El hombre, como la hormiga, se desplaza de forma lineal
formando radiales autopistas donde pueda nutrirse sin desviarse.
Como la hormiga, el hombre guarda para el invierno el fruto de su trabajo
sólo que el invierno del hombre no es una estación sino una trampa.
La hormiga trabaja para su reina como el hombre trabaja para su rey
sólo que la hormiga necesita ser obrera para la reina para sobrevivir
y el hombre necesita ser obrero para que el rey sobreviva
pues, a pesar de la gran capacidad de reproducción del rey de los hombres
se ha demostrado científicamente la inutilidad de su existencia.
Por increíble que resulte que una hormiga sea capaz de levantar veinte veces su peso
más aún cuestra creer el hecho de que un hombre aguante mil veces más
pues es la única especie acosada por sí misma hasta la náusea,
el único capaz de pisotearse hasta la locura,
el único que de tanto levantarse se ha caído, definitivamente, para los otros.
El secreto de la supervivencia de la hormiga es la vida comunitaria,
el hombre, en cambio, para vivir mejor se esparce y se olvida,
dicen que a Karl Marx todo se lo sopló una hormiga,
dicen que el hombre ha hecho grandes planes para destruirse.
Uno de los mayores peligros de las hormigas son los niños cabrones
que afilan la luz con sus lupas sobre la delgada antena de los insectos
hasta que estos arden y huyen despavoridos acortando en pequeño porcentaje
la ya de por sí corta vida de los himenópteros
y no se ha encontrado ninguna diferencia con el hombre
salvo que este se empeña en vivir con las antenas quemadas
tanto como sea necesario confundirse.
Y, a pesar de tanta similitud, todavía nadie ha acordonado la vida de la hormiga
mientras que el hombre, buscando el mismo efecto, creó tesoros increíbles
que valen mucho menos que la diminuta cintura de la pequeña hormiga
de modo que quienes disponen de los mismos gozarán de plena libertad
mientras los demás hombres se disfrazan de hormiga la víspera de los carnavales.
Las hormigas viven en el hormiguero
mientras que el hombre tiene un parking en Callao.
Una y otro tienen un enemigo común
y, por supuesto no se han alineado para cazarlo.
Ambos omnívoros, unas se empeñan en sobrevivir
mientras que el otro se empeña en soportar.
Hay tantas especies de hombres y tantas especies de hormigas
que, juntos, suponen la mayor parte de la biomasa del planeta
de modo que, si uno u otro desaparecieran
variarían unos milímetros los radios de los orbitales.
El caso es que si la hormiga desapareciera estaríamos
un milímetro más lejos del sol
mientras que si el hombre desapareciera
la vida sería absolutamente maravillosa;
salvo que
y, es que si analizamos detenidamente,
si la hormiga es capaz de levantar veinte veces su peso
y el hombre es capaz de levantar mil veces más
entonces bastaría sólo con un grupo de valientes hombres
para coger las inmensas lupas de los niños cabrones
y, haciéndolas retroceder avispadamente
hacer que éstos mueran entre terribles luminiscencias.
Lo que pasa es que,
a diferencia de la hormiga,
que es capaz de sostener con rebeldía
la hoja que aún transporta a la vez que se acercan las pisadas,
el hombre tiene el miedo tatuado
y se esconde entre el hormigón.
Y es que no hacen huelga las hormigas
mientras el hombre se empeña
en hacer huelga de hombre
hasta la muerte.
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