sábado, 19 de julio de 2025

Casa da Eira













Hay piedras grandes hechas para abrazarlas,

caminos que llevan a caminos, nubes a nubes,

un tren atraviesa el cuerpo sosegado del río

por campos llenos del pico de los sinsontes.


Uno no debería marcharse del sitio encontrado

si en él abunda ya y rebota lo genuino,

¿Por qué huir de la batalla tranquila,

del tiempo fresco y de las casas viejas?


Si uno no se mira salvo en ciertos espejos

y vive generalmente hecho de ira y de trapo,

a qué regresar a la hoguera enardecida,

donde la piel no es sino grima y baluarte.


Abro las ventanas de la casa de la era

y desde aquí veo la vida puesta en terrazas:

a un lado el deseo, al otro, la caída segura

y en medio el camino estertóreo de lo manso.


Aquí cuelga de mi esternón la feliz aldaba,

mis ojos tienen siglos, mi pie pertenencia,

una sangre de anguila recorre esta entrada,

afuera amanecen dormidas las lucernas.


lunes, 14 de julio de 2025

En el lugar sin bordes











Hay una cosa que me alivia: no he nacido aún,

no soy hombre, ni esposo, ni padre;

no tengo rostro definido, ni el amor

me espera tumbado en las colinas melladas.


Aquí, donde me descanso no hay luna,

no hay soles que me señalen el camino.

La luz —si la hay— procede de lo oscuro,

de la pupila del gato y el limonero.


No ser el refugio de nadie me refugia,

no ser el abrigo me abriga, no ser nada 

me reencuentra con el viejo amigo:

ese uno mismo siendo otro para sí.


Floto sin orilla, en eso consiste llegar,

en mantenerse en el lugar sin bordes,

lugar de la geometría perversa, el filo

donde reside la paz de no tener historia.