El
día en que empecé a leer Así hablaba Zaratustra, me
formé ya mi concepto de Nietzsche. ¡Era un hombre débil, que había
tenido la debilidad de volverse loco!
Mi
superhombre estaba destinado a ser nada menos que una mujer, la
supermujer Gala.
consideraba
a Hitler como a un masoquista integral, poseído por la idea fija de
desencadenar una guerra por el puro gusto de perderla luego
heroicamente.
Como
con tanto acierto ha dicho el filósofo catalán Francesc Pujols: "La
mayor aspiración del hombre, en el plano social, es la sagrada
libertad de vivir sin tener necesidad de trabajar".
Sí,
durmiendo y pintando babeo de placer.
"Los
errores tienen casi siempre un carácter sagrado. Nunca intentéis
corregirlos. Al contrario: lo que procede es racionalizarlos,
compenetrarse con ellos integralmente. Después, os será posible
sublimarlos. Las preocupaciones geométricas tienden a la utopía y
son poco propicias a la erección. De lo que, por otra parte, los
geómetras no andan muy sobrados".
La
necesidad de engullir —hace
tiempo que la he descrito en mis estudios sobre el canibalismo—
responde más a un deseo impulsivo de índole afectiva y moral que a
una necesidad de nutrición. Uno traga para identificarse totalmente
y de la manera más absoluta con el ser amado. Por eso engullimos la
ostia sin masticarla. De ahí el antagonismo entre masticar y tragar.
El santo anacoreta tiende a separar ambas cosas. Para entregarse
enteramente a su papel terrestre y rumiante (en cierto modo
filosófico), el anacoreta desearía no tener que recurrir, para su
subsistencia vegetativa, sino a sus mandíbulas, reservando así
exclusivamente para Dios el acto de engullir.
De
pronto mi casa se llenó de amigos de Pla. Sus amigos son legión y
difíciles de describir. Dos detalles les caracterizan: suelen tener
pobladas cejas y jamás les abandona ese aire de haber sido
arrancados de la terraza de un café donde llevan sentados por lo
menos diez años.
No
temas la perfección. ¡Jamás la alcanzarás!
El
peor pintor del mundo, desde todos los puntos de vista, sin la menor
vacilación ni duda posible, se llama Turner.
Tan
pronto como alguien muy importante, y hasta de mediana importancia,
muere, experimento la sensación aguda, extraña y a la vez
reconfortante, de que esta muerte se ha convertido en daliniana al
cien por cien, puesto que, en lo sucesivo, protegerá la eclosión de
mi obra.
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