El dieciséis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis
tuvieron frío los piroclastos,
se equivocaron los pájaros
de meteorología,
perdió la cuenta
la belleza.
El dieciséis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis
se miró el agua en el agua
y creyó tener una visión,
se miró el fuego en el agua
y se quemó la ira,
se miró el espejo en el espejo
y empezó la vista
a tener
caducidad.
El dieciséis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis
se sintió satisfecha la geometría,
saltaron las combas
estampidas de niños,
se abrió en canal Tegucigalpa
y estaba la guerra
jugando
al escondite.
El dieciséis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis
vio Dios que todo estaba bien,
esta vez,
en serio;
y yo tenía dos años y noté,
de repente,
cómo mi esperanza
de vida
se disparó.
Ese día,
para sorpresa de todos,
pidiendo perdón al sol
miró fijamente el girasol
hacia Honduras
y sonrió
en plenitud
su ceguera.
El dieciséis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis
es el año cero
del infinito relevo
del amor.
El día en que
todas las montañas
estaban encintas
y una ráfaga de calendarios
se desabrochaban
el tiempo.
Dieciseis de marzo de
mil novecientos ochenta y seis:
el día en que Isel
me dio
a luz.
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