martes, 30 de marzo de 2010

lunes, 29 de marzo de 2010

Bolsas

Rumiando la deformidad del unicornio
en mi estómago de mil plazas
donde fermentan los espectáculos,
limpio el teratoma del mundo
con la leche a medio evaporar
del vértigo del ammonite
enrollado sin fin
en mi palabra.

La admirable moralidad
de la pinza de tender,
más inofensiva que el braquet
del hombre de negocios
para con la teta seca,
(la teta parecida
a la silueta territorial
de África,
la teta parecida
al ojo,
el ojo reflejado
en las vidrieras oculares
de las moscas)
habrá de tender su boca
en las cuerdas del paisaje humano:
panorama bélico
como el cañón.

Y el moho sobre la corteza
de una vaca a punto
de caducar
olvidada entre los pasos
llenos de pastos
del sentimiento patriota,
habrá de obstaculizar
el ondear de los colores
del histriónico apego
de las ignorancias
hasta hacer comestible
el bacteriano fusil
de la bandera.

Entonces,
digiriendo la bipolaridad del universo
en mi estómago de mil trampas
donde la corrosión de úlceras bipartidistas
menstrúan sus períodos entre espectáculos
de títeres a medio degollar,
descargo la manía de cuestionar el plasma
con el aguijón a medio hincar
de la náusea del escondite
huido sin fin
de mi palabra.

Reciclados de basuras
nos limitan las bolsas.

Unicornios deformes
llenan el cielo.

viernes, 26 de marzo de 2010

¡¡Cumplo 1 año!!

Es para mí y mi otro yo motivo de orgullo y satisfacción anunciarles (calla, déjame que sea yo el que se lo diga/ cállate, si tú lo único que sabes es hacer ecuaciones/ joé, que yo le daré un tono más solemne/ ¿me quieres dejar, no soy yo el poeta?/ ya estamos, que si el poeta, que si el pintor, que si el puto artista muerto de hambre/ ¿y tú?, que detestas tu trabajo, que siempres estás ahí interrumpiéndome con las clasecitas que si de dibujo técnico, que si de economía, que si de matemáticas, que si de física, que si ahora soy ingeniero, que si llalalalalalla.../ al menos te doy de comer tontolaba/ bueno pues ya está, díselo tú.../ no anda, hazlo tú, si lo estás deseando, para las veces que te dejo salir/ venga, ni pa ti ni pa mí, los dos a la vez, ¿vale?/venga, perfecto, los dos a la vez), pues eso, que es motivo (para este Pedro Morillas y para este otro también) de orgullo y satisfacción anunciarles que celebramos con profunda alegría que Las nínfulas de Yoknapatawpha cumple un año.

Estaría guay hacer una estadística super currada diciendo el número de visitas acumuladas y todo eso, pero hace tiempo que se me jodió el contador y no tengo ni idea; tampoco me he molestado en mirar si en algún sitio puedo conocer ese tipo de detalles. Así que diré que he tenido munnnnnnchas, y ya. Esto es seguro porque yo mismo me visito asiduamente a ver si alguien me dice algo porque eso sí, los comentarios creo que no superan los treinta, y no los treinta por entrada, sino los treinta así, en general, que tiene mérito. Esto tiene dos ventajas básicas: una es que no tenga que quitar la posibilidad de que la gente me diga lo que le apetezca porque sería un aburrimiento insoportable tener que dar con la opción que así lo permita; y la segunda es que no tengo por qué no admitir seguidores ya que carezco, creo, de ellos, y es otra información que graciosamente no puedo daros porque la desconozco.

El blog está bien, me ha dado la oportunidad de conocer a poetas muy muy malos, pero a otros increíblemente buenos, también he convivido un poco con ellos y me han tenido en cuenta para algún recital o algún partido de fútbol, siendo esto último lo que más poético me pareció. Lo mejor ha sido, y ya lo he dicho muchas veces, dar con el grupo Poekas, que son más amigos que compañeros de oficio en esto de la palabra y con los que comparto, aunque nos veamos sólo una vez al mes o ni eso, una gran afinidad.

Y nada, hace un mes o ayer mismo, pensaba en celebrarlo cerrándolo para siempre, dejando que en la Semana Santa muriera para volverlo a re(su)citar y asestarle la última puñalada en su ascensión a los cielos al tercer día, pero como de alguna manera sé que antes o después tendré algo que decir, aunque sólo sea para que mi padre por las mañanas cuando madruga mucho lo lea y luego me diga que qué pollas quería decir alguna de mis chorradas, pues mejor lo dejamos como está, aunque sólo sea para que el otro día pudiéramos recaudar casi nada para nuestros hermanos chilenos que tan mal lo pasaron.

Lo que está claro es que la poesía parece seguir siendo un arma cargada de algo y este espacio está bien para encontrarnos la pólvora, y como de vez en cuando me sale algún que otro disparo y encuentro a otros muchos por ahí que dan sin dudar en las dianas de mis subjetividades, pues brindaré por ello cuanto menos.

Así que nada, soplo esta primera vela celebrando que he escrito un montón de entradas, leídas por mucha gente de quizá más de un país, comentadas por cuatro gatos y espero, de verdad que sí, que no sea la última. Todo sea por esa necesidad absurda que tenemos los poetas de que otros ojos nos lean como si fuera posible así hacer más tratable la soledad.

Gracias, gracias, a los que me leéis, que sois un montón, creo; en especial a mi hermana Virginia, que me publicita ante todos sus amiguitos del tuenti.

Barbecho


Hemos plantado personas en el barbecho,
sesgando amistades que fueron tunas,
hemos rotado las papiroflexias,
alternando los rostros que asume el papel.


Y en cuanto el mosto ha sido tránsfuga de la amargura,
el cultivo ha sido extinto contra la hoz;
somos nómadas de territorios personificados
y el amor es un río hecho trasvase.


Así estancamos los pozos de la poda,
prometiendo al estiércol nuestras vueltas,
nuestro círculo es un trío de vanidades
y el abono se reparte desigual.


Nos riegan, nos queman, nos (la) pelan
hasta hacernos dudar de los relevos
y para no girar nos arropan los invernaderos:
condones contra el semen de la flor.


Hemos plantado personas en el barbecho
y cada boca riega nuestras sensaciones.
Soy la flor que crece hacia abajo.
Tengo un envase, un embalse, en la razón.

Amatoria evasión

Amar tan intensamente que te corra peligro la locura tiene la ventaja de que, con ello, puedes decir que has vivido y tiene al mismo tiempo el escándalo de la perdición. Y si el mundo funciona, si el semáforo marca con absoluta sincronía las pautas de nuestras libertades, es sencillamente porque no hay ni la más mínima marca de amor puesta en ello. La electrónica digital, de hecho, es una de las máquinas de desamar más potentes que ha inventado el hombre que nunca leyó poesía. De hecho un día los circuitos creerán saber amar del mismo modo en que creen saber amar la mayoría de los seres humanos y el amor, al fin, será binario en lugar de universal. Y podrá cuantificarse y será reciclable literalmente y será tan sustituible y francamente desechable que desaparecerá entre los nervios hipersensoriales de diminutas fibras ópticas que nos congregarán a obviarnos.

Pero, lejos de desastres apocalípticos, yo amo tanto tanto sin apenas dar cuenta de ello que a veces creo, sinceramente pienso, que todo este ardor de estómago, ardor similar metafóricamente a una panzada de cocido que amenaza con hacerte reventar, ardor tan sin escrúpulos que se te repite a la manera de la docena de cebollas impuestas a digerir; es, sin lugar a dudas, la prueba irrefutable de estar vivo más allá de las infinitesimales muertes que me permito, también metafóricamente, cuando todo ese amor, igual que una ráfaga de bofetadas, me es arrebatado o impedido y tengo la movilidad chica y pegajosa del molusco.


Este amor del que hablo es tan verdadero que jamás lo expreso abiertamente a nadie, a veces hasta a mí mismo me lo callo y me lo escondo a sabiendas de mi mala memoria para con él con la intención de que, de ser hallado de pura casualidad, regresen a mí las minuciosas arcadas de sus detalles diminutos que se me cuelan por los nervios hasta casi hacerme salir de la punta de uno de mis ojos las lágrimas espesas de la alegría que supe aguantar. Tan incondicional es que resulta ser igual a un pozo contra la lista y un recorte abrupto hacia la planificación. En esencia, consiste en dejar aflorar con la naturaleza del paisaje los vivos sentimientos que me provocan ciertas realidades que mi cabeza sabe distorsionar debidamente, cosa difícil, pues es necesario tener un tumor que es, en realidad, un corazón, agarrado nanométricamente a cada una de las dendritas y dejarse arrastrar sibaríticamente guiado por él hasta los profundos desgarros de la ataraxia. Esto me safisface aún más que dormir y es en ese límite, donde la realidad se me destroza tanto a mi entender, que la entiendo verdaderamente como una estampida de colores que rebota contra todo y viene hacia mí.


He de decir que se trata del amor más inmoral y menos físico que cabe imaginar; pues en él caben todas las depravaciones del sentimiento como objeto y toda obscenidad poética dejada con elegancia sobre su rostro es tan deliciosa que lo mancillan hasta que se gasta de tan intocable como me es. Así, de tan inmoral es tan puro que me entrego a él con tanta facilidad que yo mismo me limpio en él tantas veces de mí que parezco una patena. Y al mismo tiempo es tan físico espiritualmente que empiezo a creer en los fantasmas a los que tantas veces hago este amor del que jamás me privo.


La única condición que este amor pone a gritos de entre la lista vacía de sus imposibles adjudicaciones es que siga existiendo aquello a lo que implora y a este amor le basta, por ejemplo, la boca a medio abrir de Sandra una tarde de verano, el rizo a medio peinar de María José las noches de discoteca, el ojo egipcio a medio entornar de Meryan mientras mira la lentitud de las galápagos, la pestaña a medio abanicar de los abanicos erizados de Virginia a medio nacer, las manos a medio extender de Ivonne al piano tocando el principio, sólo el comienzo de la elegía op. 3/1 de Rachmaninoff...


Cuando, de pura casualidad, uno ama así, tan intensamente que está al borde del colapso, sólo puede huir, coger el coche, llenarlo de gasolina y avanzar a la velocidad del verso hasta los kilómetros cúbicos del trozo de mar más cercano capaces de soportar en las presas naturales y tectónicas de su garganta la lágrima minúscula de inmensa emoción que te corroe por dentro obligándote a escribir. Y la huida es tan hermosa que te ves a ti mismo sólo unos siglos detrás buscándote y juegas al escondite con tu propia paradoja y nadie sabría encontrarte por cerca que quede la siderurgia que ahora eres pues estás tan soldado de amor que eres náusea en el asentimiento y pareces una estampa que sonríe a los rieles.


Y luego, más tarde, si acaso unos microsegundos después de ese milenio de amor que te ha atravesado; cuando todo te desaparece y ya te has escondido de ti tanta suerte de navajas, deseas, con el mismo deseo con que te fusionaste en esa inmoralidad, deseas ser el más pequeño de los circuitos electrónicos del radiador.


Entonces pintas o versas y en el mundo ya no existen los pianos.


Eres tú, otra vez tú contra ti.


Tienes el amor tan binario que está a medio unificar.


Estás jodidamente enamorado, perversamente enamorado.


Y no hay cojones, qué cojones va a haber.


Estás
a
co
jo
na
do.

martes, 23 de marzo de 2010

La tapia


Más allá de la tapia
hay otra tapia
que tapa,
que atrapa
el corazón.


Lo veréis
cavando,
acabando
consigo.


Y en cada hoyo
el corazón habrá puesto
una tapia
llena de tapias,
llena de patios
que patalean,
que tapan
otras tapias
llenas de tapias
llenas a su vez
de corazones
tapiados.


Y en cada ardid
habrá un tapiz
de arterias
llenas de compuertas
y de amores
coagulados.


Debería haber un contenedor rojo
para reciclarnos las barbaries
y hacer cuadernos con papel de traza,
cuadernos con papel de tapia
con el corazón.


Y acaso decir:
más allá de la vida
hay otra vida
que aviva,
que atisba
las tap(i)aderas.


Y ser habitáculos
para habitarnos,
para habilitarnos
las distrofias.


Y llorarle al crío la comba de su tapia
a medio construir,
y llenarle a la lavandera las lencerías
de una sangre blanca,
blanca.


Y ver a través de la tapia,
cómo otra tapia vista a través,
muestra a su vez otra tapia
sumergible.


Inventar
las tapias
dirigibles.


Escombro.


Escombro
de sangre
blanca
como
tapias
por
todas
partes.

domingo, 21 de marzo de 2010

Revolucionario

Mis tres años aprendieron la manera
de amenazar con junglas las guarderías,
lloraba provocando el caos en los audífonos
tan pronto como mi madre se alejaba
y desde la ventana yo era una lluvia
con forma de nube,
con forma de león.

Así, jaguar para el abandono,
mi timbre era contagio
de niños llenos de aljibes
y no había manera de que las presas
de los juegos
soportaran
la inundación.

Por mucho
que las dulces muchachas
que nos cuidaban
intentaran
estancarme,
yo era una piedra
que intuía el útero
por el que
se despeñó.

Por eso,
cada mez que mi madre se alejaba,
armaba tal rebelión
que las lágrimas las convertía
en amnióticas
y llenaba los pulgares de bolsas
y el chupete era el fastidio
para el cuidador.

Todavía hoy,
cada vez que lo pienso,
abro las compuertas
de la rabia
y pataleo al tigre
enjaulado,
harto
de civilización.

Lloro de chuparme el dedo
sabiéndolo pulgar
y por los sueños
llenos de pompas
donde regreso
al útero
de mis pantanos.

Ahora el mundo
es un ano
enano
y los niños
ya no lloran
como antes.

Estar callados
es
su revolución.

Virginia y el erizo II

Cada azulejo es un pelo visto al microscopio.

Cada pelo es un azulejo visto al microscopio.
Cada microscopio es un pelo azulejado.

Antes que albañil, soy peluquero,
antes que peluquero, soy lente,
antes que lente, trementina.
Virginia se parece al verbo,
el verbo dice saltar,
el verbo salta al decir,
el verbo tiene un erizo.
El erizo verborrea.
El domingo tengo cara de lunes,
el lunes tengo cara de martes,
el martes tengo cara de mitad,
el miércoles me aburro,
el jueves soy un burro,
el viernes trompeteo.
El sábado sabe más de mí
que yo del sábado.
El domingo es bisiesto
porque duermo dos siestas
y siento las síes
y por eso (des)rezo.
El lunes es febrero
una y otra vez.
Frente al papel no tengo cara,
sobre él el lunes se llama mañana,
sobre él hoy es domingo de insurrección.
Virginia me mira sin semanas,
Virginia me mira al girar,
Virginia se pincha de mí,
Virginia me pincha.
Cada color es un yo visto al microscopio.
El poeta es un científico
en huelga de hombre.
El erizo sabe más de mí por mis púas
que yo de él por su pinchazo.
Somos planetas
graves
de gravedad.
Soy el planeta-erizo.
Mi universo son las manos,
las manos parecidas a los tiestos,
los tiestos similares a los ojos,
los ojos llenos de cielos,
los c(i)elosos ojos de Virginia.
Soy el octavo día
de la quinta semana
del trigésimo mes
del año.
Soy un erizo
en
el calendario.
Soy yo
el erizo.

Sol@: EL MURO

Nada más entrar al escenario que no es un escenario porque es un muro, sólo que un muro derruido por la constante esperanza del desarraigo y el desconcierto; nada más entrar, digo, al escenario que no tiene escenario sino una prolongación de la obra en la que también se es partícipe si se contempla, nada más entrar, repito, al escenario que eres tú en cuanto sales de él, huele a las lentejas de cincuenta años, las lentejas viejas que o las comes o te desheredan, las lentejas que por ser lentejas son pequeñas, son adoquines de otras comidas, y una sobre otra quizá llegan a ser plato, plato de un actor de cincuenta años, la misma edad que las lentejas, un actor que come lentejas y se ha olvidado del café. Así, José Luis Checa, en una tremenda interpretación, se enoja con los adoquines sucios de su época y muestra, en sus ropajes anticuados, la desesperanza, el desasosiego, el rendimiento al fin del ideal que no vio cumplido, la celebración irónica del desastre que supo prever y que le ha sumido en la soledad vacía de calles del estudio de su “ello”.

Es entonces, sólo entonces, justo en el momento en que los pesimistas como yo nos embriagamos de tal carácter y pensamos en abrirnos en canal el sentimiento hasta hacerlo oscuro y desapercibido ante la realidad oscura y desapercibida que nos muestra, cuando más allá del túnel hay una luz y la luz es joven y la luz es hermosa y la luz nos hace ver el túnel y vemos que la tuneladora que somos nos abre y nos lleva al paisaje que hay más allá de su rodamiento empedernido, empequeñecido en su propia sombra de túnel lleno de colmenas lleno a su vez de laberintos, lleno, por tanto, de escarabajos que se arrastran la mierda... la luz, la juventud, la hermosura que nos choca, que es fotón, la luz que es, quiero decir, Déborah Vukusic.

Y la luz, que por ser luz, se desnuda, y la actriz que por ser escritriz se escritriza, se granula, hace a veces sonreír, hace a veces mermar los muros tapiados, los muros tapados y el actor cicatriza muy poco la herida abierta como un océano y a veces parece un mar y es hermoso verle el velero que a veces parece un barco y acaba siendo siempre un naufragio. Aún así, “ella” le da a “ello” el vino, “ella” le da a “ello” el recuerdo de tiempos mejores cuando solían jugar a ser descubridores de sí mismos y tenían batallas más allá de las utopías y tenían estatuas vivientes para la górgola. Y “ellos”, ambos, los dos, que son líquidos inmiscibles al principio, de repente se mezclan y se traspasan la solubilidad y se contagian repentinamente el azúcar y se dulcifican para volver a ser amargos y gana la amargura de repente pero el combate sigue y “ella” que con tanta facilidad retira el enojo que “ello” le contagia, también se impregna de locura vengativa y de negación para gritar la necesidad de que le dejen respirar, para gritar la fuerza que supera la debilidad, para esforzarse en negar las contradicciones que, como tautologías, le son disparadas sin compasión; y así, de repente, el amor que cae sobre los tableros, el amor que había sido y del cual quedan los posos, todavía solubles en los líquidos que de nuevo se enfrentan, el amor que es un muro porque el muro de Berlín se busca entre el pajar de la historia para ser lógica proposicional contra el actor enfundado en su camuflaje, el amor como muro derribado, el amor, hace las veces de ilusión y posible reencuentro, el amor... se manda en las postales de las despedidas.

Luego aplaudes, aplaudes porque te duele la garganta de gritar, porque sabes que la voz de la poeta se te ha metido adentro hasta dejarte sin respiración, aplaudes porque a penas somos veinte los que hemos gozado de tal actuación, aplaudes como cien, aplaudes por ti y por todos tus compañeros. Aplaudes porque casi te llegó la saliva de José Luis Checa, aplaudes porque te acaban de destruir el muro, aplaudes porque lo acabas de construir de nuevo, aplaudes porque el muro existe pero se puede saltar o andar mucho hasta darle la vuelta. Aplaudes porque las piernas de Déborah Vukusic están hechas de alambre y el alambre está hecho de una alambrada y en la alambrada aplauden las lumbres que bailan lambadas hasta librarse las lumbares. Aplaudes a Déborah Vukusic, parecida al mes de abril. Aplaudes al alambre. Aplaudes porque el piano de Laura Pedreira también ha sido un personaje que daba ideas para evitar el desembarco.

Aplaudes.

Nada más salir del escenario que no era un escenario finalmente porque te lo has llevado adentro porque el escenario eras tú, miras a tu acompañante que lleva a su vez otro trozo de escenario, lo miras un instante porque un ojo cansado te recuerda a José Luis Checa, lo miras detenidamente y ves que la sonrisa es igual, exacta, similar a la de Déborah Vukusic, lo escuchas y nada más le salen teclas muy parecidas, teclas tarareadas al modo de Laura Pedreira y la calle, la calle entera, un minuto, quizá dos, parece dirigida por Alfonso Pindado y la calle es larga como un siglo XX y las aceras de la calle Zurita están claramente rodeadas de sillas, rodeadas a su vez por lentejas, rodeadas, sinceramente, de café.

Entonces, cuando finalmente te llamas Pedro Morillas y sales al “ello” y tu amigo lo flipa tanto que no sabe qué decir, entonces, cenas y regresas a casa sin aire, sin aire.

Antes de dormir y, por si acaso, aplaudes un poco más.

Al día siguiente, recopilas un poco la visita de tu amigo de Granada que vino a verte y sabes que se olvidará de El Retiro, sabes que acabará por no sonarle ni el nombre de Las Kio, confundirá Atocha con el jardín botánico y seguramente recuerde Las Meninas en otro lugar lejos, lejísimos del Prado; pero sabes, por pura intuición, que no se olvidará del muro porque se ha llevado un trozo adentro. Y el muro está lleno de grietas y el muro está solo.

Solo, tan solo que lo aplaudes, te aplaudes.

Nada más escribir esto me doy cuenta de que al toser me salen murallas; es decir, poemas.

Voy a escuchar algo de Pink Floyd.

lunes, 15 de marzo de 2010

Poesía para la Reconstrucción


El próximo Jueves a las 20.30 leeré algunos poemas junto con otros poetas por la reconstrucción de Chile. Más información aquí.

sábado, 13 de marzo de 2010

Virginia y el erizo I

No tengo más que dormir para que todas mis pretensiones imaginarias se vean satisfechas. Pegadas en la pared derecha de mi cama poseo fotos de las diez personas que más quiero en el mundo y, antes de apagar la luz, me tomo unos minutos observándolas sin que ellas lo sepan; este juego de espionaje me ayuda a conciliar los motivos de todas mis aspiraciones. Muchos días, inconforme con mis miramientos, tengo que volver a encender la luz para que en la retina queden perfectamente grabadas sus sonrisas que son mías y me pertenecen antes de arroparme; hay días que tengo que encender y apagar más de diez veces la misma luz, por si acaso. Esto motiva que, en muchas ocasiones, se me aparezcan en mis sueños abundantes y formen parte imprescindible de la locura onírica en que consiste todo logro que yo pueda adjudicarme.

Así y, desde hace unos meses, tengo la suerte de soñar con el nacimiento numérico de las proporciones. Contemplo entusiasmado la misma imagen una y otra vez hasta aprenderla de memoria y apuntarla a prisa nada más suena el despertador. Esta imagen consiste en un desierto de azulejos en perspectiva cónica. De pronto y, ante mi sorpresa, a columnas proporcionales, empiezan a levantarse algunos de ellos permaneciendo flotando a cierta distancia del suelo dejando que su sombra antigravitatoria permanezca extendida en el lugar que yo ocupo. Así, uno tras otro, van completando una serie aritmética de diferencia la unidad, dejando un hueco misterioso tras cada alzada. Pasa el tiempo y, a mi derecha, nueve columnas iguales a las que hace años admiré en la mezquita de Córdoba hacen aparición hasta estrellarse con mis techos y luego, lo más extraño: un erizo de mar que yo observo caminar durante horas dándose la vuelta en los recovecos de mi perfidia. Este erizo queda tan a la derecha de mi observación que casi no puedo percibirlo del todo, aunque pueda intuir en sus movimientos espirales que seguramente camine sobre una cinta mecánica para erizos de mar, cosa que no se ve todos los días.


Sólo esta tarde y tras haberme permitido una buena siesta al estilo andaluz consigo girar tanto la cabeza entre las células de mis sueños que veo que el erizo está sobre las manos de mi hermana Virginia una mañana cualquiera de los veranos de mis costas torreñas. Me despierto tan pleno que en un abrir y cerrar de ojos ya tengo los lápices afilados y, casi sin darme cuenta, ya he perfilado la imagen más o menos exacta que me miro en la retina de mis espejos, aportando la clave al estudio en perspectiva que ya llevaba completando, como digo, desde meses atrás.


Al principio estaba la nada, la nada era hermosa, plana y elástica, tanto tanto que su ausencia se recuperaba a sí misma por mucho que quisiéramos extenderla aún más. En la nada no ocurría nada, de hecho, ocurría absolutamente nada y eso estaba bien, estaba perfecto. Como no hay nada como sustituir a la nada por algo más hermoso que ella misma, así hace el pintor. Y como prácticamente nada es más hermoso que Virginia sosteniendo un erizo, así la nada dejó de ser nada y fue algo y ese algo es un corro numérico en elevación, ese algo es Virginia.


Virginia.


Tan hermosa que sus ojos se parecen a los míos sólo que los suyos son iguales a los míos multiplicados por la masa del sol. Tan extraña que me agarrota los gaznates y sufro mareos cada centímetro que me separo de su inocencia. Tan inocente, digo, que cree que pinto bien; tan inocente, repito, que cada vez que la abrazo cuando la veo cada dos meses ni se da cuenta de las espinas grandes como tornillos que me ha clavado en las sienes. Virginia. La que tiene uno de los cinco nombres de mi abuela Blasa Carlota Paula Virginia Isabel. La del acuerdo, la solitaria, la que escribe poemas mucho mejores que todos nosotros con sus quince años. La que ya ha dejado de escribir, de hecho, porque nos superó. La que no piensa enseñároslos ni a mi tampoco.


Virginia.


Sus bucles me traen a la memoria nociones de aires puros entre aguas que burbujean. La que tiene un carácter que me supera las devastaciones, la que es mejor verla sonreír. La malcriada, la única que es incapaz de sacarle el oso al tigre de mi padre. La que cada vez que le sonríe al mar, hay olas, la que estanca los temporales si se entristece.


Virginia.


Su presencia hace que mi cerebro se comporte igual que un erizo de mar y se de la vuelta tan despacio que es imposible encontrarle la boca.


Ahí está la clave.


El día que se crearon los números y éstos aportaron a la realidad el glorioso advenimiento de las proporciones, Virginia encontró un moribundo erizo de mar. Sosteniéndolo sobre las manos lo contempló durante siglos, tiempo que tardó en dar su primera vuelta. El erizo estaba tan asustado que empezó a quedarse calvo y Virginia le sopló las alopecias dejando marchar al aire las finas y elegantes espinas de sus cerebros. Y de ese modo, como si se tratara de una flor molinillo, el erizo fue expandiendo sus púas a forma de palancas sobre el universo. Algunas de estas, se clavaron con tal amor en los horizontes de azulejo, que sacaron como estaba previsto las gravedades de los suelos en las que se mantenían y columnas árabes emergieron por sí solas a forma de aplauso ante tal hazaña. No me explico si no, el surgimiento de la hermosura.


Justo cuando termino me doy cuenta de que Virginia tiene el mentón parabólico y el ojo es el foco de mis soledades. No sólo eso: ¡sus proporciones son argénticas!


Virginia, tan guapa que podría jugar al ajedrez con Ivonne y ganarle los pianos.


Soy asíntota.


Estoy a nada de rozar la belleza.

miércoles, 10 de marzo de 2010

domingo, 7 de marzo de 2010

Que alguien me separe


Soy la persona que más miedo me da,
soy la persona a la que más quiero,
es decir, a la que más odio,
es decir: soy.


A veces me soy tanto,
tanto,
que me tiro de los pelos
tanto,
tanto
que dejo
de ser
de mí.


Soy la persona a la que más
(mal)trato
a la que más miento
a la que más veces
masturbo
y escupo
y grito
sin
más.


A veces me admiro
tanto,
tanto,
que quisiera destruirme
irme
y poseerme porque elijo
mi huida
ida.


Soy la persona que más me chilla
que más me humilla,
que más me cansa.


Que alguien me separe.


No os imagináis
el dolor,
el amor
de que me
soy
capaz.

EstoSoloLoArreglamosEntreLocos.org


Hace unos días que no hago más que maldecir a ciertos pseudofamosos que salen en la tele animándonos a todos a solucionar la situación crítica que no provocamos. Salen sonrientes y con bellas frases llenas de esmerada tautología a animarnos a formar parte de una fundación que miente desde la supuesta buena intención. Casi lloro cuando veo a los primeros madrugadores como yo que tienen que mirar las marquesinas de los autobuses culpándolos de semejante muerte del capitalismo. Yo lo canto, yo lo abotargo de mis desintereses hasta llenarme de su ausencia y reír frente a la lluvia de su fallecimiento con la gracia de mil poetas contra el silencio.



Menos mal que cuando visito el oráculo que es para mí el blog de Batania, entiendo que ya existen referencias en contra de tal tomadura de pelo. Casi instantáneamente mando un centenar de e-mails a amigos míos repartidos por toda la península para animarlos a participar. En el pueblo mío de mi infancia ya me consta que se andan imprimiendo unos cuantos panfletos para llenar las sumisiones de nuestro ultrajado sentimiento. A mis alumnos de San Blas, Coslada, Moratalaz y Las Musas los armaré debidamente la semana próxima y también el hospital Puerta de Hierro se llenará de la enfermedad que nos persigue y nos sigue animando a la lucha.



Por lo pronto he hecho doscientas copias pero con las letras en negro, que hay que ahorrar, y el fondo blanco, de ese modo es totalmente contrario al que ellos proponen. Pensé que era mejor así, además, porque todo el mundo tiene ya en la cabeza la forma que le dispusieron y, al ver uno de los nuevos, sencillamente pueden relacionarlo con los anteriores (a veces ni nos paramos a mirar).



Total, que he cogido mi poema Desidia y, plagiando un poco al neorrabioso (espero que en un acto así me lo permita), lo he puesto por detrás.



Para los que aún no lo sabéis, Batania lo cuenta mejor que nadie aquí y va actualizando la situación día a día, celebrando la pasada de diez mil apoyos que superan a la campaña financiada por las diecinueve mayores empresas de España; y nuestro lema es:



Esto sólo lo arreglamos SIN ELLOS.org
y
Esto deberían arreglarlo quienes lo jodieron.org



Hay que moverse, no podemos dejar que nos sigan tratando como a idiotas.



¡Estalló la gran guerra de las pistolas de plástico!

Tenéis que escuchar esto...

Vi el otro día la película Pequeña Miss Sunshine y me quedé flipado con la banda sonora (la película también me gustó, pero no tanto como la música).

Para quien quiera saber más del grupo, aquí tenéis más información.

Visualizo el logo de Poekas II







viernes, 5 de marzo de 2010

Visualizo el logo de Poekas

Mientras en el trabajo tomo nota de la media de 150 componentes que probamos y medimos analógica y diariamente mi compañero Martín y yo, no hago más que pensar en el logo para Poekas mientras escribo poemas.


















Subo aquí la sucesión de ideas que me fueron viniendo para los que conocéis a la Tertulia o para que los que participáis de ella me guiéis si así procede en la suma de vuestras imaginaciones para otorgar como bien merece la representación pictórica que nos represente. Aviso que no hay ninguno bien hecho, tan sólo las ideas que se me van acumulando. Escribo también, a continuación, las locuras que iba escribiendo conforme avanzaba en mi creación:












- Mano haiendo marionetas.






- Vela.






- Personaje leyendo.






- Cuchillo contra el libro y contra la silla que formaría la K.






- El logo de Poekas debería ser un flexo, el cable forma la s al final y las clavijas del enchufe son plumas incrustadas. Este flexo alumbra a su vez a una canica que guarda en su interior un libro de poemas.






- La k podría ser una planta carnívora que se come a la a personificada.






- El logo de Poekas debería ser un hombre que posee en su mano un candil y alumbra con su bíceps en e la posesión de su mano izquierda hacia la primera letra del abecedario.






- El logo de Poekas debería ser un hombre inmerso en sus lecturas.






- Luna rebosante de agua.






- Un hombre con cabeza de barra de pan cortada por la mitad tiene en su mano derecha una cuchara con una vela encedida. Al bíceps del brazo izquierdo se le ha colado una e y la k es su mano atravesada por una pluma mientras intentaba atrapar las primeras letras de su propio renacimiento.






- El logo de Poekas debería ser simplemente una mano que posee un candil inspirado. En la K aparece mágicamente una pluma. La poesía balancea...
(No penséis que me toco las pelotas en el trabajo, es que entre los cuarenta segundos que me separan entre la prueba de un detector óptico y el siguiente no hay nada como hacer el capullo, ¡viva la poesía, viva Poekas!)