Carezco de familia y de identidad,
carezco de objetivos y de altura,
pero no cesaré en mi empeño de enaltecer
aquello que es silencioso y libre y salvaje,
tres cualidades que tiene mi sensación
pero no mi cuerpo ni mi fecha.
Todo lo estertóreo me relincha
y me mueve más por dados que por renglones,
recorro caminos con más hierba que sentidos,
caminos sin huella, caminos sin lindero
que conocen solo los lirios y los espejos
y las bastas higueras y sus zánganos y triles.
Nada arde tan lento como una bandera,
cuyo color no me es extraño. Hedor similar
a la muerte, similar al uñero, rancio
como la axila que es también frontera
del cuerpo, un olor ahora inolvidable
como las pecas del vacío y la sepultura.
Carecer de anclajes tiene el peligro de la vela,
de llegar deprisa a una verdad de temblores,
comprender que la cabeza es un punto,
que la boca una raya, el oído un sumidero,
el planeta una casualidad azul, empecinado
en moverse a imagen y semejanza nuestra.
Mis únicos semejantes son los pedruscos
y los pies llevados por la alpargata del tiento,
no tengo afines, no tengo guías ni amigos,
tiempo ha que mi objetivo es carecer de islas,
evitar la ristra, la encerrona, el advenimiento
de algo que me sacuda y me haga recluso.
Esta soledad abismo es algo que se elige
cuando en derredor se pudren las azucenas,
es forma de carecer de patria y comprender
que el cuerpo contiene el único surco arable,
que el mayor enemigo del tiempo es la hora,
que ser poeta es temblar y no guarecerse.
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