miércoles, 28 de julio de 2010

Sinfónico automatismo

Los goznes de las puertas serán abiertos
tan pronto como vengan las retinas a encerrarnos.

Hay una leña donde han crepitado los ángeles
cautivos de detenerse a decir sin embargo.


El ala ha venido a volarme, el ala.


Yo he subido a un invierno donde era posible
la náusea del termómetro y la nube estaba
encandilada con la forma de su costumbre.


El coro sabe lo que dice y por eso han llorado
en el pentagrama los recreos de las estrellas
que salieron a pasearse tal y como estaba
previsto.


Toda la leche del ojo del ciervo estuvo contenida
en el corazón de la albahaca los meses en que es normal
que lloren las estatuas.


Es más grande que el mundo el sinsabor del violinista
para la fuga que le fue concedida
por haberse portado bien en el tímpano.


Se ha encerrado la muchedumbre a escuchar nada
pues hay un loco suelto que les ha quitado
el sonido de las olas.


Y el loco está sordo y es eso lo que temen,
el loco está sordo.


La ventana se ha asomado a través de mí
y me ha visto tan poco tan poco y tan lejos
que habría jurado que yo era una ventana
desde la que se ve el viento.


Y es poca la altura de las catedrales
para ver el pentagrama, es poca
pues el loco ha sabido decirnos basta
hasta que llegó el tiempo con su comba.


De todos los ríos es sabido el huérfano
que han arrastrado hasta la cabeza,
de todos los ríos es sabido el hueso
en que se ha quedado la muchacha.


La lancha ha salido en busca del sentido
y ha pescado cuatro gabardinas
donde fueron a abrigarse las vírgenes
que quedaron tras el alféizar.


La lámpara tiene una alegría inexplicable
y la bombilla ha hablado con los astros,
pues ha imitado con tanto éxito el bostezo
de la estrella que se ha tumbado en la toalla.


¡Basta, basta!
Mi madre me quiere porque mi ojo machacado
en el mortero de la madrugada
se parece al eclipse de la represalia
donde han gritado las cocinas.


Se ha empeñado el erizo en empeñarme
los cabellos, ¡cosa curiosa!
Tienen sus esfinges la forma del pétalo
siempre que no nos ha querido la mujer.


Yo he querido al amigo tanto tanto
que al abrazarnos fue necesario separarnos
con los mordiscos diminutos
de tres hormigas que sabían tocar
el contrabajo.


Cuando pude viajar en el tiempo,
como es habitual en septiembre,
besé con tanta fuerza a Beethoven
que tuvo que escupirme una música sublime
antes de que mis ojos tuvieran los brazos
de la escopeta.


¡Melena el viento, melena!
La noche estaba tan triste que los nietos
de las brujas salieron a consolarla
con la poción del cenicero.


¡Y está cuerdo el regreso, está cuerdo!
Pues en cuanto vino hubo una estampida
de manos que sabían tocar con precisión
la pared donde nada había todo el rato.


Tan pronto como emigré de mí
supe echarme de menos con la fuerza
de cuatro manivelas.
Tras ellas estaba el parte que daba fe
de mi sábana y eso me hizo dormir
siete sillas hasta el verso siguiente.


¡Penitente, penitente!
Habremos de rezar siete calabazas
para que nos perdonen los excesos.


No pasará nada, no pasará nada,
hasta la ola,
no pasará nada.


Pero que vengan a despertarme los altavoces
donde han cantado los pájaros del adviento,
que vengan a susurrarme los latidos
donde el viento gritaba en alemán,
que vengan, pues más hermosa que la vida
es el genio, más hermosa,
y eso dice el bosque antes de echarse la manta
del testamento de la ubre.


¡Trampa el mundo, trampa!
Es necesario el esguince para ver el esqueleto
de la alegría en los tacones del bastardo.


Mas habrá un daño irreparable en la descarga
donde ha bebido el aquelarre
y la pena merecida tendrá el hambre de las siestas
cuando fueron interrumpidas con el credo.


¡Ceberos quiero, ceberos!
Pues no cabe en el mundo mi alegría
cuando el coro se ha callado,
¡no cabe!


Tanto he huído de mí y tantos saltos
he dado en evitarme
que me he encontrado llorando en la laguna
donde no flotaba nada,
salvo la trampa donde eran dignos
los acordes del talento.


Por eso espero la escotilla,
por eso espero.

El abuelo y el vino


martes, 27 de julio de 2010

Auditorium

Entras en la caverna donde no hay nada
y, entonces, el oso.

El ritmo disuelve el beso que fue domado
tras la tapia
y abrazas una pared donde es rugosa
la valquiria.


(La noche anterior una tormenta había
pulverizado la espina dorsal
de los milagros)


Entras en los planetas donde hay un cementerio de oídos que dorofonean las haldas del pinzón
y, en el pecho, te sucede una guerra de labios enviscados
de gloria donde no ha cabido el vilipendio.


El ópalo de la vida canta a coro
y en siete violines se ahorcan los vientos que plañen
el sonido del que no es capaz la planta.


La hornacina se ha propuesto callarse
las ruinas estivales
y escuchar a la maceta donde
ha crecido el mundo.


Entras en la garganta de Dios
y, en re menor suena
la novena sinfonía.


¡Alegría!
O freunde, nicht diese töne!


Como una tapia
el señor Beethoven
nos ha tapiado.

sábado, 24 de julio de 2010

Los caballos

La música me traslada últimamente a las riquezas inusuales que hay en el tímpano de las cosas. Me mueve así, me balancea y me lleva a territorios que no están en los árboles aunque los imiten, a países que no están en los mapas pero los contemplan, a satélites donde es finito el bermellón de la ira de una estrella vista de soslayo. Hay una fusión en el pentagrama de matemática y palabra que acude al oído a sacudirle su resistencia al hábito de la minucia. Es fantástico, ahora el abrazo me sabe a Schubert, ahora el columpio se parece a Mozart, ahora la constalación me recuerda a Wagner... Y luego Beethoven, que está en los muebles de la casa y en el movimiento caótico de la polilla y en una lámpara que no dice nada sobre la mesa y que a penas alumbra unos papeles que no tienen nada, unos lápices que se dedicaron a dibujar esa nada, un pincel que ha dicho algo pero se retractó en seguida. Beethoven que es una fuerza sobrenatural para con los cimientos de las caras, Beethoven cuya sordera maravillosa me tapona la mediocridad de las aceras para vestirme los sentidos de una furia extraordinaria. Gracias amigo, gracias.

Acabo de llegar a casa de pasar el día en un pueblo segoviano donde he visto a los caballos saltar ligeramente en un hipódromo fantástico cuya construcción permitió la tala de innumerables árboles. Había chicas maravillosas que conducían a los equinos hacia el obstáculo y que estos saltaban impecablemente dejando su grupa preciosa y redondeada al aire en un eslabón de piernas minucioso y elástico que caía al suelo al ritmo de esa melena oscura y tan deseosa de dibujar que poseen los caballos. Ataviado con mis mejores ropas, unos pantalones cortos descoloridos y una camiseta cualquiera, miraba entusiasmado tan admirable situación mientras pijos de la peor calaña a mi alrededor charlaban sobre cosas superfluas como la nueva yegua que les ha comprado papá o la fiesta inaudita y aburridísima a la que acudieron recientemente. Yo resultaba un pegote insoportable que estropeaba el graderío. Eso hasta que saqué el cuaderno de dibujo y tracé sencillas piruetas de los animales obligados al cansancio. Entonces un grupo de muchachas de gran inteligencia se sintieron atraídas por el acto pictórico:

- ¡Anda! ¿Pintas...?
- … Sí.
- Me encanta, deberías ser diseñador de moda.
- Nada me gustaría más.
- ¿En serio? Guau... puafff, si yo supiera dibujar así, madre mía.
- ¿Y qué haces?
- … pues... nada, no sé. Estudio, pero no me gusta.
- ¿Y qué estudias?
- Nada.

Luego me dieron un montón de ideas para diseñar complementos muy necesarios para la humanidad y me dejaron en paz cuando vieron el poco entusiasmo que me provocaban. Yo había ido simplemente porque quería tomar algunas anotaciones de caballos para un próximo cuadro en el que estos aparezcan haciendo absolutamente nada; cuando intenté explicárselo me armaron una rebelión de las que no se ven:

- Pero... ¿cómo que no están haciendo nada... pero si están saltando?
- Ya, pero no están haciendo absolutamente nada; perdón, están haciendo específicamente eso: nada.
- No lo entiendo.
- Ya, no sé, es que estoy pintando unas cuantas cosas para crear el efecto contrario. A ver... ¿para qué sirve que los caballos hagan eso, no serían mucho más felices salvajes por ahí, a su bola?
- Ya, pero quien lo haga mejor pues gana.
- Lo sé, pero el caballo no gana nada, ¿no te parece?
- Ya, pero lo gana el dueño.
- A ver, que a mí esto me gusta verlo pero no sirve para nada. No tengo nada en contra de los jinetes, pero es que creo que lo que hacen no sirve para nada y, el hecho de que yo lo dibuje sirve para aún menos.
- ¿Entonces por qué lo haces?
- Porque me siento muy atraído por lo específicamente inútil.
- ¡Qué chico, me estás rayando!

Entonces dejaron de hablarme definitivamente para murmurar entre ellas cosas que me gustaría saber pues serían de enorme utilidad para todos. Desgraciadamente no fue así ni mi imaginación dio para más pues estaba muy motivado con el motivo de mis dibujos y me dediqué de pleno a ellos. No suelo plantearme con detenimiento el porqué de las cosas, yo no sé por qué me ha dado por pintar cosas que acaban defraudadas al final. No creo que sea por completo inútil pero es esa sensación la que me lleva a hacerlas. Supongo que en nuestro mundo es útil un destornillador, por ejemplo, pero no sirve para nada un poema. Eso sí, sé la dificultad que tiene el destornillador para provocar algo; en cambio el poema puede suscitar la idea de belleza, puede trasladarnos, movernos del sitio, crearnos admiración, sugerirnos un ritmo fantástico, una ley subjetiva que nos dice algo, ya no es nada pero sigue siéndolo. Vamos, que si nos ceñimos a la idea de utilidad de Kierkegaard no sirve para nada, pero mola. Pero claro, todo depende de la utilidad que le demos a las cosas, para mí un destornillador es algo por completo inútil. Por mucho que apriete el tornillo que yo desee apretujar contra algo, jamás conseguirá transmitirme lo que es útil para mí y que es la sensación de admiración o de entusiasmo hacia algo. Dios me libre de aplaudir a un destornillador. Levantémonos todos y aplaudamos al gran destornillador pues ha conseguido como nadie fijar el tornillo de ocho milímetros al lugar que queríamos. ¡Gloria al destornillador, gloria!

Lo que pinto últimamente, no es que piense que no sirva para nada, no el hecho de pintarlo sino la representación de lo que quiere ser. Los alumnos de Bellas Artes que no están pintando absolutamente nada, por ejemplo, no es que piense que los pobres están ahí dejando todo su esfuerzo en no pintar nada, si, de hecho, el personaje central soy yo mismo esforzándome en no pintar nada y miro al espectador para dar fe de ello, y pinto gris al espectador como gris es el horizonte entero. Es que, de alguna manera sé que el espectador no sabe que mientras pintaba ese cuadro en concreto yo escuchaba el romance en fa mayor de violín para orquesta de Beethoven, y no sabe que estaba tremendamente triste en el perfil de los caballetes pero no imagina mi alegría para los montes del fondo y mucho menos la indiferencia con la que fue perseguido el cielo morado de más allá. Quiero decir... que por mucho en que yo me esfuerce en no pintar absolutamente nada está claro que al final he pintado absolutamente algo aunque esto te parezca a ti una cosa y a mí otra. Y si esto me resulta dificilísimo explicármelo a mí mismo, imaginemos entonces el esfuerzo que hay que poner para que lo entiendan tres muchachas guapísimas que no se han leído un poema en su vida ni han mirado con detenimiento un cuadro jamás aunque sus papis lo hayan comprado para tenerlo en el salón y decir que es de Miró.

Lo que pasa es que yo pienso que las mejores cosas de la vida ocurren cuando no hay nada de por medio. Por ejemplo, los mejores poemas surgen cuando no tienes la más mínima intención de que nadie te los compre o de que nadie los lea o de que nadie te diga lo buenos que son, del mismo modo en que los mejores cuadros son los que nunca enseñas porque son demasiado tuyos y te sería imposible desnudarte así como si nada; igual que la mejor música le surgió al compositor de forma natural y para satisfacción propia por mucho que la humanidad luego goce de esos sonidos increíbles que se le aparecieron por arte de magia.

Miguelito, al que le cuento todas mis vivencias tal cual me ocurren y sin vergüenza, y en quien confío plenamente pues sus seis años de vida me bastan para que comprenda mis inutilidades, me lo dice con simpleza de niño:

- Primo, si las niñas eran tan guapas como dices, ¿por qué no las dibujaste a ellas?

El cabrón del niño siempre acaba quitándome la razón en todo. Me dejó destrozado el pasado miércoles. Sus padres me llamaron para que cuidara de él y de su hermana porque había muerto su abuelo. Yo fui encantado a pasar la tarde con ellos y procurar que no supieran nada, pero una vez más Miguelito tenía su cuchillo infantil afilado:

- ¿Ya te has enterado primo?
- ¿De qué?
- De que mi abuelo se ha ido de viaje.
- ¡Vaya! No lo sabía.
- Sí, en cohete, se ha ido al cielo.
- …
- No te preocupes primo, todos vamos a ir allí.
- …

Y siguió jugando con los coches de carreras donde él era Alonso.

Yo no sé para qué sirven las cosas pero, desde luego, mis conversaciones surrealistas con Miguelito son, junto con la música, las cosas más productivas que me están sucediendo últimamente. Eso y que a mis 26 años me ha dado por retomar mis estudios de solfeo que quedaron por la infancia. Y todo para nada. Y todo para todo.

Tengo un pie de rey que mide el sentimiento.

miércoles, 21 de julio de 2010

Tándem


Quererte así, desconocida,
mefítica fototipia del áspide,
en fa mayor la mancebía
hace hidrópicos los mares.


Yo he lamido los bordillos
donde hicieron cisco los delantales
y me he hecho las manos retales
de contarte los denuestos.


Donde ha ardido el pebetero
aún tiene grima el áloe,
con hermoso piano de perfil cairota,
la lumia ha huido por la tarde.


El anemómetro llora la ménsula
de los besos por la calle
y yo me he callado el chaflán
de la boca con la loza hecha sangre.


Atérmana grupa que paseas mis desvanes,
solventa el orillo que me ha devastado,
la charnela está fijada en los enclaves
y el horizonte hace suyos los estratos.


Quererte así, inexplicable,
próvida emulsión de crestomatía,
libación tilica del seso, el tándem
que no somos y, entonces, la alegría.

sábado, 17 de julio de 2010

Música

Anoche, a las 3.30, justo después de haber terminado de ver Copying Beethoven con mi primo Chema, empezamos a hablar de música hasta que amanece. Llegamos a la conclusión de que, si bien todas las artes producen un estremecimiento y eso explica su supervivencia, es la música la que con mayor efecto maquina sus convulsiones. Realmente nunca me lo había plantado antes pero Chema lo delimitó de forma sencillísima: Mira Pedro, si es que con el tiempo, ni el amor (su mujer, Dama, dormía), vale, la pintura y eso que escribes y todo eso está bien, pero lo que realmente hace que se me ponga el pelo de punta es la música. Esto me lo dice después de que ayer los acribillara a todos con Ludwing toda la tarde porque antes de ir a la biblioteca llamé a Mercedes, la bibliotecaria a la que conozco ya de leérmelo todo, para que me preparara todo lo que tienen de Beethoven y, como es muy maja, me permite el privilegio de llevarme todo lo que me plazca, y no los tres libros como máximo, o los tres cds como máximo, o las tres películas en dvd. Así las cosas, cuando Chema escuchó la novena sinfonía tal y como es y no esa mariconada del Himno de la alegría que nos obligan a cantar en las clases de música del instituto, se quedó alucinado. La conclusión a la que llegamos me hizo pensar mucho, tenía razón, yo sentía igual, de hecho es muy difícil que yo me ponga a pintar sin música de fondo o sin que alguien me lea alguna cosa mientras tanto, pero sobretodo, cuando escribo, cuando pinto, la música es un ingrediente indispensable para la motivación de la obra. Además, nunca me ha pasado que, mirando un buen cuadro, me dieran ganas de reír, o de llorar o de lanzarme a bailar como un loco en el salón donde está colgado. No. Ni los mejores poemas de Claudio Rodríguez, al que admiro mucho, me hacen sentir una palpitación más extensa, o un nerviosismo inmiscible, o un alarido adentro como el que me provocan algunas composiciones sencillas al piano. También me di cuenta de lo poco que me interesa, cada vez menos, la ingeniería y la ciencia en general, por mucho que me provoque curiosidad, carece de alma por mucho que se la busque. Cuanto más avances hay en terrenos que no sean puramente médicos dejan de interesarme por completo. Me da lo mismo la altura que son capaces de alcanzar algunos edificios, o la monstruosidad del dique para calmar los mares; yo puedo mirar esas toneladas de cemento y acero y decir: ¡Vaya!, sin más, pero yo puedo escuchar la séptima sinfonía de Beethoven y decir: ¡La madre que lo parió...! unido a un escalofrío íntimo maravilloso. De hecho, Miguelito, y sin que viniera a cuenta, esta mañana me dice que con esa música crecen las flores; y tenías que haberlo visto, hecho un ovillo y de repente, al ritmo de la música, extendiendo su cuerpo como si fuera una flor seca que sobrevive tras la lluvia; hasta se le ha olvidado por un momento el Scalestrix que tenía montado en su habitación.

Y yo regreso a casa lleno de revelaciones varias que asumo durante toda la tarde y me pongo un buen cd y me tomo una copa y me pongo a pintar un cuarteto de cuerda mientras escucho La gran Fuga del maestro Beethoven. Y hay una calma en los rincones, hay una calma dentro de mí, una inspiración que no es mía si no fuera por el pentagrama. Y me siento bien, muy bien por ello.

jueves, 15 de julio de 2010

Yo soy


La multitud dispuesta a la lipotimia
ha celebrado territorios sin embargo,
y ha hecho del lunes un domingo
donde había resacas bermellones.


Yo no soy español,
admito la suerte o la desgracia
de haber nacido en una linde
que otros se molestaron
en trazar a voces de templo
y a esguinces de plata.


Nadie podrá decir
que el esquife partió en mi nombre
o que amo el azul de la pervinca
por el sólo hecho de encontrármela
demasiado.


¡Alto!
Yo no soy español,
amarillo y rojo son colores
que frecuentemente mezclo
en mi paleta
para dar naranjas
ordinarios.


Que alguien me arreste,
sin papeles canto al alféizar
desde donde se divisa el mundo
y lo veo todo todo
y lo veo todo.


Por eso no soy español,
porque prefiero el lapislázuli
al oro
y tengo la nacionalidad
interplanetaria.


¡Calma!
El mapa sigue en su sitio
y han sido pocos los desmayos.


¡Calma!
Ha ganado España
y el mundo sigue loco como siempre.


Tened esto presente:
yo no soy español,
yo soy,
yo soy,
¡Yo soy!

martes, 13 de julio de 2010

La banda de jazz que no está tocando absolutamente nada


Campillo de Arenas











Campillo de Arenas es un pueblo de Jaén. De allí son dos buenos amigos que suelen vivir buena parte del año en Torrenueva: Juana y Nicolás. Como saben lo mucho que me gusta comer siempre que voy me llenan de butifarras y chorizos de su pueblo: así estoy. Además últimamente a Juana le ha dado por hacer conservas con los pimientos y tomates que van a recoger libremente al terreno de mi padre y cuando llego a casa sin ganas de cocinar suelo echar mano de algunas de sus labores. Me han visto dibujar muchas veces allí al aire libre y se pueden pasar la tarde entera a mi lado mirándome los trazos. Llevo tiempo queriendo tener un detalle para con ellos y, como siempre pinto motivado por esa necesidad de dar a los demás, pues me puse manos a la obra y pinté una tarde cualquiera en la simple plaza de Campillo de Arenas donde no hay más que una simple fuente y una simple iglesia renacentista; eso sí, está lloviendo aceituna que es el estado natural de la provincia, no he visto tarde jiennense en que no lluevan toneladas de aceituna.

domingo, 11 de julio de 2010

Calibre


Para Nares Montero


Tengo un pie de rey
que mide el sentimiento.


Ayer, por ejemplo,
te quise siete toboganes
y no vi de tu parte
más de un mechero.


Tengo un pie de rey
que mide el sentimiento.


Ya no llamo tanto al amigo
pues lo quise en octubre
y no llovía nada en la nube
de sus ojos menos cuarto.


Tengo un pie de rey
que mide el abrazo.


Por mucho que fuiste al gimnasio
nunca estalló tu bíceps en mi hombro
y qué abrazo hiperbólico te di,
no me fallan las cuentas para el estrato.


Tengo un pie de rey
que mide el espanto.


El labio de la muchacha me asustó
trece calendarios
y se compró una agenda donde falto
cuatro meses por segundo.


Tengo un pie de rey
al que le hurto
las magnitudes
y que no mide nada
salvo la manía
mía
de medir
lo que no
se puede.


¡Quietos,
os quiero a todos demasiado
y lo perderé todo
por hacerlo!


Tengo un pie de rey
que mide el sentimiento.

viernes, 9 de julio de 2010

La banda de jazz (I)

De repente y, por casualidad, encuentro mi pintura el jueves 8 de julio. Llevo años buscándome entre pinceles y aceite de oliva y ayer: ¡Eureka, he encontrado mi pintura!

Sólo tuve que mezclar, por este orden: la Pavana de Fauré, el Sueño de amor de Liszt, el Claro de Luna de Beethoven, el Concierto nº 23 para piano de Mozart, el Nocturno en do sostenido menor de Chopin, el Último sueño de la virgen de Massenet, el Viejo Castillo de Mussorgsky, el Claro de Luna de Debussy, el Nocturno en do menor de Chopin, el Nocturno de Grieg, el Jardín de las hadas de Ravel, Gymnopédie y Gnossienne nº 1 de Satie, el Pájaro de fuego de Stravisnsky, el Concierto de Aranjuez de Rodrigo, el Sueño de una noche de verano de Mendelssohn, Nocturno para cello y orquesta de Tchaikovsky, el Cisne de Tuonela de Sibelius, la Pavana para una infanta difunta de Ravel, el Cuarteto Rosamunde de Schubert, el Concierto para piano en sol mayor de Ravel, dos melodías elegíacas de Grieg y la Meditación de Thaïs de Massenet.


La culpa la tiene la mujer polaca. Ella quería algo triste y desesperado y de ahí está surgiendo mi último cuadro: La banda de jazz que no está tocando absolutamente nada. Faltaba un ingrediente especial y secreto y bastó escuchar varias veces seguidas a Billie Holiday cantando Strange Fruit. Todo lo demás ya estaba hecho. Mis pobres músicos no tienen la posibilidad de tocar nada pues les he quitado las cuerdas a sus instrumentos de cuerda y les he quitado el viento a los instrumentos donde soplaban. Y hay un cielo de vino de rioja y hay un horizonte hecho del cobre y hay una piel de aceite de oliva y hay un suelo de gris mulato. Abofeteados todos con la mano ecuatoriana de Guayasamín, abofeteados todos con el olvido del pentagrama, qué pelo le he obviado a Billie, qué pelo más negro le he obviado, qué fruta más extraña le he quitado de la cabeza, qué fruta.


Además, hace unas semanas recupero mi infancia con mi mejor amigo Ángel. Hablamos de poesía y música hasta perder el aliento y le cuento la idea para un corto que llevo mascullando años y le digo la música que quiero para acompañarlo y me dice vale y se pone a componer según mis pretensiones y empieza a violar pentagramas que me manda según realiza y cuantificamos ritmos y malezas y soñamos pianos hasta la madrugada. Y todo es presto en esforzando, todo es presto. Y gracias a esto no puedo dormir por las noches porque el verano me llena la cabeza de melodías que no forman parte de los ingredientes de mi pintura y en los pentagramas lloro tres meses de no saber acomodarlos, de no saber decirles nada, de no saber que me suenen.


No es propicio el verano para la poesía por mucho que escuche a Vivaldi.


Este fin de semana vienen a visitarme mis amigos Juan y Raquel a los que pienso engañar para que protagonicen mi corto. Tan bellos los dos que me romperán la cámara, tan guapos que pienso hacer que no hagan nada ni miren nada ni digan nada todo el tiempo.


Y hoy me llama Chema para que lo acompañe a recoger su coche estropeado al taller. Y cuando vamos a casa mis primos queridos, los más guapos del mundo, mi prima Dama y Miguelito, me enseñan su casa recogida tal y como les dije y me dice su padre que Miguelito ni duerme en su habitación para que cuando yo vaya mantenga el orden que les impuse el fin de semana pasado. Y aún así me quieren y Miguelito me enseña su primer cuadro con el caballete que le regalé y en él aparece un coche de carreras y una casa y una fuente. Y, de repente, se pone a bailar como Michael Jackson el niño de pocos años y me abraza y me dice primo, primo quédate y el primo se tiene que ir a casa a pintar, el primo tiene que hacer una sombra de gris azulado, el primo tiene que quitarle el pelo a una cantante negra. Y me dice que entonces mañana, entonces mañana vente a comer primo, vente. Y me dice que España ha ganado todo el rato porque yo me puse su pulsera de España y que el domingo tengo que llevar su pulsera de España todo el rato. Y yo le digo que vale pero que sería hermoso una maceta llena de tulipanes, que sería hermoso que el mundo se uniera tanto como lo que consigue el fútbol, que deberíamos poner en la pulsera un tulipán y a Miguelito le parece estupendo porque le gustan mucho los tulipanes.


En el estudio, finalmente, preparo un plato para unos seis mil millones de personas porque siempre me ha gustado cocinar para mucha gente y creo que seis mil millones está bien.


Ingredientes:


Amor (3 tazones)
Música clásica (24 canciones)
Jazz (1 canción)
Aceite de oliva (7 cucharadas)
Vino de Rioja (el culo de una botella)
Creta ( 1 isla)
Carboncillo (1 mina)
Azul-gris-claro (a cascoporro)
Azul-gris-oscuro (1 cucharilla de café)
Alma (3 guitarras)
Lienzo (1 largo de aceituna)


Elaboración:


Mézclese todo sin sentido y que salga lo que dios quiera.


Al final todo es un piano que alguien toca desde lejos. Al final todo el arte es algo que no sirve para nada pero que cuelga de una pared para nada y alguien contempla y dice algo, ¡Eureka, he encontrado mi pintura, eureka!


La tarde es una sartén mientras cocino y el pincel está entusiasmado, es hermoso alegrarlo mientras arde, es hermoso.


El claro de luna dice claro, lo dice así, explícitamente: ¡claro! Y no hay luna en los fogones.


La banda de jazz sigue sin tocar absolutamente nada. ¡Nada!

martes, 6 de julio de 2010

Estudio para banda de jazz II


Pirueta


Apoyado en la baranda de tu sexo
he caído en la tragedia del guijarro
y he sabido abrir el contrafuerte
y he sabido urdir el contrabajo.


Están llenos de ojos tus barros
y la arcilla es un muelle de protestas,
el verano se ha quedado entre las piernas
y el estrato ha cubierto el almirez.


¡Cuidado!
Hay un dromedario en el tabaco
y el gemido interrumpió dos mil siestas.
¡Piruetas, piruetas del letargo, piruetas!


Aplastado está el pecho de abrazarnos
y la vista es preciosa en la escalera,
en el cuello hay una repisa para el canto,
han doblado la espina las monsergas.


Apoyado en la baranda de tu sexo
tiene la noche los guías contados;
y habré de perderme en sinalefas
y habré de perderme entre los labios.


¡Piruetas, niña,
piruetas!

viernes, 2 de julio de 2010

Somos atentado

Yo he visto en tus ojos de niña los sentidos superficiales de mis muertes diminutas. Yo he visto en tus ojos mi infancia recorrida varias veces según el sentido que dicta el tobogán y he sido atentado por ello.

Somos atentado cuando a la tarde decides caminar como si el suelo fuera una nube.
Somos atentado cuando a la tarde recoges hormigas y las hormigas son el perihelio.


Yo he visto en el zaguán que hay en tu ojo tres maceteros donde ha crecido chiquito el nogal. Yo he visto en tus ojos un andamio lleno de cantimploras donde no bebía nadie. Nadie bebía en tu ojo, nadie.


Tiene mérito subir a la pestaña por el camino que marca la escalera de tu ojo. Tiene mérito decir buenas noches como si las noches fueran buenas, como si buenas fueran las noches; tiene mérito saltar la altura que separa la esfinge del suelo, tiene mérito.


Yo he cogido la lámpara para verte la pierna sin embargo; yo he cogido la lámpara para verte el dedo donde el piano ha gritado sol, yo he cogido el sol y lo he cambiado por tu dedo.


¡Piano, piano! Pi y ano son cosas irracionales, ¡irracionales!


El mechero ha venido a la hora acordada para incendiarlo todo y no ha podido con tu ojo pues ya ardía antes del viento. Ha venido el ascua y tuvo que huir a setenta y dos kilómetros por hora que son veinte metros por segundo y le dio igual lo veloz que era el ala.


Somos atentado cuando a la tarde estuvimos tan quietos que hubimos de explosionar.
Somos atentado cuando a la tarde rompiste el corazón de cien mil chiquillos.


Y qué alegría se les ve en la espalda cuando parten pues tienen la intención del bocadillo.


Las madres han gritado la merienda y el balcón ha dicho luego. Las madres han gritado la merienda y el balcón ha dicho voy.


Yo he visto en tus ojos a la orquesta comerse el instrumento, yo he visto una música en tus ojos que era un estómago hinchado de tambor. Y se ha ahorcado el percusionista tal y como previste. No tiene aire la batuta, no tiene aire.


Somos atentado cuando a la tarde la madera se ha frotado con la sidra.
Somos atentado cuando a la tarde se ha frotado la sidra con el frontón.


El viento está gitano y ha decidido exiliarse por tu ojo.


Los flamencos lloran el fucsia mientras tanto.
Mientras tanto el mundo ha metido su cabeza en el avestruz.


Luz toda, luz. En tu ojo hay un laberinto del que sólo ha salido el esqueleto.


¡Atentos todos, atentos! La muchacha nos ha mirado, ¡atentos!
Fue casualidad, fue casualidad su milagro. Y el poema es un fracaso. Un fracaso.


Habrá que escribir entonces el intento, ¡intento!


La belleza tiene flato.

La puerta Al(h)ámbrica VI

Tengo un azul que se llama halcón milenario y tengo un amarillo que se llama lunar. Ambos están ahora en mi puerta.
Esta mañana en el trabajo me han llamado corazón. Me han dicho: gracias corazón y así he llamado a mi rojo, tal cual: gracias, corazón.
Pero el gris, dios mío, el gris, lo educado que hay que ser con él, pues tiene doble personalidad y hay que abstenerse de llamarlo mulato, eso nunca. De gris ha sido el fondo de la suerte salomónica, no podía ser de otra manera pues no hay color más desdichado ya que, de tanto absorber la luz, la proyecta toda y se queda a medias en ambos casos, pobre gris, nunca tiene claros los rayos que atrapa y los que se le distraen. Ha sido necesario acariciarlo con suma precaución para que no se marchara.
La madre del gris es blanca toda y el padre es negro como el cuero; y la mezcla es un milagro siempre, un milagro.
Si todo sale bien mañana estará la puerta puesta en su sitio, habrá que cubrirla con algún policarbonato y no sé nada de extrusión.
Todas las ideas de aves y piscifactorías, junto con la de los cuerpos que se dan la mano y los amantes que se abrazan están geométricamente sugeridas, pero habrán de aparecer en próximos murales.
Ahora sólo pienso en la mujer polaca y toda una banda de jazz se me ha metido en el ojo. Voy a seguir trabajando hasta que se me salga de la córnea la batería que se me ha metido adentro.
San Blas tiene forma de violín. Y esto es así: la vida, el arte, son un milagro.