sábado, 21 de diciembre de 2019
Verdes anos de Pedro Tamen
Era o amor
que chegava e partia:
estarmos os dois
era um calor
que arrefecia
sem antes nem depois…
Era um segredo
sem ninguém para ouvir:
eram enganos
e era um medo,
a morte a rir
nos nossos verdes anos...
Teus olhos não eram paz,
não eram consolação.
O amor que o tempo traz
o tempo o leva na mão.
Foi o tempo que secou
a flor que ainda não era.
Como o Outono chegou
no lugar da Primavera!
No nosso sangue corria
um vento de sermos sós.
Nascia a noite e era dia,
e o dia acabava em nós…
O que em nós mal começava
não teve nome de vida:
era um beijo que se dava
numa boca já perdida.
martes, 31 de enero de 2017
Fragmentos de UN SANS UN (Uno Sin Uno) de Fernando Palenzuela. Traducción de Guy Girard & Enrique Lechuga
¿Será acaso que entre las escamas del
pez un niño nace?
...una pared de mariposas negras...
Cuando subo la montaña
Ya la he descendido
Al marcharme
Estoy de regreso
Donde mi cuerpo no está
Yo siempre estoy.
Cada día
Son más frecuentes
Las alegrías
Con los ojos
Sin dientes.
...la noche se rompe
En dos pedazos
Que caen al suelo sin hacer ruido
Mujer hecha de sábanas de lágrimas
Aléjate del hombre sin laberinto
Uno sin uno es
El hombre que retorna al fuego
abandonado
Uno sin uno siempre juega con las
cartas marcadas
Partió sin despedirse uno sin uno
Coleccionista de miradas
El que no pudo robarse su sombra
El asesino del tiempo
El que bajó a sótanos degollados
El cordero que lame la soga del
ahorcado
Uno sin uno.
...el campo minado del olvido
Nuestra única patria verdadera.
Tampoco la muerte ha conocido mi vida
La muerte con su pecho de tortuga
El pan irrescatable del silencio.
Quizás yo haya estado herido de vida
Con los brazos cruzados siempre veo
Un caballo que nace en la punta de una
espada
Las mejores piruetas se realizan
sobre la piel del llanto
...quemar todos los espejos
Para verme.
La claridad del ser no es ajena
Al estallido de las cabezas coronadas
de absurdo
Al horror de repetirnos en los otros
Si yo ahorro una ración grande de
veneno
Podré emprender la retirada
Hacia las praderas vírgenes del sueño
Hacia las fronteras donde se cancelan
las mentiras
Y descubrir un calendario de silencios
Hecho a la medida de ese otro
Que siempre está midiendo mi locura.
jueves, 22 de diciembre de 2016
Hondura
Hace dos años pasé una temporada en Honduras. La experiencia fue tan intensa que me llevó a escribir un libro de poemas que sale ahora y que se puede adquirir pinchando sobre la imagen. Como es un libro que merecía una explicación, adjunto aquí la introducción. Agradezco a cuantos amigos han leído ya y celebrado este libro y, en especial, a Fernando Toledo la fantástica portada del mismo.
INTRODUCCIÓN
El 12 de julio de 2014 salió el avión desde Madrid destino Honduras. Uno nunca está preparado para las maravillas que le depara el planeta y, ya desde las alturas, los primeros vestigios de una naturaleza excesivamente bella, llegaban a nuestros ojos, al principio entornados, como adaptándose al nuevo entorno de ese sol con ganas y ese verde abrasivo de todo Centroamérica. Hacía 10 años que mi mujer no pisaba su tierra, a pesar de que ella, físicamente sea un trozo de ella y me haya mostrado tantas veces sus tatuajes para pintármela antes de aterrizar sobre sus flores. Y ahí, entre las nubes, empezó el primer poema de los muchos que, durante la estancia en el fantástico país iría escribiendo, libreta, servilleta o memoria en mano. Si bien al principio no tuviera intención alguna de crear un poemario en torno a aquel lugar tan desconocido, el primer poema (Ida) que me provocó únicamente el vuelo sirvió ya de diagnóstico para los que vendrían después, pues toda ida tiene su vuelta y entre ambos despegues hay una estancia y un aterrizaje, en este caso, dignos de contar. Y como la poesía no se fuerza sino que llega y allí llegó como el oleaje de las preciosas playas, no hubo más remedio que abandonarse a todo y decirla según me alcanzaba.
Para una vez que viajaba y para una vez que lo hacía tan lejos, procuré hacer los deberes —a medias, todo hay que decirlo. Leí cuanto pude sobre la historia del país y me nutrí de diversos libros estupendos. Entre ellos, la recomendable antología de poesía centroamericana Puertas abiertas con selección y prólogo de Sergio Ramírez. Este libro me acompañaría los primeros días de estancia y, efectivamente, me abriría las puertas a un mundo poéticamente nuevo, a una palabra siempre en lucha y siempre en canto, a una guerra cantada que viene a ser lo mejor de la poesía de Centroamérica.
Tras pisar tierra primero en Guatemala, luego en El Salvador y finalmente en Honduras, empecé a ser un hombre literalmente empapado en lo relativo a la poesía y en lo relativo al clima. Pasamos la noche en San Pedro Sula y emprendimos el viaje en el bus de mi suegro a La Ceiba, la conocida como “novia de Honduras”. Allí es donde empezó realmente mi historia de amor con el país que es la historia de amor de un hombre con la naturaleza y con la gente que sabe habitarla. Al principio no daba abasto con tal eclosión de palabras y campos y ríos; de repente, si íbamos por la carretera, nos envolvía el madreado, de vez en cuando veíamos a los lados las maquilas, se amontonaba la laja en el campo y llegaban palabras preciosas, con ese sonido que tienen las cosas antiguas, esa especie de lenguaje universal que se concede al nombre de algunos lugares como Punta Izopo, Tela, río Guaymita... Y luego no sé por qué, sentí la necesidad —imperiosa, he de decir— de leer a Lorca, su Cante Jondo y así hice durante los largos viajes por carreteras difíciles e interminables. Tierra/ de las hondas cisternas resonaba continuamente en mi cabeza o El horizonte sin luz/ está mordido de hogueras; aquello fue algo extrañísimo porque si Lorca cantaba a unas gentes y a una tierra tan lejana para el suelo que yo estaba pisando, ¿por qué aquella sensación de analogía en mí? Lo cierto es que en toda naturaleza hay un sueño profundo y la gente que habita tal lugar se ve adormecida por ese sueño y sueña ese sueño común; Lorca nuevamente lo decía como nadie: hay en los durmientes un deseo infinito de arrojarse por el balcón a la magia perversa del perfume y la lejanía. Yo estaba a punto de tirarme por la ventana de Honduras para caer en el suelo de sus colores y dejar que su poesía me atravesara con su canto.
Cuanto más iba conociendo la hermosura del lugar más iba empapándome de los graves problemas que asolan el país. Hacía falta estrujar muy poco los periódicos para que se vertiera en la lectura la mancha de demasiada sangre: corrupción, delincuencia, narcotráfico, homicidios iban de la mano de los majestuosos picos, de los ríos fértiles y de la doliente hermosura de las mujeres pobres. Y había un miedo asumido en cuantos conocí, una aceptación inevitable de lo que más que un breve charco de injusticia era toda una inundación. Por eso empecé a vislumbrar un “falso Honduras”, un Honduras que es una tapadera, donde el guacamayo está avisado de que más le vale ceder parte de su color si no quiere dejar de acaparar el libre árbol de sus mañanas. Esa es la razón por la que quería yo que más que una portada tropical y colorida para estos poemas, estuviera en primera página un entorno otoñal —imposible en Honduras— a la vez que mágico, con un hada, con su seria esperanza pero con su capacidad para ser fuente de hechizos en el centro, mirándonos, mirándome, mirándote y mintiéndote a la cara (o cuanto menos ocultándote buena parte de la verdad), que es lo que hace Honduras, no su árbol ni su río ni su mar sino su ladrón, su corrupto, su sicario. Aquí la vida y la muerte se mezclan como se mezclan la incertidumbre y la seguridad en el hada otoñal del pintor cubano Fernando Toledo, quien generosamente ha permitido que se estampe en su pelo de hojas secas pero todavía vivas el título de este libro, homenaje al lugar y a lo profundo que callan sus ríos, sus campesinos y sus entrañas. No sólo el golpeteo de las palabras venían de mí y de lo que el paisaje me murmuraba, estaba atravesado por las palabras de cuantos me rodeaban y de cuanto leía: ...amputada por padrinos tremendamente crueles/ a quienes terminaste llamándolos patronos (Francisco Morales Santos), Hablo/ para taparle/ la boca/ al silencio (Humberto Ak'abal), Somos el cuchillo sangriento... la España equivocada... somos la posguerra (Javier Payeras), ...levantar los vidrios y formar de nuevo/ el indolente espejo de la fábula (Fabricio Estrada). Y quisiera reproducir un poema muy corto de Carlos Perezalonso, muy significativo y que describe de forma muy escueta y potente la visión física que a uno le queda del lugar, en este caso refiriéndose a Nicaragua:
¿Que cómo es Nicaragua?
Nicaragua es
como el dibujo de un niño
con cerritos y lagunitas y con pueblitos
y soldaditos y soldaditos
y soldaditos.
En La Ceiba disfruté, sobre todo, de una calma exagerada, un descontrol de mi propio nerviosismo. No sucedió en el acto sino que me fui ablandando poco a poco. Nos acostábamos muy temprano pues los hondureños a eso de las 5.30 ya empiezan a levantarse pues es la hora a la que llega el sol y dan fe de él los pájaros que cantan como locos desde que llega la mañana. Los primeros días me despertaba asustado pensando que una bandada de pájaros insurrectos con unos cuantos gallos de canto bien potente a la cabeza estaban todos agolpados en la ventana amenazando con romper los vidrios si no abría los ojos al nuevo día. Y en medio de aquel canto me levantaba yo para salir al patio y comprobar cómo el abuelo de mi mujer, el magnífico Don Agustín, con sus noventa y cinco años, ya estaba abriendo los portones de la casa, barriendo las hojas y recogiendo los nances del inmenso árbol que tienen y que todas las mañanas, tras la lluvia, deja su charco de fruto en el suelo. Tomé como costumbre ayudarle a recoger aquellos frutos amarillos desconocidos en España uno por uno, que luego él lavaba y contaba. Quinientos sesenta y tres había hoy, Pedro —me decía Don Agustín—; y a la mañana siguiente recogíamos otro buen montón. Don Agustín y su mujer, la vivaz doña Braulia, fueron desde el principio y después de mi balance final de todo el viaje, lo mejor de mi estancia en Honduras, no sólo representando lo mejor que puede ofrecer el lugar sino mostrando una calidad como seres humanos inaudita que me impactó tanto que, para ambos, escribí un poema que intenta, por lo menos, hacer un bosquejo de lo que son y representan. Adorados merecidamente por sus hijos y nietos, son memoria viva de la transformación de la ciudad y ejemplo de dignidad en la pobreza e incorruptible constancia. Él, silencioso y sabio, sentenció algo muy triste y hermoso a la vez cuando se abrazó a mi mujer nada más llegar: Todos se alegran de verte menos yo, aludiendo a la situación del país que ha visto con sus propios ojos cómo se iba corrompiendo hasta el tuétano con el paso de los años. Y ella, la anciana pequeña y viva, con esos ojos hipnóticos y esa fuerza, incansable, preparando todos los días la comida, pendiente de la hora exacta de servirle a don Agustín, era para mí motivo de una indescriptible admiración. La fe de ambos que tanto me cuesta compartir era algo físico y verdadero, una peonza siempre en giro, o estática en un vuelo colgante, que mantiene a toda la familia unida por el magnetismo de la quietud y la bondad sinceras. Las primeras semanas las pasamos en La Ceiba, ciudad hermosísima llena de peculiaridades que canté muy pronto en el poema que lleva su nombre. Más adelante tuvieron lugar nuestros viajes de largo recorrido por el país. Primero fuimos a Copán donde pude encontrarme con una buena amiga de Guatemala y cuyas ruinas no debería perderse ningún aventurero, donde por primera vez oí hablar de los mitos que se concentran en el Popol Vuh, el libro que recopila las narraciones míticas del pueblo maya. De ahí fuimos a la extensa tierra de Olancho, la tierra de mi suegro, donde visitamos Juticalpa y las cuevas de Talgua. Volvimos a La Ceiba y muy pronto visitamos las islas. Primero Roatán, cuya explotación hotelera impidió que la seducción por su parte fuera completa sin hacer que por ello admirara nuevamente su belleza; pero serían los Cayos Cochinos, ese precioso conjunto de pequeñas islas, los que me aplastarían con su armonía insuperable y su hermosura fuera de todo límite; más aún en sus profundidades donde quedé absorto ante los colores del agua, las rocas y los peces. Claro que en mitad de tanta exacerbación de gracia no faltaban los niños trabajando, las noticias horrorosas en diarios y noticieros o las condiciones verdaderamente lamentables de algunas familias con las que uno se iba cruzando. Por contar algunas anécdotas, justo a la salida de La Ceiba un niño de unos once o doce años quitó y cambió la rueda del coche en el que viajábamos en su llantera, provocándome inmediatamente el poema que así se llama o en nuestra visita a Copán, una eclosión de niñas pequeñas perseguían a todo turista que por allí apareciera para vender sus muñecas de tusa o se ofrecían para cantar el himno de Honduras en k'iche' permitiendo que se las grabara por una suma ridícula de lempiras. Y así uno poco a poco se va formando su propia idea del país y se va “conformando” con la situación; sobre todo cuando los propios hondureños te hacen ver que, por ejemplo, el niño de la llantera es mejor que se dedique a eso y que no ande con pandilleros; claro que a su vez, ese niño que se pasa el día allí arreglando coches, jugando a la mecánica, seguramente si se le presenta la ocasión muy pronto dejará aquel grasiento lugar si alguien lo convence de lo fácil que puede ganar dinero a través de otras acciones, menos legales todavía que su propia explotación infantil. Y aquello afectó a mi lenguaje, al poético. Si una tierra y sus habitantes se convencen y aceptan ciertas situaciones por no ser peores de lo que podrían ser, ¿por qué decir lo que se espera en la frase, por qué no colocar palabras que suenen parecido y nos descoloquen como puede descolocarnos la mirada absolutamente drogada de un niño que esnifa pegamento? Hondura está plagada de esas palabras que se quieren decir y no se dicen, no por callarlas, sino por decirlas dobles, por decir ambas: policía-polimería, caminos-cominos, cuentas-cruentas, mío-río... El poeta Fabricio Estrada lo expresa muy bien: Jonduras es un país turrístico. “Honduras” es muy turístico, pero está “jodido” de lo terrorífico que puede llegar a ser. Y eso es de lo que vengo hablando todo el rato; al lado del inmenso ceibón se asalta y cerca de Pico Bonito se mata. Honduras es un país suicidado en un entorno donde abunda la hermosura del paisaje y entre sus habitantes están los que lo viven y le otorgan vida —la mayoría— frente a los que lo tirotean.
Detrás de ese ramaje está la miseria del pueblo colonial, su explotación desvergonzada por un puñado de parásitos que desafían hasta las leyes del país que invocan y no experimentan ninguna turbación en ser su deshonra, está la resignación de ese pueblo que geográficamente tiene contra sí ser de tarde en tarde una siembra sobre el mar escribe André Breton en Martinica encantadora de serpientes y creo que este párrafo resume a la perfección la resignación del pueblo que vive amenazado por el delito y ahogado en la belleza. Por supuesto conocí a personas que habían vivido muy recientemente el tiroteo de la realidad. De hecho recuerdo estar sentado leyendo el periódico y quedar consternado porque muy cerca de donde yo estaba, el 18 de julio, mataron a José Alberto Urbina, dueño de una zapatería en la ciudad. Recuerdo que me sorprendió mucho la noticia porque se afirmaba en ella que el hombre al que interceptaron recibió al menos 18 balazos. Además se acompañaba la noticia —y esto es algo muy común en Honduras— de una imagen demasiado explícita del suceso. Quién me iba a decir a mí que aquel hombre era el padre de uno de los amigos de mi mujer, al cual estaban operando en ese mismo momento del corazón en Estados Unidos y al que su valiente novia ocultó como pudo la noticia durante un tiempo para cuidar aquel órgano al que acababan de dar cuerda. Conocí a José Alberto y a Sarai en un encuentro absolutamente impactante que muy pronto escribí en el poema Sucesión; poema que a su vez sigue el ritmo incesante de la sucesión de Fibonacci, esas ideas que se le ocurren a uno sin saber por qué; en este caso la sucesión acaba regresando a su comienzo como volvieron José Alberto y Sarai a su bello Honduras después de todo lo ocurrido. A José lo habían operado en Tegucigalpa hacía unos años, luego le demostraron en Estados Unidos que no había sido operado de lo que le habían dicho, le habían hecho un simulacro de operación si es que se puede llamar así a abrir un cuerpo, cerrarlo y dejarlo como estaba. Pero a pesar de todo la vida les empezaba a ir mejor, la esperada operación en Estados Unidos llegaba después del apoyo de familiares y amigos, él le había pedido matrimonio a Sarai por todo lo alto frente a Time Square y parecía que la vida empezaba a latir; luego ocurrió lo de su padre y no puedo olvidar la tarde en que nos contaron todos los acontecimientos. Valientes y fantásticos, como muchos a quienes conocí, me preguntaron muchas veces por España. Casi todos los hondureños con los que pude entablar conversación tienen en mente un plan B, aquello es quedarse con el miedo o huir sin mirar atrás; pero hay demasiado verde como para querer darse la vuelta.
En mi periplo por el lugar también tuve la oportunidad de conocer a grandes y generosos poetas. Destaco a Waldina Mejía con quien sólo hablé por teléfono pero quien me abrió las puertas de su casa en Tegucigalpa. Me llevé el cariño especial de Santiago Sosa, confiado hombre de izquierdas, ingeniero, escultor y poeta que me contó las muchas salidas energéticas que podría tener aquel país rico pero acorralado. Con él comí cerca del muelle de La Ceiba una de aquellas deliciosas tilapias acompañadas de tajadas y allí recitamos algunos poemas. El mismo día conocí a David Fortín, poeta muy generoso que me regaló algunos de sus libros y con quien di un recital en la playa de los maestros junto al gran René Arriaga, cantautor de la ciudad y autor de un libro fantástico lleno de refranes y dichos del lugar. Con David Fortín pude charlar algunas tardes y leer sus libros estando allí (Cuando todo pase seremos el silencio/ perdido en el cauce del camino; soy el velero que ha soltado amarras/ ansioso de mar; el ave que tú admiras se pierde en alas de la tarde...); todavía en la distancia sigo unido a estos poetas, de los que admiro como nunca su voz. Dice Malcolm de Chazal en uno de sus aforismos que la naturaleza siempre busca su “máxima satisfacción” pero sin ambición exagerada. Si una planta se fumiga o se fertiliza en exceso, aumentará el tamaño de su tallo y de sus hojas como un pavo al que cebamos pero en detrimento de sus raíces, con el fin de no “pasarse demasiado”. Cuando ya no pueda defenderse de tal intrusión con las raíces, la planta se suicidará al momento antes de sobrepasar su plan de vida. Y añade que, en cuanto al ser humano el orgullo nos despersonaliza y nos parte. El hombre orgulloso atrae hacia sí mismo todo el Mal... Quizá sea esa la gran lacra de Honduras y de todo Centroamérica. La droga en su paso hacia Estados Unidos arrasa con los gloriosos campos como hacen las heladas repentinas con las cosechas ya en flor. Y el hombre ciego que no ve la hierba y no sabe escuchar a las montañas y a las aves, se rinde al sencillo modo de ganar dinero que es como morirse en vida y dejar de existir, manteniendo un país con cada vez menos fuerzas para levantarse. No se trata ya de encontrar el paraíso perdido, sino el olvidado grito del hombre libre y hambriento de vida, la fuerza que late en su interior y silenciada por años de infame avance innecesario y expansión a sabiendas de todos del narcotráfico. No tiene la intención este libro de luchar contra nada pero quiere al menos decir la verdad de lo que se ha visto pues la verdad es lo único que nos queda, aunque, como dice Lichtenberg es imposible alumbrar con la antorcha de la verdad sin chamuscar una barba aquí, una peluca allá. Por eso son necesarias las antorchas y esta no es sino una más de las muchas que afortunadamente quedan en Honduras y en todo el mundo, y que hace que esta hondura que yo canto en este libro no sea tan honda, ni que este otoño de la vida sea de hojas tan secas y aplastadas.
Madrid, 19 de febrero de 2016
INTRODUCCIÓN
El 12 de julio de 2014 salió el avión desde Madrid destino Honduras. Uno nunca está preparado para las maravillas que le depara el planeta y, ya desde las alturas, los primeros vestigios de una naturaleza excesivamente bella, llegaban a nuestros ojos, al principio entornados, como adaptándose al nuevo entorno de ese sol con ganas y ese verde abrasivo de todo Centroamérica. Hacía 10 años que mi mujer no pisaba su tierra, a pesar de que ella, físicamente sea un trozo de ella y me haya mostrado tantas veces sus tatuajes para pintármela antes de aterrizar sobre sus flores. Y ahí, entre las nubes, empezó el primer poema de los muchos que, durante la estancia en el fantástico país iría escribiendo, libreta, servilleta o memoria en mano. Si bien al principio no tuviera intención alguna de crear un poemario en torno a aquel lugar tan desconocido, el primer poema (Ida) que me provocó únicamente el vuelo sirvió ya de diagnóstico para los que vendrían después, pues toda ida tiene su vuelta y entre ambos despegues hay una estancia y un aterrizaje, en este caso, dignos de contar. Y como la poesía no se fuerza sino que llega y allí llegó como el oleaje de las preciosas playas, no hubo más remedio que abandonarse a todo y decirla según me alcanzaba.
Para una vez que viajaba y para una vez que lo hacía tan lejos, procuré hacer los deberes —a medias, todo hay que decirlo. Leí cuanto pude sobre la historia del país y me nutrí de diversos libros estupendos. Entre ellos, la recomendable antología de poesía centroamericana Puertas abiertas con selección y prólogo de Sergio Ramírez. Este libro me acompañaría los primeros días de estancia y, efectivamente, me abriría las puertas a un mundo poéticamente nuevo, a una palabra siempre en lucha y siempre en canto, a una guerra cantada que viene a ser lo mejor de la poesía de Centroamérica.
Tras pisar tierra primero en Guatemala, luego en El Salvador y finalmente en Honduras, empecé a ser un hombre literalmente empapado en lo relativo a la poesía y en lo relativo al clima. Pasamos la noche en San Pedro Sula y emprendimos el viaje en el bus de mi suegro a La Ceiba, la conocida como “novia de Honduras”. Allí es donde empezó realmente mi historia de amor con el país que es la historia de amor de un hombre con la naturaleza y con la gente que sabe habitarla. Al principio no daba abasto con tal eclosión de palabras y campos y ríos; de repente, si íbamos por la carretera, nos envolvía el madreado, de vez en cuando veíamos a los lados las maquilas, se amontonaba la laja en el campo y llegaban palabras preciosas, con ese sonido que tienen las cosas antiguas, esa especie de lenguaje universal que se concede al nombre de algunos lugares como Punta Izopo, Tela, río Guaymita... Y luego no sé por qué, sentí la necesidad —imperiosa, he de decir— de leer a Lorca, su Cante Jondo y así hice durante los largos viajes por carreteras difíciles e interminables. Tierra/ de las hondas cisternas resonaba continuamente en mi cabeza o El horizonte sin luz/ está mordido de hogueras; aquello fue algo extrañísimo porque si Lorca cantaba a unas gentes y a una tierra tan lejana para el suelo que yo estaba pisando, ¿por qué aquella sensación de analogía en mí? Lo cierto es que en toda naturaleza hay un sueño profundo y la gente que habita tal lugar se ve adormecida por ese sueño y sueña ese sueño común; Lorca nuevamente lo decía como nadie: hay en los durmientes un deseo infinito de arrojarse por el balcón a la magia perversa del perfume y la lejanía. Yo estaba a punto de tirarme por la ventana de Honduras para caer en el suelo de sus colores y dejar que su poesía me atravesara con su canto.
Cuanto más iba conociendo la hermosura del lugar más iba empapándome de los graves problemas que asolan el país. Hacía falta estrujar muy poco los periódicos para que se vertiera en la lectura la mancha de demasiada sangre: corrupción, delincuencia, narcotráfico, homicidios iban de la mano de los majestuosos picos, de los ríos fértiles y de la doliente hermosura de las mujeres pobres. Y había un miedo asumido en cuantos conocí, una aceptación inevitable de lo que más que un breve charco de injusticia era toda una inundación. Por eso empecé a vislumbrar un “falso Honduras”, un Honduras que es una tapadera, donde el guacamayo está avisado de que más le vale ceder parte de su color si no quiere dejar de acaparar el libre árbol de sus mañanas. Esa es la razón por la que quería yo que más que una portada tropical y colorida para estos poemas, estuviera en primera página un entorno otoñal —imposible en Honduras— a la vez que mágico, con un hada, con su seria esperanza pero con su capacidad para ser fuente de hechizos en el centro, mirándonos, mirándome, mirándote y mintiéndote a la cara (o cuanto menos ocultándote buena parte de la verdad), que es lo que hace Honduras, no su árbol ni su río ni su mar sino su ladrón, su corrupto, su sicario. Aquí la vida y la muerte se mezclan como se mezclan la incertidumbre y la seguridad en el hada otoñal del pintor cubano Fernando Toledo, quien generosamente ha permitido que se estampe en su pelo de hojas secas pero todavía vivas el título de este libro, homenaje al lugar y a lo profundo que callan sus ríos, sus campesinos y sus entrañas. No sólo el golpeteo de las palabras venían de mí y de lo que el paisaje me murmuraba, estaba atravesado por las palabras de cuantos me rodeaban y de cuanto leía: ...amputada por padrinos tremendamente crueles/ a quienes terminaste llamándolos patronos (Francisco Morales Santos), Hablo/ para taparle/ la boca/ al silencio (Humberto Ak'abal), Somos el cuchillo sangriento... la España equivocada... somos la posguerra (Javier Payeras), ...levantar los vidrios y formar de nuevo/ el indolente espejo de la fábula (Fabricio Estrada). Y quisiera reproducir un poema muy corto de Carlos Perezalonso, muy significativo y que describe de forma muy escueta y potente la visión física que a uno le queda del lugar, en este caso refiriéndose a Nicaragua:
¿Que cómo es Nicaragua?
Nicaragua es
como el dibujo de un niño
con cerritos y lagunitas y con pueblitos
y soldaditos y soldaditos
y soldaditos.
En La Ceiba disfruté, sobre todo, de una calma exagerada, un descontrol de mi propio nerviosismo. No sucedió en el acto sino que me fui ablandando poco a poco. Nos acostábamos muy temprano pues los hondureños a eso de las 5.30 ya empiezan a levantarse pues es la hora a la que llega el sol y dan fe de él los pájaros que cantan como locos desde que llega la mañana. Los primeros días me despertaba asustado pensando que una bandada de pájaros insurrectos con unos cuantos gallos de canto bien potente a la cabeza estaban todos agolpados en la ventana amenazando con romper los vidrios si no abría los ojos al nuevo día. Y en medio de aquel canto me levantaba yo para salir al patio y comprobar cómo el abuelo de mi mujer, el magnífico Don Agustín, con sus noventa y cinco años, ya estaba abriendo los portones de la casa, barriendo las hojas y recogiendo los nances del inmenso árbol que tienen y que todas las mañanas, tras la lluvia, deja su charco de fruto en el suelo. Tomé como costumbre ayudarle a recoger aquellos frutos amarillos desconocidos en España uno por uno, que luego él lavaba y contaba. Quinientos sesenta y tres había hoy, Pedro —me decía Don Agustín—; y a la mañana siguiente recogíamos otro buen montón. Don Agustín y su mujer, la vivaz doña Braulia, fueron desde el principio y después de mi balance final de todo el viaje, lo mejor de mi estancia en Honduras, no sólo representando lo mejor que puede ofrecer el lugar sino mostrando una calidad como seres humanos inaudita que me impactó tanto que, para ambos, escribí un poema que intenta, por lo menos, hacer un bosquejo de lo que son y representan. Adorados merecidamente por sus hijos y nietos, son memoria viva de la transformación de la ciudad y ejemplo de dignidad en la pobreza e incorruptible constancia. Él, silencioso y sabio, sentenció algo muy triste y hermoso a la vez cuando se abrazó a mi mujer nada más llegar: Todos se alegran de verte menos yo, aludiendo a la situación del país que ha visto con sus propios ojos cómo se iba corrompiendo hasta el tuétano con el paso de los años. Y ella, la anciana pequeña y viva, con esos ojos hipnóticos y esa fuerza, incansable, preparando todos los días la comida, pendiente de la hora exacta de servirle a don Agustín, era para mí motivo de una indescriptible admiración. La fe de ambos que tanto me cuesta compartir era algo físico y verdadero, una peonza siempre en giro, o estática en un vuelo colgante, que mantiene a toda la familia unida por el magnetismo de la quietud y la bondad sinceras. Las primeras semanas las pasamos en La Ceiba, ciudad hermosísima llena de peculiaridades que canté muy pronto en el poema que lleva su nombre. Más adelante tuvieron lugar nuestros viajes de largo recorrido por el país. Primero fuimos a Copán donde pude encontrarme con una buena amiga de Guatemala y cuyas ruinas no debería perderse ningún aventurero, donde por primera vez oí hablar de los mitos que se concentran en el Popol Vuh, el libro que recopila las narraciones míticas del pueblo maya. De ahí fuimos a la extensa tierra de Olancho, la tierra de mi suegro, donde visitamos Juticalpa y las cuevas de Talgua. Volvimos a La Ceiba y muy pronto visitamos las islas. Primero Roatán, cuya explotación hotelera impidió que la seducción por su parte fuera completa sin hacer que por ello admirara nuevamente su belleza; pero serían los Cayos Cochinos, ese precioso conjunto de pequeñas islas, los que me aplastarían con su armonía insuperable y su hermosura fuera de todo límite; más aún en sus profundidades donde quedé absorto ante los colores del agua, las rocas y los peces. Claro que en mitad de tanta exacerbación de gracia no faltaban los niños trabajando, las noticias horrorosas en diarios y noticieros o las condiciones verdaderamente lamentables de algunas familias con las que uno se iba cruzando. Por contar algunas anécdotas, justo a la salida de La Ceiba un niño de unos once o doce años quitó y cambió la rueda del coche en el que viajábamos en su llantera, provocándome inmediatamente el poema que así se llama o en nuestra visita a Copán, una eclosión de niñas pequeñas perseguían a todo turista que por allí apareciera para vender sus muñecas de tusa o se ofrecían para cantar el himno de Honduras en k'iche' permitiendo que se las grabara por una suma ridícula de lempiras. Y así uno poco a poco se va formando su propia idea del país y se va “conformando” con la situación; sobre todo cuando los propios hondureños te hacen ver que, por ejemplo, el niño de la llantera es mejor que se dedique a eso y que no ande con pandilleros; claro que a su vez, ese niño que se pasa el día allí arreglando coches, jugando a la mecánica, seguramente si se le presenta la ocasión muy pronto dejará aquel grasiento lugar si alguien lo convence de lo fácil que puede ganar dinero a través de otras acciones, menos legales todavía que su propia explotación infantil. Y aquello afectó a mi lenguaje, al poético. Si una tierra y sus habitantes se convencen y aceptan ciertas situaciones por no ser peores de lo que podrían ser, ¿por qué decir lo que se espera en la frase, por qué no colocar palabras que suenen parecido y nos descoloquen como puede descolocarnos la mirada absolutamente drogada de un niño que esnifa pegamento? Hondura está plagada de esas palabras que se quieren decir y no se dicen, no por callarlas, sino por decirlas dobles, por decir ambas: policía-polimería, caminos-cominos, cuentas-cruentas, mío-río... El poeta Fabricio Estrada lo expresa muy bien: Jonduras es un país turrístico. “Honduras” es muy turístico, pero está “jodido” de lo terrorífico que puede llegar a ser. Y eso es de lo que vengo hablando todo el rato; al lado del inmenso ceibón se asalta y cerca de Pico Bonito se mata. Honduras es un país suicidado en un entorno donde abunda la hermosura del paisaje y entre sus habitantes están los que lo viven y le otorgan vida —la mayoría— frente a los que lo tirotean.
Detrás de ese ramaje está la miseria del pueblo colonial, su explotación desvergonzada por un puñado de parásitos que desafían hasta las leyes del país que invocan y no experimentan ninguna turbación en ser su deshonra, está la resignación de ese pueblo que geográficamente tiene contra sí ser de tarde en tarde una siembra sobre el mar escribe André Breton en Martinica encantadora de serpientes y creo que este párrafo resume a la perfección la resignación del pueblo que vive amenazado por el delito y ahogado en la belleza. Por supuesto conocí a personas que habían vivido muy recientemente el tiroteo de la realidad. De hecho recuerdo estar sentado leyendo el periódico y quedar consternado porque muy cerca de donde yo estaba, el 18 de julio, mataron a José Alberto Urbina, dueño de una zapatería en la ciudad. Recuerdo que me sorprendió mucho la noticia porque se afirmaba en ella que el hombre al que interceptaron recibió al menos 18 balazos. Además se acompañaba la noticia —y esto es algo muy común en Honduras— de una imagen demasiado explícita del suceso. Quién me iba a decir a mí que aquel hombre era el padre de uno de los amigos de mi mujer, al cual estaban operando en ese mismo momento del corazón en Estados Unidos y al que su valiente novia ocultó como pudo la noticia durante un tiempo para cuidar aquel órgano al que acababan de dar cuerda. Conocí a José Alberto y a Sarai en un encuentro absolutamente impactante que muy pronto escribí en el poema Sucesión; poema que a su vez sigue el ritmo incesante de la sucesión de Fibonacci, esas ideas que se le ocurren a uno sin saber por qué; en este caso la sucesión acaba regresando a su comienzo como volvieron José Alberto y Sarai a su bello Honduras después de todo lo ocurrido. A José lo habían operado en Tegucigalpa hacía unos años, luego le demostraron en Estados Unidos que no había sido operado de lo que le habían dicho, le habían hecho un simulacro de operación si es que se puede llamar así a abrir un cuerpo, cerrarlo y dejarlo como estaba. Pero a pesar de todo la vida les empezaba a ir mejor, la esperada operación en Estados Unidos llegaba después del apoyo de familiares y amigos, él le había pedido matrimonio a Sarai por todo lo alto frente a Time Square y parecía que la vida empezaba a latir; luego ocurrió lo de su padre y no puedo olvidar la tarde en que nos contaron todos los acontecimientos. Valientes y fantásticos, como muchos a quienes conocí, me preguntaron muchas veces por España. Casi todos los hondureños con los que pude entablar conversación tienen en mente un plan B, aquello es quedarse con el miedo o huir sin mirar atrás; pero hay demasiado verde como para querer darse la vuelta.
En mi periplo por el lugar también tuve la oportunidad de conocer a grandes y generosos poetas. Destaco a Waldina Mejía con quien sólo hablé por teléfono pero quien me abrió las puertas de su casa en Tegucigalpa. Me llevé el cariño especial de Santiago Sosa, confiado hombre de izquierdas, ingeniero, escultor y poeta que me contó las muchas salidas energéticas que podría tener aquel país rico pero acorralado. Con él comí cerca del muelle de La Ceiba una de aquellas deliciosas tilapias acompañadas de tajadas y allí recitamos algunos poemas. El mismo día conocí a David Fortín, poeta muy generoso que me regaló algunos de sus libros y con quien di un recital en la playa de los maestros junto al gran René Arriaga, cantautor de la ciudad y autor de un libro fantástico lleno de refranes y dichos del lugar. Con David Fortín pude charlar algunas tardes y leer sus libros estando allí (Cuando todo pase seremos el silencio/ perdido en el cauce del camino; soy el velero que ha soltado amarras/ ansioso de mar; el ave que tú admiras se pierde en alas de la tarde...); todavía en la distancia sigo unido a estos poetas, de los que admiro como nunca su voz. Dice Malcolm de Chazal en uno de sus aforismos que la naturaleza siempre busca su “máxima satisfacción” pero sin ambición exagerada. Si una planta se fumiga o se fertiliza en exceso, aumentará el tamaño de su tallo y de sus hojas como un pavo al que cebamos pero en detrimento de sus raíces, con el fin de no “pasarse demasiado”. Cuando ya no pueda defenderse de tal intrusión con las raíces, la planta se suicidará al momento antes de sobrepasar su plan de vida. Y añade que, en cuanto al ser humano el orgullo nos despersonaliza y nos parte. El hombre orgulloso atrae hacia sí mismo todo el Mal... Quizá sea esa la gran lacra de Honduras y de todo Centroamérica. La droga en su paso hacia Estados Unidos arrasa con los gloriosos campos como hacen las heladas repentinas con las cosechas ya en flor. Y el hombre ciego que no ve la hierba y no sabe escuchar a las montañas y a las aves, se rinde al sencillo modo de ganar dinero que es como morirse en vida y dejar de existir, manteniendo un país con cada vez menos fuerzas para levantarse. No se trata ya de encontrar el paraíso perdido, sino el olvidado grito del hombre libre y hambriento de vida, la fuerza que late en su interior y silenciada por años de infame avance innecesario y expansión a sabiendas de todos del narcotráfico. No tiene la intención este libro de luchar contra nada pero quiere al menos decir la verdad de lo que se ha visto pues la verdad es lo único que nos queda, aunque, como dice Lichtenberg es imposible alumbrar con la antorcha de la verdad sin chamuscar una barba aquí, una peluca allá. Por eso son necesarias las antorchas y esta no es sino una más de las muchas que afortunadamente quedan en Honduras y en todo el mundo, y que hace que esta hondura que yo canto en este libro no sea tan honda, ni que este otoño de la vida sea de hojas tan secas y aplastadas.
Madrid, 19 de febrero de 2016
miércoles, 21 de diciembre de 2016
Fragmentos de DE LA MATERIA DEL SUEÑO de JULIO MONTEVERDE
...nos hemos acostumbrado a consultar el catálogo moderno de soluciones previstas para cualquier situación dada.
El ser humano civilizado, occidental y desarrollado, en su búsqueda desenfrenada de la coherencia racional, ha ido eliminando toda posibilidad de relación directa con sus sueños...
...si el psicoanálisis aplicado a los sueños siempre ha buscado curar, jamás se debería olvidar la necesidad del ser humano de enfermar a través de ellos.
...es hora de que el sueño acuda al rescate de la vida, poblándola de aquello que nos incumbe.
El sueño, como se verá, también posee armas contra la dominación.
...la poesía... es hija primogénita del sueño.
Los poemas... pueden ser entendidos como una onirización de la existencia.
...el sueño no debe ser dependiente de la poesía en su definición sino más bien al revés...
Es la poesía la que ha aprendido a hablar de lo esencial a través de las enseñanzas que el mundo de los sueños le ha dejado en forma de marca fosforescente.
La poesía continúa estando al alcance de todos los inconscientes.
Nuestros sueños son la anticipación más directa de lo que nuestra vida puede llegar a convertirse.
...como vio Gerard de Nerval, el camino que lleva a la cumbre y al abismo es uno y el mismo.
...el sueño siempre es una lucha abierta contra el miserabilismo.
La lucha del ser humano por la libertad también se produce cada noche...
...en el manantial de vida en llamas que brota de los sueños y de su relación con la vigilia existe una reserva de libertad y unas posibilidades de liberación de la vida concreta de cada uno de nosotros que la convierten -y estoy pensando mis palabras- en un arma. El sueño es realidad en la medida en que es real.
...solo las traiciones de la memoria impiden que durante el día absorbamos toda la pesada agua de los sueños.
Ya es hora de que se supere la deprimente idea de la separación de la vigilia y el sueño.
En su polimorfismo, el sueño posee una capacidad de generación de lo poético y lo maravilloso que merece ser reconocida a plena luz.
Los sueños no se estrellan contra el muro de los párpados abiertos. Los sueños se derraman en nuestra vida modificándola y convirtiéndola en lo que realmente es.
...la intensidad de los sueños es, la mayor parte del tiempo, muy superior, al menos emotivamente, a la de la mayor parte de la vigilia cotidiana.
Cuando deseamos, el tiempo y el espacio son unidades de medida por destrozar.
El hombre, al dejar de desear se convierte en el esclavo absoluto del tiempo y del espacio.
El hombre es su deseo cuando sueña...
Los sueños son el pliego de cargo de nuestra vida contra lo que la mata.
El deseo es el verdadero puente a través del cual la relación entre la esfera del sueño y la esfera de la vigilia adquiere, por decirlo de alguna forma, su propia coherencia particular.
...la infancia -ese tiempo en el que el hombre empieza a conocer, de la forma más dura concebible, que sus deseos tienen límites y que en el mundo existe también fuera de él y le condiciona...
La liberación del mundo de los sueños no llegará a su conclusión hasta que la misma sociedad no sea cambiada para dar cabida en ella, de forma preferente, al deseo del ser humano en todas sus formas.
La experiencia que los sueños nos proporcionan es la prefiguración de nuestro futuro más ardiente.
El mundo de los sueños, lo sabemos, es estrictamente amoral...
El sueño no muestra ninguna delicadeza...
...todo lo que intentamos es desbrozar el camino de vuelta para el sueño, ya que sentimos su presencia a través de las llamadas que nos dirige cuando golpea insistentemente su puño contra el tabique que lo separa de la vigilia.
...los relojes marcan el discurrir del tiempo, pero el tiempo no es lo que marcan los relojes. No es casualidad, ni ciertamente una excentricidad superficialmente poética, que durante la Comuna de París las masas empezaran su trabajo por la saludable práctica de disparar a los relojes de las fachadas de los grandes edificios.
Es necesario admitirlo: si necesitamos los relojes es porque el tiempo que ellos miden es exterior a nosotros, porque no forma parte de nuestra naturaleza.
...el sueño no demanda ser creído sino vivido.
La tiranía de los relojes debe terminar.
...el sueño propone un futuro, es decir, un escenario concreto en el que nuestros deseos y necesidades puedan encontrar un cumplimiento o una satisfacción aunque sea a nivel puramente simbólico.
Cuanto más se avanza en la interpretación de los sueños, cuanto más se riza el rizo interpretativo, más se avanza en la parcialidad.
...el sueño y el pensamiento llamado primitivo parecen estar relacionados de forma evidente. La diferencia esencial entre el pensamiento primitivo y el pensamiento civilizado es que el primero aprovecha todos los recursos a su alcance, mientras que el pensamiento civilizado tiende a utilizar exclusiva y primordialmente el proceso lógico. De esta forma el pensamiento primitivo, aquel que supuso el inicio, se caracteriza por su voluntad integradora, que intenta la fusión a tantos niveles como sea posible (y cuantos más niveles mejor) de toda la realidad circundante y la interior. El pensamiento civilizado, en cambio, intenta reproducir esas relaciones en un único plano que considera el más adecuado, compartimenta la experiencia en tantos campos como le sea posible y, desde esa compartimentación, siguiendo un proceso estricto en el que lo que no se adapta a su método no tiene cabida en sus resultados, intenta comprender el mundo. Pero todas las formas de pensamiento que el hombre primitivo utilizaba para relacionarse con el mundo no han desaparecido, es decir: esta modalidad de pensamiento que aspiraba a la integración de todo lo real, que fue la preferente del ser humano durante la mayor parte de su existencia sobre la tierra, es la que continúa actuando en el sueño, poniéndonos continuamente en contacto con las fuentes primordiales. En este sentido, el sueño es la reserva de ese pensamiento que se desarrolla, sobre todo, con la intención de unir, de la forma más completa posible, al hombre con lo que hay a su alrededor, con la naturaleza misma.
El mundo onírico pone en cuestión materialmente el mundo de la vigilia, y lo hace a través de la libertad, libertad que debe ser aprehendida si deseamos que se proyecte también en nuestra vida.
Los sueños son uno de los ejemplos más devastadores de poesía experimentada en la vida, una poesía (para entendernos) que ya contiene, de hecho, todo lo que demandamos hoy en día a la poesía para que realmente pueda aspirar a estar incluida en un proyecto de vida no sometido per se a los imperativos exteriores...
...los hombres de ciencia jamás lograrán entender el papel que la poesía tiene en nuestra vida...
A todos nosotros nos corresponde llegar donde los científicos nunca podrán acercarse.
...el sueño tiene la capacidad de convertir en perfectamente innecesario cualquier esfuerzo de sublimación.
...la única consecuencia del sueño que nos interesa es aquella que produzca más vida, nunca más arte.
Soñadores del mundo, realizad vuestros sueños como vuestros deseos.
El ser humano civilizado, occidental y desarrollado, en su búsqueda desenfrenada de la coherencia racional, ha ido eliminando toda posibilidad de relación directa con sus sueños...
...si el psicoanálisis aplicado a los sueños siempre ha buscado curar, jamás se debería olvidar la necesidad del ser humano de enfermar a través de ellos.
...es hora de que el sueño acuda al rescate de la vida, poblándola de aquello que nos incumbe.
El sueño, como se verá, también posee armas contra la dominación.
...la poesía... es hija primogénita del sueño.
Los poemas... pueden ser entendidos como una onirización de la existencia.
...el sueño no debe ser dependiente de la poesía en su definición sino más bien al revés...
Es la poesía la que ha aprendido a hablar de lo esencial a través de las enseñanzas que el mundo de los sueños le ha dejado en forma de marca fosforescente.
La poesía continúa estando al alcance de todos los inconscientes.
Nuestros sueños son la anticipación más directa de lo que nuestra vida puede llegar a convertirse.
...como vio Gerard de Nerval, el camino que lleva a la cumbre y al abismo es uno y el mismo.
...el sueño siempre es una lucha abierta contra el miserabilismo.
La lucha del ser humano por la libertad también se produce cada noche...
...en el manantial de vida en llamas que brota de los sueños y de su relación con la vigilia existe una reserva de libertad y unas posibilidades de liberación de la vida concreta de cada uno de nosotros que la convierten -y estoy pensando mis palabras- en un arma. El sueño es realidad en la medida en que es real.
...solo las traiciones de la memoria impiden que durante el día absorbamos toda la pesada agua de los sueños.
Ya es hora de que se supere la deprimente idea de la separación de la vigilia y el sueño.
En su polimorfismo, el sueño posee una capacidad de generación de lo poético y lo maravilloso que merece ser reconocida a plena luz.
Los sueños no se estrellan contra el muro de los párpados abiertos. Los sueños se derraman en nuestra vida modificándola y convirtiéndola en lo que realmente es.
...la intensidad de los sueños es, la mayor parte del tiempo, muy superior, al menos emotivamente, a la de la mayor parte de la vigilia cotidiana.
Cuando deseamos, el tiempo y el espacio son unidades de medida por destrozar.
El hombre, al dejar de desear se convierte en el esclavo absoluto del tiempo y del espacio.
El hombre es su deseo cuando sueña...
Los sueños son el pliego de cargo de nuestra vida contra lo que la mata.
El deseo es el verdadero puente a través del cual la relación entre la esfera del sueño y la esfera de la vigilia adquiere, por decirlo de alguna forma, su propia coherencia particular.
...la infancia -ese tiempo en el que el hombre empieza a conocer, de la forma más dura concebible, que sus deseos tienen límites y que en el mundo existe también fuera de él y le condiciona...
La liberación del mundo de los sueños no llegará a su conclusión hasta que la misma sociedad no sea cambiada para dar cabida en ella, de forma preferente, al deseo del ser humano en todas sus formas.
La experiencia que los sueños nos proporcionan es la prefiguración de nuestro futuro más ardiente.
El mundo de los sueños, lo sabemos, es estrictamente amoral...
El sueño no muestra ninguna delicadeza...
...todo lo que intentamos es desbrozar el camino de vuelta para el sueño, ya que sentimos su presencia a través de las llamadas que nos dirige cuando golpea insistentemente su puño contra el tabique que lo separa de la vigilia.
...los relojes marcan el discurrir del tiempo, pero el tiempo no es lo que marcan los relojes. No es casualidad, ni ciertamente una excentricidad superficialmente poética, que durante la Comuna de París las masas empezaran su trabajo por la saludable práctica de disparar a los relojes de las fachadas de los grandes edificios.
Es necesario admitirlo: si necesitamos los relojes es porque el tiempo que ellos miden es exterior a nosotros, porque no forma parte de nuestra naturaleza.
...el sueño no demanda ser creído sino vivido.
La tiranía de los relojes debe terminar.
...el sueño propone un futuro, es decir, un escenario concreto en el que nuestros deseos y necesidades puedan encontrar un cumplimiento o una satisfacción aunque sea a nivel puramente simbólico.
Cuanto más se avanza en la interpretación de los sueños, cuanto más se riza el rizo interpretativo, más se avanza en la parcialidad.
...el sueño y el pensamiento llamado primitivo parecen estar relacionados de forma evidente. La diferencia esencial entre el pensamiento primitivo y el pensamiento civilizado es que el primero aprovecha todos los recursos a su alcance, mientras que el pensamiento civilizado tiende a utilizar exclusiva y primordialmente el proceso lógico. De esta forma el pensamiento primitivo, aquel que supuso el inicio, se caracteriza por su voluntad integradora, que intenta la fusión a tantos niveles como sea posible (y cuantos más niveles mejor) de toda la realidad circundante y la interior. El pensamiento civilizado, en cambio, intenta reproducir esas relaciones en un único plano que considera el más adecuado, compartimenta la experiencia en tantos campos como le sea posible y, desde esa compartimentación, siguiendo un proceso estricto en el que lo que no se adapta a su método no tiene cabida en sus resultados, intenta comprender el mundo. Pero todas las formas de pensamiento que el hombre primitivo utilizaba para relacionarse con el mundo no han desaparecido, es decir: esta modalidad de pensamiento que aspiraba a la integración de todo lo real, que fue la preferente del ser humano durante la mayor parte de su existencia sobre la tierra, es la que continúa actuando en el sueño, poniéndonos continuamente en contacto con las fuentes primordiales. En este sentido, el sueño es la reserva de ese pensamiento que se desarrolla, sobre todo, con la intención de unir, de la forma más completa posible, al hombre con lo que hay a su alrededor, con la naturaleza misma.
El mundo onírico pone en cuestión materialmente el mundo de la vigilia, y lo hace a través de la libertad, libertad que debe ser aprehendida si deseamos que se proyecte también en nuestra vida.
Los sueños son uno de los ejemplos más devastadores de poesía experimentada en la vida, una poesía (para entendernos) que ya contiene, de hecho, todo lo que demandamos hoy en día a la poesía para que realmente pueda aspirar a estar incluida en un proyecto de vida no sometido per se a los imperativos exteriores...
...los hombres de ciencia jamás lograrán entender el papel que la poesía tiene en nuestra vida...
A todos nosotros nos corresponde llegar donde los científicos nunca podrán acercarse.
...el sueño tiene la capacidad de convertir en perfectamente innecesario cualquier esfuerzo de sublimación.
...la única consecuencia del sueño que nos interesa es aquella que produzca más vida, nunca más arte.
Soñadores del mundo, realizad vuestros sueños como vuestros deseos.
jueves, 7 de julio de 2016
Xavier Forneret, llamado el Hombre negro
Puesto que mi labor no cesa en cuanto a
conseguir dar a conocer o al menos poner algo de voz a autores que
pasaron sin pena ni gloria en su época y siguen haciéndolo en la
actualidad y que, seguramente por ello, sean los más originales de
entonces y de ahora; publico la traducción de un artículo
fantástico que salió en Le Figaro el 26 de julio de 1859.
Escrito por Charles Monselet, fue uno de los pocos bosquejos que se
hicieron de un autor, a mi juicio, magnífico, tanto por la
brutalidad de sus pensamientos como por el humor negro de que hace alarde. André Breton hace varias referencias de este
artículo en su Antología del humor negro y acierta de lleno
cuando dice que “sirve más bien para excitar nuestra curiosidad
que para saciarla” en cuanto a Xavier Forneret, autor muy prolífico
y excéntrico.
Que yo sepa no hay ningún libro
completo traducido de Forneret en castellano. Estoy, por ello,
traduciendo Sans Titre y Encore un an de Sans Titre,
que tendré preparados para finales de este año y que quedarán
seguramente en el cajón a la espera, como el ya necesario
Sentido-plástico de Chazal que ya terminé de traducir y que
sigue esperando su momento. Imagino que Forneret será más fácil de
sacar ya que los derechos están libres al haber pasado tanto tiempo
desde que nos dejó. No así su obra que es un descubrimiento
perpetuo. Adjunto, pues, el artículo, del que debo decir que el
fragmento de El diamante de la hierba es prácticamente una
copia (salvo algunas puntuaciones cambiadas y una o dos palabras) de
la traducción de Aurora Martí de 1966 para el libro que incluye el
mencionado relato: Las mejores historias insólitas (Una antología
del horror y el misterio) publicado
por Bruguera. Y si alguien se queda con ganas de más, puede leer
algunos aforismos que tradujo y publicó el escritor Luis Valdesueiro
en su blog lastimosamente desaparecido Las esquinas del día
(aquí y aquí). También se puede comprar a muy buen precio la obra completa de este autor fabuloso en les presses du réel aquí.
CAMPAÑAS
LITERARIAS
LA NOVELA
DE UN PROVINCIANO
I
Dijon todavía se acuerda
de la primera representación de el Hombre negro, drama en
cinco actos y en prosa. Fue en 1834 o 1835. El autor era un Borgoñón,
un joven rico, pero cuyos hábitos fuera de la vida burguesa y
provinciana tenían el privilegio de despertar la desaprobación de
sus compatriotas. En primer lugar, no se vestía como ellos —¡primer
agravio!—, le gustaba el terciopelo, las capas; llevaba un sombrero
de una forma particular y un bastón blanco y negro. Cosas extrañas
se han dicho de él: que vivía en una torre gótica donde tocaba el
violín toda la noche. Por esta y otras razones, los naturales de
Dijon estaban prevenidos respecto al Sr. Xavier Forneret; también su
curiosidad se puso vivamente en alerta con el anuncio de el Hombre
negro.
El Sr. Xavier Forneret no deparó en gastos; la víspera de la
representación, alabarderos, heraldos con trajes medievales se
pasearon por las calles, agitando estandartes donde se mostraba el
título de la pieza. Podría esperarse pues, si no un éxito, al
menos una buena recaudación.
La
sala del espectáculo se llenó, en efecto, pero el Hombre
negro
no tuvo ningún éxito; (creemos incluso que no llegó al final; hubo
alboroto, reventadores). El Sr. Xavier Forneret hizo imprimir su
drama con una cubierta simbólica de letras blancas sobre fondo
negro. Hizo más, adoptó el sobrenombre de el Hombre
negro,
y firmó así varios volúmenes. Al mismo tiempo se refugió más que
nunca en una existencia excepcional. Esta personalidad dispar, aunque
sin aspectos ofensivos, irritó durante cerca de veinte años a los
habitantes de Dijon y Beaune. Las gacetas locales no pudieron
resistir la tentación de divertirse a su costa; se convirtió en el
bicho raro de la comarca, se trató de interpretar su aislamiento;
hubo bastantes procesos y escándalos. M. Xavier Forneret supo
mantener continuamente la compostura. Sería divertido contar a modo
de novela estas luchas de uno solo contra todos; y tales
controversias, primero fútiles, que fueron poco a poco adquiriendo
la proporción de dramas penosos.
Después
de el Hombre negro, el Sr. Xavier Forneret ha escrito
considerablemente; todavía escribe mucho. Sus obras, sin embargo, no
han llegado nunca a la muchedumbre, a pesar de excentricidades
tipográficas de todo tipo que, aparte de su valor, parecían
encomendarse a llamar la atención. Los principales libros del Sr.
Xavier Forneret están impresos en caracteres enormes; unos no
contienen más que una línea en cada página; otros sólo están
impresos por un solo lado, —lujo de buen gusto—; todos bautizados
con títulos “antivulgares”.
Lo cierto, por ello, es que estamos ante un escritor humorista; pero
ahí está el peligro más que el atractivo. A Francia nunca le han
faltado escritores humoristas, pero son menos apreciados aquí que en
ningún otro sitio, sobre todo que en Inglaterra. Aquí los vemos
generalmente como burladores o locos. No hay sino uno, en los últimos
tiempos, el Sr. Alphonse Karr, que haya sabido conquistar cierta
aceptación; quizá porque consintió dirigir su humor hacia las
cosas industriales y hacer de su espíritu un arma contra los
abaceros que venden con pesas falsas o que mezclan tierra con su
azúcar moreno.
Casi todos los
libros del Sr. Xavier Forneret han sido publicados en París.
Investigar por qué han pasado desapercibidos es un estudio que nos
ha parecido interesante; aclara ciertos aspectos novedosos sobre las
tentativas provinciales; advierte, además, a los bibliófilos sobre
volúmenes de una extrañeza excesiva, la mayoría de los cuales no
han sido entregados al comercio; —pues, en cierta época, recuerdo
haber leído este anuncio en varios periódicos: “La nueva obra del
Sr. Xavier Forneret solo es vendida a las personas que envíen su
nombre y dirección al impresor, M. Duverger, calle de Verneuil, y
después de examen de su petición por parte del autor”. Cito más
o menos.
II
Creemos que la
primera manifestación del Sr. Forneret fue Dos Destinos,
drama en cinco actos, publicado por el editor Barba, en 1834. Una
viñeta (de Tony Johannot, ni más ni menos)
representa a un hombre joven que se apuñala sobre un ataúd. Cuatro
líneas de prefacio advierten al lector de que “esta composición
de una joven pluma rápidamente dirigida no ha
sido rechazada por ningún teatro”. No es en Dos Destinos
donde encontraremos el talento del Sr. Xavier Forneret, como tampoco
en Veintitrés, treinta y cinco, comedia-drama en un acto,
aparecida el año siguiente en el mismo librero, con una litografía
de Challamel esta vez. Son dos obras escritas con puntos de
exclamación; las declaraciones de amor en ellas de este modo: “¡Un
sí para mi corazón, o una bala para mi frente!”.
Hay que esperar tres
años todavía. Entonces, nuestro joven provinciano publica un
volumen con hojas de gran formato plegadas en octavillas: “Sin
título, por un hombre negro, blanco de cara”. ¡Delicias para
los présbitas! Impreso en gruesos caracteres redondos. Es una
colección de máximas, formuladas tanto en prosa como en un solo
alejandrino, algunas veces con un dístico. Comenzamos a ver que el
autor ha vivido; es decir, sufrido. “—Lo poco que hay, para
aquellos que lo quieran coger”, dice a guisa de prefacio. Cojamos
entonces ese poco, escojamos entre esas frases dispersas.
Por nuestra parte,
no nos gustan las máximas; encontramos en ellas un rasgo de
despotismo y fatalidad; pero eso es una opinión completamente
personal, y no podemos pretender imponerla. Las máximas del autor de
Sin Título son, por otra parte, menos máximas que
reflexiones; no siempre apuntan a la autoridad; su sentido permanece
inconcluso algunas veces. Ejemplos:
«
—El Honor no es muchas veces sino el Remordimiento.
«
—Hay más frecuentemente dos hombres en uno que un hombre en
dos.
«
—En Carnaval, el Hombre coloca sobre su máscara un rostro
de cartón.
«
—A menudo no somos dignos del pensamiento que tenemos.
«
—Un animal dijo a un hombre: —Véndeme tu alma. El hombre
respondió: —Si te la pudiera entregar, y tú pagarla... »
No
citamos sino las mejores; las hay incomprensibles, estrafalarias,
innecesarias. El autor no nos obligó a cogerlo todo en su prefacio.
Firma la última página como: “Xavier Forneret, llamado el Hombre
negro”.
En 1840, otro
volumen: “Todavía un año de Sin título, por un hombre negro,
blanco de cara. París, E. Duverger, calle de Verneuil”. —Esta
obra, impresa en las mismas condiciones que la anterior, pero más
compacta, está ornamentada con el retrato del autor, litografía muy
hermosa sobre papel de seda. Leemos debajo: “Es bastante bueno que
se vea la cabeza que pensó, si acaso tuvo pensamiento”. El Sr.
Forneret está representado vestido con un redingote negro con
alamares; lleva una corbata negra que impide que la ropa blanca sea
percibida. Tiene el pelo corto, dejando al descubierto una oreja algo
grande, —la oreja “beaunoise”—; el conjunto de la fisionomía
es agradable y fina. Cuando hemos visto al Sr. Xavier Forneret por
primera vez, lo hemos reconocido.
Todavía un año
de Sin título está dedicado al
rey de los franceses.
Extraemos, según
nuestro criterio, los pensamientos más característicos:
«
—¡Cuántas
veces el Luto que se lleva se asemeja a la cubierta de un libro sin
hojas!
«
—En ascuas, ya sabéis, pasan mil bellas y singulares cosas; —es
la imagen de los escalofríos del amor.
«
—El Hombre destruye; pero es castigado por ello, incluso mediante
una bota perforada que representa al Animal que venga su piel, de la
que está hecha.
«
—La Niebla es la coquetería del Sol.
«
—He visto un Buzón en un Cementerio.
«
—No le corresponde a Dios descender a la Tierra, —sino al Hombre
subir al Cielo. —Que sus acciones y sus buenos pensamientos arrojen
la escalera y la rampa; —la puerta está hecha.
«
—Es triste cosa pensar que Cada Uno tiene su nombre, —lo que
quiere decir: “Tú no eres mi hermano”. —
«
—Algunas veces una agudeza que se deja en la punta de la lengua es
como un guante que no se quita cuando se lleva un hermoso anillo. Es
distinguido.
«
—Los grandes salones son anfiteatros donde se mezclan los
Estudiantes de medicina1, y los cadáveres que se mutilan,
los Sentimientos.
«
—No es que se sea bueno, es que se está contento.»
He ahí la parte sensata, general, profunda. A su lado hay otra parte ya sabida, la personalidad imperiosa, unas veces ingenua, manifestándose mediante un solo grito, otras veces mística en exceso, o macarrónica, como en este ejemplo, que nos será suficiente: “—Todo o nada. Esas tres palabras son un par de gafas que enviar a la mujer que dice no poder leer bien en nuestro corazón, TODO y NADA será las dos lentes, y O, aquello que las sostiene sobre la nariz”.
Tras
la página 395 que contiene la palabra fin, seguida de esas palabras
en lo sucesivo sacramentales: “Xavier Forneret, llamado el Hombre
negro, autor de un drama con tal nombre”, el lector se sorprende al
encontrar todavía una veintena de páginas tituladas Después de
fin y que contienen una veintena de pensamientos suplementarios.
He aquí las líneas con que termina el volumen: “Por ahora, adiós, lector mío; en cuanto a esto, esta vez, es todo; pero puede que un día os diga todavía, en dos libros conjuntos, cómo se puede amar a alguien mientras existe y cómo también se le puede amar cuando ha muerto. El primero de esos libros se llamará Ataúd vacío; el último: Ataúd lleno”.
No parece que ninguno de esos libros haya sido publicado hasta el momento.
III
La
tarántula del lirismo picó, por ese tiempo, al Sr. Xavier Forneret.
De ahí, la más singular posiblemente de sus producciones: “Vapores,
ni verso ni prosa”. El señor Jourdain habría quedado
encantado. Son bastantes odas, elegías, tanto por su perfil o
número, donde rima cuando se puede. Se ha hablado mucho de las
insolencias del Sr. Petrus Borel el licántropo, y de los desvaríos
de Lassailly; todas ellos son sobrepasados por el Sr. Xavier
Forneret.
Todas
las piezas de su antología poseen una violencia prodigiosa.
En
1840, Tiempo perdido siguió a Vapores. Tiempo
perdido es un volumen enorme, más grande todavía por esa
particularidad de no estar impreso más que por una cara de cada
hoja. Originalidad espléndida, que Xavier Forneret no tenía la
necesidad de justificar con la ayuda de este prólogo modesto: “El
momento de entonces es como esta especie de libro: quiere el blanco
en sus páginas. En nuestro tiempo, lo que dura, es lo que no dura”.
Tiempo perdido se compone de siete relatos de diversa
naturaleza, titulados: —Un sueño, —Al oscurecer o un Pobre de
noche, —Un Cretino y su harpa, —Un OJo entre dos ojos, —Una
desesperación, —El Diamante de la hierba y A las nueve, en
París. El conjunto de estos pasajes es lúgubre; no hay ninguno
sobre el que no planee la muerte o, al menos, la imagen de la muerte.
La menos triste es la historia de un Español que se suicida al
ingerir, tras haberlo molido, el ojo de cristal de su amante.
Pero
Tiempo perdido encierra una obra maestra; es Diamante de la
hierba, un relato que no tiene más de veinte páginas. Lo
extraño, lo misterioso, lo dulce, lo terrible nunca se enlazaron
bajo una pluma de parecida intensidad. El principio posee la calma de
una melodía:
«En
una noche en que el aliento de los ángeles volaba sobre el rostro de
los hombres, en una de estas noches en que querríamos tener mil
pulmones, para darlos a todo este aire que parece venir de los
jardines del cielo, —bajo enormes y viejos árboles plantados en
briznas de hierba, un pabellón desplegaba hacia la luna sus alas
oblongas y destartaladas.
Había
allí un agua que lloraba al pasar sobre un lecho de espinas. Había
unas piedras verdosas, donde los dedos del tiempo habían hecho
grandes agujeros; mucho musgo alrededor de las piedras; muchas hojas
secas, tal vez de tres o cuatro años; mucho misterio, mucho
silencio, mucho alejamiento de todo lo que tiene vida humana. Allí
un hombre hubiera podido creerse el primer o el último hombre, —en
la Creación o en el Juicio de Dios. ¡Oh! ¡De qué modo la luna
parecía ofrecer a cada hoja de los viejos árboles, a cada piedra
del pabellón, al agua que se iba, a las zarzas que la detenían, su
melancolía grave y sus lágrimas blancas! Pero pronto se cansó de
mirar a la tierra, se cubrió un instante de un velo casi negro, y
entonces no quedó para iluminar las cosas del lugar abandonado más
que un ligero resplandor sobre la hierba. Era una pequeña luciérnaga
que brillaba como las estrellas; —predecía un día hermoso tras la
noche que pasaba».
Sabemos
que la luciérnaga, según las supersticiones, anuncia con su
aparición más o menos luminosa, una alegría o una desgracia. El
autor prosigue, en el interior, la descripción de ese pabellón: una
lámpara de cobre se agita, retenida por un cordón de seda rosa;
sobre un sillón hay un cofre de Usassi. Pronto, una joven mujer
aparece en la línea de arena de un sendero; acude, rápido, a una
cita; —en ese momento, el pequeño verde amarillea; lo que es un
presagio siniestro; —apresura el paso y entra en el pabellón.
Encuentra a su amante asesinado.
No
tiene más, pero hay ahí dentro efectos de silencio y de luz
sorprendentes. La inquietud parece tomar cuerpo, el presentimiento se
vuelve palpable. Los accesorios, como se dice en pintura, son
tratados con una ciencia maravillosa y una nitidez que no es habitual
en el autor. Los curiosos de estilo estudiarán el Diamante en la
hierba.
IV
![]() |
Journal des Débats politiques et littéraires, jueves 6 septiembre de 1838 |
Se
ha visto suficiente para hacernos una idea sobre la clase de talento
del Sr. Xavier Forneret. Insistiendo en su escasa suerte en su
carrera literaria, en una época donde los sirvientes de la fantasía
fueron tan bien acogidos, ¿no podríamos llamarlo el desconocido
del romanticismo? Su estilo, es cierto, carece de cualidades que
lo liguen a un público. Él mismo se dio cuenta en algunas líneas
del prefacio de Tiempo perdido: “Lo siento todo, pero nunca
lo expreso bien”. Y otra parte: “Para el autor, en este mundo, la
poesía lo es todo, es su sueño. Cuando él ha escrito, es el
despertar, y el despertar le aflige. Se encontrara bien, se
encontrara mal; lo ha sentido todo, no ha dicho nada, pues lo ha
dicho a su manera”.
El
Sr. Xavier Forneret exagera su debilidad; es mejor, en sus esfuerzos
y en sus febriles aspiraciones, que cien escritores con su estúpida
y serena abundancia. Tiene una naturaleza propia. Bajo el pico del
crítico que golpea, este terreno inexplorado deja brillar a veces un
filón de metal puro. ¡Traten pues de golpear a los otros!
La
palabra misteriosa de la obra del Sr. Xavier Forneret, posiblemente
la encontraremos en uno de sus volúmenes de pensamientos: “Escribir
—dice—, es abusar de la Sensación, es devolverla mal; es lo
contrario del Agua que se depura fluyendo”. Sin embargo nadie más
que él trató de devolver la sensación, y frecuentemente nadie se
aproximó más; toda su obra no es sino murmullo, relámpago más que
luz, escalofrío, espasmos sin lágrimas. ¿Ha sido consciente de
esta lucha continuada con la sensación, perseguida hasta los limbos
del sueño, estrechada hasta en los delirios de la enfermedad? Yo
creo que sí; pues, al mismo tiempo, ha exprimido repeticiones
diversas, con una delicadeza infinita de matices, las imposibilidades
del espíritu humano, las debilidades del estilo: “Muchas cosas del
corazón, que no son comprendidas sino cuando se explican, se vuelven
ridículas para aquel a quien las explicamos. El ciego entiende la
palabra día; he ahí todo”. Otra vez, intentado completar
su pensamiento, ha escrito: “El niño es puro, pero es insensible;
¡es triste! ¿La sensibilidad no es entonces sino la profanación de
la Pureza?”
Estamos
lejos de completar la serie de obras del Sr. Xavier Forneret. Habría
que citar aún: —Y la luna brillaba, y el rocío caía, —Nada,
—Líneas rimadas (1852), —Caressa, novela aparecida el
último año, y una infinidad de folletos2.
Así
pues, con tal bagaje, y con un mérito indiscutible, podemos vivir un
siglo sin dejar rastro más que en la memoria de algunos íntimos —o
en la libreta de un bibliófilo curioso al acecho de ediciones
desaparecidas, como un servidor. Eso da que pensar.
El
Sr. Xavier Forneret intentó, además, estrenar, con su dinero,
un drama en el Ambigu-Comique3, bajo la dirección del Sr.
Desnoyers. Ello le valió, en este lugar y otros, epigramas que
constituyen la más grande publicidad que había obtenido en su vida.
En cuanto a nosotros, siguiendo desde hace años la pista de estos
libros y esta personalidad, lamentamos haber retrasado nuestro
artículo hasta este día.
El
Sr. Xavier Forneret vive ahora unas veces en Beaune, otras en París.
Es siempre en parte el objeto de curiosidad de los transeúntes; pero
él está resignado a ello. En una carta enviada a una Revista de
Dijon, escribía esto: « Ese pobre diablo de pesadilla, se
dice de mí. Gracias, mis buenos señores, pero estoy bien, no me
quejo... Verán, señores, tengo una satisfacción que tal vez no
aprecien y es que, cuando salgo, a pesar de mis pretendidas
excentricidades de todo género, todos los niños pequeños me dicen:
“Buenos días, buenos días, Sr. Forneret”con toda gentileza y
nada de burla; y sus pequeñas voces infantiles provocan un gran
revuelo en mi corazón».
¡Vean,
he aquí un fantasioso que no es un mal hombre!
CHARLES
MONSELET
1.
Forneret parece jugar con el lenguaje, en el original utiliza
Carabins, el apodo que se daba a los estudiantes de medicina
en Francia, cerca del término Carabine (Carabina: mujer de edad que
acompañaba a ciertas señoritas, especialmente cuando eran
cortejadas).
2.
Libro pequeño encuadernado en rústica.
3.
Fue un teatro situado en el parisino bulevar del Temple. Fundado en
1769, fue derribado en 1966.
martes, 28 de junio de 2016
domingo, 26 de junio de 2016
Fragmentos (I) de HISTORIA DE LA FILOSOFÍA OCULTA de Alexandrian
Para mí... la filosofía oculta es una
necesidad constitutiva del espíritu humano...
La infancia... es un verdadero
aprendizaje del mundo oculto.
La magia es pues el estadio
presimbólico del pensamiento.
En la película interior del hombre que
duerme, el mago reprimido dentro de él por la vida cotidiana se
desquita: dialoga con unos padres muertos, produce apariciones y
prodigios, despliega nuevamente el arsenal de conjuros y sacrificios
rituales a fin de resolver sus dificultades íntimas.
El pensamiento mágico entra en acción
cada vez que se presenta un problema ante el cual el pensamiento
pragmático se queda impotente.
...como el niño que juega a ser señor
del universo para librarse de la angustia de depender de los adultos.
“Tratan hacerme pasar por loco, por
delirante, porque creo en la magia, y porque repito sin cesar que se
hacen maniobras mágicas especialmente dirigidas contra mí (…). El
mundo, a determinadas horas de la noche, en determinados días del
año, del mes o de la semana, es un inmenso circo de embrujamientos
muy bien disimulados que nadie advierte, pero que ordenan los
acontecimientos”. (Antonin Artaud)
Las ideas extrañas del pensamiento
mágico han permitido a veces paliar la insuficiencia de medios
técnicos de una época. Y cuando eran vanas, servían al menos para
evitar el desaliento, dado que una certeza ilusoria vale más que el
tormento de la incertidumbre.
Agrippa escribió en 1527 De
Incertitude et vanitate scientiarum et artium (Sobre la incertidumbre
y la vanidad de las ciencias y las artes),
donde sostiene antes que J.J. Rousseau que las ciencias y las artes
son nocivas para el hombre y denuncia los abusos de las profesiones
liberales de su tiempo en ciento tres capítulos que atacan
sucesivamente a los gramáticos, los músicos, los médicos, etc.
Sereno
de Samos, en sus preceptos de medicina, recomendaba colgarle del
cuello al enfermo la fórmula abracadabra,
repetida diez veces, para eliminarle la fiebre.
Antes,
el ocultismo era una filosofía de cristianos decepcionados por la
incompatibilidad entre las creencias paganas y el cristianismo; en lo
sucesivo, será también una religión de ateos que no pueden
resignarse a la desoladora aridez de un materialismo sin mitos.
...digo
sólo que hay ahí una corriente desdeñada por la enseñanza
académica, dejada a la discreción de falsos profetas, de la que se
pueden tomar nociones en la investigación de la verdad.
Hermes
Trimegisto, “lo que está arriba es como lo que está abajo, lo que
está abajo es como lo que está arriba, para los milagros de una
sola cosa”.
...”ley
de la sizigía”: en el universo hay sizigías, parejas de
realidades complementarias, el cielo y la tierra, el sol y la luna,
el día y la noche, la vida y la muerte...
El
culto a Helena es la parte sublima de la gnosis simoniana. Todas las
religiones están llenas de megalómanos que se toman por Dios o por
el Enviado de Dios: nada más común, en suma; lo que no distingue a
Simón de los demás. Pero que haya tenido la idea de hacer del
Primer Pensamiento de Dios un principio femenino (cuando el Dios del
Génesis creó primero el universo y al hombre), de mostrar este
principio yendo a parar a un burdel fenicio (cuando Atenea, salida de
la cabeza de Zeus, permanecía virgen incorruptible), era de una
audacia insólita tanto ante los paganos como ante los cristianos.
Cristianos,
gnósticos y herejes se parecen tanto que se requiere una vigilancia
extrema para distinguirlos.
Basílides
llamaba a Dios “El que no es” a fin de mostrar que la Causa
primera escapa a la razón y a la imaginación.
La
Iglesia cristiana primitiva encontró en Marción a su primer
cismático de envergadura, comparable a Lutero.
...los
gnósticos dividían a los individuos en tres categorías: los
hílicos, hundidos en la materia, incapaces de salvarse; los
psíquicos, mejores que los anteriores, pero todavía ignorantes que
necesitan “milagros” para justificar su creencia y “buenas
obras” para merecer la salvación; y los pneumáticos, que
disciernen por la gnosis lo verdadero de lo falso, y cuyo pneuma
permanece incorruptible e inmortal hagan lo que hagan.
...Marcos
consideraba que el psiquismo femenino dejaba escapar verdades
intuitivas.
...la
serpiente Ouroboros (“que se muerde la cola”), que unas veces
representa las tinieblas y otras el Tiempo infinito, pero que de
todas maneras marca el límite circular del mundo humano.
El
gnosticismo, como fenómeno histórico, termina en el siglo V, cuando
el triunfo del cristianismo sobre el paganismo, con los emperadores
cristianos sucesores de Constantino, suprime momentáneamente el
sueño de una Gnosis que concilia las religiones antiguas y la nueva
religión.
...los
surrealistas fueron innegablemente representantes de la Gnosis
moderna, dado que preconizaban la salvación por el sueño.
El
“conocimiento puro” invocado por los gnósticos no es el
conocimiento científico: es un conocimiento original, del que la
ciencia, la religión, la poesía y el arte dependen por diferentes
razones sin llegar a agotarlo ni a asumirlo totalmente.
...los
que piden que se tenga en cuenta en el conocimiento las intuiciones
del pensamiento mágico, en suma, los que proponen un método de
salvación a los seres que se sienten “extranjeros” en este
mundo.
La
palabra kabbala (que
significa tradición)
era utilizada ya en la literatura posbíblica para designar lo que no
formaba parte de la Ley codificada, como las sentencias proféticas o
los relatos hagiográficos.
Una
palabra sagrada, cuando se sabe formarla, y en qué condiciones
escribirla o pronunciarla, puede destruir o construir un mundo.
...abracadabra
escrita en tantos talismanes de la Edad Media: era simplemente una
contracción de Abreq ad hâbrâ
(Envía tu rayo hasta la muerte),
fórmula sagrada de evicción de los enemigos.
...los
que examinan una cuestión con ojos nuevos distinguen en ella puntos
importantes que escapan a los habituados, que a fuerza de profundizar
en los detalles dejan de ver el conjunto.
El
libro sagrado de la Kabbala es el Séfer ha-Zohar
(Libro del Esplendor)...
...en
el libro del rabí Hammenouna el Antiguo se explica ampliamente que
toda la tierra habitada gira dando vueltas como en un círculo. Los
unos se encuentran abajo, los otros arriba... Es por lo que, cuando
la región de unos está iluminada, la de los otros está en las
tinieblas. Éstos tienen el día, aquéllos la noche... Y este
misterio ha sido confiado a los maestros de la Sabiduría y no a los
geógrafos, pues es uno de los misterios profundos de la Ley.
La
fisionomía del hombre es el libro en el que están escritos sus
acciones y sus estados de alma.
¿Cuál
es el águila que hizo su nido en un árbol antes de que el árbol
existiera?
La Pequeña y Santa Asamblea
(Idra Zoutta Kadisha)
con que termina el Zohar relata la muerte del Simeón, que muere
pronunciando la palabra “Vida” en presencia de algunos
discípulos.
Lo
admirable en De arte kabbalista
es ver a un pagano, un musulmán y un judío discutir apaciblemente,
testimoniándose un aprecio recíproco; Reuchlin da aquí una lección
de tolerancia a sus contemporáneos, tan violentamente sectarios, y
les muestra que el humanismo coloca la virtud por encima de los
dogmas.
“Precaverse
de las creencias pueriles que turban la conciencia; no buscar lo
infinito sino en el orden intelectual y moral; no razonar nunca sobre
la esencia de Dios; no conceder existencia real al alma; respetar la
conciencia de los otros y no imponerles jamás siquiera la verdad; no
romper por la fuerza el yugo de los esclavos que aman su yugo”,
etc. (Éliphas Lévi)
Stanislas
de Guaita fundó, en mayo de 1887 en París, la Orden de la Rosacruz,
con la misión de combatir, allí donde la encontrara, la hechicería
con sus torpezas y estupideces.
...Péladan
era católico intransigente y enemigo de la filosofía alemana,
mientras que Guaita la admiraba, y decía: “De los católicos, sólo
los esotéricos y los místicos no son imbéciles”.
Guaita
se volvió morfinómano; pero tuvo con la morfina la misma relación
lúcida que Thomas de Quincey con el opio, y de ella sacó quizá la
intensidad de sus percepciones del plano astral.
(Traducción de Francisco Torres Oliver)
(Traducción de Francisco Torres Oliver)
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