martes, 20 de septiembre de 2011

Una prueba

Nunca olvidaremos el 11 de septiembre. Ese día se cayeron las torres y a nosotros se nos cayó el mundo entero. Isel no se encontraba bien, estaba pálida. Pasó el fin de semana cansada, sin ganas de hacer nada, durmiendo demasiado. Fuimos al centro de salud sin que supieran darnos ninguna razón sobre su estado, recomendándonos ir al hospital y así hicimos. Esperamos nerviosos pero Isel sonreía todo el rato. Después de pasar por varios lugares, acabamos en el área de ginecología y obstetricia. Nos separaron unos minutos que yo utilicé para dar vueltas de un lado al otro de la sala de espera. Estaba tan asustado que empecé a recordar todas las oraciones y me puse a recitarlas una a una, muy despacio, mientras recorría repetidamente los metros de aquel salón blanco. Al cabo de unos 45 minutos Isel salió espléndida del lugar, con una sonrisa hermosa en su cara. Vista así, a la distancia, se me calmaron rápidamente los nervios y volví a respirar de forma normalizada. Me acerqué a ella y me agarró las dos manos, me metió en una habitación y me dijo sin que la noticia le hiciera perder la belleza ni la alegría: Pedro... no pasa nada, tengo un tumor y me tienen que operar... ahora el médico nos lo explicará todo. No dio tiempo a más, en cuestión de segundos un médico nos contó todo el proceso que nos esperaba; las decenas de pruebas previas a la operación. Yo estaba de pie e Isel sentada, la miraba asentir mientras el médico enumeraba esas palabras tan largas con que nombramos a la enfermedad. Empecé a llorar como un crío, casi me caigo al suelo y la enfermera amablemente me ofreció una silla que yo rechacé porque necesitaba salir lo antes posible para gritar con la prohibición de todos los decibelios de todos los sistemas planetarios de todo el universo. En mi cabeza sonaba todo el rato esa palabra, esa enorme palabra llena de miedo: tumor abdomino-pélvico gigante sospechoso de malignidad. Isel mantuvo las formas todo el tiempo, la acompañé al baño donde aún no dejaba de sangrar. Salimos a la recepción donde nos dieron las citas de todas las pruebas venideras; luego salimos a la calle donde una mujer musulmana con una pierna vendada y dolorida y su hija esperaban los taxis que no llegaban e Isel se ofreció a llevarlas. La preciosa Isel inconsciente aún de todo. Vivían en un lugar que no nos pillaba ni por asomo de camino y, en mitad del trayecto, perdidos en mí del todo los nervios las invité a salir, cosa que comprendieron en mi perfecto castellano lleno de rabia y de dolor.

Sé que no supe estar a la altura. Luego vinieron las llamadas, la comunicación a los familiares; el abandono de trabajos y proyectos. Nos dimos cuenta, en cuestión de nada, de lo que en verdad importa en la vida: nosotros, nosotros, nosotros sin más. Me fui calmando con las horas y empecé a entender que tenía que ser más fuerte que nunca para que el proceso fuera más sencillo y llevadero para los dos. Me vestí con la coraza que aún me protege y salí adelante la primera semana llena de papeleos y pruebas de todo tipo: electrocardiograma, radiografía, TAC, resonancia magnética, analítica, ecografía... Como no podía dormir, me pasaba las horas frente al ordenador buscando respuesta a todo. Me hice especialista en tumores de todo tipo y me llegó esa palabra tranquilizadora: mioma. Todos los síntomas de Isel parecían estar causados por él. Investigué un poco y me tranquilicé al saber que es benigno en el 99,5% de los casos; aunque el de Isel fuera gigante y abarcara su abdomen entero, del tamaño de un melón, de 25x30 cm. Leí casos de mujeres que habían desarrollado masas tan grandes sin mayores complicaciones. Pero el médico nos habló también de histerectomía (extirpación del útero) y otras cosas más y que podrían llevarse a cabo. Pero nosotros aún esperábamos el resultado de las pruebas. Fue Isel quien más me tranquilizó, a veces resultaba macabra en su comportamiento, pero nos reíamos y llorábamos con ello. Se le ocurrió la genial idea de ponerle nombre al monstruo que lleva dentro. Lo llamó: Tumi. Luego se inventó el baile del Tumi, algo así como una danza oriental del vientre pues ahí está su bulto con el que tiempo atrás bromeábamos y ella solía sacar en el metro para parecer embarazada y la dejaran sentarse. Pensábamos que simplemente tenía barriguita como tantas personas y nada más. El día en el que casi me caigo al suelo de la risa fue cuando me la encontré frente al espejo, protagonizando esa famosa escena de Robert De Niro en Taxi Driver. Isel se había subido la camiseta dejando el vientre al aire, se miraba al espejo y lo señalaba, añadiendo: Are you talking Tu-mi? Are you talking Tu-mi? En fin, a mí me dolían esas cosas suyas pero nos reíamos con ellas. Nos pasábamos los días juntos, más juntos que nunca, a la espera de una respuesta; yo le suelo besar el vientre y ella me pregunta que por qué lo hago si el bicho de ahí adentro es malo y yo le digo que lo beso para todo lo contrario, para que sea bueno. Nos bajamos todas las películas tontas que existen y salíamos a pasear de una forma que no habíamos hecho nunca. No teníamos prisa para nada, nos sentábamos en un parque y dejábamos que la luna fuera saliendo de entre los edificios. Hablamos durante horas y más horas; algunos días con suerte podíamos dormir y, otras veces, Isel afirmaba que se había olvidado por un momento de todo. Yo seguía buscando y leyendo cientos de páginas médicas por internet. Luego me informé sobre el médico que nos atendió y que será quien la opere, quien resulta ser una eminencia en el campo y un especialista en la intervención que se llevará a cabo. Por fin pasaron los días y las pruebas y ayer, 19 de septiembre, teníamos la esperada visita con él. Me transmitió de nuevo una muy buena impresión y mejores vibraciones. Nos enseñó las imágenes de la resonancia y pudimos ver el tamaño enorme de Tumi. Nos dijo que parecía ser a todos los efectos benigno. Era lo que ya pensaba: un mioma que podría haber degenerado en sarcoma. Nos habló claro y sin medias tintas; nos dijo que lo peor que podía pasar era la extirpación de la matriz y que eso haría si Isel tuviera más de 45 años; pero que ahora mismo haría una cirugía conservadora de la fertilidad. Bromeó incluso con nosotros, a Isel le dijo que quedaría estupenda tras la intervención y que tendría que ir pensando incluso en cambiar todos los tangas. El tío está un poco loco, silbaba y cantaba mientras nos transmitía los resultados. Sólo le preocupaban los bajos niveles de hemoglobina de Isel, pues es anémica. Así que el lunes y martes le harán transfusiones de sangre y la operación tendrá lugar el miércoles 28 de septiembre. La ingresarán temprano esa mañana y estará unos dos horas y media en el quirófano. Nos dijo el doctor que lo más difícil no es extirpar el tumor, que es una gran masa uniforme compuesta de dos lóbulos enormes; lo que le llevará más tiempo será la reconstrucción del útero. Si todo sale bien, tendremos que ser padres en un período de pocos años. Salí contentísimo de la reunión, mucho más que si me hubieran tocado once millones de euros. Mis hermanos estaban en la sala de espera y nos fundimos todos en un gran abrazo. Además habíamos arreglado todos los papeles para que el día 24 pueda venir la madre de Isel a acompañarla en un momento así.

Esta es una prueba más que nos ha puesto la vida. Una prueba que saltaremos y quedará ahí como un mal sueño. La insondable fuerza del amor que nos une ha hecho que Isel y yo sepamos abarcar el miedo del principio. Nos hemos querido como siempre sólo que un millón de veces más. Hemos pasado del pánico a la tranquilidad, del horrible miedo, del planteárselo todo a cambiar radicalmente nuestra forma de pensar respecto a la vida. Sabemos que después de esto nos tomaremos las cosas de otra manera. Ya no queremos aspirar al mantenimiento de nosotros sino a la glorificación de nosotros, al miramiento de nosotros, al disfrute de la vida en todos los sentidos.

Convoco a todos los que me leáis para que el día 28 de septiembre tengáis presente a Isel; quisiera que el que sepa rezar que rece y el que sepa sentir sienta; quiero que una nube de buena energía nos reúna ese día. Todo saldrá bien. Ya veréis.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Salvaje Andalucía

Andalucía es el único lugar del mundo donde, a partir de la una del mediodía, empiezan a echarle agua al vino; o eso es lo que dicen y mi padre el primero. “Bueno… me voy, que van a echahle agua al vino…” y sin más se levanta de la silla de playa, se pone las gafas de sol de malote que le dan un aire de mafioso insuperable y marcha al bar justo a tiempo, antes de que agüen el zumo de uva fermentado. Sucede que a la misma hora otro considerable número de hombres marchan al bar siguiendo el mismo esquema. Al final acaban bebiendo cerveza la mayoría pero es un dicho como otros tantos. La mayoría de las mujeres aprovechan para seguir tomando el sol; la mía no, la mía sale escopeteada detrás de mi padre: “Así no se lía tanto…” nos dice mientras se coloca la pamela y sale tras él.

No hace mucho que analizo exhaustivamente los dichos de mi tierra. A veces ni siquiera me da tiempo a analizarlos todos. Todo depende de la persona con la que esté. Con mi abuelo, por ejemplo, es un no parar. Cuando estoy admirando alguna de sus palabras ya empieza con las siguientes quedándome al final sin nada en la cabeza; pero eso de “le van a echah agua al vino…” es de mis preferidos. Como si una brigada de seres hubiera programado a la una del mediodía ir a todos los lugares del mundo para estropear las bebidas alcohólicas. Admiro que Andalucía es el lugar que conozco donde hay más poetas por metro cuadrado y lo mejor de todo es que ellos ni lo saben: Beben como poetas, hablan como poetas y muestran la misma ignorancia bonita que tiene la mayoría de los poetas; quiero decir que la ignorancia hace que se expliquen algunos fenómenos científicos de una forma que resulta bella por la inocencia ignorante con que se ausculta. Me dice mi abuelo: “Mira niño lo rojo que se ha puesto tu tío Alfonso… pero abuelo, ¿lo hah dejao al sol?... ¡No, hombre! Lo que pasa eh que con la brisilla ehta que ehtá haciendo pueh sa quedao tohtao…” Y yo me lo imagino tal cual, veo cómo el viento mueve los fotones de la luz que el sol envía para quemar a la gente que ha buscado la sombra. Uno se contagia rápido de todo eso. A mí, es cruzar Despeñaperros, y ya se me olvidan todas las eses y empiezo a hablar como si estuviera a punto de cantar. No sé a qué es debido pero es así. Además todos los poemas que podría escribir en Andalucía son rimados, trágicómicos y hablan de la tierra más que nada. Sí, me pongo muy lorquiano en cuanto cruzo Granada; es como si me hechizaran y fuera otro muy distinto al que soy en Madrid. Lo peor de todo es que en Andalucía me gusta la poesía rimada y me sigue gustando siempre que la lea allí, al sur del todo. En cuanto vengo a Madrid y les echo un vistazo a los poemas y, o los guardo, o los tiro sin remedio.

Pero quiero hablar de algunas de las cosas que dicen quienes me rodean y que me parecen absolutas maravillas; intentaré obviar los refranes pues ya muchos son conocidos pero veréis: Mi padre, por ejemplo, es la persona que más madruga del pueblo. Ya desde primera hora de la mañana se pone en plan revolucionario. Otros muchos madrugan en la playa para colocar su sombrilla en primera fila, de modo que conforme avanza el día la arena se convierte en un tetris de sombrillas donde uno puede leer el periódico del vecino sin moverse del sitio. Es más, yo hago con Isel planes estratégicos para conseguir ir desde atrás hasta el mar siguiendo la ruta más accesible, es algo así como Dónde está Wally pero sin que haya cojones de encontrarlo. Pues bien, mi padre madruga, va el primero a la playa y pone las sombrillas en la parte de más atrás del todo; quiero decir que muchos días he madrugado, me he asomado a la playa y he visto impolutas nuestras sombrillas en la parte de más atrás mientras quedaban sitios perfectamente libres en primera fila. Mi padre lo hace para no discutir más. Ya lo he visto tirar una sombrilla al agua cuando otros llegan a las dos del mediodía y se te ponen los primeros. Esto no venía a cuento de nada pero, lo que quería explicar es que mi padre madruga tanto que a otros no les ha dado tiempo a acostarse, por lo que se entera de todo. Yo le digo a mis hermanos que nuestro padre es el “Chérih del condado” y no me falta razón. Sólo él sabe quién ha tirado no sé qué contenedor, quién estaba borracho en no sé qué escalón, quién ha pasado a demasiada velocidad por no sé qué calle… Cuando te lo cuenta puntualmente en cuanto te ve por la mañana, añade: “Tengo una vihta que me pierdo yo solo…” Esa frase casi me marea y aún más dicha frente al mar Mediterráneo. Casi supera a esa otra de “por la noche oigo la yerba creceh…” No quisiera explicarlas todas porque son bastante explícitas pero yo que soy muy imaginativo me imagino a mi padre como un pájaro enorme que tiene tanta visión que no hace más que extraviarse de tanta capacidad óptica.

Vamos un rato con el abuelo. Qué hombre. Tengo que escribir un día largo y tendido sobre él; quiero decir que ojalá encuentre el tiempo para terminar una novela basada en su vida. En fin… a groso modo diré que el abuelo es la mejor persona que he conocido en toda mi existencia. Con eso está todo dicho. Eso sí, hablando es bruto como él solo pero es tan apasionado con la vida que toda esa brutalidad se desfigura en dulce celebración. “Shiquillo… he ehtado soñando ehta noche… unah fantasíah y una tonteríah máh grandeh… ehtaba yo allí en la fábrica de harina… eh la virgen… y tenía una avería que no daba con ella y me he levantao ensudando máh que el copetín…, pero otrah veceh… qué bonico eh de ensoñah… “ Es una pena que sólo escribirlo no permita imaginarlo. Mi abuelo tiene una voz grave y hermosa, una voz muy grande de flamenco; es más, cuando canta se me eriza la piel de tanta potencia escondida. Además mueve mucho las manos y sus manos son gigantes y duras; siempre me parecieron balsas y no sé por qué. Además siempre le brillan mucho los ojos porque independientemente del sol, cuando te mira pareciera que estuviera mirando un mechero encendido con lo que hay una llama en el centro de su ojo que hace que todo lo que mencione tenga una importancia brutal para mí. Aunque nunca he visto a nadie ganar la lotería, he visto a mi abuelo comer. Todo, absolutamente todo le encanta, se pasa el rato de la comida diciendo: “ay, la vihgen, qué bueno ehtá ehto… ehto ehtá mejoh que una patá en loh cataplineh…” No hay nadie tan feliz como él delante de un buen plato de cuchara.

Cada vez que cometo un error, aunque sea un error pequeño por no haber analizado con coherencia las situaciones mi padre, que tiene muchísima paciencia y cálculo a la hora de decir las cosas, me suelta: “Tieneh menoh vihta que una casa quemá…” Toma ahí. O cuando algo no le convence: “Donde se ve la choza, se ve el habío…” Digamos que para todo tiene su propia sentencia y la sentencia no tiene medias tintas. O es o no es y punto. “No ereh máh tonto porque no ereh máh grande…, si te ehtáh quieto ganamoh dineroh… o ereh máh tonto que un perro cargao pihcoh…” son algunas de las lindezas que nos dice con cariño a mi hermano y a mí. Menos mal que con el tiempo hemos aprendido a encajarlas.

Y hay muchísimas más expresiones que los andaluces se van inventando sobre la marcha y que suenan siempre a fiesta, una fiesta macabra y dulce a la vez. Este verano, por ejemplo, me dediqué a poner por la mañana carteles con los lemas del 15 M en algunos de los lugares más concurridos del pueblo. Un amigo de mi hermano, el Jose, que me vio, me dijo: “Joé tío… tú ereh radicáh totah…” Sí, radical total. Estoy seguro de que los carteles, que eran de colores, pasaron desapercibidos para el noventa y nueve por ciento de los andantes. Un día de repente desaparecieron y vi a los de Protección Civil con ellos en las manos, mirándolos con anteojos sin entender nada: “Oye… ¿tú zabeh qué quié desíh ehto Manolo…? … Aveh… Si-te-fí-ah-de-un-ban-co-dor-mi-ráh-en-él… Pufff, ni idea shiquilla… ¿Y ehte? … Vo-tah-eh-e-le-gih-en-se-cre-to-qui-én-te-ro-ba-rá-pú-bli-ca-men-te… ¡Ay, yo qué sé…! Bueno… déjaloh ahí y ya vendrá arguien a poh elloh… Vale”. Bendita e impecable ignorancia.

A veces se pierde el tacto con la forma de decir las cosas. Mi abuela Juana es una mujer dura; por debajo de las mesas controla todo lo que dice mi abuelo dándole un pellizco a tiempo. Es seria, no habla mucho, pero es implacable. Con sus nietos es dulce y lo da todo pero en su casa lleva los pantalones bien puestos. No es tan machista como mi madre porque ella sí dice ven en su casa y mi abuelo lo deja todo. Recuerdo que este verano estaba sentada en el sofá del salón viendo la visita del papa. Yo llegué con Isel y nos sentamos un rato a su lado, con mi abuela no se puede discutir nada de la iglesia, ella es creyente hasta la médula y, por supuesto, admira al papa: “¿Habéih vihto…? Ha salío el papa con una niña surnormáh…” Se trataba de una niña con síndrome de Down pero decir el insulto en boca de mi abuela no era en absoluto maldad sino simplemente como ellos llaman a las personas así, sin más y sin querer hacer daño, más bien todo lo contrario. Isel casi no pudo aguantar la risa. Y sí, allí estaba la abuela, que a la mínima de cambio te pone los programas de testimonios para soltar una grandiosa charla de moralidad: “Qué juventú… paloh leh farta a esoh… paloh…” Y nos cuenta el día que mi madre se llevó el único tortazo de su vida: “Mira, tu madre ha sío muy güena, de siempre… pero un día dijo una palabrota delante del abuelo y de la guantá que le metió le salió sangre…”.

Pero lo que más me gusta de mi Andalucía hermosa, lo que más me gusta de sus mayores es que se apasionen tanto de las cosas que a nosotros nos resultan de lo más natural y por las que no sentimos la más mínima admiración. Este verano fue la primera vez que mi abuelo vio una cámara de fotos digital: “Pero… ¿ya ha salío…? Mira nena, ya sa rebobinao… qué inventoh, qué cabezah, qué inteligenciah…” El año pasado me los traje una semana a Madrid y los llevé a todos los sitios que pude. No les llamó especialmente la atención ni el teatro ni el cine ni nada de lo que yo esperaba que les chocaría más, no. Lo que más les impresionó fue el parking de Callao cuando los llevé al teatro. Bajé hasta la cuarta planta bajo tierra y me dice el abuelo: “La víhn… chiquillo… ¿cuánta gente habrá ehtao cavando aquí…?” O cuando fui a lavar el coche con ellos dentro y lo metí en una de esas máquinas con rodillos que lo limpian entero, el entusiasmo era demasiado: “¡Ale niñooo… madre mía… si mi papa viera ehto…¡ ehto eh mejoh que la feria…!” Y tantas cosas más, una vez me acuerdo que querían ir a Mallorca de viaje y fuimos a sacar el programa del viaje, billetes y demás. No había viajes programados para Mallorca pero sí para Formentera… los llamamos por teléfono y así fueron las cosas: “Abuela… que no hay billetes para Mallorca, que hay para Formentera… ¿Formentera? ¿Eso qué lecheh eh? … Pues una isla abuela… ¿Una isla? ¡Ay… yo no quiero ir a una isla, yo lo que quiero eh ir a Mallorca!”. Desde luego viven en su propio mundo. Un mundo mucho más sencillo donde se niegan a evolucionar.

Tenemos otro amigo que habla un andaluz cerrado como pocos. Se llama Juanjo, buen comensal como es habitual, nos contaba en la playa lo siguiente: “Pueh ayeh ehtuve con el Bartolo y noh fuimoh a comeh una fritura de pescao… totah… que me sentó fatah, yo no sé si por loh aceiteh… o yo qué pollah sé, que me entraron unoh ardoreh que pa qué… y me dijo el Bartolo: pueh amoh y noh comemoh un helao para rebajarlo, y eso hicimoh…” Sí, Andalucía es el único lugar del mundo donde para rebajar la comida, se come otra vez.

Y es que hay tantísimas anécdotas y tantas formas de decirlas que no sé por donde seguir. El otro día mi madre me hablaba de una familia que son ateos y tal y librepensadores y me dijo lo mismo que el bueno de Jose: “pues ná, en esa familia son radicaleh del tó, tienen unah ideah rarah yo creo…” Y más tarde pilla y se va a encargar un pollo: “¿Mamá… alquilahte el pollo?... Sí, pa lah doh ehtará… ¿y a nombre de quién lo hah puehto? Al nombre de tu padre” Ya tiene tela la mujer, que va y pone el pollo a nombre de mi padre que es precisamente quien todos estamos seguros de que no va a ir a recogerlo.

Y está mi padre, otra vez quisiera terminar hablando de él. Pareciera que en su persona confluye todo el salvajismo andaluz. Atraviesa como una bestia cualquier puerta e instala allí sus ideas y sus dichos sin importarle lo más mínimo la opinión de los demás. Sólo un par de veces me he ido con él antes de que le echaran agua al vino este verano. Se coloca en un lugar visible del entorno y lanza sus ideas a diestro y siniestro con fuerte tonalidad de voz. Isel me acompañaba y lo escuchaba igual que yo. Vimos cómo su lucidez aumentaba con cada tercio de cerveza y cómo la gente replicaba o lanzaba su aprobación. Recuerdo que entró el dueño del bar y mi padre le preguntó a Isel (milagro, milagro) que si creía que ese hombre era mayor o menor que él. “Mayor…” dijo Isel con la voz entrecortada. “Hombre… eh que si dices que yo soy mayor ahora mihmo te mando por Seuh 10 a Madrí…” Y es que el dueño del bar se ha dedicado toda la vida al mar y eso se nota en su piel estropeada y curtida al sol de muchos días, realmente parece mayor que mi padre pero tiene algunos años menos. En fin, después de la charla filosófica mi padre se me acerca y me dice por enésima vez: “Si te parecierah máh a mí, otro gallo te cantaría…”. Asentí como hago siempre y nos fuimos a casa a comer; teníamos que rebajar las tapas que nos habíamos tomado antes.

Andalucía es el único lugar del mundo donde a partir de la una del mediodía le empiezan a echar agua al vino. También es el único lugar del mundo que se parece un poco a lo que soy. Pero sobretodo es un lugar como cualquier otro donde se vive y surge la anécdota con gracia.

Mi primo Miguelito, que es madrileño de nacimiento no tiene duda. “¿Tú qué ereh, Miguelito, ¿de dónde ereh?... yo soy andalucío… ¿Andalucío…? ¡Se dice andalú…! Bueno vale… y ¿a quién quiereh máh a tu padre o al tío Loren? Al tío Loren”

Sí, Andalucía es el único lugar del mundo donde la gente tiene razón por narices, donde es indiscutible la sentencia y eso lo sabe hasta un niño de pocos años. También es el único lugar donde los pollos “se alquilan”, donde la gente compra en el “brehca” y en el “sahtrivariuh”, donde cuando se acaban las vacaciones la gente se conforma y dice: “bueno, no pasa ná… ya mañana me queda un día menoh palaño que viene…” También es el único lugar que abandono al borde de la lágrima. Sí, tengo una cosa muy clara… Si alguna vez le pusiera los cuernos a Madrid sólo sería con Andalucía.

Dejar el trabajo mola si sabes cómo

A veces hay que tomar decisiones drásticas y aunque sea posible el arrepentimiento más adelante compensa hacerlo sólo por el absoluto bienestar que te produce ese segundo en el que has sentido que le has echado narices y al fin decidiste algo y actuaste en consecuencia. Yo lo he hecho, lo hice ayer: he dejado mi trabajo.

Creo que mi descontento por el mismo ya es conocido. Es cierto que al principio parecía que iba a ser un trabajo sencillo sin excesiva responsabilidad, lo que me permitía evadirme un poco, incluso escribir inspirado por el hospital donde me desenvuelvo. Pero creo que duré trece o catorce poemas y nada más. Los primeros meses fueron duros, como todos los comienzos. No sabía muy bien lo que tenía que hacer pero fui aprendiendo por mi cuenta. No siempre llamaba a mi jefe cuando sucedía una avería, intentaba resolverla sin saber nada en absoluto y, cuando daba con la solución, ya sabía que jamás olvidaría cómo solventar la misma incidencia de presentarse. Estuve así bastante cómodo, ganando una miseria el primer año. Después de eso empezó a cambiar el personal que dirige la empresa dentro de la cual colabora la mía: también he dicho alguna vez que estoy contratado por una empresa contratada por otra empresa contratada por el hospital; una táctica para no encarecer prácticamente nada los servicios. En fin, el caso es que después de ese primer año el jefe del hospital empezó a tomarla con el sistema de seguridad electrónica que mantengo. Que si no funcionaba nada que si tal y que si cual. En cuanto había un problema llamaban a Pedrito que seguro que tenía la culpa. Recuerdo, entre otras cosas, una inundación que hubo en el edificio de los laboratorios, incidente que hizo temblar tanto al personal de seguridad como al de mantenimiento. Pero claro, como yo estoy solo en lo que hago, la culpa de la inundación la tenía mi sistema pues como está diseñado para captar incendios, así como del amor al odio hay un paso, parece que igual entre el agua y el fuego. Aún así pude demostrar que en mi sistema llegaron averías que seguridad no tuvo en cuenta a la hora de actuar. Después de eso seguí saliendo airoso de algunos inconvenientes más y empezó a pesarme mucho, demasiado, el trabajo. Ahora tenía que hacer informes diarios de mis actuaciones, tenía que descargar diariamente el historial sobre los eventos que suceden en mi ausencia y debía informar al personal de seguridad para moverme en cualquier dirección. Me sentía como si me estuvieran vigilando no fuera que tocara algo y acabara con mi incompetencia con todos los pobres enfermos aquí ingresados.

Hace unos meses hubo otro magnífico problema en el lugar. Problema que, aún pudiendo ser responsabilidad mía, viene de lejos y alcanza a mi empresa tres años atrás cuando yo no estaba aquí. Problema del que yo nunca he sido consciente y no he solucionado por tanto. Bueno, teníais que haber visto; en cuanto uno de mis jefes se dio cuenta llamó a todos los empleados de la empresa que vinieron como locos y en dos días se solventó para limpiar nuestra imagen frente al hospital. Al mismo tiempo, y como aquí también se están haciendo recortes, salió a concurso mi labor en el hospital. Se presentaron varias empresas de la competencia y, al final, nos eligieron a nosotros de nuevo. Contaba con ello porque creo que hago bastante bien mi trabajo y eso me lo reconocen diariamente quienes me conocen. En fin, para alegría de mis jefes, se prorrogó nuestro servicio por un año más.

Fue entonces cuando me senté delante de mis jefes y les dije que no me compensaba mi labor. Lógicamente no me compensaba económicamente. He dado tantas veces la cara por ellos que consideraba que no sería descabellado un aumento. De no ser así, les mostré mi decisión de irme a la mayor brevedad y cuando encontraran a un sustituto. Se quedaron un poco descolocados ya que supongo que ellos creían que seguirían tumbados a la bartola esperando que les llegaran los ingresos que cómodamente yo les genero. El que lleva las cuentas me dijo que esperara por favor hasta septiembre pues ahora él se iba de vacaciones y necesitaban un tiempo. Me dijo que en cuanto regresáramos del verano me harían una oferta y así hicieron.

Vino el que lleva las cuentas, con el que no sé por qué, desde el principio, choco bastante. Luego tengo que reconocer que el otro, el que me capacitó y me visita de vez en cuando es un tipo bastante competente y agradable. Pero claro, vino el de las cuentas y me preguntó qué cantidad consideraba yo adecuada. Pedí una subida de un 60% y sin volverme loco. Era una cantidad que ya había estudiado yo previamente y que me parecía justa por mi labor. Bueno, el hombre puso las manos en el cielo. Que lo ponía en un problema, que era mucho, que con eso ellos no sacaban nada. Mentira, mentira y mentira. Lo vi en una actitud bastante nerviosa, quiero decir que noté que quería que me quedara pero no pensaba ofrecerme algo que me agradara. Luego comenzamos una charla filosófica y me vino bien conocer todos los lemas del 15M los cuales le iba soltando medidamente. En fin, después de mucho discutir, me ofreció una subida del 40% y le dije que no. Me dijo que tenía que comentarlo con los otros dos socios pero que ya sabía que del 40% no podía subir. Yo le dije que igualmente hablara. Bueno, eso pasó el jueves y el lunes se presenta de nuevo en el hospital. Inmediatamente me pregunta si he pensado lo que me ofreció; yo le insisto con mi querencia pero no cede. Entonces yo bajo un poco del 60% pero tampoco acepta. No nos ponemos de acuerdo y él intenta convencerme de que yo he errado en algunas ocasiones y tampoco es que me merezca tal subida. Se tira una hora diciéndome que él no tendría problema en absoluto en encontrar a otra persona y pagarle incluso menos de lo que ahora me paga a mí. Le hago saber que eso roza casi la violencia, intentar pagar aún menos que lo que yo cobro y entonces hablamos de la situación actual. Yo le pregunto algo que daba por hecho, que si van a ser majos y prepararme los papeles del paro que no les cuesta nada. Me dice que no. A partir de ahí empecé a mirarle las fauces de lobo feroz. Le dije que bueno… que me quedaba hasta fin de contrato, que es hasta noviembre y me dice que mi contrato ahora está abierto un año más desde que firmaron de nuevo con el hospital y tampoco tendría derecho a paro. Me dijo que esa era la razón por la que el país está como está. Yo le dije que el país está así porque él se ha comido más de la mitad de la barra de pan que yo gané con mi esfuerzo. Ya empezamos a hablarnos, creo, de mala manera y no llegábamos a ningún acuerdo. Yo tenía ganas de decirle adiós en el mismo momento pero prefería ser más elegante que todo eso, aunque fuera por el otro socio que se ha portado mejor conmigo. El caso es que llega el tío y me saca una carta de renuncia, de mi propia renuncia, pero escrita por él. En ella decía que acordaba dejar mi trabajo el 15 de noviembre, tiempo más que suficiente para ellos encontraran a otra persona. Le dije que ya escribiría yo mi propia renuncia en caso de tener que hacerlo y que me dijera, por favor, cuándo termina mi contrato. Eso es algo que no me ha aclarado todavía. Ni piensa hacerlo. Bueno, nos despedimos y yo le dije que buscara a alguien y, a la mayor brevedad, me iría.

Quedaron así las cosas, entonces al día siguiente hablo un poco con el jefe majo, me pregunta que qué voy a hacer al final. En fin, esa noche y todas las anteriores estuve pensando largamente. Pensé en Isel o en mi prima Dama que se pasan todo el día, cuando el día tiene luz, trabajando y cobrando mucho menos que yo. Pensé en eso y en mi hermano hasta arriba de facturas y mi padre intentando vender algo. Pensaba en eso y pensaba que debería aceptar, aunque fuera a regañadientes lo ofrecido. Lo pensé también delante del jefe majo, con el que tengo más afinidad. Le dije que estaría sin ningún problema hasta fin de contrato y que seguiría otro año más aceptando la oferta que me hicieron. Vamos, que me bajé los pantalones porque este jefe majo incluso me propuso darme un adelanto de lo que quisiera en vistas a mi intención de crear mi propia academia de estudios. Bueno, habló con el de las cuentas y yo hablé con él y quedé en ir a la oficina a la salida de mi trabajo y eso hice. Lo esperaba todo pero no la situación que me planteó. Ahora no sólo no me ofrecía lo que un día antes estaba dispuesto, sino que me ofrecía menos. Me enseñó que ya había puesto el anuncio en infojobs y tres currículums de chavales a los que ya había entrevistado. Me dijo, no te lo pierdas, que le había costado trescientos euros poner el anuncio y tal y cual y que qué iba a hacer él ahora. Me preguntó que si pensaba que él era mi secretaria y luego, viendo mi actitud hacia él me dijo que le molestaba mucho que yo lo tratara como un trabajador más siendo mi jefe. Le dije que le veo mucho más mérito a otras muchas personas que a su labor; me preguntó que si no valoraba la molestia que se había tomado en buscar a nuevo personal y le dije un no rotundo. Empezó de nuevo a soltarme un lanzallamas de teorías sobre lo mal que lo había hecho yo y que debía tratarse de mi poca experiencia. Yo le insistía y le insistía en que me dijera ya, de una vez, si me iba a dar lo que me ofertaba el día anterior. A todo esto yo tenía mi mano metida en el bolso, con mi renuncia preparada para irme felizmente en quice días. Cuando se dio cuenta de ese detalle se puso nuevamente muy nervioso, se fue al baño, regresó con una botella de agua y me dijo que le dejara por favor que se lo pensara. Yo le insistí en que si ayer le cuadraba subirme lo pactado no entendía por qué no sucedía ahora. Me dijo que se lo pensaría pero que no, que no, que él no podría olvidar el mal sabor de boca de los últimos días, que ya no se fiaría de mí y tal y cual. Le insistí en que me dijera cuándo se acaba de verdad mi contrato y me lo sacó y ponía que hasta fin de obras. Vamos, que ignorante de mí yo había firmado un contrato hace dos años, que ellos me dijeron ser anual, un contrato basura de esos en los que te pueden echar en cualquier momento. Yo deseaba cumplir con mi contrato y que supuestamente acaba en noviembre para quedar bien con la empresa y tener acceso al paro que me corresponde. Pero me lo negó veinte veces y no paraba de decirme que no podía ser, en fin, yo seguía a punto de sacar mi carta pero entonces él nuevamente me decía que dejara que se lo pensara, que se lo pensara porque veréis: Hoy operaban al jefe majo, que estaría convaleciente una semana y entonces no podrían capacitar en tan poco a alguien de irme yo. Me dijo que le dejara que se lo pensara, que se lo pensaría; pero me lo negaba y me lo volvía a negar. En fin, me despedí de él y mientras bajaba en el ascensor me dije: serás tonto, sube y déjalo de una vez y así hice. Volví a llamar al timbre, tardó en abrirme pero llegó. Allí estaba, callado, nervioso, los ojos rojos de enfado y presión y yo allí, feliz como hacía mucho que no lo estaba, con mi carta de renuncia en la mano, la carta que decía que en quince días me escapaba de sus sucias manos, que ya no iba a colaborar más en el llenado de sus arcas mientras las mías se vacían. Allí estaba yo, dándole un portazo a mi propio jefe, diciéndole un adiós rotundo. Y él, sin decir nada, cerrando la misma puerta que yo le había cerrado, mirando la carta con una continencia admirable.

Luego vino lo mejor. Me monto en el coche y respiro, pongo la radio bien alta y empiezo a tararear las canciones. Bajo las ventanillas y dejo que el aire entre largamente en los pulmones. Me voy, pues me pilla cerca, al lugar de trabajo de Isel y le digo que se asome a la ventana. Entonces me ve allí, en mitad de la calle, como un loco, mientras los coches que pasan me van pitando y me dicen gilipollas. Y yo allí, hablando con ella por el móvil, y bailando una danza ancestral que hay en la genética de la alegría; moviendo mucho los brazos, con la camisa del trabajo por fuera, la misma que ya no me pondré jamás. E Isel contentísima por ello, alegrísima por mi decisión. Y yo al borde de las lágrimas, con el corazón a mil por hora, sabiendo haber hecho lo correcto, haberle plantado cara a la explotación, a la estafa y al egoísmo, sumándome a la nada, al despilfarro de mí y a la alegría.

De verdad que dejar el trabajo mola si sabes cómo; es más, creo que un día de estos me pongo de nuevo a pintar.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Pequeña historia para no dormir

Ocurrió el pasado jueves. Era 1 de Septiembre e Isel se despertó con la energía perfecta después de unos maravillosos quince días de vacaciones. Apenas durmió de las ganas que tenía de integrarse de nuevo a su trabajo de once horas impecablemente remuneradas. Cuando llegó al hogar donde trabaja le esperaban seiscientas quince lavadoras, montañas de ropa que algunos escaladores rehusarían escalar, dos niños pequeños que cuidar y una casa donde no se había movido el meñique durante dos semanas, las mismas que Isel dedicó a tomar un poco el sol en la playa y a ahorrar lo máximo posible para afrontar la llegada de las turbulencias. El bebé ya estaba despierto para ayudar a que las demás labores se pudieran realizar con las mayores facilidades. El otro de tres años se encontraba en la habitación, tirando en el suelo juguetes por doquier. En esos momentos de paz, Isel escuchó al pequeño jugar con un coche de policía, se acercó a la muchacha y le dijo:



- Mira Isel, soy la policía de los indignados. ¡Run, run... run run...!




Isel, la bonita Isel sonrió un poco y quiso seguir la conversación con el niño:
- ¿La policía de los indignados... y qué es eso mi amor?
- ¡Ruuuunn... ruunnnn, run!! ¡Soy la policía y voy a pegarle a los indignados!
- Y... ¿Por qué, mi vida...? Eso está muy mal: pegar.
- Ya, pero los indignados son malos...
- Ahhhh.....
- ¡Y son pocos...!




Isel me lo contó a última hora, como una anécdota más y sin darle importancia. Me lo dijo mientras ponía las baterías a recargar después de un día agotador. En unos segundos su piel volvió a su color blanco habitual, las ojeras mostraron su elasticidad en la cara y sonrió antes de dormir.




- Buenas noches amor.
- Buenas noches mi vida.
- Te amo.
- Y yo a ti.




Se quedó dormida en unos instantes. Yo no pude dormir. Era la primera vez que un crío me pegaba con sus juguetes.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Atrapada rebeldía

Subido a la vereda del mundo
donde creo más en la injusticia
que en el amor
veo
cómo menstrúan monstruos
las monarquías,
cómo hay una violencia
exagerada en los contratos,
cómo los raptos del ser
se enardecen.

Subido allí,
a la mancha del olivo
donde salta la desgracia
en picacoz,
donde todos los espejos
tienen déjà vu,
miro
cómo quisiera enrolarme
en los invernaderos,
cómo quisiera darle
un premio Nobel
al maíz,
cómo quisiera
negar
el andamiaje.

Pero yo,
que podría perfectamente vivir sin las películas
de Disney,
que me adaptaría en segundos
al adiós de los montajes,
que cambiaría el coche diesel por borrico
y sabría contar sin la mecánica;
yo,
que siento asco de mi patria y de la tuya
que sintonizo a las razas a todo color,
que sacrificaría a un millón de antenas
para poder comunicarnos,
yo,
en los cines de verano,
en los periódicos,
yo,
con bólido en revisión
y calculadora,
yo,
con mis reglas en papeles,
y mi distancia a lo gitano,
con mi móvil
de última
exageración.

Y así todos
atrapados
en silenciosa
rebeldía
de la que
se ríen
el petróleo,
la antena,
la calculadora,
el ladrillo:
terrorismo
camuflado.