Nada está lejos si la distancia es el
poema. No era tan tarde pero lo parecía porque ya sabemos que hace
poco cambiaron la hora del reloj para traernos antes la oscuridad y
así se pasa la media tarde pensando en si está ya o todavía no
cayó dormida.
Llegamos casi puntuales, el recital
empezaba a las 19:00. Claro que, al no conocer la zona, tardamos en
aparcar y luego nos metimos en el lugar que nos pareció que era pero
que no era en absoluto; eso sí, al entrar en aquel centro cultural
lo pregunté: ¿Es aquí el recital? Y muy amablemente me dijeron que
sí, así que al entrar y ver a todo un coro me dije: “Madre mía
los medios de que dispone Concha, esto va a ser increíble”, cuando
pregunté más: ¿Pero es aquí el recital de Concha Morales? Me
dijeron que por supuesto que no y nos indicaron el lugar donde
posiblemente fuera, un lugar escondido, como secreto. Llegamos y
claro, ya estaba Concha recitando, acompañada de la guitarra que
tocaba muy bien un amigo.
Yo no había escuchado nunca antes a
Concha, su poesía me era desconocida y fue eso lo que me motivó
para ir a verla, aprovechando que era fin de semana y que es cuando
puedo acudir a los actos poéticos. No sabía, por ejemplo, que su
poesía ronronea porque, en el fondo, en su poesía hay mucho gato
saltando y salvándonos la vida. Destaca el ritmo, ya no sólo
escuchado de su boca sino que, en la noche, ya en casa, cuando eché
un vistazo a su Sobresaltos me di cuenta entonces como lector
y no oyente, que funcionaban sus versos en mi ritmo de lectura.
Escribe Concha una poesía sencilla en la que, de vez en cuando,
introduce una imagen muy potente que descoloca el desarrollo más o
menos lineal anterior; quiero decir que me encantó visualizar
ciertos brotes surrealistas que me recordaron a la poesía inocente
de Gisèle Prassinos, una poesía que tiene en Concha los zapatos
puestos en el suelo y que, de repente, clavan su tacón en el corazón
de las nubes.
Fue el recital como esos conciertos
donde el artista muy conocido lleva a sus amigos y lo acompañan
cantando. Amigos y hermanos salieron a leer poemas de Concha, poemas
con los que ella ha ido saltando y asaltándolos en el tiempo. Me
pareció preciosa la labor del poeta cuando llega a tocar a tanta
gente como ayer se demostró. Hubo una mujer que se emocionó
terminando de leer una de las poesías. Fue estupendo.
Y por si fuera poco, hubo firmas de
libros, unas cervecitas y unos vinos con algunos aperitivos muy
ricos. Hasta el postre tenía un nombre muy acorde con la poesía de
que disfrutamos: buñuelos de viento. Concha nos regaló unos
marcapáginas preciosos y originales que hace su amiga Silvia, de
Granada; y disfruté mucho de la compañía de Lidia, la editora y su
gran madre: Isabel.
A casa regresamos en nada porque, en
parte, era como si no quisiéramos volver o porque nos dejaron
pensando los besos de lunas con los labios pintados y la idea de que
no es para tanto nunca la distancia ni los sinsabores. Concha lo dice
muy bien: “los sinsabores se adormecen como la siesta dulce de los
gatos”.
En serio, nunca me hubiera imaginado
que pudiera la poesía ronronear.
1 comentario:
Nino, gata soy, gata me siento y gata siempre agradecida a unos comentarios tan espléndidos y sinceros como los que me dedicas (y a mi poesía) desde tu blog. Me dio una gran alegría verte (veros a ti y a Isel) aparecer en el coqueto y acogedor cuarto de estar en el que entre todos convertisteis el lugar por donde revolotearon mis poemas. Para mí fue una tarde inolvidable. Después de leer esta crónica, el regusto que me queda tardará tiempo en borrarse. Dulce, dulce como el sabor de los buñuelos de viento que degustamos después del recital. Un beso fuerte.
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