Mido la poesía por los centímetros que me levanta del suelo, también por los centímetros que me mete hacia adentro del suelo, por las plantas que me hace bajar. Viajo en ascensor cada vez que leo poesía y es ella la que pulsa la planta siguiente. A veces me quedo durante horas en el mismo sitio con el motor estropeado, una avería silenciosa donde no saltan chispas, un error tranquilo e indefenso; entonces bajo del ascensor y me subo a otro y entonces nuevamente visito pisos llenos de gloria, pisos donde se pasa de una celebración inaudita a un infierno sin precedentes, un mensaje humano que me transporta. Eso es poesía. Todavía me fascina saber que los grandes compositores del mundo necesitaran del libreto y crearan sus maravillas sólo inspirados en él, como si fuera la clave, como si sin ello fuera imposible dar paso a la orquesta. Al servicio de la palabra la música, al servicio de la palabra el concierto.
Todos los días la poesía, esa palabra, se me mete en la cabeza, algo así como contar coches multicolores en la autopista. No hay casi ninguno pero entonces, ahí está, ¡uno!, dices uno después de un mes, dices dos después de tres meses y tiene que pasar mucho tiempo para decir tres, he visto tres coches multicolores, he visto tres poemas, ¡viva, viva! Es todo un acontecimiento porque es como encontrar una rareza en las tiendas de discos, un milagro. Por eso me parece imposible el poeta de oficio, ¿cómo un poeta que sólo es poeta puede escribir poesía? No quiero ni imaginar el desastre que sería levantarse y saber que lo que tienes que hacer ahora es escribir poemas, como si hubiera versos que operar, como si hubiera estrofas que enladrillar, como si ya alguien se haya molestado en traerte el material para ponerte manos a la obra; como si dentro de una serie de cajas ya tuvieras dispuestas las palabras para empezar a tapar la gotera del tejado. Hay que ser un sumidero muy grande para conseguir tal cosa. Supongo que habrá albañiles de la metáfora tan preparados pero es una idea que no me entra en la cabeza.
Y luego están, no te lo pierdas, los que se creen poetas. Y se lo creen en serio, los que conciben una idea más o menos trascendente o ni eso y le cogen gusto a eso de recitar y publicar libros donde ir acumulando sus basuras. Los hay que creen que si la cosa rima, ya está hecho y los hay que se creen super revolucionarios de la poesía si no lo hacen. Los hay que se pasan el ritmo por los mismísimos y nos cuentan el último polvo explícitamente puesto en sucesión de frases más o menos bien dispuestas gramaticalmente y separadas por la longitud que ellos deciden otorgar al verso. El problema está, creo, en que no han aprendido nada. Creo que todos los arquitectos del mundo han reunido una serie de conocimientos antes de atreverse a construir del mismo modo en que estoy seguro que para ser un poeta tienes que conocer, aunque sea un poco, el material que hay tras nosotros para seguir avanzando. Pero hay una tendencia demasiado exagerada a leer sólo lo que se escribe hoy y la verdad es que con eso no se aprende mucho. Los poetas buenos de hoy han tenido el detalle de engullir salvajemente lo que otros han hecho para encontrar su camino y es muy complicado encontrar una senda libre de naufragios cuando se parte sin nociones mínimas. Falta respeto a la labor, mucho respeto.
Estas ideas se me han venido a la cabeza cuando hoy regresaba a casa tras echar una mano a Alicia Roy a recoger su exposición en el hotel Lusso. Venía frustrada como cualquier artista que no ha vendido nada en varios meses de muestra. Me contaba que en la última exposición fotográfica en la que participó casi nadie prestaba atención a la obra de los demás cuando una compañera de facultad había puestos en grandes marcos algunas fotos de sí misma desnuda rodeada de un montón de actores porno con el pene en erección, una maravilla para los ojos. Alicia había trabajado en el movimiento y la mayoría de sus fotos cuentan una historia en dos posiciones remarcadas en la misma visión. Luego tomamos un café y hablamos de la sociedad marcada por el sexo, la muerte y el dinero. Alicia, que tiene mucho talento, está pensando en abandonar igual que lo ha hecho una amiga suya brasileña que se vino a España a comerse el mundo, otra muchacha con un talento increíble a la que le permitían desde el cariño trabajar gratis en importantes fanzines a las que aportó buena parte de su arte por nada. Tanto Alicia como esta chica son personas que, desde el principio, se lo han tomado en serio; de hecho Alicia trabaja mucho las ideas y es un torbellino de consejos en cuanto se le plantea cualquier situación. Cuando le di clases por amor al arte, sabiendo que yo vivo por Canillejas, se fue al lugar, tomó montones de fotografías e hizo un cuadro escueto que refleja con precisión la vida del barrio que habito. Del mismo modo en que, sabiendo que yo era andaluz, colocó un montón de situaciones mágicas e inesperadas para mí para regalarme el otro que me dio. Nunca me he sentido tan rico desde que tengo ambos colgados en el salón. El problema es que ni a Alicia ni a su amiga de Brasil se les ocurrió la genial idea de ponerse en pelotas en sus fotografías y así les va.
Del mismo modo creo que en la poesía hay que desnudarse, claro que hay que hacerlo, pero por favor, me importa muy poco el kamasutra poético, la anécdota inútil, la poesía underground que no le llega al pachangueo ni a la suela. Tomémoslo en serio de una vez, ya que hay una generación de poetas, ya que hay dos focos en este país, vamos a dejar el listón en algún sitio, que se mueva el ascensor aunque se encasquille, que alguien diga algo de una vez sin rascarse la entrepierna.
Lo que pasa es que antes los poetas se daban de ostias por tomarse un algo con Schubert para inspirarlo y ahora es Lady Gaga la que encabeza la lista de éxitos.
Lo llevamos claro.
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