viernes, 14 de marzo de 2025

Las manos de la abuela











Yo cogía tu mano arruga, tu mano raíz,

y árboles frondosos me rodeaban.

Tu vida ha sido ese desierto postergado

y el dolor de una lluvia sin oasis ni vera.


Yo cogía tu mano jengibre, tu mano violeta,

y vivía tus periplos de lonjas y hospitales.

De un gancho colgaba un conejo bocabajo

de cuya nariz goteaba la sangre y el tiempo.


Yo cogía tu mano de arroz, tu mano tubérculo,

y en ella viajaba a través de los surcos

que hace en la tierra el arado. Escucharte

era habitar el espacio, hacerlo destruible.


Yo cogía tu mano de pan, tus dedos espiga,

y mi corazón se volvía lejanía y murmullo,

mi niñez fue la de un verso vigilado,

y la del arroz amarillo vibrando en la olla.


No hace mucho que agarré tus últimas manos,

tus manos caídas como dos injertos de lirio.

Si mi vida se sustentó en caricias y aplausos,

qué son las manos cuando ya no se alcanzan.

sábado, 18 de enero de 2025

Huebra


Yo también fui joven en otro cuerpo

y reuní en torno a mí todas las señales,

mi corazón estaba solo y desatendido

como están generalmente los corazones

que aman sin reserva.


Era mío absoluto el don del aguacero,

fijaos, no era racional y de ahí mi compostura,

fijaos, yo más que un ser era una bestia

visible como el trino y no tanto como el oso

cuya zarpa miente y duda.


No recuerdo haber tenido frío o mancuerna,

tuve masa y volumen pero nunca cuerpo;

mitad película, mitad bruma, mitad tesoro,

yo era un salir de mí mismo hasta el punto

de no tener cirio ni puerta.


Y puesto que, además, mi vida era un secreto,

mantenido frío, concreto e incluso soslayado,

podía dejar de mirar, de sentir y de ser persona,

y así conseguía dibujar en cemento la huebra:

esa fila de pájaros y loanzas.


Y ahora que queda de mí este castillo atacado,

con su torre para el fuego, la ida y el poema,

recuerdo mirar por el esmeril —rojo, huidero—,

y preguntarme por qué no me alcancé cuando 

de un solo ladrido pude hacerlo.







domingo, 22 de diciembre de 2024

El ciclo de mi agua

He bebido de todos mis charcos,

chapoteado sobre mi sudor,

mojado mi camino con destierro

regado de ciencia y de poesía.


Soy el ciclo de mi agua, soy

el tumulto de mi antifaz,

me he prendido tantas veces

que no reconozco mi hoguera.


Carteles cuelgan de mi frente

para pedir mi búsqueda,

nubes con la forma de mi cara

llueven sobre el rostro de mi hijo.


Algunas palabras me piden

salir al trasluz de mis ventanas,

y esto ocurre los días dorados,

las tardes absurdas de neblina.


Volveré alguna noche a visitarme,

justo el momento en que no esté en casa,

ancha es la era por la que me pierdo

y basto el bastón sobre el que medito.

domingo, 15 de diciembre de 2024

Extraño en un tren












Hoy sí reconozco el fluido mundo de mis adicciones,

mi corazón es una orquesta de músicos febriles,

mi cabeza deja de sopesar el bien y el mal en su ahora,

no veo sino el paso siguiente del tren que descarrila.


Todo yo soy la vía que une mis sitios,

pero están estos perdidos, maniatados,

nadie sabrá nunca lo que estoy haciendo 

pues tampoco yo sé si algo va o llega.


Si pudiera elegir estación la llamaría huida,

sería ese lugar donde gritábamos despiertos,

allí sueño con estar algún día, en su bosque,

en la cima misma del apagón y la aventura.


Pero, puesto que estoy sobrio y duermen los niños 

y todavía los pájaros no discuten y hay sombras verdaderas,

viajo tan quieto como puede hacerlo una estatua,

tan malherido como el animal que he atropellado.

domingo, 1 de diciembre de 2024

Las noches extraordinarias


La noche canta lugares extraordinarios,

mete su lengua de luna en los cobijos,

mece mi sangre y la tuya, duerme en un sofá

grandioso donde se agolpan las cancelas.

 

En esta noche serán posibles los misterios,

paseará tu fantasma y tu isla y quizá el espectro de nuestros padres.

Yo diré algo inesperado:

 el azote de este azor será la última noticia,

vendrá a mi vena la entera obstinación,

cantaremos sinfonías mientras dormimos

abrazados sobre los truenos o, más aún,

esperaremos a la nueva canción,

al hielo cambiado para recordar aquellos cigarros,

aquella piel, aquella urdimbre.

 

Sí, la noche canta lugares extraordinarios.

Aletea su mano inquieta por los cuerpos solos,

humilla la tenue luz del cenicero,

hace que se besen bielas y bigotes.

Qué lugar aquel que todo lo colorea,

con el pánico y la emoción de la juventud y la algarada.

 

Se puede, pero no se quiere dormir

a la espera de los hechos extraordinarios.

Quizá en la siguiente canción algo suceda,

quizá me arrope un brazo nuevo,

quizá serpentee mi olfato faldas y cinturones...

pero siempre ocurre lo mismo,

nuestra soledad es la noche

y eso es lo extraordinario.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Aires sin disculpa





Se arrasan todos los aires

sin disculpa...


Vicente Aleixandre 


Hasta la lentitud la he querido siempre 

de inmediato. Tu carne vieja, tu vida noble

son el secreto naranja de mi obstinación.

Todo lo que te dijeron imposible: ¡alarma!,

lo que no se podía hacer: ¡adelante sin duda!

Pero yo he ido más allá arrasando los lirios 

y las caras invencibles de la expectación.

Ha habido en mis aires languidez y ruina, 

y todo lo que he construido ha sido derrumbe,

pero voy con los ojos perdidos a las azoteas

desde las que diviso mi siguiente perdición.

Ese que veis allí seré yo dentro de un rato

intentando escalar la lluvia, romper el miedo,

rumiar la ira hasta convertirla en mecedora,

vestir de azul ligero el color del abrojo

y modelar poemas en el horno de fundición.





sábado, 27 de abril de 2024

Museo arqueológico













Sobre el cuello llevo una pecera 

llena de ídolos oculados, fíbulas,

ajorcas, ruidos, nombres, dudas

y cabezas llenas de equivocaciones.


Sufro los ataques repentinos

de flechas lanzadas contra el sílex;

camino, respiro profundo y cavo

la fosa profunda en la que duermo.


Tú me dirías: miente y pon almizcle

sobre el timaterio, luce el ámbar

de tu techo artesonado y distrae

la peste con téseras y fusayolas.


Pero yo ardo de verdad cuando grito.

Tú me dirías: cierra tu ungüentario

y esconde la hoja de tu falcata;

pero yo no sé hacer nada salvo sentir.