viernes, 30 de abril de 2010

Siamés

Hazme caso:
no le pongas a tu hijo
el nombre de un muerto.

No le cuentes
las mentiras
del ciprés.


No le digas
el milagro de parecerse
a la quimioterapia,
ni le enseñes fotos calvas.


No le hables
de resurrección.


Hazme caso:
no mezas las dos cabezas
de tu hijo.


No hagas monstruos
de lo que nace.


Pace en paz
con hijos vivos
o no los tengas.


Son discretos
los recambios
de la carne.


Degüella un gato
si quieres un siamés.


Hazme caso:
no le pongas a tu hijo
el nombre de un muerto.


Llama a cada losa
por su hombre.


El hijo que no tengas
te lo agradecerá.


Créeme.


Hazme caso.

jueves, 29 de abril de 2010

(Mu)danza

Te basta respirar
para sofocarme los prodigios,
rodillo que eres de lo enhiesto.

Sin anzuelo, lonjas merodeas,
subida en los bordillos de aletas
de parques azules
donde los tiburones juegan
a ser limón.


Te basta no saberme
para liquidarme los espectros
y te sobra talento
para el quicio.


Ortodoncia para el lobo,
tu cuello es impecable sitio
donde vengan los aullidos
a orinarse.


Y te bastan los carteles
que avisan que las nueve
es hora irresistible
para el llanto.


De vez en cuando
frecuento tus andanzas
y te basta el equilibrio
sobre la monda
para hacer gutural
el rechazo:
matanza de manzanas.


Gran hallazgo
hacer mudanza
de tus pasos.


Mudar,
mutar así
sobre la sierpe.

miércoles, 28 de abril de 2010

Virginia y el erizo V (y último)

Ya está terminado, dos cuadros que son uno. He pintado dos obras que son iguales exactamente a todos los efectos. Todo empezó como un estudio de la complementación del color con la luz y la sombra cónica proyectada. Si no me fallan los cálculos una vez consiga dos espejos de igual tamaño que las pinturas, no tendré más que disponerlos para crear el efecto de la tercera dimensión onírica.

Eso o nada, y qué feliz seré salga lo que salga. Feliz, feliz, feliz... como cuando pinto, que es tan poco...

martes, 27 de abril de 2010

Amatoria flagelación

De inclinaciones
conspiramatorias
tengo pensadas para Cupido
las más salvajes flagelaciones;
ángel vendedor de cupones,
qué te habrás creído.

Mañana mismo te apunto
a tiro con arco,
a ver si aciertas de una vez
los sinos cardiovasculares.


Voy a vituperarte
el desatino que, a los siglos,
de corazones
nos has degollado;
vas a ver lo poco
que se tarda
en caer
de una flecha;
trinchera que eres
del balcón.


Quedamos a las O.N.C.E.,
tráete tus dianas,
tus lianas,
tus incertidumbres
de Heisenberg,
que de tanto alarido
que de mi boca salga
me habrás de acertar.


Mañana mismo te apunto
a tiro con barco,
y que sean náuticos
tus azotes;
ángel vendedor de escorpiones,
qué te habrás creído.

La musa

Si la hubiérais visto...

Tengo la suerte de encontrármela a menudo, cuando regreso a casa. Yo suelo ir ya en coche y ella caminando, bien desde el metro, bien desde la parada del autobús. Mira que hago un esfuerzo por no percatarme demasiado de lo que me rodea, por si aparece; así que suelo concentrarme sencillamente en el ejercicio de la conducción, mirar en línea recta, al horizonte siempre cortado por los edificios, pero cómo no mirar al lugar desde donde empiezan a curvarse los andares, cómo no mirar adonde la gravedad abandona su propia aceleración para hacer etéreas las cosas. Si la hubiérais visto... los miles de regalos que me hace sin darse cuenta. Hoy, sin ir más lejos, caminaba por un bordillo que da a un parque, forzando el equilibrio, con la mirada perdida entre sus pasos que seguían el guión de ese rocaje artificial: el bordillo con más suerte del planeta. Me olvidé de conducir y giré el cuello más allá de los trescientos sesenta grados para verla en toda plenitud. Qué estaría pensando, qué música estaría reproduciéndose en su mp3. Si la hubiérais visto... parecía que no estuviera en el mundo, que paseara por una viga hecha de nubes con sus manos balanceando una caída imposible. Si hubiérais visto la gracia con la que me he salido de la línea de pintura que me separa de todos los estruendos, si hubiérais visto la sonrisa triunfante ante el conductor de enfrente llamándome hijo de puta, si hubiérais notado la olla exprés de mi estómago tan arriba de cocido que estaba a punto de mariposearme los enseres, si hubiérais visto...


Cuando llego a casa y trato de ver cinco minutos la televisión no puedo, cómo iba a hacerlo, si tengo las paredes llenas de las imágenes que me regala y todo es una locura tan absorbente que soy incapaz de asumir la vista para otra cosa, de asumir el carboncillo para otro trazo; si la tengo en cada paso, en cada poema, en cada folio de un sinfín de cuadernos donde está tan bella en mi lápiz que me es superior la fijación para otra cosa, que no puedo, no puedo, no.


¿He inventado acaso una práctica aún más deprimente que el sadomasoquismo? ¿Es normal querer de ese modo, tiene sentido no afeitarse desde el último beso cuando quizá una de mis puntas haya penetrado en su carne fina hasta llenarse microscópicamente la cúspide de la sangre más roja y más hermosa del universo? ¿Tiene sentido reventar así, llenarse así, tiene sentido, tengo sentido, tienes sentido, tenemos sentido?


No, claro que no; yo me niego, tú me niegas, yo te regalo el presente de indicativo de la negación.


No y no mil veces.


Pero madre mía, si la hubiérais visto...

Sobre el homenaje a Miguel Hernández

Miguel Hernández estaba vivo a las 19.30 en el graderío alto de El Centro Cultural Paco Rabal, el pasado 23 de Abril.

Miguel Hernández estaba vivo en el cañón desde el que era proyectado.


Miguel Hernández habló por Maribel Alonso, por Martín Lozano, por José Ortega, por Sebastián Galán, por Eloy Bohán, por Miguel Pastrana, por Juliana... por Elena Moratalla, por José Antonio, por Cristina Santa-Ana, por Rosa, por Ernesto, por Candil... Miguel Hernández habló por mí y Miguel Hernández estuvo enorme con su boca llena de pueblos, con su gorro de campesinos en rebelión, con sus ojos de cárceles y sus dientes abarrotados.


Como Miguel Hernández estaba vivo a las 19.30 en el graderío alto de El Centro Cultural Paco Rabal, el pasado 23 de abril, el sitio se llenó de amantes de la psicofonía y ésta era un altavoz de poesía que amplificaba el abrazo hernandiano.


Miguel Hernández cantó por Lali Jarque y Pilar León y tocó la guitarra exactamente igual que como lo hubiera hecho Diego Rolo; y en las gargantas se oían cascadas de almazaras y los aceites hacían gárgaras contra la sumisión del pueblo llano.


Y, aunque Miguel Hernández odiaba los homenajes, a pesar de ser acribillado por los aplausos embriagados de emoción; contra todo pronóstico, Miguel Hernández seguía vivo incluso después de la hora y media que nos habría rechazado.


Entonces y, ya al final, Miguel Hernández se dio la vuelta para aplaudir a Poekas, en fotos grisáceas de grisáceos tiznes amarillos y Poekas estuvo sencilla, enorme: hernandiana.
Y Poekas triunfó de nuevo en Vallekas, triunfó al tiempo que otro cientos de actos tenían lugar al mismo tiempo en diversas zonas de la ciudad.
Poekas triunfó en el sitio de siempre, con la transparencia de siempre.


Poekas triunfó.


Otra vez.

Desvaríos de antes del recital

Escucho The xx, un grupo que acabo de descubrir y que recomiendo desde ya. Limpio la casa a conciencia porque mañana vienen mis padres a ver a su perdido. Llevo boina y bailo con todas las ventanas abiertas para que se seque pronto el agua con limón. Termino y enmarco el retrato más hermoso de la historia. Me sale un poema de la nariz y sorbo hacia adentro. Anuncio que mañana los Poekas homenajearemos a mi otro abuelo: Miguel Hernández. De repente y, súbitamente, recuerdo el sueño de mi minúscula siesta de la tarde; tan pernicioso para cualquier salud que no lo voy a contar.
Me encanta el olor de mi nuevo suavizante.
Mi corazón lleva cascos y atraviesa con sus piernas largas los pasos de peatones, le pito y no se da cuenta del Safrane. Escucho la entrevista a Déborah Vukusic en Ovejas eléctricas, otra vez y la próxima vez juro que probaré el helado de limón. Elena Moratalla me perdona mis ausencias para el grupo y yo memorizo mi poema de mañana. Esta noche no dormiré bien o dormiré sobre mi hombro porque mi cuerpo me prefiere imposible los días de descarga. Estudio el modo en que abrazaré a mi hermana Virginia en cuanto entre por la puerta; decido que será un apretón diagonal y mis manos experimentarán una ovoide entre su pelo largo como mis gritos. No sé la cara que pondré cuando le vea a mi madre las colmenas, no imagino la cara que pondré cuando mi padre me diga que huele a tabaco. Decido, súbitamente también, como en mi sueño, tener quince años, otra vez y decido decírmelo en francés: J´ai quinze ans, j´ai quinze ans. Cuando me miro al espejo descubro que los tengo efectivamente y me digo: menos mal. En cuanto me marcho me doy cuenta de que estoy a punto de cumplir veintiséis y que hace once que sueño con María Teresa. Ella crece en mis sueños a mi ritmo, así que bien.
Preparo el disfraz de ingeniero de mañana. Aún me pregunto si llevaré mi propia neorrabia al recital, creo que sí, pero ya veremos. Tengo hambre pero no voy a cenar, forma parte de mi propio complejo, así que me tomaré otra cerveza. Preparo unos ejercicios para Eva, mañana le enseñaré la forma matemática con que los planos se mutilan. Luego marcharé al Paco Rabal a homenajear a mi abuelo así que cojo el D.N.I. y me borro el apellido; desde hoy y, por un día, me llamo, Pedro Hernández y mi cabeza es tan pequeña como una aceituna.
Releo los poemas que abarcan la mayor parte de las noches y nunca publico y digo: madre mía. Los vuelvo a releer y digo: qué pérdida de tiempo. Pienso en el encargo pictórico de la mujer polaca que hace poco me visitó y me dijo: quiero que me pintes el cuadro más triste que hayas pintado en tu vida, algo desesperado, eternamente solitario, como tus versiones de Guayasamín y pienso, dos segundos, igual tres, pienso en mi cara. Luego pienso en mi cara puesta sobre la de Marie Curie y juro que nunca más volveré a leer su biografía. Pienso en la mujer polaca del otro día, la que ha descubierto que no tengo ni idea de usar el color, la que me pide que, por favor, le haga un cuadro a carboncillo y creta pero no más y que lo manche del aceite que recogieron mis hermanos la temporada pasada; me dice que, por favor, regrese a mis inicios, que no explore más el óleo, que es una pérdida de tiempo, que no sé, que tengo que aprender. Le doy las gracias y le doy la razón y le aseguro que, desde entonces, en el trabajo, ya me he olvidado de la poesía porque dejo sobre el cuaderno tales tristezas que cuando alguien las ve me mira y me da la limosna de su propia desesperación, mueca que yo recojo pictóricamente para mí.
Mientras escribo no puedo dejar de mirar mi último cuadro. De algún modo se podría asegurar que no lo he pintado yo. Se podría decir que yo estaba allí en el momento oportuno, se podría decir que es mío pero no, se podría afirmar que algo hizo que lo pintara. Me beso las manos como cada noche, me digo: ole! Y sé que mañana me parecerá muy muy muy muy muy muy muy muy muy mejorable. Mañana en cuanto me levante tendré ganas de tirarlo a la basura, mi cuadro y a mí tras él.
Me doy cuenta de los momentos mágicos de cada día. Me doy cuenta de que todo ser humano tiene algo de ángel; incluso el asesino más despiadado, incluso el violador más repugnante, de repente y, oh milagro, tiene unos pies preciosos, o unas manos comestibles o la más radiante de las cabelleras. Me doy cuenta de que tenemos el tizne de la gloria, me doy cuenta de que soy un esteta del espíritu y que mi forma de sentir es inabarcable. Me doy cuenta. También me doy cuenta del máster de mi soledad, me doy cuenta. No tuve más que no presentarme a las pruebas y obtuve la máxima condecoración, soy doctor en nanología, las cosas pequeñas tienen el ímpetu de toda mi nostalgia. Luego y, sobretodo, me doy cuenta de la inabarcable ineptitud de mis actos, la inquietante labor que dedico a las inutilidades y me castigo regando las plantas y me castigo siendo incierto.
Ahora me duele la laca, la capa que se amontona sobre el carboncillo cuando se decide acabada la obra. Cómo se puede tomar razonablemente tal decisión, cómo se puede terminar lo que no tiene límites y procura limitar sus mejoras. No me lo explico: cómo se puede.
Después de seis meses me llega la última multa que recurrí y empiezo a pensar en los versos de mi nuevo recurso. Eso sí, esperaré otros seis meses para enviarlo pues tengo tanta prisa como los que quieren recaudarme.
Y ahora que se acaba el día empiezo a escucharme, sí, a mí, verdaderamente a mí y me doy cuenta de que es mejor ir a dormir, ya, ahora.

jueves, 22 de abril de 2010

lunes, 19 de abril de 2010

Gaviota


Tengo la impresión de ser gaviota
en mi manía de abollar océanos
y dedicar el cráneo
a las castañuelas.


De avena las venas,
tengo fijación por los avisos
que vienen a infestar las tierras
sin deparar en mi incordio.


Odio
la utilidad de las cosas,
por eso canto a la alquimia
de los cerrajeros
y hago charnelas
con el horizonte.


Tengo la impresión de ser gaviota
en mi exclusión del gentilicio,
pico pocas pecas en los puquios
y soy avaro con la sangre.


Tengo la impresión de ser gaviota,
idiota ave del coluro,
no estoy seguro ni del indicio
de que tanta vida dedicada al desperdicio
vaya a acabar algún día con mi hambre.

viernes, 16 de abril de 2010

Matemática poesía


Supongamos que equis es un subconjunto
del conjunto vectorial
de todos los granos de café
de Colombia.


Supongamos que equis se aproxima
a tu ojo.


Que mi habitación esté llena de ojos
equivale a decir que mi habitación
está llena de tazas de café
y esto implica que mis aspas
involucran y raspan al molino.


El límite de tus ojos tiende a infinito,
así que equis es igual al océano
y, estadísticamente, su media
es naranja.


Supongamos, en cambio,
que Colombia es un subconjunto
del conjunto vectorial
de todas las equis,
de todos los molinillos,
de todos los cafés.


Supongamos que equis es drogadicta.


Que mi casa esté llena de jeringas
equivale a decir que por mi casa
ha pasado tu ojo en procesión
y el amor es irrefutable.


Así que:
si el límite del infinito tiende a tu ojo,
podemos decir que equis es igual a la lluvia
y por eso llora abril
en su límite por la izquierda.


Ahora bien:
si equis está en Colombia
y yo sólo bebo el café
de Madrid,
la distancia entre los vectores
es más o menos
el Atlántico.


Finalmente supongamos que equis
eres tú,
supongamos que equis es igual
a sesenta kilos de trinitrotolueno.


Despéjate.


El amor es incalculable.

miércoles, 14 de abril de 2010

Ojos

Tus ojos
de pianos leprosos
asumen sinfonías
de improperios
y me lanzan maldiciones
de estaciones
donde el futuro
es todo lluvia
sin rencor.

Tus ojos
como moscas,
tus incordios,
tu estadística
llena de
abalorios,
hace posible
el flexo,
la corriente alterna,
la caverna
donde manos de sangre
hace milenios
superaron el arte moderno
para que tus ojos
como moscas
descubrieran
la evolución.


El efecto de tus ojos
exacto a llamarme
hijo de puta,
no hay duda de que
insulta,
no hay duda de que
se vanagloria
de mi interior.


Tus ojos,
tus islas,
navajas
de la cuerda
del paracaidista
me estrellan
milagrosamente
la razón.


Las moscas
me remolcan
y se revuelcan
de puro amor.


Tus ojos
son rastrojos,
son piojos
en peligro
de emoción.


Y yo,
cojo de ojos,
cojo pestañas
en rebelión.


He aquí mi visión
de la antimateria.
(Estudio de ojos de Rafa Navarro)

martes, 13 de abril de 2010

Viudo


Tenía quince años
la primera vez que enviudé.


Cada olivo se llamaba Teresa
y el primer beso: Teresa,
de fresa la lengua,
de Teresa el Chupa Chups.


Cogidos de la mano hasta el almendro
jugábamos a querernos con tanta entrega
que en otoño parecíamos Abril
y las aceitunas tenían la cáscara
añil
de la primavera.


¡Uno, dos, tres,..... cien!
Y en un santiamén
desaparecíamos,
cada esquina de su pelo
era un rincón donde esconderme
y siempre era una suerte
tropezarme con los cepos
y ser el primero
al que encontrara.


Corríamos hasta chocarnos con las paredes:
¡por mí y por todos mis compañeros!
Y Teresa sonreía el minuto más feliz
de toda mi existencia.


Y yo era un eclipse de Teresa:
Teresa sonriendo bajo el sol.


Un día se escondió
durante tanto tiempo
al hervor de los hospitales
que dejé de buscarla
hasta que la meningitis B
la encontró.


Y yo tenía quince años
la primera vez que enviudé.


Y cada catorce de abril
le llevo flores a Teresa
por su cumpleaños
y me hago tanto daño
que me siento aún
en los ojos
el flato
de su ausencia.


Teresa:
el amor más puro,
más sencillo
y menos cruel
de mi vida.


Tenía quince años
la primera vez que enviudé.

Autismo sensorial


Si fuera por sonidos
te parecerías a la palabra
n e n ú f a r
y serías estufa
contra el tacto.


Y si no me falla el olfato
diría: pesebre,
y aún más: arcilla,
derroche de Süskind
en tus perfumerías
y diría: sol,
si es que el sol
d(h)uele.


Si fuera por degustaciones
te parecerías a la palabra
v a c a
con((ple)di)mentada
con el desagüe: canal,
sangre aún ba(la)tiente
en mi boca etíope.


Soy caníbal
del almíbar
de tu cuello
y si te miro
los sesos
se me hacen
al pil-pil.


Eso sí,
si fuera por imágenes
la palabra es miope
y cada verso
sufre astigmatismo.


He aquí los síntomas
del autismo
sensorial.


Tú sin dart(m)e cue(rd)nta
y yo:
tar
ta
mu
de
an
do

de tan sordo,

de tan ciego,

de tan quemado

como me

tienes.
Y ahora vete
que ya miro yo
por ti.

Poemas desde el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda

XII

La muchacha
pincha el dedo
del que sale el magma
de las islas enfermas.


Los arrecifes
se aprisionan
entre dos láminas
de cristal.


Desde su bata blanca
avista tierra
y grita:
¡leucocito a babor!
¡leucocito, mirad,
leucocito!
Y de asombro
escurre su ojo
por los catalejos
de última
generación.


Iniciada la conquista,
llama Sangre al territorio
y descubre tribus de glóbulos
todos ellos del Atlético
de Madrid.


Fracasan
las gradas
del laboratorio.


La muchacha la mira:
¡la isla tiene SIDA!
Y lo anota en su diario
de aborto.


El barco
sigue su rumbo
dando tumbos
entre las muestras.


Viento en plasma
a toda plaqueta
la muchacha tiene
los ojos sanguíneos
y toda isla desierta
es un glaciar.


Parece tan sana
la capitana
que busca tesoros
de enfermedad.


El cofre,
el vidrio,
tiene una isla
que tiene una poesía
en estado terminal.


Y sin tapujos me lo dice:
tengo el síncope
de la inmuno
decadencia
admitida.


Y yo sonrío.


Somos
contagio.


Somos
donación.

lunes, 12 de abril de 2010

Ninorrabioso II

No hay prenda más elegante que la camiseta neorrabiosa. Sobretodo cuando te levantas el domingo lleno de agujetas por todo el cuerpo y es que ser el peor defensa elíptico de la historia cansa. Sin embargo, una vez te duchas y sacas del bolso la camiseta que la generosidad batánica te regaló el día anterior y te la pones, eso ya es otra cosa. Me sienta de lujo y encima no tengo más que subirme el contraste un poco a la vez que la luminosidad para parecer guapo o para simular una estrella del rock, en palabras del propio poeta vasco que pide que repatríen las patrias. Que lo hagan, sí, que lo hagan de una vez.

Me gustaría escribir una crónica sobre el partido, pero no lo voy a hacer. Baste decir que me lo pasé estupendamente, como siempre, que la otra vez creo que nos lo tomamos todos más a cachondeo y no hubo tanta discusión (lo que tiene la falta de arbitraje). Muchas cosas sucedieron tal cual: los elípticos dimos pena por la falta de apoyo animador, en nuestro banquillo había unos cuantos grillos ahorcándose directamente, mientras que los obvios contaron con el apoyo femenino (que brilló por su ausencia en el campo de juego) y mantuvieron intacta su táctica de fusilamiento; nosotros jugamos mejor, muchos contrarios lo reconocieron, pero perdimos, maldita sea, otra vez.


Poéticamente esto no sirve para mucho, sí para saludar e intercambiar unas cuantas palabras con grandes artistas que respiran cerca de ti. A mí me ha servido principalmente para empezar desde ese memorable sábado a plantearme practicar más deporte, perder bastantes kilos y no dar tanta pena como la última vez. Lo voy a hacer, ya lo veréis, quiero una L en la que salga Argi, la quiero y me va a entrar, no pararé hasta conseguirlo (la última vez que me entró un complejo parecido perdí veinte kilos en un verano).

Me olvido de decir que lo mejor de ese día fue un momento cuando ya habíamos terminado y, al pasar al lado de los baños, salía Iratxe muy mosqueada porque se había quedado encerrada en el baño y estaba llamando a Batania, que no escuchó la llamada porque recogía conmigo las botellas que los poetas dejaron por los suelos. Digo que fue el mejor momento, porque mosqueada como salía la chica, se quitó las gafas de sol y justo atravesaba una zona en penumbra para darle el sol en toda su cara enfadada. Nunca había visto un milagro azul tan intenso en unos ojos y ahora me explico que los guarde con tanto cuidado bajo sus gafas de sol. Verónica me avisó de que me apartara porque podía ser muy violento. Me hizo gracia y bajé sonriente hasta el coche que me llevó con mis primos a comer por ahí. Pocas veces se ven bombas de relojería de tal precisión.

Me repetí por enésima vez: somos atentado.


Luego añadí: me gusta la neorrabia blanca.


Ahora me voy al parque a sudar.

viernes, 9 de abril de 2010

II PARTIDO INTERNACIONAL ENTRE POETAS


Mañana, sábado 10 de Abril, a las 12, tendrá lugar el II Partido Internacional entre Poetas Obvios y Elípticos, toda la información aquí.

jueves, 8 de abril de 2010

Amatoria drogadicción

Seguramente
ni te hayas percatado
de que tienes arcos ojivales
hechos de pestañas,
ni de que arañas
la brizna
de mi
percepción.


Y, de seguro,
crees infusa
la fusta, el tesla
de las condensaciones,
de las rebeliones
matemáticas
de tu maraña
donde llora
sin cesar
el logaritmo.


Y te es indiferente
la extravagante
noción de insensatez
de que me plagas.


Tan desapercibido pasa
el abanico con que
poetizo
tus
arcangélicas
levedades
que soy
narcotrafiamante.


Y, estoy puestísimo,
hasta arriba
de ti.

Exposición de Alicia Roy en Hotel Lusso, Madrid

Cualquiera que conozca a Alicia Roy se habrá dado cuenta de que tiene, bajo el cristalino, una máquina de coser. De hecho, la pupila oscura tiene el impulso malagueño y cinético que sólo puede existir en la punta de una costura. Así que a nadie debe de extrañarle si, mirando sus cuadros, se ve repentinamente enhebrado y se nota la carne hecha hilos. El martes mismo, cuando la acompañé a colocar parte de su obra en el hotel Lusso, nada más entrar en uno de sus cuadros, de título One more beer, me vi de forma imprevista transformado por la sensación de haber sido apuntillado entre las bielas-manivelas de la realidad hecha jirones. Y es que Alicia fotografía primero lo que más tarde sabe que va a colocar tal y como lo vio segundos antes de descifrarlo mecánicamente y es en el ojo físico de sus elucubraciones donde existe la magia, pues cualquier realidad parcial que existe, digamos en un callejón cualquiera que no representa a Berlín, en una esquina desconocida de, digamos, Londres, quizá en un irreconocible rincón de Nueva York... de repente se distorsiona, ya sea digitalmente, ya sea con el uso de los pigmentos, para en un momento dado, ser taladrada milimétricamente con la máquina de su ojo, inevitable labor pues, como digo, bajo el cristalino hay una fábrica de telares.

Y el mismo hecho de coser, parecido a la sutura, simula, en manos de ella, esa relación que existe entre las cosas y en los límites de sus cuadros puede verse cicatrizar ya no sólo la herida callejera de un paisaje urbano sino aún más, ese extraño vínculo que parece existir entre todo.


Cualquiera que conozca a Alicia Roy, como vengo diciendo, más allá de la rebelión de soldados que tiene pegados al párpado, habrá disfrutado sin vacilación del afilador que enrosca su rueca cerca del iris. Por mucho que hayas planchado tu camisa, la artista seguramente perciba las arrugas del alambre que deberían practicarte sus rayados. Y es que, aunque su máquina de coser atrapa la realidad, descontenta de la curación, las manos inciden con su cuchilla en las inmediaciones de la fotografía cambiando herida por sutura hasta dejar tan intacta la metamorfosis que lo que se ve ya no es lo que era sino otra cosa; con las mismas intersecciones, pero en otro sitio; y con las mismas distancias, pero en otro lugar.


Pintura móvil donde se ostenta lo mecanizado y la realidad es un cúmulo de ventanales.


Alicia Roy, la costurera que cose las roturas que ella misma ha provocado a su ojo fotográfico; la que apuñala los arreglos de un día atrás, la que a veces escribe a machete y llama a las cosas por su nombre en el idioma en que las contempló.


Alicia Roy, hasta el 30 de Junio en
Hotel Lusso ****
C/ Infantas, 29
Metro Banco de España
Madrid


Más información, aquí.

lunes, 5 de abril de 2010