viernes, 14 de enero de 2011

Irreflexión poética II

A veces, muy pocas, me paro a pensar en mi poesía. Me doy cuenta de que sólo la entiendo en el momento en que la escribo de modo que, al retomar su lectura semanas, meses, años después, me parece casi ajena, distinta de mí porque mi poema me embelesa según el día y se forma a través del yo como consecuencia de todo lo que me afecta concéntrica y excéntricamente. Pero me he dado cuenta de que en casi todos mis poemas hay un masoquismo impuesto y una fiesta de descelebración, una descelebración de casi todo, un rechazo a mí mismo lo primero y, por tanto, a todo lo demás. Yo niego lo que quiero afirmar y afirmo toda negación haciendo uso de una ironía hiriente. Yo aclamo Que nadie se espante, para querer decir: Por favor, espantémonos todos… yo insisto: ¡Calma, calma! Para dar a entender un deseo de aceleración que se me resiste. Pero no abuso de una acusación a todo lo bueno como la alegría y el bienestar sino que atento contra lo que, en general, se tiene por bueno y celebrable y que, habitualmente, me resulta absurdo y me provoca poemas y mareos.

Antes buscaba el poema, ahora viene él solito y le falta escribirse a sí mismo para serme más ajeno aún de lo que ya me es cuando me lo creo en mí. Viene en el coche, después de una melodía que no sé de quién es y que suena en no sé qué emisora de radio, después de un piano y un violín que tocan a la vez algo tristísimo que a mí me hace pensar en balancines y en Isel. Y es tal la sensibilidad entonces que, sin yo quererlo, diciéndome con mi ego gigante lo nenaza que soy a veces, se me caen limpísimas dos lágrimas por las mejillas que me llevan a que se me forme en la cabeza una idea, una pequeña metáfora que se va haciendo torbellino en el cerebro hasta formar el esqueleto de un poema que saldrá sólo, escrito por sí mismo, desde mí. De Isel me alejo todo lo que me sea posible para poder escribir pues su belleza de polaridad igual y aún mayor que la de las palabras que forman versos, repele cualquier intento de poesía y sólo es posible crearla desde ella y para ella sólo cuando no esté y vuelva a estar gracias al pensamiento fijo en su ausencia. Me pasa lo mismo con la pintura, el otro día intenté dibujar a Isel y no pude. Y ella posaba y le inquietaba el avance de mi lápiz sobre el lienzo, pero era imposible. Sólo sé escribir sobre Isel sin Isel igual que sólo ser pintar a Isel justo cuando no esté presente; y esto sucede por una ley física muy sencilla.

Y una de las cosas que más me satisface de mi amor al arte, aunque pueda parecer una contradicción, es el ínfimo poder de convocatoria que tiene y es que, cuanto más entusiasmo pongo a algo que me propongo hacer aún menos sentimiento conceden los demás a mis ilusiones. Por ejemplo, como muchos no sabréis, hace poco creé junto a un amigo un blog sobre música clásica, lo hice porque ahora me ha dado por ahí y leía muchas cosas interesantes que me apetecía compartir. Total, que no sólo ese blog no ha tenido absolutamente ningún comentario en los cuatro meses de vida que lleva, sino que mi colega ni se ha dignado a escribir más de una entrada mientras yo ya iba por la veintena. Es más, creo no equivocarme si digo que no lo ha visitado ni Dios. Y esto es algo que me llena de alegría, un pequeño fracaso donde me baño alegre al son del viento. La verdad es que no miento si digo que entraba habitualmente para ver si alguien decía algo, pero no, nunca, y eso me satisfacía con una potencia inusitada. Me pasa exactamente lo mismo con algunas personas a las que les he propuesto alguna cosa conjunta y que, si bien reciben la proposición con entusiasmo, queda olvidada para mi felicidad.
Supongo que me ocurre que no creo con la fe necesaria en el arte como tal aunque lo ame por encima de muchas cosas. Yo pinto algo y, normalmente, no me gusta para nada el resultado, no era lo que pretendía, no se asoma, ni se acerca a lo que sentía, es una basura… pero entonces cuando lo llevo a la persona que me lo encargó y lo aplaude, así como los que lo ven, lejos de proporcionarme alguna dosis de orgullo siento que me están mintiendo y me prometo no volver a crear semejante mierda nunca más. Como el otro día, que pinté a Isel con la sangre de las aceitunas que recogimos de un olivo de Torrenueva y era tan falso el resultado que no hablé a Isel en toda la tarde cuando me dijo que a ella le gustaba mucho; incluso no me dejó romperlo cuando ese era mi deseo.

De algún modo la poesía, como la pintura, como la música, es un roce, es algo que creamos nosotros desde muy dentro con la intención de expresar eso que en verdad sentimos, ese brote de imposible felicidad o de gigante tristeza; pero que siempre queda en el intento, que es asíntota de una curva que nunca tocamos, el verdadero arte que dura un nanosegundo cuando nos viene esa idea e intuimos todos los caminos por los que nos puede llevar esa espasmo primero; el problema es que en el camino nos equivocamos, fracasamos y nos queda una rebaba de aquello, una deformación más o menos hermosa y que llamamos poema. Así me pasa con Isel, que ya la he dibujado decenas de veces y no tengo cojones a enseñar lo que he hecho, ni siquiera a ella, porque qué poco se parece, qué de daño le he hecho a su hermosura, qué lejos estoy de su belleza, de la belleza en general, de la poesía.

Discurso

Atención a la locomotora china
que habrá de arrasar los siglos,
atención al balancín
de la Europa cabreada.

No pasa nada, no pasa nada, no pasa nada,
una legión de hombres bien vestidos
hará todo lo posible para ahogarnos
de buena fe, no pasa nada,
que nadie se preocupe.

Hay un paro parado en el parón
para nadie
mas están trabajando en ello
en la parada sin paredes
pernoctan, eructan, estorban
los uniformados.

Atención al discurso que hace héroes
a las víctimas, qué bonito, qué curioso,
atención al honor de que se viste la desgracia,
¡Palmas, más palmas hacen los ganados!

Oh, yo me he sentido patriota de mi esquina,
oh, yo le he cantado a mi esquina y he llorado,
oh, yo me he puesto la mano en el pecho por mi esquina
y me acompañaron los chiquillos
y escupieron a otros por mi esquina,
y murieron incluso por mi esquina.
Oh, ahora tienen un hermoso monumento.

Tantos han venido a mi esquina
que tuve que inventarme el odio.

Atención a los países puestos en fila
para disputarse mi deuda,
atención a la mujer hermosa
de tan molida a golpes, atención.

No pasa nada, los poetas fueron avisados
y vendrán tan tarde como puedan
a subirse a su andamio de palabras
y construir un edificio que tenga los pilares
alicatados de silencio.

No pasa nada, el político prometió
prometer algo y nunca cumplirá su promesa
así que lo votaremos por si acaso,
todo el mundo trasnocha por la sangre,
todo el mundo.

No pasa nada,
el hombre tiene una nube en la nube
con que sueña,
no pasa nada.

¡Basta, basta!
Con calma
nada
la nada
entre los
girasoles.

Fiesta

Cada vez que sale de fiesta
Isel se pone un traje de sangre pura
y depura los ombligos donde excavo
mi presencia.

Tengo un hormiguero en el cerebro,
se asienta la noche con sus patas
en donde pienso acomodar
una por una mis dendritas
para ver a Isel en la guadaña
donde cantan los espíritus
que me desprotegen.

Ahora el niño tiene una ventana
hecha persiana en las rodillas
y el viento que le sale de los ojos
ha creado, ¡milagro, milagro!
una vaca azul con las ubres
hasta arriba de termitas.

Tengo una despensa para el látigo,
tengo una docena de ojeras que me pongo
según el día,
tengo tres sillas con nalgas de animales
y tres lámparas hechas
con las legañas de los ciegos.

A la noche
me apareo con la costilla
de un aliento endiosado.

¡Estoy vivo,
estoy vivo,
una estampida de Iseles
atravesó el arco del arco
de la selvática tristeza.

¡Estoy vivo!
¡Y ahora qué
y qué ahora!

Año nuevo

Isel,
cronológicamente tu alma
me trae hilanderas de años nuevos
por las cuestas, por las cestas
de niños atentos a lo feliz
que habrá de ser la muñequera ahora,
de lo feliz
que habrá de ser la vida ahora,
de lo feliz
que parezco
sin rabia.

Isel,
las uvas están en el plato
esperando incisivos
en los que poner el vino
de tus deseos.

Isel,
contigo la catacumba
resulta un dolor habitable,
y la tarde cae en sotavento
tras el regreso de la cascada
por donde nada el mar,
por donde nada.

Todas las copas del mundo
se han chocado por ti,
Isel,
tú eres el traslado nuevo,
tú eres el diablo nuevo,

serás
mis
años.

miércoles, 5 de enero de 2011

Carta abierta a Isel

Mi pequeña y hermosa Isel:

yo te quiero con la gracia de los vientos y con el rencoroso manantial de la lascivia. Mi querida Isel, yo te amo más allá de las lagunas del tiempo y por encima de los recursos del planeta.

Cada vez que, por ejemplo, abres la puerta de casa y yo ya estoy dentro, siento en el corazón una súbita respuesta a tu entrada y entonces el mundo cobra el sentido necesario para sentirme coherente dentro de su náusea. Cada vez que, por tanto, abres la cremallera de mi cuerpo y mi cuerpo se enternece y te siente y eres y te soy, entonces una amalgama de lepidópteras me recorren el desnudo para ser tuyo antes, incluso, de existirte.

Mi pequeña y hermosísima Isel, toda mi poesía procede de ti antes incluso de que tú existieras en las entrañas de mis hogueras.

Yo tengo en los vasos una clara devoción por recortarte tira a tira de piel por encima de las encimeras de las despensas de la suerte. Ya no bebo tanto como antes, mi pequeña y ensimismada musa, desde que te has dado cuenta de que te lo has bebido todo por mí, todo.

Y ahora que madrugo para pintar con la suerte de los labios el eclipse de tus ojos, clamo al cielo el eterno gozo por abarcar la omnipotente fuerza de tu tacto.

Así que ahora que la poesía no existe pues eras tú toda, ahora que la pintura no existe, pues eras tú toda, en el calzar de los huecos queda el altavoz de mi nada, toda puesta para ti, toda puesta para nadie.

Ten la paciencia necesaria para saberme.

Ten la paciencia necesaria para aguantar mis súbitas amalgamas de artista.

Ten la paciencia de mi poeta peleado con mi ingeniero, peleado con mi maestro, peleado con mi pintor, peleado, a su vez, con las rabietas consabidas del mundo.

Ten paciencia con mi eco.

Te amo.

Tuyo, nunca, es decir, siempre, es decir, nunca...

Nino.

Los ningunoides. Capítulo II

Un día y no uno cualquiera, sino el 6 de septiembre, el día de la gran epidemia del mundo, fui a acompañar a mi prima Dama a un gran centro comercial para visualizar el precio de los materiales escolares pues se acercaba septiembre y temblaban los bolsillos. Fue maravilloso estar allí. Un montón de padres acudían con sus hijos a comprar absolutamente nada necesario, los niños estaban entusiasmados sobremanera:

- Mamá, cómprame esos cuadernos super caros que molan mogollón.
- Pero Luisita, si tienes en casa un montón de los que te sobraron el año pasado.
- Ya mamá, pero jooooooooo, esos no me gustan, prefiero estos que tienen la tapa dura y además los anuncian en la tele y seguro que así rendiré mucho más este año.
- ¿Vas a esforzarte más si te los compro?
- Te lo prometo mamá, además necesitaré un millón de bolígrafos de diferentes colores, a ser posible hirientes para los ojos, es lo que se lleva ahora y te juro que este trimestre sólo me quedarán seis.
- Lo que haga falta para mi niña.

Realmente era una escena conmovedora; debo decir que, a continuación a la madre se le empaparon los ojos en lágrimas y empezó a imaginarse, tal era su mirada, el glorioso futuro que le esperaba a su hija si le compraba otra cartera, a pesar de las seiscientas treinta y cuatro aún nuevas que tiene en casa y que ocupan más o menos siete octavos del territorio habitable. A mí siempre me han gustado los primeros días de clase, en mi caso mi madre no dudaba en darme dos ostias bien dadas a la primera de ponerme insoportable con mis querencias pero siempre caía un lápiz nuevo, o un paquete de folios y me encantaba el olor de las papelerías y de los libros a estrenar. Puesto que seguía queriendo integrarme en el mundo sencillo de los ningunoides no sé por qué y, de repente, me convertí en una auténtica bestia del marketing en mitad de la sección de papelería del centro comercial, así que me acercaba a los padres de los que lloriqueaban y exigían todo tipo de cosas innecesarias para que éstos tuvieran la oportunidad de llevarse el lote completo de inutilidades:

- No sé si saben que comprando libros a mansalva ayudarán a la mejora de los bosques.
- Me parece que exagera. Está bien que ahora, cada vez que se tale una zona forestal la pinten de verde, es una acción verdaderamente admirable, pero que mejoren…
- Pues claro, verá, si los cortas…. Ay… ¿qué pasó cuando usted empezó a afeitarse, no empezó a crecer esa barba con más fuerza? Pues… ¡es lo mismo!
- Andaaaaaaaa….claro…o sea que al cortarlos salen más y más fuertes y con más espesura.
- Claro hombre, y si no, pues pintan la zona, ¿no es mucho más hermoso así?
- Pues la verdad es que este verano, tras el incendio en mi pueblo, que está en Galicia, vinieron los de medio ambiente y lo dejaron precioso, todo verde.
- Como debe de ser.
- Sí señor.

No hacía mucho que se aprobó en todo el mundo una medida muy bonita y que consistía precisamente en eso, apareció como el artículo número 113 de la ley universal y decía así: cuando haya una tala masiva de árboles el ministerio de ambiente de cada país, con ayuda del ejército armado pintará con pistola y aire comprimido la zona devastada manteniendo de ese modo el verdor de nuestros hermosos campos.

A mí me pareció estupenda medida desde el principio, de ese modo el planeta se estaba convirtiendo en un gigantesco campo de golf camuflado, cosa bonita donde las haya.
La mayoría de los padres llevaban una larga lista de unos dos kilómetros de larga con la enumeración de todo el material que era necesario y exigido por el colegio al que iban a acudir, así como el vestuario que debían comprar, pensado, por supuesto, para gente de alto poder adquisitivo pues ya no existían las clases bajas en los países occidentales, para tranquilidad de todos y, si las había, todo el mundo procuraba ocultarlas. Esta lista estaba diseñada por el profesorado y merece la pena saber cómo son, así que le pedí a mi prima Dama que me dejara la suya para admirarla, era tal que así:

Material para el curso escolar 2010-2011:

- Lápices, de todas las durezas que existen (pero no usaremos la mitad).
- Rotuladores de tantas tonalidades que haya algunas que no sea capaz de captar el ojo humano (pero no usaremos ni un octavo de los mismos).
- Lápices de color, de seis millones de frecuencias y longitudes de onda diferentes (pero sólo porque el estuche de lata es increíblemente bonito).
- Libros de cada asignatura, aproximadamente dos kilos de libro por cada una (diferentes de los del año pasado porque lo importante es gastar).
- Cuadernos variados de mil formas de cuadrícula distinta, de rayas, de folio, de tapa gruesa (porque lo importante es la zona lumbar de nuestros alumnos).
- Reglas (pero sólo de las que son flexibles para que no se rompan).
- Portaminas (pues es sabido la diferencia que tiene con el lápiz).
- Gomas profesionales, sacapuntas.
- Estuche digno.
- Cartera digna.
- Uniforme del colegio, sólo de venta en El Corte de Manga (porque la calidad es una mierda pero al pagar mucho más que por los polos que venden los moros en la playa te darás cuenta de lo bueno que es en realidad).

Eso era todo y, aunque parezca mentira, los comentarios entre paréntesis estaban ahí, tal cual, y me conmovió la sinceridad de la lista. Pasé el resto de la mañana ayudando a mi prima a gastarse todo su sueldo y el de su marido en los materiales de sus dos hijos porque hacerlo así tan rápido no es tarea fácil y, aunque nos costó, al final lo conseguimos; de hecho, lo hicimos tan bien que yo mismo tuve que prestarle dinero. Tras pasar por la caja nos dimos un fuerte abrazo para celebrarlo.

- Prima, tienes que acompañarme un día al mecánico, verás qué guay, ocasiones como esta no hay que perdérselas.
- Cuando quieras, nos ha costado pero mira qué bien cuando nos lo proponemos.
- Ni que lo digas.

Cuando llegamos a casa de Dama y los niños vieron lo que les habíamos comprado, lloraron siete meses porque no les convencía que su madre no comprara al final la cartera ya que tenían sesenta y tres en casa, todas indignas de ponerlas sobre sus hombros. Les dimos una paliza graciosa y se calmaron el primer día de universidad. Me encantan los niños, siempre lo han hecho; entonces, de repente y mientras preparábamos la comida, Chema, el marido de Dama nos llamó para que fuéramos corriendo al salón a ver una noticia de última hora que estaban tratando en todos los canales de televisión. La reproduzco tal cual:

Nos llegan noticias desde todas las principales ciudades del mundo donde se han empezado a dar síntomas de una epidemia sin precedentes. Miles de personas en todo el mundo sufren ya las dolencias de esta enfermedad que los científicos han llamado “picor de pies”. Según las últimas informaciones tres personas han fallecido ya como consecuencia de la enfermedad. Los médicos advierten que si usted empieza a notar un cosquilleo en la planta de sus pies o si todo empieza a importarle una mierda de repente, acuda lo antes posible al centro de salud más cercano.

La cosa se veía venir. Yo mismo conocía a un montón de gente que había dejado de hacer multitud de cosas porque le picaba un pie. Por ejemplo, había muchas familias que habían dejado de cuidar a sus padres cuando éstos eran mayores porque les picaba un pie. Había mucha gente que se daba de baja para no trabajar porque le picaba un pie. También conocía a muchas parejas que habían terminado su relación porque a uno de ellos o incluso a ambos les picaba sobremanera un pie. Los niños no estudiaban porque les picaba un pie, los amigos veían imposible quedar para dar una vuelta porque les picaba un pie. La cosa era seria realmente. Empecé a temer por la vida de muchos seres queridos que cierta vez me comentaron que sufrían tal dolencia y, cuando quise llamarlos para ver qué tal estaban, todas las líneas telefónicas estaban ocupadas, se creó un caos imposible y muy pronto sólo tenía en mente a Mery, mi última novia, la cual me había dejado precisamente porque le picaba un pie, me vino el recuerdo de aquella despedida como si la hubiera vivido hacía dos segundos:

- Amor, te quiero tanto que lo nuestro no puede funcionar.
- … pero Mery… ¿cómo?
- Verás, me pica un pie, te lo tenía que haber dicho hace mucho tiempo pero es así.
- …. ¿cómo?
- Lo que oyes, te dejo porque me pica un pie.
- Entiendo.

Y entonces la pobre Mery se tuvo que tirar a varios equipos de fútbol de diferentes categorías para calmar su picor de pies. Supuse que con eso habría apaciguado un poco su dolencia y la noticia me preocupó tanto que la llamé siete veces antes de que fuera tarde por si pudiera hacer algo por ella, pero la comunicación seguía siendo imposible. Entonces empezamos a escuchar las carreras por los pisos de arriba, se escuchaban prisas y tacones, gritos y movimiento de cosas por todas partes. Entonces Chema nos asustó porque nos dijo que, de repente, todo empezaba a importarle tres cojones, el síntoma principal de la enfermedad, con lo que también nosotros nos unimos a las prisas y los revuelos; en un santiamén Dama había preparado las tarjetas del médico, yo saqué el coche del garaje y los esperaba impaciente en la puerta, el centro de salud estaba a ocho metros así que, como era costumbre, hicimos caravana 27 horas antes de llegar a nuestro objetivo. A Chema lo atendieron tan tarde como les fue posible y, mientras tanto, Dama y yo nos fuimos corriendo al supermercado para comprar toneladas de enseres por si estallaba una guerra nuclear que era la única consecuencia lógica de la epidemia que acababa de comenzar.
- ¿Llevas la leche?
- Sí, la tengo.
- ¿Galletas, mantequilla, magdalenas?
- Todo en el carro.
- Ok, vete a por las latas de comida y yo iré a por la carne.
- Hecho.

La verdad es que Dama y yo siempre habíamos formado un gran equipo juntos, corría casi la misma sangre por nuestras venas; además yo adoraba a sus hijos a pesar de que a veces resultaban demasiado caprichosos y me entusiasmaba que un momento crucial en la historia como éste pudiera vivirlo de cerca con ella ya que juntos podíamos conseguir muchas cosas, entre ellas, sobrevivir a la epidemia. Gracias a nuestra sincronización y a la rapidez que nos caracteriza pudimos salir del supermercado antes de que se colapsaran las cajas y el parking. Nos chocamos las manos como solemos hacer cuando conseguimos lo que queremos y salimos a la calle de vuelta a casa para descargar lo comprado. Por el camino, eso sí, aprovechamos para tirar y quemar algunos contenedores pues era lo propio, cosa que aplaudieron los que estaban cerca pues era un gesto de amor a la humanidad. De hecho el último slogan de una conocida ONG era: Tira un contenedor para salvar a un niño en Kenya. Aquella noche, de hecho, se salvaron millares de vidas en el país africano.

Cuando fuimos al hospital ya estaban tratando a Chema, nos dijeron que gracias a acudir tan rápido pudo salvarse. Le administraron una pequeña dosis de “sentido común”, un fármaco muy caro y difícil de conseguir. Pasó la noche en observación y, en cuanto empezaron a importarle las cosas, le dieron el alta y nos fuimos a casa donde los niños ya dormían. Con tanto ajetreo me olvidé de llamar de nuevo a Mery y en cuanto me di cuenta volví a llamarla; al fin daba señal:

- ¿Mery?
- …
- ¿Mery, estás ahí?
- Pedro… soy la madre de Mery.
- Ufff, menos mal, llevo todo el día intent…
- Mery ha muerto, no superó su picor de pies.
- Vaya…. ¡dios! … vaya…
- Adiós Pedro.
- Adiós.

Al día siguiente me enteré de que Mery había muerto de la forma más horrible que cabe imaginar y, entonces, súbitamente, empezaron a picarme imposiblemente las dos plantas de mis pies.