¿Cómo voy a explicarte niña
el teorema de Ampère,
la experiencia de Henry,
la regla de la mano derecha...
si nada más entrar a tu casa,
te veo los ojos oscuros,
la sonrisa preciosa puesta,
el cuello blanco comestible,
y nada de eso puede explicar Gauss,
ni Faraday, ni Lenz, ni yo mismo,
si el gran genio de Maxwell
lloraría con tan sólo verte...
cómo voy a explicarte niña
los misterios del electromagnetismo
si eso es justamente esta atracción
que a la distancia me provocas?
Eso sí, dicho sea de paso,
todos estos sesudos científicos
llegaron a sus conclusiones
sencillamente por tu ausencia
y de haber estado allí,
en el laboratorio de tus piernas,
escupirían al suelo toda su ciencia
y habrían sido albañiles, fontaneros
o quizá les hubiera dado por la metafísica,
algún pintor habría salido,
visitaríamos las obras de Ampère en el Prado,
gran poeta sería el niñato de Gauss
que hizo a su pobre profesor enamorado
abandonar su labor de enseñanza
porque el muy capullo resolvió
bien temprano sus ecuaciones.
Pero tú, que por nacer superaste a los maestros,
que Goya te habría arañado
con su rápido pincel las entrañas,
que Beethoven te habría regalado su sordera.
Que Van Gogh se cortó su enorme oreja
por el sólo pronóstico de tu venida,
tú, hija mía, a ver, piensa y dime,
qué quieres que yo te explique que tú no sepas.
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