las chinchetas,

digo que parece el bienestar un museo de la tortura,

digo, por no gritar, que me desespero

cuando, a la mañana, me persiguen las recaudaciones.



Llamaré a la policía para denunciarla, lo juro.



Y no sé qué hacer, porque ningún daño me han hecho los cristales,

no sé qué hacer, porque ninguna herida los estercoleros,

sólo me alivia la idea, la idea, la idea, la idea, la idea

y un quizá llevarse a cabo, un puede que mañana

conscientes de su ineptitud, todos los tiburones

deciden oceánicamente suicidarse de verguenza.



Y, mientras tanto... desempolvar el cobarde fusil

de la palabra.

viernes, 1 de junio de 2012

Madrid

Madrid es una ciudad de seis millones de equivocados
(según Pedro Morillas).

La gente duerme en las estanterías de la noche
y marcha a toda prisa hasta el tropiezo,
errando herraduras se distrae
mirando la panza del paisaje:
ese aire quieto donde canta
el edificio.

Todo el mundo ha perdonado a los desfiles,
aquí nadie ha gritado todavía
hasta hacer sangrar a los leones,
aquí, dicen, que la ciudad no duerme
pero estaba dormido el locutor.

Las flores pagan el peaje
y los niños corretean entre el haluro,
todos dicen tener un pueblo
y cuando lo dicen se les llena
la boca de globos
y las ratas hacen estrepitosamente
la comunión.

Madrid es una ciudad de seis millones de equivocados
(y sí, lo digo yo: Pedro Morillas).
Aquí se pide turno para tropezar:
sólo voy a cometer este pequeño error,
¿me dejaría usted pasar por delante?
Faltaría más, equívoquese usted primero

pues mi error será astronómico
y no sé cómo la gente líquida
cabe
por la estafa.
Echamos de menos echarnos de menos,
nos besamos frente a fuentes centenarias,
volvemos a decir la palabra pueblo
pero en el pueblo nadie va a los bares
a decir que le gustan las cosas naranjas
como noviembre o dudar.

También acertamos, claro,
yo un día vi a Isel y eso fue todo,
después me apresuré a equivocarme
otra vez donde fluctúan
los seis millones de equivocados
que disponen de teatros
y cocina multinacional.
Madrid es una ciudad de seis millones de equivocados
(será la última vez que lo diga: yo: Pedro Morillas).

Ya no escribo.

Ya no escribo.

Ya no.

Pues balo.

Atín y Wuawua