La noche canta lugares extraordinarios,
mete su lengua de luna en los cobijos,
mece mi sangre y la tuya, duerme en un sofá
grandioso donde se agolpan las cancelas.
En esta noche serán posibles los misterios,
paseará tu fantasma y tu isla y quizá el espectro de
nuestros padres.
Yo diré algo inesperado:
el azote de este azor
será la última noticia,
vendrá a mi vena la entera obstinación,
cantaremos sinfonías mientras dormimos
abrazados sobre los truenos o, más aún,
esperaremos a la nueva canción,
al hielo cambiado para recordar aquellos cigarros,
aquella piel, aquella urdimbre.
Sí, la noche canta lugares extraordinarios.
Aletea su mano inquieta por los cuerpos solos,
humilla la tenue luz del cenicero,
hace que se besen bielas y bigotes.
Qué lugar aquel que todo lo colorea,
con el pánico y la emoción de la juventud y la algarada.
Se puede, pero no se quiere dormir
a la espera de los hechos extraordinarios.
Quizá en la siguiente canción algo suceda,
quizá me arrope un brazo nuevo,
quizá serpentee mi olfato faldas y cinturones...
pero siempre ocurre lo mismo,
nuestra soledad es la noche
y eso es lo extraordinario.