Cuando regresas a Madrid después de haber sabido lo que es el viento, después de haber sabido lo que es el verde, después, incluso, de haber sabido lo que es volver; hay una casa que no te ha esperado y por eso una luz en el dormitorio, hay un poema que no tenías y por eso el papel sobre la mesa, hay un mar que no suena y por eso nada, nada, nada. Pero entonces existe youtube y como has leído sobre Brahms, a ver qué tal la cuarta sinfonía, y como te has comido a Wolf, entonces a ver qué tal sus canciones, y como has sabido de Strauss y de Offenbach o del monstruo que era Wagner, entonces el Danubio Azul, entonces Barcarola, entonces Tristán e Isolda. Y las primeras muchachas que ves en el parque, pelo a pelo, no tienen en el pentagrama ningún compás parecido a Berlioz, ni asomo de la novena sinfonía, ni parecido con el réquiem de Mozart. Luego eres tú el que no tienes ni parecido a la clave y ya has regresado y mañana empiezan las clases y el míércoles el trabajo y vuelta a empezar sin poemas pero con todos, sin ganas, pero con sueño.
En la maleta las tres camisetas que te llevaste, el único bañador, la toalla y poco más y tú en un sillón diciendo hola a los muebles que no te han esperado, bebiendo vino por si acaso, bebiendo vino por si ocaso, bebiendo vino. Y en el caballete tres cuadros fantásticos llenos de arena y la cartera igual porque van y te compran dos cuadros en la playa y te encargan otro más por eso de la boina y la barba, por eso de la pinta de gitano que te echa en cara tu madre y tu abuela pero tu padre no, tu padre insiste en que te hundas más en la desgana del ojo azul para ser pincel siempre, pincel. Porque has quemado tantos cuadros en la leña que tres salieron bien, menos mal.
Y entonces llamas a la muchacha de tus dieciséis años diecisiete de la cual sabes, y ya era el momento de saberlo, que su madre le cortó las pestañas cuando era pequeña para que le salieran más fuertes y se le han quedado así pequeñitas para que a la vista no sean capaces de destrozar la dendrita única del chulo de playa, la sonrisa única del vigilante, el cerebro descuidado del poeta, la boina pajiza del pintor. Y te dices voy, y te dices venga, porque el único que te ha entendido en todo el verano ha sido el vendedor de camisetas heavys y banderas llenas de ideales, pero que no tiene ninguno, al que le cuentas que tu máxima aspiración es ser pastor de ovejas en Cantabria pues toda la teoría de la señal que aprendiste en la carrera es suficiente para medir, voltímetro en mano, el balido de las cabras y la flatulencia descarada de la vaca, cosa que te satisface mucho más que el viento, que el verde y que la música de Wagner pues has divisado, lápiz en mano, toda la poesía en un prado, todos los compases en una era, todos los pentagramas de las cabalgatas en el recorte rocoso de un acantilado cerca de Castro Urdiales. Pero luego el sueño, tus sueños. Y los sueños más convulsivos del mundo tienen lugar cerca del mar pues antes o después se te introduce en el oído la melodía triste de las olas y eso hace de lo onírico toda una orquesta de campanas y todo un horizonte de claveles lorquianos.
Te acuerdas de las discusión en Potes con un pintor paisajista del cual admiras su técnica. Le dices: vale, pintas muy bien pero eso que haces no sirve para nada desde que existe la fotografía y él, claro, se enoja. Y es que Coloma pinta unos árboles fantásticos muy parecidos a los que has divisado y unos montes increíbles casi tan altos como los picos de Europa pero le dices que no hay alma en eso, que sólo hay vista y él se descalabra y le dices la importancia del sueño, imposible aún de fotografiar, y le comentas lo salvaje que sería disponer tú mismo de su técnica y su tranquilidad para el caballete a la hora de cuadrar la fuga que hay en tus visiones oníricas porque tú eres muy mal pintor pero muy buen dibujante y le enseñas tus cosas y como no hay entendimiento os váis a tomar unos orujos que son máquinas infalibles para la tranquilidad de los pintores enojados. Entonces, al final de la tarde, os abrazáis porque brindáis por Velázquez y por Durero o celebráis los primeros trazos de Bacon, la locura de Picasso, la visión surrealista de Dalí. Y luego el río Deva que te baña la cabeza porque estamos de acuerdo en todo ya que el orujo así lo ha decidido, pero sigo pensando que lo que haces no sirve para nada igual que tú piensas que mis sueños son igualmente inútiles para todo. ¡Por nosotros, por nosotros! Y luego, más tarde, como si fuera poco, discutes con un poeta que escribe cien mil versos al día según le vienen sobre el paisaje maravilloso que contempla y, no conforme con ello, va y los publica y me regala su libro y le digo que es una basura y claro, va y se enoja, pero sabe un montón de la generación del 27 y sabe aún más de los descarriados del 50 y coincidimos en Panero y nos abrazamos por si acaso y nos tomamos otros cuantos orujos por si ha sido poco. Y entonces, ya por la noche, con el pintor pinto un cuadro a medias y con el poeta compongo un poema a medias como si yo fuera algo o alguien y ellos también lo fueran. Luego te acuerdas de tu madre y del panal de abejas que tiene debajo de los párpados, te acuerdas de tu hermano trabajando en verano, subiendo como si nada por una escalera de doce metros de altura con una bombona de sesenta kilos, te acuerdas de tu padre, tan salvaje que podría vivir en Cabárceno con los osos y desmadrarlos a todos hasta el punto de liberarlos de verdad. Y, finalmente, de Miguelito, que tal ha sido la influencia de mi padre para con él que ha decidido ser andaluz, tal cual. ¿Qué quieres ser de mayor Miguelito? Andaluz. Te cagas. Pero luego te acuerdas de tu perra Nadya, que se llama así por la niña rusa que venía a pasar los agostos con nosotros desde Chernobyl, y que ha parido de nuevo a siete perritos preciosos, o de la borrachera sin precedentes con el primo Jose, o de Sandra que te quita nueve años, nueve años siempre, nueve.
Y luego Madrid, el infierno otra vez. Te lees todo lo que ha escrito el neorrabioso, te cagas en la puta porque Verónica se va y entonces para qué Poekas, entonces para qué. Te cagas en todo porque en estos días has conseguido quitarte de la cabeza a la muchacha que jamás sabrá tocar tus composiciones y vuelves a pensar en la de tus dieciséis años diecisiete, que tiene un novio que se llama igual que tú pero al revés, que mola más y, no te lo pierdas, te pones a escribir esto como si tuviera alguna importancia. Maravilloso.
Llamas a tu padre para decirle que llegaste sin inconvenientes y él te cuenta sin falta de detalle la manera escabrosa con la que se ha deshecho, sin remordimiento, de cuatro de los perritos de Nadya. Lloras un poco, no por los cachorros, pues ya lo esperabas, sino por las musas que se han ido, por los verdes que se han ido, por el aire viciado que ahora te arropa; lloras porque finalmente no has podido encerrarte tres noches seguidas con Ángel frente al piano componiendo tus locuras, porque la poesía no ha sido para tanto, porque la pintura pudiera haber sido mejor. Pero sobretodo lloras porque te falta el abuelo, la calabaza, la regadera, las ocho gallinas, el gallo al que mi hermana ha querido llamar Batania, porque la cabrona lee más al neorrabioso que a mí, Sandra a la sombra de una sombrilla, Sandra a la sombra de una farola, Sandra a la sombra de un resquemor.
Y en cuanto pasa el llanto, ya estás de nuevo preparado para no hacer absolutamente nada en la ciudad. Nada de nuevo. Nada otra vez.
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