domingo, 29 de agosto de 2010

Trampolín


Yo no tengo la culpa
de que los niños
salten de cabeza
a tu ojo,
a tu cloro,
confundidos de playas
según paseas por la guita
del tiempo;
ni mucho menos
del tiesto quebrado
en que quedo
según te aliño el moño
de leña;
ni de los perros blancos
que se despeñan
por verte la escalinata,
¡jarra de agua, parra!


De lo que tengo la culpa
es de nada
y, por eso, el complot del beso
y, por eso, la represalia de las dalias
y, por eso, este volar los suelos,
esta altura que no alcanza
lo subterráneo;
este mirar el mar en los ojos
y no en las playas,
este quebrarse los huesos,
los ecos
en los achiques del agua;
este no ser nada gigante,
este epicentro del que ha salido
tu brazo
para romperme las tibias,
esta adrenalina de lo parado.


¡Alto, alto!
¡Si me besas este hombre
se autodestruirá
en treinta segundos!


En la daga,
el hurto
de nosotros.


En la mambla,
el susto
de nosotros.


Y,
en el mar,
la piedra.

No hay comentarios: