- La puta tuta arsoluta, lo que ha hecho con loh tomateh illo – me dice Antonio, el bueno de Antonio, con su largura gigantesca acrecentada por su delgadez. Parece que los años no han pasado por él pero los suficientes para haber sido testigo del cambio que ha sufrido la costa andaluza en las últimas décadas.
El invernadero presenta una belleza extraña. Las matas de tomates cuelgan exactas una tras otra en filas perfectamente delimitadas sin ese desorden hermoso que presta la naturaleza. De todas ellas crece más o menos la misma ristra de tomates y se va enredando forzosamente en torno a alambres dejando que el pasillo de las hojas forme un túnel verde perfectamente delimitado como si Eduardo Manostijeras hubiera estado jugando con el vegetal. Sobre mi cabeza miro un doble techo de plástico mientras Mario, el hijo de Antonio, empieza a llenar una caja de tomates que nos quiere regalar. Durante ese tiempo saco la cámara de fotos y empiezo a fotografiar ese campo que pareciera un gran almacén de un solo producto.
- Si ehcribeh sobre ehto Pedro, tieneh que decih que ehtoh tomateh son made in Torrenueva.
- Ni lo dudeh- digo yo evitando la ese, con esa forzada forma de regresar a mi sitio, cosa que hago tan pronto cruzo Despeñaperros.
- Pueh también a veh si cuentah lo que pasa aquí con la tuta arsoluta.... eso eh un bicho malo de cojoneh que se comió la cosecha el año pasao, fumigamoh con to lo que pillamoh y ¿sabeh cómo hemoh conseguío matahlo?
- ¿Cómo?
- Mira.
Entonces Mario empieza a buscar entre las hojas, la larga barba que luce en la cara, el sombrero de paja y la vestimenta le dan ese auténtico aire campesino y multiplica por tres su edad pero los ojos verdes no mienten sobre su treintena de años y, con ellos, brillantes, me mira cuando ha encontrado lo que me quería mostrar:
- Ehto, mira ehto... ¿lo veh?
- ¿Eh un bicho no?
- Coño claro, un bicho: Necidocorih tenuih se llama, ahí lo llevah. Eso eh otro bicho que se come a la tuta.
- ¿Y no se come loh tomateh?
- Sí, cuando se ha comío a la tuta la lía con loh tomateh, pero eh mejor que loh productoh que ehtábamoh echando anteh.
- Ahhhh...
- ¿Eh un bicho no?
- Coño claro, un bicho: Necidocorih tenuih se llama, ahí lo llevah. Eso eh otro bicho que se come a la tuta.
- ¿Y no se come loh tomateh?
- Sí, cuando se ha comío a la tuta la lía con loh tomateh, pero eh mejor que loh productoh que ehtábamoh echando anteh.
- Ahhhh...
Por supuesto, los agricultores de la zona tienen sus sospechas respecto a este tema. Empezaron usando agua y estiércol; luego pasaron a los fertilizantes y los productos químicos; más tarde lo rodearon todo de plástico para multiplicar la cosecha y ahora los ves allí, soltando bichos que se comen a otros insectos que se comen a su vez a otros insectos.
- Inventoh del capitalihmo- te dicen en el bar a la hora en que empiezan a echarle agua al vino. Te lo dicen casi sin lamento como otra cosa más que tienen que soportar y a la que le hacen frente. Eso sí, si antes les pagaban veinte céntimos por el kilo de tomates ahora les pagan un euro por esos tomates impolutos que crecen en hileras artificiales bajo mares y mares de plástico. Se los pagan por una razón muy simple que ellos saben muy bien. Si antes no les costaba casi nada poner los cultivos, pues sólo necesitaban agua y algún amigo con cabras les regalaba el estiércol seguramente a cambio de algunos kilos de producto; ahora que si el invernadero que si el millón de productos, que si la cura, que si el dichoso insecto del infierno. Ganan más, sí, pero les cuesta mucho más conseguir el tomate deseado; ese que nos venden en cajitas a su vez plastificadas para evitar en él la nostalgia del pasado, a más de tres euros el kilo.
A mí me preocupan verdaderamente. Hace nada los vi tirando toneladas de pepinos en la costa. Uno de ellos los está sacando ahora con forma de corazón con una técnica muy sencilla: en cuanto empieza a salir el fruto, lo envuelve de un molde tubular con forma de corazón; de forma que el pepino crece presionado dentro del tubo y sólo por eso ya se lo pagan a más precio. Y me preocupa eso, que se adapten a los tiempos que vienen. A muchos los ves proliferar los insultos más gigantescos ante la situación pero, al final, para sobrevivir, agachan la cabeza y, al lío, como ellos dicen.
Menos mal que en Andalucía todavía la gente se siente dichosa por la ignorancia de que hacen gala con total alegría:
- Niño, han vendío un foh sale.
- ¿Qué eh eso abuelo?
- Pues que han vendío un foh sale ahí en frente pa que luego digan de la crisih.
- Pero... ¿qué eh un foh sale?
- Un apartamento niño, ¿no veh lo que pone en loh carteleh... SE VENDE FOH SALE.
- ¿Qué eh eso abuelo?
- Pues que han vendío un foh sale ahí en frente pa que luego digan de la crisih.
- Pero... ¿qué eh un foh sale?
- Un apartamento niño, ¿no veh lo que pone en loh carteleh... SE VENDE FOH SALE.
Y te partes de la risa, claro. Algo semejante sucede cuando el hambre aprieta. Por ahora nada ha cambiado por allí. La gente sigue cantando flamenco en los bares sin necesidad de la ebriedad:
- ¿De dónde ereh shiquillo...?
- De Jaén – y se ponen a cantar una copla preciosa de Juanito Valderrama.
- Juanito... el de Valderrama... eso eh la cosa máh maravillosa que ha dao tu tierra, te lo digo yo.
Sí, está castigada mi Andalucía hermosa por las plagas y los fertilizantes pero hay bares donde el tercio de cerveza vale un euro y te ponen una tapa que ni en los restaurantes de lujo. Cada vez que vamos, al regresar a Madrid y abrir el maletero, parece que hemos hecho la compra: El Jose te da unos conejos, el Manolo tomateras, el Antonio pepinos, la abuela te ha guardado higadillos, el abuelo te ha cortado jamón y mamá no se ha olvidado de los dulces y el vino cabezón de Motril. Imagino que por eso no sacan todavía la metralleta los andaluces, porque todavía existe el trueque entre ellos: si tú das, te aseguro que vas a recibir el doble de la otra parte; de ese modo conviven y sobreviven. Cuando Mario me dijo: di que ehtoh tomateh son made in torrenueva, lo decía con cierto cachondeo, como quitándole categoría. Yo, porque estoy acostumbrado, pero cuando algún primo o conocido de Madrid prueba los productos que traemos del sur cierra los ojos y experimenta uno de los mejores sabores que se ha acercado a su paladar.
Manolo, que trabaja en un vivero y conoce a mi padre, en cuanto conoce mi fama de poeta y que tengo un blog y, a veces, hablo sobre ellos, me lleva en seguida para enseñarme donde trabaja. Por el camino me cuenta que en el sitio trabajan chicos con minusvalía a los que se ha integrado en los viveros y que me va a encantar. No le faltaba razón. Resulta que una asociación llamada APROSMO integraba en el terreno agrícola a jóvenes con minusvalía psíquica y muchos de ellos trabajan en el lugar del que él es encargado. Nuevamente hileras e hileras, esta vez de plantas florales de toda clase, arbustos, árboles frutales, etc. integraban un espacio inmenso desde el que se podía divisar, por encima de los plásticos, el inmenso mar verde azulado. Mientras Manolo me explicaba el detalle del cuidado de cada planta, iba escogiendo entre claveles y rosales, entre jazmines de invierno y pendientes de la reina que iba seleccionando y que pensaba regalarnos, repitiéndonos a cada rato que luego lo teníamos que invitar a una cerveza, cosa que dábamos por hecho e hicimos cuando tuvimos ocasión.
A veces tengo la sensación de que existe en el lugar un cierto complejo de inferioridad. Te ven llegar allí con tu cámara de fotos, con tu cuaderno de notas y, en seguida quieren enseñarte sus cosas, y te cuentan mil historias y te ofrecen todo tipo de enseñanzas, esperando que luego tú, a cambio, los defiendas con tu palabra; los muestres del puro olvido del que se sienten colgar.
Ya véis lo que cuesta: nada. Los hay que tienen mucho que decir y luego estamos otros que no tenemos tanto pero gracias a ellos surge grandiosa, potente, esférica, terminada la palabra que los homenajea.
Todavía hay muchas cosas made in Torrenueva que os tengo que contar.
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