jueves, 7 de julio de 2016

Xavier Forneret, llamado el Hombre negro

Puesto que mi labor no cesa en cuanto a conseguir dar a conocer o al menos poner algo de voz a autores que pasaron sin pena ni gloria en su época y siguen haciéndolo en la actualidad y que, seguramente por ello, sean los más originales de entonces y de ahora; publico la traducción de un artículo fantástico que salió en Le Figaro el 26 de julio de 1859. Escrito por Charles Monselet, fue uno de los pocos bosquejos que se hicieron de un autor, a mi juicio, magnífico, tanto por la brutalidad de sus pensamientos como por el humor negro de que hace alarde. André Breton hace varias referencias de este artículo en su Antología del humor negro y acierta de lleno cuando dice que “sirve más bien para excitar nuestra curiosidad que para saciarla” en cuanto a Xavier Forneret, autor muy prolífico y excéntrico.


Que yo sepa no hay ningún libro completo traducido de Forneret en castellano. Estoy, por ello, traduciendo Sans Titre y Encore un an de Sans Titre, que tendré preparados para finales de este año y que quedarán seguramente en el cajón a la espera, como el ya necesario Sentido-plástico de Chazal que ya terminé de traducir y que sigue esperando su momento. Imagino que Forneret será más fácil de sacar ya que los derechos están libres al haber pasado tanto tiempo desde que nos dejó. No así su obra que es un descubrimiento perpetuo. Adjunto, pues, el artículo, del que debo decir que el fragmento de El diamante de la hierba es prácticamente una copia (salvo algunas puntuaciones cambiadas y una o dos palabras) de la traducción de Aurora Martí de 1966 para el libro que incluye el mencionado relato: Las mejores historias insólitas (Una antología del horror y el misterio) publicado por Bruguera. Y si alguien se queda con ganas de más, puede leer algunos aforismos que tradujo y publicó el escritor Luis Valdesueiro en su blog lastimosamente desaparecido Las esquinas del día (aquí y aquí). También se puede comprar a muy buen precio la obra completa de este autor fabuloso en les presses du réel aquí



CAMPAÑAS LITERARIAS

LA NOVELA DE UN PROVINCIANO

I

Dijon todavía se acuerda de la primera representación de el Hombre negro, drama en cinco actos y en prosa. Fue en 1834 o 1835. El autor era un Borgoñón, un joven rico, pero cuyos hábitos fuera de la vida burguesa y provinciana tenían el privilegio de despertar la desaprobación de sus compatriotas. En primer lugar, no se vestía como ellos —¡primer agravio!—, le gustaba el terciopelo, las capas; llevaba un sombrero de una forma particular y un bastón blanco y negro. Cosas extrañas se han dicho de él: que vivía en una torre gótica donde tocaba el violín toda la noche. Por esta y otras razones, los naturales de Dijon estaban prevenidos respecto al Sr. Xavier Forneret; también su curiosidad se puso vivamente en alerta con el anuncio de el Hombre negro. El Sr. Xavier Forneret no deparó en gastos; la víspera de la representación, alabarderos, heraldos con trajes medievales se pasearon por las calles, agitando estandartes donde se mostraba el título de la pieza. Podría esperarse pues, si no un éxito, al menos una buena recaudación.

La sala del espectáculo se llenó, en efecto, pero el Hombre negro no tuvo ningún éxito; (creemos incluso que no llegó al final; hubo alboroto, reventadores). El Sr. Xavier Forneret hizo imprimir su drama con una cubierta simbólica de letras blancas sobre fondo negro. Hizo más, adoptó el sobrenombre de el Hombre negro, y firmó así varios volúmenes. Al mismo tiempo se refugió más que nunca en una existencia excepcional. Esta personalidad dispar, aunque sin aspectos ofensivos, irritó durante cerca de veinte años a los habitantes de Dijon y Beaune. Las gacetas locales no pudieron resistir la tentación de divertirse a su costa; se convirtió en el bicho raro de la comarca, se trató de interpretar su aislamiento; hubo bastantes procesos y escándalos. M. Xavier Forneret supo mantener continuamente la compostura. Sería divertido contar a modo de novela estas luchas de uno solo contra todos; y tales controversias, primero fútiles, que fueron poco a poco adquiriendo la proporción de dramas penosos.

Después de el Hombre negro, el Sr. Xavier Forneret ha escrito considerablemente; todavía escribe mucho. Sus obras, sin embargo, no han llegado nunca a la muchedumbre, a pesar de excentricidades tipográficas de todo tipo que, aparte de su valor, parecían encomendarse a llamar la atención. Los principales libros del Sr. Xavier Forneret están impresos en caracteres enormes; unos no contienen más que una línea en cada página; otros sólo están impresos por un solo lado, —lujo de buen gusto—; todos bautizados con títulos “antivulgares”. Lo cierto, por ello, es que estamos ante un escritor humorista; pero ahí está el peligro más que el atractivo. A Francia nunca le han faltado escritores humoristas, pero son menos apreciados aquí que en ningún otro sitio, sobre todo que en Inglaterra. Aquí los vemos generalmente como burladores o locos. No hay sino uno, en los últimos tiempos, el Sr. Alphonse Karr, que haya sabido conquistar cierta aceptación; quizá porque consintió dirigir su humor hacia las cosas industriales y hacer de su espíritu un arma contra los abaceros que venden con pesas falsas o que mezclan tierra con su azúcar moreno.

Casi todos los libros del Sr. Xavier Forneret han sido publicados en París. Investigar por qué han pasado desapercibidos es un estudio que nos ha parecido interesante; aclara ciertos aspectos novedosos sobre las tentativas provinciales; advierte, además, a los bibliófilos sobre volúmenes de una extrañeza excesiva, la mayoría de los cuales no han sido entregados al comercio; —pues, en cierta época, recuerdo haber leído este anuncio en varios periódicos: “La nueva obra del Sr. Xavier Forneret solo es vendida a las personas que envíen su nombre y dirección al impresor, M. Duverger, calle de Verneuil, y después de examen de su petición por parte del autor”. Cito más o menos.


II


Creemos que la primera manifestación del Sr. Forneret fue Dos Destinos, drama en cinco actos, publicado por el editor Barba, en 1834. Una viñeta (de Tony Johannot, ni más ni menos) representa a un hombre joven que se apuñala sobre un ataúd. Cuatro líneas de prefacio advierten al lector de que “esta composición de una joven pluma rápidamente dirigida no ha sido rechazada por ningún teatro”. No es en Dos Destinos donde encontraremos el talento del Sr. Xavier Forneret, como tampoco en Veintitrés, treinta y cinco, comedia-drama en un acto, aparecida el año siguiente en el mismo librero, con una litografía de Challamel esta vez. Son dos obras escritas con puntos de exclamación; las declaraciones de amor en ellas de este modo: “¡Un sí para mi corazón, o una bala para mi frente!”.

Hay que esperar tres años todavía. Entonces, nuestro joven provinciano publica un volumen con hojas de gran formato plegadas en octavillas: “Sin título, por un hombre negro, blanco de cara”. ¡Delicias para los présbitas! Impreso en gruesos caracteres redondos. Es una colección de máximas, formuladas tanto en prosa como en un solo alejandrino, algunas veces con un dístico. Comenzamos a ver que el autor ha vivido; es decir, sufrido. “—Lo poco que hay, para aquellos que lo quieran coger”, dice a guisa de prefacio. Cojamos entonces ese poco, escojamos entre esas frases dispersas.

Por nuestra parte, no nos gustan las máximas; encontramos en ellas un rasgo de despotismo y fatalidad; pero eso es una opinión completamente personal, y no podemos pretender imponerla. Las máximas del autor de Sin Título son, por otra parte, menos máximas que reflexiones; no siempre apuntan a la autoridad; su sentido permanece inconcluso algunas veces. Ejemplos:

« —El Honor no es muchas veces sino el Remordimiento.

« —Hay más frecuentemente dos hombres en uno que un hombre en dos.

« —En Carnaval, el Hombre coloca sobre su máscara un rostro de cartón.

« —A menudo no somos dignos del pensamiento que tenemos.

« —Un animal dijo a un hombre: —Véndeme tu alma. El hombre respondió: —Si te la pudiera entregar, y tú pagarla... »

No citamos sino las mejores; las hay incomprensibles, estrafalarias, innecesarias. El autor no nos obligó a cogerlo todo en su prefacio. Firma la última página como: “Xavier Forneret, llamado el Hombre negro”.
En 1840, otro volumen: “Todavía un año de Sin título, por un hombre negro, blanco de cara. París, E. Duverger, calle de Verneuil”. —Esta obra, impresa en las mismas condiciones que la anterior, pero más compacta, está ornamentada con el retrato del autor, litografía muy hermosa sobre papel de seda. Leemos debajo: “Es bastante bueno que se vea la cabeza que pensó, si acaso tuvo pensamiento”. El Sr. Forneret está representado vestido con un redingote negro con alamares; lleva una corbata negra que impide que la ropa blanca sea percibida. Tiene el pelo corto, dejando al descubierto una oreja algo grande, —la oreja “beaunoise”—; el conjunto de la fisionomía es agradable y fina. Cuando hemos visto al Sr. Xavier Forneret por primera vez, lo hemos reconocido.

Todavía un año de Sin título está dedicado al rey de los franceses.
Extraemos, según nuestro criterio, los pensamientos más característicos:

« —¡Cuántas veces el Luto que se lleva se asemeja a la cubierta de un libro sin hojas!

« —En ascuas, ya sabéis, pasan mil bellas y singulares cosas; —es la imagen de los escalofríos del amor.

« —El Hombre destruye; pero es castigado por ello, incluso mediante una bota perforada que representa al Animal que venga su piel, de la que está hecha.

« —La Niebla es la coquetería del Sol.

« —He visto un Buzón en un Cementerio.

« —No le corresponde a Dios descender a la Tierra, —sino al Hombre subir al Cielo. —Que sus acciones y sus buenos pensamientos arrojen la escalera y la rampa; —la puerta está hecha.

« —Es triste cosa pensar que Cada Uno tiene su nombre, —lo que quiere decir: “Tú no eres mi hermano”. —

« —Algunas veces una agudeza que se deja en la punta de la lengua es como un guante que no se quita cuando se lleva un hermoso anillo. Es distinguido.

« —Los grandes salones son anfiteatros donde se mezclan los Estudiantes de medicina1, y los cadáveres que se mutilan, los Sentimientos.

« —No es que se sea bueno, es que se está contento.»

He ahí la parte sensata, general, profunda. A su lado hay otra parte ya sabida, la personalidad imperiosa, unas veces ingenua, manifestándose mediante un solo grito, otras veces mística en exceso, o macarrónica, como en este ejemplo, que nos será suficiente: “—Todo o nada. Esas tres palabras son un par de gafas que enviar a la mujer que dice no poder leer bien en nuestro corazón, TODO y NADA será las dos lentes, y O, aquello que las sostiene sobre la nariz”.

Tras la página 395 que contiene la palabra fin, seguida de esas palabras en lo sucesivo sacramentales: “Xavier Forneret, llamado el Hombre negro, autor de un drama con tal nombre”, el lector se sorprende al encontrar todavía una veintena de páginas tituladas Después de fin y que contienen una veintena de pensamientos suplementarios.

He aquí las líneas con que termina el volumen: “Por ahora, adiós, lector mío; en cuanto a esto, esta vez, es todo; pero puede que un día os diga todavía, en dos libros conjuntos, cómo se puede amar a alguien mientras existe y cómo también se le puede amar cuando ha muerto. El primero de esos libros se llamará Ataúd vacío; el último: Ataúd lleno”.

No parece que ninguno de esos libros haya sido publicado hasta el momento.


III

La tarántula del lirismo picó, por ese tiempo, al Sr. Xavier Forneret. De ahí, la más singular posiblemente de sus producciones: “Vapores, ni verso ni prosa”. El señor Jourdain habría quedado encantado. Son bastantes odas, elegías, tanto por su perfil o número, donde rima cuando se puede. Se ha hablado mucho de las insolencias del Sr. Petrus Borel el licántropo, y de los desvaríos de Lassailly; todas ellos son sobrepasados por el Sr. Xavier Forneret.

Todas las piezas de su antología poseen una violencia prodigiosa.

En 1840, Tiempo perdido siguió a Vapores. Tiempo perdido es un volumen enorme, más grande todavía por esa particularidad de no estar impreso más que por una cara de cada hoja. Originalidad espléndida, que Xavier Forneret no tenía la necesidad de justificar con la ayuda de este prólogo modesto: “El momento de entonces es como esta especie de libro: quiere el blanco en sus páginas. En nuestro tiempo, lo que dura, es lo que no dura”. Tiempo perdido se compone de siete relatos de diversa naturaleza, titulados: —Un sueño, —Al oscurecer o un Pobre de noche, —Un Cretino y su harpa, —Un OJo entre dos ojos, —Una desesperación, —El Diamante de la hierba y A las nueve, en París. El conjunto de estos pasajes es lúgubre; no hay ninguno sobre el que no planee la muerte o, al menos, la imagen de la muerte. La menos triste es la historia de un Español que se suicida al ingerir, tras haberlo molido, el ojo de cristal de su amante.

Pero Tiempo perdido encierra una obra maestra; es Diamante de la hierba, un relato que no tiene más de veinte páginas. Lo extraño, lo misterioso, lo dulce, lo terrible nunca se enlazaron bajo una pluma de parecida intensidad. El principio posee la calma de una melodía:

«En una noche en que el aliento de los ángeles volaba sobre el rostro de los hombres, en una de estas noches en que querríamos tener mil pulmones, para darlos a todo este aire que parece venir de los jardines del cielo, —bajo enormes y viejos árboles plantados en briznas de hierba, un pabellón desplegaba hacia la luna sus alas oblongas y destartaladas.

Había allí un agua que lloraba al pasar sobre un lecho de espinas. Había unas piedras verdosas, donde los dedos del tiempo habían hecho grandes agujeros; mucho musgo alrededor de las piedras; muchas hojas secas, tal vez de tres o cuatro años; mucho misterio, mucho silencio, mucho alejamiento de todo lo que tiene vida humana. Allí un hombre hubiera podido creerse el primer o el último hombre, —en la Creación o en el Juicio de Dios. ¡Oh! ¡De qué modo la luna parecía ofrecer a cada hoja de los viejos árboles, a cada piedra del pabellón, al agua que se iba, a las zarzas que la detenían, su melancolía grave y sus lágrimas blancas! Pero pronto se cansó de mirar a la tierra, se cubrió un instante de un velo casi negro, y entonces no quedó para iluminar las cosas del lugar abandonado más que un ligero resplandor sobre la hierba. Era una pequeña luciérnaga que brillaba como las estrellas; —predecía un día hermoso tras la noche que pasaba».

Sabemos que la luciérnaga, según las supersticiones, anuncia con su aparición más o menos luminosa, una alegría o una desgracia. El autor prosigue, en el interior, la descripción de ese pabellón: una lámpara de cobre se agita, retenida por un cordón de seda rosa; sobre un sillón hay un cofre de Usassi. Pronto, una joven mujer aparece en la línea de arena de un sendero; acude, rápido, a una cita; —en ese momento, el pequeño verde amarillea; lo que es un presagio siniestro; —apresura el paso y entra en el pabellón. Encuentra a su amante asesinado.
No tiene más, pero hay ahí dentro efectos de silencio y de luz sorprendentes. La inquietud parece tomar cuerpo, el presentimiento se vuelve palpable. Los accesorios, como se dice en pintura, son tratados con una ciencia maravillosa y una nitidez que no es habitual en el autor. Los curiosos de estilo estudiarán el Diamante en la hierba.

IV

 Journal des Débats politiques et littéraires, jueves 6 septiembre de 1838
Se ha visto suficiente para hacernos una idea sobre la clase de talento del Sr. Xavier Forneret. Insistiendo en su escasa suerte en su carrera literaria, en una época donde los sirvientes de la fantasía fueron tan bien acogidos, ¿no podríamos llamarlo el desconocido del romanticismo? Su estilo, es cierto, carece de cualidades que lo liguen a un público. Él mismo se dio cuenta en algunas líneas del prefacio de Tiempo perdido: “Lo siento todo, pero nunca lo expreso bien”. Y otra parte: “Para el autor, en este mundo, la poesía lo es todo, es su sueño. Cuando él ha escrito, es el despertar, y el despertar le aflige. Se encontrara bien, se encontrara mal; lo ha sentido todo, no ha dicho nada, pues lo ha dicho a su manera”.

El Sr. Xavier Forneret exagera su debilidad; es mejor, en sus esfuerzos y en sus febriles aspiraciones, que cien escritores con su estúpida y serena abundancia. Tiene una naturaleza propia. Bajo el pico del crítico que golpea, este terreno inexplorado deja brillar a veces un filón de metal puro. ¡Traten pues de golpear a los otros!

La palabra misteriosa de la obra del Sr. Xavier Forneret, posiblemente la encontraremos en uno de sus volúmenes de pensamientos: “Escribir —dice—, es abusar de la Sensación, es devolverla mal; es lo contrario del Agua que se depura fluyendo”. Sin embargo nadie más que él trató de devolver la sensación, y frecuentemente nadie se aproximó más; toda su obra no es sino murmullo, relámpago más que luz, escalofrío, espasmos sin lágrimas. ¿Ha sido consciente de esta lucha continuada con la sensación, perseguida hasta los limbos del sueño, estrechada hasta en los delirios de la enfermedad? Yo creo que sí; pues, al mismo tiempo, ha exprimido repeticiones diversas, con una delicadeza infinita de matices, las imposibilidades del espíritu humano, las debilidades del estilo: “Muchas cosas del corazón, que no son comprendidas sino cuando se explican, se vuelven ridículas para aquel a quien las explicamos. El ciego entiende la palabra día; he ahí todo”. Otra vez, intentado completar su pensamiento, ha escrito: “El niño es puro, pero es insensible; ¡es triste! ¿La sensibilidad no es entonces sino la profanación de la Pureza?”
Estamos lejos de completar la serie de obras del Sr. Xavier Forneret. Habría que citar aún: —Y la luna brillaba, y el rocío caía, —Nada, —Líneas rimadas (1852), —Caressa, novela aparecida el último año, y una infinidad de folletos2.

Así pues, con tal bagaje, y con un mérito indiscutible, podemos vivir un siglo sin dejar rastro más que en la memoria de algunos íntimos —o en la libreta de un bibliófilo curioso al acecho de ediciones desaparecidas, como un servidor. Eso da que pensar.

El Sr. Xavier Forneret intentó, además, estrenar, con su dinero, un drama en el Ambigu-Comique3, bajo la dirección del Sr. Desnoyers. Ello le valió, en este lugar y otros, epigramas que constituyen la más grande publicidad que había obtenido en su vida. En cuanto a nosotros, siguiendo desde hace años la pista de estos libros y esta personalidad, lamentamos haber retrasado nuestro artículo hasta este día.

El Sr. Xavier Forneret vive ahora unas veces en Beaune, otras en París. Es siempre en parte el objeto de curiosidad de los transeúntes; pero él está resignado a ello. En una carta enviada a una Revista de Dijon, escribía esto: « Ese pobre diablo de pesadilla, se dice de mí. Gracias, mis buenos señores, pero estoy bien, no me quejo... Verán, señores, tengo una satisfacción que tal vez no aprecien y es que, cuando salgo, a pesar de mis pretendidas excentricidades de todo género, todos los niños pequeños me dicen: “Buenos días, buenos días, Sr. Forneret”con toda gentileza y nada de burla; y sus pequeñas voces infantiles provocan un gran revuelo en mi corazón».

¡Vean, he aquí un fantasioso que no es un mal hombre!

CHARLES MONSELET


    1. Forneret parece jugar con el lenguaje, en el original utiliza Carabins, el apodo que se daba a los estudiantes de medicina en Francia, cerca del término Carabine (Carabina: mujer de edad que acompañaba a ciertas señoritas, especialmente cuando eran cortejadas).
    2. Libro pequeño encuadernado en rústica.
    3. Fue un teatro situado en el parisino bulevar del Temple. Fundado en 1769, fue derribado en 1966.

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