Hay una cosa que me alivia: no he nacido aún,
no soy hombre, ni esposo, ni padre;
no tengo rostro definido, ni el amor
me espera tumbado en las colinas melladas.
Aquí, donde me descanso no hay luna,
no hay soles que me señalen el camino.
La luz —si la hay— procede de lo oscuro,
de la pupila del gato y el limonero.
No ser el refugio de nadie me refugia,
no ser el abrigo me abriga, no ser nada
me reencuentra con el viejo amigo:
ese uno mismo siendo otro para sí.
Floto sin orilla, en eso consiste llegar,
en mantenerse en el lugar sin bordes,
lugar de la geometría perversa, el filo
donde reside la paz de no tener historia.