los días horribles y vergonzosos
atándoseme a la horquilla de la tráquea,
los horrorosos días de puñales y designios,
los extremos días de aire equivocado.
Y yo los miro sobre mi cabeza:
los torpes días de horas descomunales,
los días que auguran un cono volcado
allí donde se besan las mesetas;
días donde de verdad le pido al día
no ser,
no contemplar de nuevo esta carne
que, atada, me conforma:
los tremendos días, los oscuros días
de rabieta, de absoluto inconformismo,
los días que protestan su hora
tardíamente inaugurada.
Días que regalan días, que los rebajan
al doble de su tiempo, que se expanden
más allá de su órbita secreta
y te visten con la translúcida burga
de los gritos aún más grandes que los días,
los indigestos gritos sincronizados
con los días que van pasando
sin ser días sino secuestros de viento,
secuestros de cadenas con bocas de eslabón.
al doble de su tiempo, que se expanden
más allá de su órbita secreta
y te visten con la translúcida burga
de los gritos aún más grandes que los días,
los indigestos gritos sincronizados
con los días que van pasando
sin ser días sino secuestros de viento,
secuestros de cadenas con bocas de eslabón.
Y ahí siguen recorriéndome la espalda,
los días, los días enfermos, los días
multiplicados, extendidos a donde no
alcanza la ira; los días funestos,
los días sin vaso a medio crear,
los días ladrones de vidrio a medio crear,
los mentirosos días sin respuesta.
Y yo los miro: los asfixiantes días,
los nebulosos, agarrándoseme a la cabeza,
obligándome a creerlos días,
obligándome a entenderlos días,
obligándome al encierro de mí.
Pero sé
que son los días,
los horripilantes y podridos días,
los que me ven
diariamente
derrotado.
No lo digo más.
Que alguien
me separe.
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