La multitud recorre unos cuatro mil kilómetros cuadrados para paliar su aburrimiento. Llevan en riñoneras, bolsos, carteras, bolsillos, maletines y otros artículos de potente salvaguarda sus esponjas. Éstas son de distintos colores y tamaños, las hay más absorbentes que otras, el granulado también difiere, hay incluso quien olvidó su esponja y se la pide prestada a su acompañante, hay incluso quien no tiene esponja y prácticamente no la necesita por falta de humedad. Pero la mayoría de ellas están mojadas y son suficientes para no manchar el pintalabios, el teléfono móvil, las llaves de casa (esto es más para que no se oxiden y siempre tengamos un lugar al que volver), los bolígrafos, las agendas o las propias manos. Las esponjas, al igual que la gilipollez, hacen juego con cada uno. Las muchachas muy pintadas que van disfrazadas de otra muchacha que no se corresponde a ellas, suelen tener esponjas muy grandes cosidas por su mitad, esto ocurre porque sólo la mitad o menos de las mismas corresponde a ellas y la otra es robada u obtenida por los méritos de sus pinturas y otras cosas que en principio no nos atañen. Los jóvenes musculados muy musculados, que van disfrazados de otros muchachos que dejaron de ser hace tiempo y a los que les han maquillado muchas horas de gimnasio y altos grados de estupidez, tienen las esponjas pequeñas pero las han estirado, usan de esas elásticas a las que también han musculado para llevarlas a juego. De la gente mayor sólo diré que dejaron sus esponjas en casa y las guardan para recintos de menos kilómetros cuadrados a pesar de que su aburrimiento es más profundo y se conforman con paliarlo en lo pequeño. Los niños aún no tienen esponja pero se la piden a papá o a mamá constantemente y los padres les prestan sus burbujas porque saben que así los querrán mucho más.
Las esponjas sirven, además de para deslizar suave o raspadamente nuestra suciedad, para acoger en su vientre las gotas de sudor que estrujan con insípida alegría las muchachas muy pintadas, los jóvenes muy musculados y los padres de los niños y los niños de su puta madre de los padres en los mostradores muy bonitos donde los charcos de sudor, de algún resto de orina, algún semen seco de una jornada de trabajo que en verdad nos aburrió, son intercambiados por unos zapatos preciosos, un libro que no vamos a leer, el vestido de la boda de la amiga que se casa en Octubre.
La tarde de ayer en el centro comercial fue de un cúmulo de sumideros por donde se suicidaban sin pudor nuestras esponjas.
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