martes, 26 de mayo de 2009

Los prolegómenos del sueño

Como todas las noches discrepo
de la imposibilidad incierta de morir
clavo en los ojos las chinchetas
de nuestra fotografía.

En un acto pulido por el tiempo,
fijo la mirada en los que fuimos,
y mi mano rebasa el interruptor
del último vistazo.

Y entonces soplo a la luz
y pienso que no os retuve lo suficiente,
que moriré esta noche con otra imagen
pegada a la retina del ensueño.

Así que digo: génesis
y esta vez os contemplo durante siglos,
os hago legaña, os trenzo pupilas
y al fin duermo con preciso engaño.

Y al despertar, la misma rutina;
padre, madre, hermanos, en la retícula,
ya no beso los vértices de la fotografía,
sólo sonrío de la noche en que no me morí.

11 Haikus de Susana Benet


Tras su cometa
los pies del niño apenas
rozan el suelo.

Trénzame el pelo.
Que sienta los tirones
de tu cariño.

Señal de tráfico.
La mariposa vuela
desorientada.

Vengo del mar,
el corazón pulido
como un guijarro.

Roto en la calle,
viejo ventilador
que el viento mueve.

Un niño juega
a enterrar a su padre.
Día de playa.

Pelo patatas.
Del día sólo quedan
mondas de hastío.

Sobre mi piel
tus dedos, delicada
caligrafía.

Abro el buzón.
Cuánto vacío hay dentro
para mi mano.

Sesión de cine.
Sin ti, qué duro el brazo
de la butaca.

Tienda de especias.
Me llevo sin pagar
todo el aroma.

(De Lluvia menuda)

lunes, 25 de mayo de 2009

Dame la espalda padre

Dame la espalda padre,
la espalda y no la mano para leerte el futuro,
no ha sido nunca comestible tu espalda, padre,
de qué sacos de aceituna,
de qué acero la cubriste.

A dónde la llevas, de qué piel,
de qué elasticidad se hace mesa.

Dame la espalda y no la mano, padre,
tus ojos ya los tengo en la espalda,
de qué genuflexión,
de qué rabia la tensaste.

Cuántas manos quebraste
de intentar masajearla.

De qué carne, padre,
hiciste el telón,
la pared
de tu espalda.

jueves, 21 de mayo de 2009

Por qué Indiana Jones no es poeta

Hay a quien le da por la poesía
como a quien le da por fumar porros
o esqueletizarse a base de anorexia
y se arma hasta las dientes de poesía
y se llena los cartuchos sin sus versos
y no se proclama nada pero dispara
al aire la voz que apenas se provoca
y amenaza: no me llames poeta
o te disparo y estudia arqueología
y parece que busca un reino
arremolinado por virutas
y no se permite la menor excusa
para recoger del cartucho su pincel
y hacer grandes marcas sobre el verso
y al verso lo cincela y lo avitualla
y al verso lo aprisiona de preciosa libertad
y es como si la pirámide fuera suya
porque un día leyó sobre Egipto
y entonces adula a las aguas del Nilo
sin dejar de pasear con su pistola
hasta que un día se dispara
a la propia sien de su rifle trasnochado
y descubre que todo era una tumba
de base poética y cuadrangular.

Funambulismo



Con un grano de arena microscópico,
del tamaño de un beso microscópico
o de un abrazo muy distante que se da,
se construyen hectáreas de circos
atestados de payasos muy tristes
que se aplauden muy despacio mientras lloran.

En su nariz, roja de lamentarse a gritos,
crece otro grano más pequeño todavía:
base piramidal de una montaña
donde se acumulan sin cesar los problemas.

El grano es diminuto,
el circo es diminuto,
el problema, de fácil solución
y, el ser humano:
equilibrista.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Latido de lo Unánime

Tres tertulias, medio centenar de manos blandiendo los versos en el centro de la ciudad del Madrid caluroso, un aula de paredes blancas donde iban apareciendo mágicamente el sonido de las palabras en la cuarta planta de El Círculo de Bellas Artes y una fusión en el compartimiento de lo versado.

Llego tarde por el trabajo, de hecho estaba tan cansado que no pensaba ir pero me llegó el pronto, ese estímulo que me faltaba y todo porque un coche se me había puesto delante en doble fila y no podía arrancar; si bien hubiera sido el último detalle para no acudir al evento fue lo que me impulsó a hacerlo. Tres tocadas enérgicas de claxon bastaron. Aparco cerca de la puerta de Alcalá y en un minuto estoy dentro, en mi adentro, mecido entre las manos nerviosas de la poesía.

Casi todos los presentes son jóvenes de palabra y mido la intensidad de los versos por el silencio de que se viste la sala y se me hace extraño el desnudo con que uno a uno exteriorizan el único poema que eligieron para transmitirlo y me imagino la labor que debió ejercer cada uno para llegar a la elección, incluso pienso en el sudor de las frases que ya nombraron y hoy nos nombran, con esa intención de regalo que discurre en las bocas que pronuncian.

Pero yo pensaba sobretodo en el silencio, apoyado de pie muy cerca de la puerta con la ilusión de que alguien la abriera y entrara una minúscula ráfaga de aire que me refrescara. Había poemas buenos y voces mejores que algunos poemas pero faltaba el silencio, esa ráfaga de falta de sonido que se queda sobre el aire cuando lo dicho nos ha embriagado por su enormidad. Entonces, casi al final, llegó Verónica Gil y nos regaló ese silencio y fue como si hubieran abierto físicamente la puerta y la espalda sudorosa hubiera recibido ese aliento joven, jovencísimo de edad y de palabra.

Y entonces Elena Moratalla, nuestra coordinadora, se da cuenta de mi presencia, y Martín Lozano al frente, y a la derecha Juliana, y me animan a salir y yo digo no tímido con las manos; y pienso que si no lo hago me arrepentiré después; tomo la decisión sin que nadie se me aparcara atrás ni tocar el claxon; pero justo cuando me dirijo al atril un hombre que se pasó la mayor parte del evento dormido y luego escribiendo en un cuaderno y del que me llama mucho la atención su atuendo extravagante y su mirada cansada pero de finísimo aguijón, se va seguro al lugar y nos dice que se siente orgulloso de su Colombia y nos recita unos versos de guerra y termina diciendo que si en verdad sentimos lo que él, por favor no aplaudamos... y así hicimos, silencio, mucho silencio, silencio callado de un aplauso que vino después. Entonces llegó mi turno: Hola, soy Pedro Morillas, el último fichaje del grupo Poekas... y luego dos poemas muy cortos de los que perdí el hilo tan pronto comencé a recitarlos. Supongo que aplaudieron, os juro que no escuché, sólo sé que el hombre extraño de llamativos ropajes me aplaudió vivamente asintiendo con la cabeza.

Y luego lo mejor de la tertulia: el breve encuentro, las cortas charlas, las felicitaciones mutuas, el compañerismo, los diminutos comentarios, los planes futuros... y un regreso a casa muy pequeño y el deseo de poesía y un sí, un sí como el de José Luis Rey, un sí inmenso, enorme afirmación que convierte en poetas a todos los seres.

Espasmo

Sale la niña a la plaza cubierta de sus hermosos vestidos, con los ojos brillantes y el escote entornado, con una sonrisa en la cara, el pelo rizado, engominado, espejado, con participios en los pies y en la cintura, su cuello en disposición de beso, su pantalón recogiendo el ardoroso bulto del desnudo y con un corazón en las manos que en las manos es justo donde no está, mi corazón podrido en sus manos blancas y pequeñas, abiertas como una palma o un suspiro o un orgasmo mío o unas venas negras recorriendo el espacioso encanto de su río, su río hermoso y deleznable, el río encantador y vehemente y sosegado y cochambroso, el río muerto de las aguas muertas, de las aguas negras del espejo roto, del piano callado, del silencio… Y la niña pasea inconsciente de su nínfula de adentro, de su pelo erguido, de sus ansias pequeñas, de su detrimento primero, de su nada apocada en los escasos vértices de la estrella que me sale… y las notas se sumergen en un repetido contorno de compases y de piano y la saco a bailar y me baila, y me sumerge en sus apocados destellos, y me guía y la guío y le digo que me deje y que se pare en el beso primero del intento y me retiene en sus manos y mide el espacio que se queda entre los tacones suyos y me repite que me calle y que la bese al aire, que la bese a la luna que se muere, que la bese a la nada, que no la bese, que la deje tristemente volar al ocaso del murciélago. Y la dejo, y la veo marchar por un pasillo de colillas apagadas, y la veo pisar las colillas que apagamos en insultos y despechos y la veo pasear por los tumultos de cuanto callamos y la miro cuando se agacha para recoger su pelo y la halago cuando me muerde en la distancia, con ese beso suyo de la distancia, con ese espacio nuestro del no-beso, el no-encuentro, la no-nada.

Y me siguen tocando las notas del despecho, las no-calladas, las silenciadas a la fuerza, las del sordo ya acabado, y me sonrojo ante mi desnudo ante la muchedumbre que se me ríe y me apunta, y me grita desgarradoras palabras al no-oído y me derrito.

Me deprimo en las opciones que se me antojan de besarla para siempre o dejarla marchar para siempre y se me antoja hacer lo primerizo, el primer pensamiento para acercarme y decirle nada y mirarla sin mirarla nada y saludarla con la falange derruida por los suelos y reencontrarme con el café solitario de la plaza abandonada o el ron pálido esperando el acecho del encuentro que no llega y se me vienen a la cabeza las presencias que me faltan o los sostenidos de la nota que me falta. Y me agoto y me copulo en lo copulativo, en el cuerpo mío, ausente, me copulo repetidas veces preposiciones de una memorización casi infantil. Y me digo: a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta…. con ella, con la hermosa pequeña de la plaza en sus paseos inocentes bajo el paraguas de la lluvia, con las palabras en la boca o en la lengua, para terminar la frase en la falange suya, en el pulmón suyo, en el estómago suyo donde se revuelven mis intentos.

Y me desenvuelvo siempre en lo segundo, en la acorazada impresión por resolver lo no-ficticio, y marcho apagado al mar efímero donde todo arde para recoger el silencioso reclamo del revólver que se me antoja en la sien. Y escucho mis latidos en las arterias y me escucho cuando hablo sin hablarme y te escucho cuando no me hablas y sólo piensas, y me pregunto por lo que dirás cuando ahora callas de esa forma miserable.

Autorecreo las formas verbales de cuantos verbos inutilizamos, en escasa ilusión por verte en un espejo, en un sueño realizable, en un verbo cárnico de lengua que me abrasa, pero me quedo helado en la sonriente cerrazón de una composición que me retrae. Los hermosos hados del infierno me llaman y me requieren para no-observarte jamás o para quererte siempre entre mis brazos peludos y manos sangrientas o mis versos cenutrios y mis labios enormes como espadas o acorazados navíos de perdidos héroes en detrimento. Y soslayo siempre lo primero porque es el principio el error inconcebible de cuanto se piensa más tarde y me entierro en tu retrato de niña de comunión de vestido blanco en semilla abierta para el pueblo negro.

Y salgo al balcón con una nube por cabeza y unas manos por pies y unos pies por cabeza y unas sienes por deleites y una lengua por nariz y una nariz por codos y unas rodillas por nada y una nada incrementable por unas sedientas ojeras de hermoso calibre para el suelo. Y me hago al balcón que me recoge y me agarro y me sujeto a él con posibilidad de volver al suelo, pero el suelo me reclama más abajo y le respondo y me responde y me digo y me dice y me reclama y lo reclamo y me lanzo a él y me recoge y me muero para siempre sin dejar de pensar, y me muero de un modo inútil para seguir pensando, y me sigo rememorando su paso al ofrecimiento del cristo y sus miradas en los destellos de lo inútil y me sigue mirando más allá donde ahora la espero en este sufrimiento de la no-vida. Y me invento canciones y poemas y novelas y ella se ofende cuando las no-escucha y sigue viviendo como si yo no existiera cuando me he muerto y me sigo muriendo a cada instante para que ella muera, deseando su muerte en mis brazos, en los no-míos cuando yo ya no estoy y siguen tocando, tocando para nosotros, esa orquesta que sigue tocando, y miran como toca sus notas ya prefijadas en ese hermoso ritmo, y las miro y ella me mira y nos miramos pero no me mira a mí, mira el sitio que ocupo donde ya no estoy y le digo que se me venga adentro donde yo me hallo y ella se desvive por otra cosa y se amamanta de otra música y me desgarra y se me marcha y me deja en mis adentros y me proclamo el ser de la nada y me manifiesto en su nombre para no encontrarla y me despide sin saberlo, diciendo hola al ser que ahora me ocupa.

Y me entierro tal cual, en la tierra del suculento acecho, donde nada me espera, con el vientre adentro, esperando siempre, esperándola a ella, la que me vive para mí y no me vive, en su escasa cerrazón por serme donde yo no la soy.

martes, 19 de mayo de 2009

Presente de indicativo del verbo Ser Humano

Una capibara hembra suele cuidar de sus crías y de las del resto de la manada mientras el resto de los adultos aprovechan para comer la hierba milagrosa tras seis meses de sequía; también esta mañana, la vecina de al lado, una muchacha bien vestida y maquillada pasó por la guardería para dejar a su hijo antes de marchar a la dura jornada de trabajo. La capibara deja que todas las crías, aún no siendo suyas, mamen de sus protuberantes bolsas de pelo y leche mientras que la vecina se deja amamantar por su propio jefe temiendo el despido. El mayor peligro para una capibara, aunque sea adulta, es la anaconda; el mayor temor de mi vecina es que su marido llegue esta noche borracho otra vez.


Las fuertes tormentas que siguen al período de calor insoportable no son impedimento para las termitas, que construyen sin descanso enormes montículos de tierra, baba y excremento que, al endurecerse, simularía en muchas propiedades al hormigón. Cuando esas magníficas obras de ingeniería son abandonadas, otros animales, como aves y reptiles, aprovechan la ausencia de las termitas para colocar allí sus propios hogares. En el centro de la ciudad hay enormes y bellos edificios abandonados. Los destinados al ministerio y a otras obras del gobierno son, en su mayoría, auténticas joyas de la arquitectura que guardan en su cobijo miles de nadas archivadas en salones inmensos y vacíos. Cuando el oso hormiguero deambula por entre los termiteros, utiliza sus potentes garras para hacer huecos por los que obtener alimento. Las termitas atacan rápido, mordisqueando o lanzando sustancias que le provocan fuertes escozores al animal de larga trompa con lo que éste no suele estar más de un minuto en cada termitero. Las termitas obreras en seguida tapan los agujeros provocados por la amenaza mientras los edificios del centro se consumen con los años y son tapados largo tiempo por carteles inmensos de publicidad.

Cuando anochece en el lodo y las hormigas aprovechan para darse el lote mientras las termitas aladas buscan pareja haciendo de la tormenta un conmovedor espectáculo sexual, las larvas de los escarabajos emiten luces verdes fosforescentes escondidas en el termitero abandonado por las ansias de libertad de sus habitantes. El jefe de mi vecina copula ferozmente con prostitutas de lujo en las suites más caras de los hoteles de la ciudad mientras sus empleados aún tienen la luz de la oficina lanzando fotones sobre su estado nervioso cercano a la crisis de ansiedad. Las pequeñas larvas atraen con sus emisiones fotovoltaicas a las hormigas y termitas, inmovilizándolas con fluidos pegajosos para posteriormente ser engullidas sin piedad; del mismo modo, monedas sonrientes resuenan en los bolsillos del ejecutivo jefe atrayendo de esa manera a los jóvenes programadores que no consiguen la compilación adecuada del trabajo exigido.

Es extraño visualizar a un jaguar en estado salvaje y aún más escandaloso es encontrarlo atacando a los buitres para quedarse con su carroña, pero así pasa a veces en el pantanal. Los países más poderosos de Occidente provocan guerras y hambruna en Oriente, con fines únicamente económicos.

Los lobos se pasan la vida buscando comida en el pantanal. Son animales extremadamente independientes, de forma que marcan su territorio orinando largamente a lo largo de kilómetros de termiteros, árboles y otras maravillas de la naturaleza. El ser humano tiene un miedo terrible al compromiso e intenta explicar el amor a base de hormonas y otras sustancias químicas. Los lobos escasas veces se encuentran con seres de su misma especie y cuando lo hacen suelen pelear defendiendo así su zona delimitada por orines y excremento. Es raro visualizar a un ser humano defecando por entre los portales, semáforos y otros lugares públicos. Cuando un lobo del pantanal se encuentra con su pareja femenina suelen jugar justo en la frontera que les separa de sus respectivos territorios; si bien el lobo no entiende de amor, también es cierto que acepta lo que la naturaleza le propone, lo que le impide la vida en pareja sin importarle el océano de orina que hay de por medio. El ser humano suele depender de otra persona importándole demasiado cualquier defecto que impida esa relación e, imitando al lobo, construye admirables fortificaciones de mierda en torno a su corazón, obstruyéndolo, antes de que una sustancia química llegue a él y sea repartida por todo el organismo.

Una capibara no podría sobrevivir en un piso de ciento veinte metros cuadrados en una zona céntrica de la capital así como mi vecina, la muchacha de la guardería, el marido ebrio o el hijo descuidado jamás durarían más de cinco minutos en mitad del pantanal.

Aún siendo insectos tremendamente vulnerables, las termitas dan su vida por todas las demás. Instintivamente y de igual modo, un vagabundo me confesó en la entrada del metro, soñar con ser ave o reptil.

Por la noche, el pantanal entero, visto como la parte de un todo, simula los rascacielos de la gran ciudad. Una larva se come a una hormiga al tiempo que un marido borracho le destroza la mandíbula a su mujer.

El jaguar sólo consume comida en estado de putrefacción cuando va acompañado de sus crías y escasea la caza. Los gobiernos occidentales sólo se enriquecen a costa de los demás cuando les sale de los conductos deferentes, la uretra y todo el aparato reproductor, así, en general.

Cuando un lobo no encuentra animales con los que alimentarse se contenta con unas hortalizas similares al tomate cuando éstas caen azarosamente de sus puntiagudos matorrales. La mayoría de los seres humanos sencillamente no saben comer, otros ni siquiera pueden.

Lo que diferencia al ser humano del resto de seres vivos es la inteligencia y su capacidad de amar a los demás de forma no instintiva.

Yo me descojono.
Tú te descojonas.
Él/Ella se descojonan.
Nosotr@s nos descojonamos.
Vosotr@s os descojonáis.
Ell@s se descojonan.

Presente de indicativo del verbo SER HUMANO.

domingo, 17 de mayo de 2009

Houston, tenemos un poema


Como dos estrellas que bailaran
en el espacio un minúsculo vals,
así yo devoro la masa menuda
de tu barriga: ombligo con que giro.

Como dos planetas que reventaran
en la plena luz cierta del ocaso,
como si tu boca fuera el fracaso
del poema: cantimplora que devoras.

Como si el universo fuera tu ojo,
y mi pestaña la aguja que enhebra
tu mentirosa mirada de cristal,
te canto a la ausencia: la hada es la nada.

La carcasa es tu casa,
mi fastidio es olivo,
la grasa del oído
simula un retal.

Como dos seres que se amaran
en el esqueleto fiel de la estridencia,
como deben aburrirse las estrellas,
así yo: Houston, tenemos un poema.

sábado, 16 de mayo de 2009

Galileo, Galileo, Scaramouche



Aunque no hubo cola para entrar al recital de mis versos, sí conté con la presencia de cuatro buenos amigos que hicieron que la velada acabara siendo hilarante. A ello contribuyó el hecho de que el aula que nos facilitó el Centro Cultural Galileo fuera la de música y hubiera un órgano en las inmediaciones. Y aunque ninguno de nosotros sabía manejar el instrumento, dejamos que la música acompañara a los versos mientras, por turnos, los colegas se iban sentando uno tras otro para hacer como que tocaban algunas de las melodías que el órgano contenía en su memoria. El resultado fue una hora entre risas y gracias de niños que acababan de descubrir el sonido que provocaban las manos al vuelo sobre las teclas. Guardé los versos duros y sólo pronuncié los que emito a modo de desahogo y pocas veces leo; me fue fácil hacerlo estando tan bien acompañado.

La vuelta a casa no dejó de ser surrealista. Armados de una fuerza superior nos dio por gritar a viva y exultante voz los nombres de las calles que transitábamos otorgando así a los andantes la precisa información privilegiada que les ofrecíamos con toda coherencia. La velada terminó en el bar de al lado de casa.

No sé si gustó la poesía, de lo que estoy seguro es de que ésta (y alguna cerveza que otra) nos embriagó.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Lectura

Queridos amigos:

El próximo jueves 14 de mayo leeré algunos de mis poemas en el Centro Juvenil Galileo (C/Fernando el Católico, 35, Madrid) a las 20.00 h. Estáis todos invitados: será un placer volver a veros.

Besos y abrazos.

domingo, 10 de mayo de 2009

El mar de Madrid

El lago:
hemipléjica sonrisa
de un solo labio,
taciturna parálisis
de orilla
donde pescan el silencio
los descansos.

Laura:
sepia sobre una roca,
lame las flores,
olvida los coches,
viaja al espacio,
se hace del lago
y parpadea.

Y yo, distraído,
sólo miro agua y pienso: arena
y me molesta el ruido del tráfico,
se me va hasta la rima,
¡qué cojones de puta espina
se me ha clavado!

Aún así el lago:
poeta vivo a borbotones
me sonríe su presencia
y yo simulo en sus rincones
unos versos y una mueca.

Al latido del lago
sólo le falta
corazón.

jueves, 7 de mayo de 2009

Un relato: PARPADEO

La vi la semana pasada masticar rítmicamente su ojo; quizá porque su laguna se vio interrumpida por la ceniza humeante de otros labios como dientes. De todas las puertas de su cara prefiero el mordisco de sus párpados porque hay en ellos una clara intención de ser poco vistos y, en contadas ocasiones, de desaparecer para no cegarnos a todos. Estaba allí como siempre, a la entrada del edificio B, colocando los dedos en señal hermosa de victoria mientras acercaba el filtro de su cigarrillo rubio a una de sus ventanas, dejando entrar con delicadeza las humeantes nubes de nicotina y alquitrán en su pecho, que permanecía quieto, aunque de ser bien observado podía adivinarse una palpitación fuerte que le salía de adentro, enfocado a un horizonte llano de estudiantes que llegaban.


Llevaba algunos días preguntándome a mí mismo si el hecho de salir en cada descanso entre una clase y otra se debía a mi compulsiva necesidad de degustar una tapa de cáncer o si simplemente esperaba verla sola como siempre, en aquel rincón que ya nadie visitaba porque era suyo, porque la piedra ya había sido amaestrada para respetar tan sólo las nalgas de ella, las pseudogenuflexiones de sus pies en clara evidencia de nerviosismo. La miraba distraído como deben mirarse los espejos a sí mismos, con una fijación brillante de marco metálico, aburrido de reflejar siempre en mi memoria el cuadro perfecto de su estancia: una mano cruzada en torno al vientre, la otra alzada en clara perversión de quemar sus cabellos más negros que sus pulmones, mucho más lisos que las barbas de los ríos cuando la profundidad es suficiente como para evitar el oleaje; las piernas cruzadas, los ojos al aire y el aire del mundo entero concentrado en sus ojos como debieron concentrarse en la frente de cristo las espinas de su sangre; las orejas semitapadas por la larga cabellera que caía en cascada como los barrotes infranqueables de los presos que lloran desconsoladamente su inocencia.

Me acerqué tímidamente, creí que había muerto porque la facultad entera había desaparecido y me encontraba en el túnel típico de la M-40 muy cerca de la salida a la A-6 donde al final aparecía ella dirección a La Coruña. La miré como deben mirar los cipreses la llegada de seres vivos a la cercanía de los cementerios. Hice lo que suele hacerse en ocasiones como ésta, así que introduje con crudeza de cirujano la mano en mi corazón y, arrastrando lentamente la aorta me sorprendí de su elasticidad, que tardó varios minutos en romperse y permitir, tal y como estaba previsto, la salida a borbotones de mi sangre que ofrecí a ella con sumisa respetuosidad. Su actuación de después fue de lo más hermosa, pues con la yema de su índice recogió con dulzura una gota de sangre que untó con una sensualidad sublime en sus labios. Segundos después me destrozó envidiablemente la vida con un solo parpadeo.

Y sí, así estaba yo con mis elucubraciones, observándola detenidamente de reojo, cuando se me acercó. De ser la distancia que nos separaba más larga hubiera muerto verdaderamente, pero todo ocurrió tan rápido que cuando menos lo esperaba noté que me miraba y que los próximos segundos de su vida iban a enfocarse en la mía: ¿me das fuego?... ¿Que si te doy fuego…? ¿acaso no has visto arder mi alma desde aquí cuando prendí la mecha que cuelga de mis labios, es que no ves mi frente latiente con chasquido de guitarra, no ves en esta pupila concreta concentrado el destello floreciente del comienzo de la vida…? Pues claro que no. Con una confusión terrible busqué en mi bolso el mechero y le acabé dando la calculadora. Ella sonrió y entonces aparecieron alrededor de nosotros montes que se iban elevando con una fuerza escrutadora de dios, dejando la facultad tan alta que apenas podía divisarse, el sol no alcanzaba a llegar a nuestras cabezas pero seguí viendo gracias al sustento que salía de sus ojos cuando en el momento previo de ser mordidos alguna mueca de su estallido se dejaba entrever.

Tiempo después me di cuenta de mi estupidez y volví a buscar en el bolso el maldito mechero que no se dejaba encontrar. Tan tarde como me fue posible di con él, encendió su cigarrillo al tiempo que guardaba la calculadora en su sitio, me dio las gracias y después supongo que debió dejar el mechero sobre mi cadáver.

El caso es que yo no morí o eso creo, lo que me llama mucho la atención es encontrármela a veces en casa, como ahora, aquí a mi lado, quieta y sola como solía estarlo en la facultad adonde no vuelve desde hace tiempo. Le acabo de encender otro cigarrillo pero parece que lo quiere dejar, desde unos días atrás se le consumen completos en la boca sin dar una sola calada. Ya no me gusta tanto como antes, nunca parpadea.

miércoles, 6 de mayo de 2009

¿¡No es un puntazo seguir vivos...!?

Ya un cuarto de siglo
y pareciera que ayer soplara
la primera vela que recuerdo,
pero dicen que fueron veinticinco
y yo he olvidado los pasteles
aunque siempre huelan a merengue
los días del mayo cochifrito.

Si recopilo un poco de estos años
sólo recuerdo a un pedante niño,
a un adolescente enamorado,
algún intento de ingeniería forzado
y a un anciano imberbe y consentido.

Ya un cuarto de siglo
y pareciera que sólo han pasado
tres anécdotas, un buen par de amigos,
cinco o seis mujeres que me amaron,
muertes con que lloré como un chiquillo.


Un cuarto de siglo sin epitafio
y yo ya pensando en irme al otro barrio,
no más porque en Moratalaz está el motivo
de eso de vivir y cumplir años.

domingo, 3 de mayo de 2009

Desmadre poético

Fragmento de Pasado en claro, de Octavio Paz

... En mi casa los muertos eran más que los vivos.
Mi madre, niña de mil años,
madre del mundo, huérfana de mí,
abnegada, feroz, obtusa, providente,
jilguera, perra, hormiga, jabalina,
carta de amor con faltas de lenguaje,
mi madre: pan que yo cortaba
con su propio cuchillo cada día.
Los fresnos me enseñaron,
bajo la lluvia, la paciencia,
a cantar cara al viento vehemente.
Virgen somnílocua, una tía
me enseñó a ver con los ojos cerrados,
ver hacia dentro y a través del muro.
Mi abuelo a sonreír en la caída
y a repetir en los desastres: al hecho, pecho.



La madre
, de Joaquín Pérez Azaústre

La madre es cavidad al borde de un espacio.

La madre es una esponja en el alambre,
la madre es pensamiento
que viene a disfrazarse de un agua macilenta.

La madre es la palabra nacida de un espasmo.
La madre es lentitud, la madre es el error.

La madre es un recodo que te espera
en todos los perfiles del recodo.

La madre es una mano que se agranda,
que tensa devaneos, que mide el paso cierto,
que sabe que los pasos son inciertos.

También es una espera clausurada,
el breve tintineo de unos rasgos,
memoria de unas huellas que se achican
temblando en el reloj.
La madre es una hora que a veces se retrasa,
que nunca llega tarde,
que intenta adelantarse a un tiempo quieto.

La madre es una escucha,
un avance en la contienda blanca,
un ritmo de latidos que regresa,
la fiereza que ahonda en tu región.
La madre es el regreso a la región.

La madre es una forma de estar sin estar cerca,
un temblor de tiempo en las cortinas.

La madre es un cuaderno,
la caja que se agita en el color.

La madre es la estación que doma al pueblo gris.

La madre es una historia inacabada,
la madre es una historia que se pierde,
la madre es una historia que se agota
sin que sepas ponerle un buen final.

La madre siempre es la carretera,
una sombra de luz en la mañana,
un sillón que te mueve,
que aborda en cada noche el límite del sueño.

La madre es el descanso, un más acá.
La madre es cavidad sin que haya espacio.

La madre es el espacio.

Cuestionario, del aquí presente

¿Qué pasa si me gusta
dormir
sobre la inmensa teta
de mi madre?

¿Qué pasa si nunca quise
salir
del paladar endocrino
donde me abstuve?

¿Y qué, si el ataúd
es sólo
un útero de madera?

Y
No llores madre, del mismo acaparador:

No llores madre, no llores,
merecido tienes el descanso,
dame la mano madre:
hay ocasos de estertores.

Qué esfuerzo el tuyo, madre,
con qué insípida destreza
nos has hecho, qué paz
derrocha tu locuaz letanía.

Con qué asombro nos creciste,
qué platos, qué fatiga de aceituna,
qué madrugones, qué silencios
nos ofreciste al desconsuelo.

Deja que te lama la lágrima, madre,
de qué sal la llenaste, de qué olvido,
de qué sabor ácido de sangre te envolviste,
de qué útero nos rellenaste.

No llores más, madre,
el pecho te sale de pura congoja,
tienen tus ojos las lagunas
vítreas y sucias del silencio.

No llores madre, no llores,
deja que el mundo te solloce un poco,
que las alturas reclamen tu alegría.
Pero no me llores más, madre.

sábado, 2 de mayo de 2009

Multitud

Era una más entre la multitud a pesar de que sus ojos parecieran violetas. Caminaba noctámbula entre la ola de carne sin saberse hallada en la cresta, con su lengua roja de soledad y los ojos en la época irresistible de la polinización. Se chocaba a posta con un muchacho ensimismado en una conversación de teléfono, con un transeúnte malvestido, con el bolso malgastado de una muchacha pelirroja. Había en ese contacto una cascada de agua, un abrazo diminuto, un nanosegundo de paz. Arrastraba cierto cansancio en el zigzag que no la llevara a ninguna parte, consciente de que tal movimiento aumentaba su posibilidad para el roce planeado y así, azarosamente, sus movimientos eran transcritos por una línea imposible de pronosticar. Alguien, quizá yo, consciente y apuntador de tan gloriosa manifestación de sensibilidad, la seguí un largo trecho durante kilómetros y kilómetros de choques y soledades emitidas a lo largo de la misma calle que me parecía ahora sinuosa, a pesar de tratarse de la calle preciados y encontrarse atestada de personas que la transitaban como ola de carne, como cresta de vello, como fumigación imberbe de sangre que camina. Los encuentros siempre simulaban ser casuales de no ser porque en el trayecto crecían en el suelo campos inmensos de amapolas como regueros de heridas de un precioso bermellón. Al fin me atreví a cogerla de los hombros, como se consuela a un amigo borracho en su plan importantísimo de arrancar una señal de tráfico, vaciar un contenedor de basura, llamar repetidas veces al telefonillo de una familia durmiente en Guzmán El Bueno o abrazar primorosamente la espalda de una señora mayor que pasea al perro muy tarde en la noche. Se dio la vuelta y nos reconocimos al instante:

- Esto... ¿cómo te llamabas?

- Poesía

- Ah, cierto. Yo te escribo.

- Ya, te andaba buscando.

- Pues vente conmigo.

- ¿A dónde...?

- Pues a mi casa.

- Eso está muy lejos.

- No, aquí tengo mi cuaderno. Métete pronto adentro.

- ¿Por qué...?

- Porque seguro que viene alguien y te lleva y le da por escribir un poema.

- Pero si eso ya lo has hecho tú.

- Para nada, eres tú la que te escribes.

- No, yo sólo te escribí a ti.

- Y entonces... ¿dónde estamos?

- Pues en medio de una multitud de gente de donde surge a veces el cadáver de un verso.

- Pero... ¿estamos muertos...?

- No, ¿no ves que escribimos?

- Ahhhh... cierto

- Sólo quiéreme y respira.

- Ya te escribí.

- Pues adiós entonces.

Y fui yo el que estaba en medio de una multitud como ola de carne y de mis manos goteaba precioso el cadáver de un verso. Di vueltas y más vueltas en torno a mí zigzagueando y en el charco del poema resbalé.