Sobre el cuello llevo una pecera
llena de ídolos oculados, fíbulas,
ajorcas, ruidos, nombres, dudas
y cabezas llenas de equivocaciones.
Sufro los ataques repentinos
de flechas lanzadas contra el sílex;
camino, respiro profundo y cavo
la fosa profunda en la que duermo.
Tú me dirías: miente y pon almizcle
sobre el timaterio, luce el ámbar
de tu techo artesonado y distrae
la peste con téseras y fusayolas.
Pero yo ardo de verdad cuando grito.
Tú me dirías: cierra tu ungüentario
y esconde la hoja de tu falcata;
pero yo no sé hacer nada salvo sentir.
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