Yo cogía tu mano arruga, tu mano raíz,
y árboles frondosos me rodeaban.
Tu vida ha sido ese desierto postergado
y el dolor de una lluvia sin oasis ni vera.
Yo cogía tu mano jengibre, tu mano violeta,
y vivía tus periplos de lonjas y hospitales.
De un gancho colgaba un conejo bocabajo
de cuya nariz goteaba la sangre y el tiempo.
Yo cogía tu mano de arroz, tu mano tubérculo,
y en ella viajaba a través de los surcos
que hace en la tierra el arado. Escucharte
era habitar el espacio, hacerlo destruible.
Yo cogía tu mano de pan, tus dedos espiga,
y mi corazón se volvía lejanía y murmullo,
mi niñez fue la de un verso vigilado,
y la del arroz amarillo vibrando en la olla.
No hace mucho que agarré tus últimas manos,
tus manos caídas como dos injertos de lirio.
Si mi vida se sustentó en caricias y aplausos,
qué son las manos cuando ya no se alcanzan.
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