Isel habla a menudo con ella y yo suelo dejar lo que estoy haciendo para poner el oído en la conversación. Es increíble lo rápido que viaja la paz a través del Atlántico. Así son sus palabras: pacíficas, bondadosas, trémulas, dignas palabras revoloteando en el aire, convertidas en ceros y unos y que traen la calma una vez son receptadas en el ordenador. Por mucho que laberínticamente uno busque la maldad en esa mujer es imposible encontrarla. Nadie como ella sabe apaciguar las cascadas de Isel cuando Isel se para a pensar un poco y se da cuenta de la lejanía, cuando a Isel, y menos mal que son pocas las veces, le da por pararse a deletrear el tiempo. Entonces ella saca la artillería pesada y con una lucidez hermosa y un tono elocuente y vibrado le va regalando a mi bonita Isel metáforas de la vida, pequeñas metáforas llenas de filosofía y que Isel se guarda en el corazón a la vez que pierden elasticidad sus lágrimas.
Tengo entendido que la mayor parte de su tiempo lo dedica a ayudar a los demás sin cobrar ni un duro, en su caso, ni una lempira, por ello. Yo la llamo maliciosa y cariñosamente “El nuevo Mesías” por su actitud religiosa y su forma de afrontar los problemas recitando bienaventuranzas. Trabaja para la iglesia y trata normalmente con mujeres maltratadas. Además, los martes presenta un programa de televisión que cuenta ciertos problemas del lugar y los afronta desde la fe. También sé que tras el Mitch, su casa, que no quedó del todo mal parada, sirvió de refugio para mucha gente que así lo necesitaba. Supongo que verse así, inmersa en todos los problemas con los que se enfrenta diariamente ha hecho que los metros cúbicos de océano que nos separan no le duelan tanto.
Las primas de Isel siempre dicen que la tía Toña es la mejor. Yo no la conozco todavía salvo de palabra y ya empiezo a pensar más o menos lo mismo; lo digo por intuición. Si todos somos un cúmulo de circunstancias del que nosotros mismos hemos elegido la amalgama, entonces si Isel es también un sumidero de impresiones que ha fotografiado de los demás haciéndolas propias, seguro que su madre ha influido mucho en el proceso y está claro que tiene que ser una persona de lo más interesante. Y así lo es. Es de esas personas, de esas pocas personas que homenajean la vida todos los días desde que se levantan hasta que se acuestan. Quiero decir que cuando habla con Isel, aunque sea sobre la cosa más superflua , a esa cosa mínima le otorga una importancia sobresaliente. Y no dotándola de problemática, más bien todo lo contrario.
Cuando le expliqué mi intención de crear una empresa me animó mucho a hacerlo. Por supuesto, no me dijo: Pedro, te animo a ello. No, me dijo lo siguiente, más o menos con el tono de una de las parábolas de Jesucristo en el monte: Verás Pedro… cuando uno se tira al mar, al principio no sabe nadar, por puro instinto uno empieza a mover los brazos y así poco a poco se eleva el cuerpo hasta la superficie y, finalmente sacando la cabeza respira y puede ver desde ahí si mereció la pena lanzarse, tomarse esa molestia…. Y te cuenta estas cosas recordándome a las catequistas que más simpatía me despertaron en la infancia. Dios proveerá, suele decirle a Isel cuando ésta se encuentra al borde de dejar el trabajo y dejarlo todo y quedarse así, a la espera de sus papeles flotando en el aire, en la espera infinita y burocrática, en la espera que todo inmigrante conoce muy bien. El efecto que crea en Isel esa frase es alucinante. Yo se la digo mucho también, es más, también me la digo a mí y me funciona a pesar de que no comparta el adoctrinamiento pero sí sus límites. Digo que es curioso el efecto que la frase hace en Isel; resulta que como Dios proveerá, ya no le duelen tanto los problemas, Isel piensa… en fin, mañana mismo puedo dejar el trabajo si me sigo sintiendo tan mal porque Dios proveerá; o mañana mismo me voy de visita a Honduras a pesar de que tengo que esperar todavía un mes para tener los papeles que me permitan la vuelta pero bueno… Dios proveerá si lo hago. Esto le sirve para hacer todo lo contrario; es decir, se aguanta con lo que hay porque como Dios proveerá, ya le duelen menos las bofetadas. Es una frase mágica y cierta porque siempre acabamos encontrando la salida más o menos acertada cuando llegan las tormentas.
En cuanto al efecto que ha provocado en mí la madre de Isel, bueno… es muy curioso. Tiene tela que una persona que está tan lejos y con la que he hablado en realidad bastante poco haya removido sin saberlo muchas cosas en mí. En mí siempre han chocado dos debates gigantescos: el hombre espiritual contra el hombre de ciencias. Es un combate sin fin. Por supuesto, como fui criado en un pueblo pequeño de Andalucía, me educaron en la fe cristiana. Yo era de los que iba a Misa todos los domingos y sin saber muy bien por qué. Hice la comunión y me confirmé y siempre dejaban para mí alguna lectura importante o alguna labor… quiero decir que las monjas me conocían y el cura también. Si me pillaban me hacían leer algún salmo o alguna carta del apóstol no sé cual a no sé quiénes. Recuerdo que al principio lo pasaba bastante bien con las cosas de la iglesia. En mi pueblo había un cura, Don José Luis, que se preocupaba siempre por inventar juegos para nosotros o tocaba la guitarra y nos llevaba al campo para enseñarnos a coger espárragos. Era un tipo muy campechano. Pero es que mi historia no empieza ahí. Cuando mi hermano se moría en el hospital de Granada, en la cama de al lado de la misma habitación había un cura y los estudiantes que iban a visitarlo. Cada día uno. Jóvenes trinitarios que estaban a punto de ser sacerdotes. Fueron ellos los que consolaron a mis padres cuando el fatal hecho sucedió. Uno de ellos se fue como misionero a Madagascar y el otro día lo veo en Españoles por el mundo. El tío ya es Obispo allí y me consta las muchas cosas buenas que ha hecho porque desde siempre nos escribimos en Navidad y me cuenta y me manda fotos. Luego estaba otro, Juanjo, al que me encontré en Madrid en mis años de Colegio Mayor, el tío era el subdirector, y quien me entrevistó. Se me quedaba mirando de arriba abajo durante la entrevista que me hizo y aluciné cuando al salir de la misma se agarró a mis padres de pura emoción. Ahora estaba casado y tenía un hijo. Y me hablaba de Joyce y me llevaba a la salida de la RAE e hizo que nos tomáramos un whiscky con Ángel González. Y un vino con Juan José Millás. Y una cerveza con Javier Lostalé. Y con Suso de Toro y con Caballero Bonald y con tantos otros. Un tío estupendo Juanjo. Fui delegado del aula de literatura que, en realidad, él se preocupaba de organizar aunque yo la anunciara y llenara la residencia con mis dibujos para animar a la gente a que acudiera. En fin… Juanjo fue quien vino a bautizarme y luego se fue a Alemania a estudiar filosofía y colgó los hábitos para casarse. En fin, mi fe siguió muy fortalecida hasta la llegada de él, sí, de Don Andrés. Don Andrés era un cura joven y, al principio, yo pensé que sería estupendo aprender cosas de él, por su juventud. El caso es que resultó ser un fanático religioso. Más del Opus que la madre que lo parió. Nos hacía comprar los libros de religión de la Editorial Casals, no se me va a olvidar en la vida. Y allí, en esos libros, había capítulos enteros dedicados en por qué los darwinistas y los marxistas no podían tener acceso al cielo. Se me cayó el mundo al suelo porque me imaginaba a mi padre y a mí mismo ardiendo en florecientes hogueras. En pocos meses convirtió la iglesia en un lugar donde reinaba la total seriedad, donde no se podía llegar jamás tarde, donde si lo hacías, cortaba en seco el discurso y seguía a las personas con la mirada desde el estrado hasta que se sentaban, entonces retomaba la historia. Se le enrojecían los ojos cuando aprovechaba el final de la lectura principal de la Misa para darnos una total lección sobre lo pecaminosos y lo sucios que éramos todos y lo limpios y puros y castos que nos quiere la Virgen Madre de Dios. Fue el día en que nos explicó la creación del mundo en que ya no pude más. Con Don José Luis yo podía hablar tranquilamente del Big Bang, él se quedaba con la boca abierta cuando le contaba nanosegundo a nanosegundo lo que pasó los primeros instantes del comienzo del universo. Y él me decía: Sí, Pedro José, pero es el señor nuestro Dios quien dio el pistoletazo de salida para todo eso que me cuentas… Lo de don Andrés es que no tenía nombre: empezó a contarnos en clase de Religión que Dios creó el mundo tal cual lo cuenta la Biblia y que los científicos no hacían más que blasfemar sobre el hecho con sus absurdas teorías. Desde entonces, la clase de Religión consistió en un debate perpetuo entre él y yo. Poco a poco dejé de ir a la iglesia, no sólo por él, sino porque se me atragantaron muchas cosas. Me di cuenta de que los pocos amigos que venían los domingos a Misa igual que yo sólo lo hacían por pura apariencia de niños buenos y para lucir un bonito abrigo o la última camisa que les había comprado mamá. Esto lo comprobaba yo de forma muy sencilla: siempre les preguntaba por el tema que se había tratado y no sabían ni decirme sobre lo que había sido. Era un paripé total. Luego me chocó que un hombre me dijera: Es un orgullo ver a un comunista leer en la Iglesia… un tipo que luego se presentó por IU en el pueblo. Me di cuenta de la estrecha relación entre derecha e iglesia. Porque había gente de derecha en la iglesia, mucha, también de izquierda, menos, pero luego estaba don Andrés, del que recuerdo un fragmento de su discurso: ¿Y no sería hermoso pensar… niños, que cada vez que llueve Dios abre el grifo del cielo…? Se excitaba entonando cosas así, explicando todos los fenómenos físicos y químicos desde el dedo de Dios, a mí me enfermaban sus teorías y sobre todo cuando nos decía que los darwinistas y los marxistas tienen cerrada la puerta del cielo. Creo que él es el principal personaje que hizo que me importara cada vez menos conseguir ese perdón de Dios para poder entrar a su mundo lleno de reglas. Entonces me di cuenta de lo que significaba realmente mi fe. Yo creía en el hombre bueno. Creía en Don José Luis y en Gustavo y en Juanjo. Personas que desde la fe lo han dado todo absolutamente todo por los demás. Su vida entera dedicada a ello. Y creía en el mensaje de Cristo, yo creía en el Jesús hombre pero no en la iglesia como institución porque Don Andrés y otros que vinieron después destrozaron la idea de ese templo del Dios en el que me hicieron dejar de creer. Don Andrés se habría desenvuelto a sus anchas en la época de la Inquisición. Era un hombre lleno de odio. No soportaba nada y menos a sí mismo. Por supuesto todos teníamos nuestra teoría de que necesitaba echar un buen polvo. Y la verdad es que sí que parecía necesitarlo. Tenía un temperamento a punto de estallar y era dañino con las palabras. No duró muchos años en el pueblo, se marchó con su dolor a no sé qué parte. Al menos él me abrió los ojos.
El otro día le decía a Isel que yo soy una persona atea con temperamento religioso. Creo que es lo que mejor me define. Creer no creo ni en Dios ni en nada. Creo en esto y punto, en lo que veo. Creo que el cerebro es un órgano apasionante y nos puede llevar a hacer cosas increíbles. Creo en la fe como psicomagia. Creo que creyendo se puede hacer real una realidad vana. Creo que creyendo ciertas cosas me puedo curar. Y sé que creer no me quita el miedo. También sé que no creyendo creo en muchas cosas y es por eso mi temperamento religioso. No quiero decir que sea una persona temerosa de nada ni de nadie pero tengo actitudes religiosas sencillamente por la educación que he recibido. Lo que me apasiona es ver lo que consigue la fe. La fe consigue, por ejemplo, que mi tío Alfonso se levante todos los domingos para ir a Misa; la fe hace que la madre de Isel dedique gran parte de su vida a ayudar a los demás, incluso hace que Isel se sienta mejor cuando a la noche reza y pide por todos nosotros, por los que no pedimos mucho o preferimos no hacerlo, desde luego no a Dios sino a nosotros mismos como hombres.
Para mí, la religión y la fe siempre ha sido algo muy femenino. Mi padre desde luego no ha pisado mucho la iglesia. Tiene sus momentos. Desde luego a Dios no lo quiere mucho porque no hace más que cagarse en él todo el día. Pero hay algo muy revelador que me pasó con él. Hubo un tiempo en el que estuve saliendo con una chica atea de mi pueblo. De todos era conocido que en su familia todos eran ateos y librepensadores, una cosa tremenda en un pueblo. Mi padre me dijo un día: … entonces… el padre de la muchacha esa eh máh flamenco que ná no?.... Cómo papá? Sí, que eh mu flamenco, que va por ahí sin creéh en ná… Ah, sí, eh ateo papa… Pueh yo creo que en algo hay que creéh, ¿no?… Mi padre como siempre tremendo. En algo hay que creer y eso está claro. Yo creo en él, en mi padre, con sus cosas. Es de las poquitas personas en las que creo. También creo en la madre de Isel, tengo la impresión de que todas las cosas lucen mucho más vistas desde sus ojos. El vaso está medio lleno en su mirada sincera y su fe es limpia y clara, transparente sin más. Yo admiro esa fe porque me parece increíble poseerla, sé que aporta una fuerza tremenda a los músculos, a levantarse sin miramientos y afrontar las cosas con un escudo muy potente. Y creo en Isel, creo en ella más que en nada, tengo fe en ella, mucha fe. Creo que vamos a hacer algo muy grande juntos, tengo la sensación de que estamos a punto de hacerlo. Y Toña, la madre, nos apoya en ello con sus historias bondadosas y su ánimo metafórico.
Y creo en mí, no siempre, pero creo en mí; sobre todo desde que hice que Isel lo hiciera; y eso… eso sí que es tener fe.
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