domingo, 13 de septiembre de 2015

Fragmentos de LAS ORTIGAS FLORECEN de Harry Martinson

Claro que mantuvieron la concordia, pero la herencia huele ella misma a desconfianza.

La vida humana huele un poco a pellejo de lobo.

Pertenecía a aquel tipo de personas que, habiendo alcanzado recientemente un nivel de clase media, despreciaban las labores del campo.

Hay cuatro tipos de clase media: 1) con educación y piano. 2) con educación, pero sin piano, 3) sin educación, pero con piano, 4) sin educación ni piano.

Pero la felicidad se siente incómoda en un banquillo; tiene miedo a las corrientes y es sensible a todos los recuerdos. No hay que golpearla en el hombro demasiado duro, ni demasiado ligero. Quiere tener en su punto exacto de temperatura el destino, las oraciones y la cerveza.

A los tres años tuvo un pensamiento que después pudo recordar. Era la distancia. Sentía distancia.

Pronto todo era silencio, hasta los susurros.

Pero ella yacía tranquila en la cama, sin saber que estaba muerta. No sabía que había existido ni vivido.

El bondadoso sol colocaba su lámpara en el bosque y la llevaba a casa por la noche.

Tampoco había pensado que tenía un cuerpo.

Dentro de su estómago sonaba la campana de su iglesia.

Ciertamente tenían también a Dios. Creían en Dios sin hacerse preguntas sobre su existencia. Él existía. Pero, a veces, sucedía con él lo mismo que con los duendes, su existencia estaba tan limitada que no había que hablar de ello.

La luna se rompió como un plato de porcelana en el cielo.

Darle cuentos de países maravillosos era como darle un paquete de pólvora perfumada para su propia explosión.

Entonces vieron lo que una vez habían sido: una comitiva de corazones sin denominación.

Y puesto que nunca, nunca ocurrió algo en las granjas, le dio suficiente tiempo para observar lo que no pasaba; todas las formas de la monotonía.

...los molinos de Dios muelen lentamente.

Le parecía percibir su nimbo.

...odió el odio mismo con furia desmayada...

La cultura era una cultura de odio y, como cultura de odio, llegaría a morir, orgullosa y enorme.

Allí abajo de la retina duermen ruidos y combates.

Sin surgir en la senda de arena gruesa como un fantasma en la hora de las lilas.

Otra semana sabía que ni los trabajadores ni los ricos eran buenos. Era “la gente” la buena. Había tres clases: 1) los trabajadores 2) los ricos y 3) la gente corriente. La gente corriente era la mejor. Él mismo era una persona corriente, pero tenía la intención de hacerse rico; en realidad tenía la intención de hacerse una persona corriente y rico y ser marinero de la flota. Odió el trabajo. No quería trabajar. Opinó que eso ya lo había hecho demasiado. A Martin le disgustaban los trabajadores por trabajar. Hacían lo que él odiaba. ¿Por qué lo hacían? ¿No podían decir, que ya no querían trabajar más?

La llama del alma de Martin flameó de un lado a otro bajo la pantalla del ego en el viento del mundo.

La falda ahogó todo el bosque.

No hay nada que mate tan infaliblemente como la apatía y la torpeza.

La costumbre constituye la mitad de la naturaleza, niños.

Abajo, en la fuente, el agua habló consigo misma a través de sus mil venas.

Los niños y los poetas no aman las cosas tanto como sus causas: el páramo eterno que quiere seguir siendo páramo para poder quejarse de su propia soledad.

La edad empieza con frecuencia en el estómago, enviando desde allí su fragilidad y desaliento por todo el cuerpo y alma del mundo.

En aquella época llamábamos “mujeres a las piedras sepulcrales terminadas”. Se decía que se había tallado una mujer.

Si la desnudez no fuera atractiva tampoco lo sería la vida.

Sólo la gente mimada y perezosa quiere tener guerra. Es gente a la que no ha asustado ni arañado el dolor; gente que nunca ha visto al Diablo andar en el pantano del bosque, soplando la helada hacia el labrantío del pobre, sííí, gente que nunca ha tenido calambre junto a la azada de la turba, ni ha sentido el cáncer del estómago arder como un fuego de carbón del infierno ya aquí en esta vida. Los que no tienen el dolor, lo buscan.

Quizás el brezo una vez había sido una clase de seco comienzo de orlas pertenecientes al mar.


jueves, 10 de septiembre de 2015

Siempre con nosotros Ernesto López Vinader

Ayer me enteré de la triste noticia de la muerte del amigo poeka Ernesto López Vinader. De él recordaré siempre la grave voz de actor de teatro con la que recitaba con fuerza su poesía y el piropo con que siempre nos saludaba: Hola precioso, me alegro de verte, nos decía.

Una de las últimas veces que lo vi nos sorprendió de nuevo con un diálogo inventado con el diablo, algo que nos hizo reír como siempre; todavía me acuerdo de la gracia que le hizo al amigo Alberto Yago quien le pidió aquel escrito para conservarlo.

Ernesto era sencillo y amable y su poesía era siempre cándida y de celebración. Subo un poema suyo y un vídeo para que siempre tengamos la oportunidad de volverlo a escuchar. Se fue él pero su voz siempre se quedará entre nosotros. Descansa en paz, amigo.


EL SILENCIO
Caminaré sobre su vientre, y el silencio arañará el olvido.
Dejaré los papeles enlutados
del negro hilo que une al tiempo infinito.
Escribiré tu nombre como humo efímero
y escucharé cómo rebota entre los valles y los ríos,
entre mundos raros, en el vacío.
Colocaré tu alma en un albor junto al mío,
junto a los ayes de las almas que en sigilo
hibernan en el eterno frío.
Caminaré sobre su vientre y me impregnaré con su hastío,
traspasando todo mi ser un grito,
que hiela mis sentidos.

Y el silencio arañará el olvido.