La noche crea valles en el omoplato.
Cuando la cabeza descansa entre el origen de tanta suerte de arroyo, la piel es el meandro donde empiezan a nacer tentáculos de metal que salen del cuerpo a toda prisa buscando en el pasado fotografías que se adhieren a los episódicos manantiales que vacacionan en el cerebro.
Las dendritas juegan por la noche al periscopio.
En cuanto se despierta, nadie avisa a las fibras que aún están chapoteando en los kilómetros de lo vivido y es posible retener el sueño siempre que éstas se hallen lo suficientemente lejos para que, a su regreso, haya sido cubierto el recordatorio de sus vísperas.
Casi todas las mañanas lloran por los codos.
También la intemperie se agrupa en los cuerpos que no han dormido en el rocío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario