miércoles, 5 de enero de 2011

Los ningunoides. Capítulo II

Un día y no uno cualquiera, sino el 6 de septiembre, el día de la gran epidemia del mundo, fui a acompañar a mi prima Dama a un gran centro comercial para visualizar el precio de los materiales escolares pues se acercaba septiembre y temblaban los bolsillos. Fue maravilloso estar allí. Un montón de padres acudían con sus hijos a comprar absolutamente nada necesario, los niños estaban entusiasmados sobremanera:

- Mamá, cómprame esos cuadernos super caros que molan mogollón.
- Pero Luisita, si tienes en casa un montón de los que te sobraron el año pasado.
- Ya mamá, pero jooooooooo, esos no me gustan, prefiero estos que tienen la tapa dura y además los anuncian en la tele y seguro que así rendiré mucho más este año.
- ¿Vas a esforzarte más si te los compro?
- Te lo prometo mamá, además necesitaré un millón de bolígrafos de diferentes colores, a ser posible hirientes para los ojos, es lo que se lleva ahora y te juro que este trimestre sólo me quedarán seis.
- Lo que haga falta para mi niña.

Realmente era una escena conmovedora; debo decir que, a continuación a la madre se le empaparon los ojos en lágrimas y empezó a imaginarse, tal era su mirada, el glorioso futuro que le esperaba a su hija si le compraba otra cartera, a pesar de las seiscientas treinta y cuatro aún nuevas que tiene en casa y que ocupan más o menos siete octavos del territorio habitable. A mí siempre me han gustado los primeros días de clase, en mi caso mi madre no dudaba en darme dos ostias bien dadas a la primera de ponerme insoportable con mis querencias pero siempre caía un lápiz nuevo, o un paquete de folios y me encantaba el olor de las papelerías y de los libros a estrenar. Puesto que seguía queriendo integrarme en el mundo sencillo de los ningunoides no sé por qué y, de repente, me convertí en una auténtica bestia del marketing en mitad de la sección de papelería del centro comercial, así que me acercaba a los padres de los que lloriqueaban y exigían todo tipo de cosas innecesarias para que éstos tuvieran la oportunidad de llevarse el lote completo de inutilidades:

- No sé si saben que comprando libros a mansalva ayudarán a la mejora de los bosques.
- Me parece que exagera. Está bien que ahora, cada vez que se tale una zona forestal la pinten de verde, es una acción verdaderamente admirable, pero que mejoren…
- Pues claro, verá, si los cortas…. Ay… ¿qué pasó cuando usted empezó a afeitarse, no empezó a crecer esa barba con más fuerza? Pues… ¡es lo mismo!
- Andaaaaaaaa….claro…o sea que al cortarlos salen más y más fuertes y con más espesura.
- Claro hombre, y si no, pues pintan la zona, ¿no es mucho más hermoso así?
- Pues la verdad es que este verano, tras el incendio en mi pueblo, que está en Galicia, vinieron los de medio ambiente y lo dejaron precioso, todo verde.
- Como debe de ser.
- Sí señor.

No hacía mucho que se aprobó en todo el mundo una medida muy bonita y que consistía precisamente en eso, apareció como el artículo número 113 de la ley universal y decía así: cuando haya una tala masiva de árboles el ministerio de ambiente de cada país, con ayuda del ejército armado pintará con pistola y aire comprimido la zona devastada manteniendo de ese modo el verdor de nuestros hermosos campos.

A mí me pareció estupenda medida desde el principio, de ese modo el planeta se estaba convirtiendo en un gigantesco campo de golf camuflado, cosa bonita donde las haya.
La mayoría de los padres llevaban una larga lista de unos dos kilómetros de larga con la enumeración de todo el material que era necesario y exigido por el colegio al que iban a acudir, así como el vestuario que debían comprar, pensado, por supuesto, para gente de alto poder adquisitivo pues ya no existían las clases bajas en los países occidentales, para tranquilidad de todos y, si las había, todo el mundo procuraba ocultarlas. Esta lista estaba diseñada por el profesorado y merece la pena saber cómo son, así que le pedí a mi prima Dama que me dejara la suya para admirarla, era tal que así:

Material para el curso escolar 2010-2011:

- Lápices, de todas las durezas que existen (pero no usaremos la mitad).
- Rotuladores de tantas tonalidades que haya algunas que no sea capaz de captar el ojo humano (pero no usaremos ni un octavo de los mismos).
- Lápices de color, de seis millones de frecuencias y longitudes de onda diferentes (pero sólo porque el estuche de lata es increíblemente bonito).
- Libros de cada asignatura, aproximadamente dos kilos de libro por cada una (diferentes de los del año pasado porque lo importante es gastar).
- Cuadernos variados de mil formas de cuadrícula distinta, de rayas, de folio, de tapa gruesa (porque lo importante es la zona lumbar de nuestros alumnos).
- Reglas (pero sólo de las que son flexibles para que no se rompan).
- Portaminas (pues es sabido la diferencia que tiene con el lápiz).
- Gomas profesionales, sacapuntas.
- Estuche digno.
- Cartera digna.
- Uniforme del colegio, sólo de venta en El Corte de Manga (porque la calidad es una mierda pero al pagar mucho más que por los polos que venden los moros en la playa te darás cuenta de lo bueno que es en realidad).

Eso era todo y, aunque parezca mentira, los comentarios entre paréntesis estaban ahí, tal cual, y me conmovió la sinceridad de la lista. Pasé el resto de la mañana ayudando a mi prima a gastarse todo su sueldo y el de su marido en los materiales de sus dos hijos porque hacerlo así tan rápido no es tarea fácil y, aunque nos costó, al final lo conseguimos; de hecho, lo hicimos tan bien que yo mismo tuve que prestarle dinero. Tras pasar por la caja nos dimos un fuerte abrazo para celebrarlo.

- Prima, tienes que acompañarme un día al mecánico, verás qué guay, ocasiones como esta no hay que perdérselas.
- Cuando quieras, nos ha costado pero mira qué bien cuando nos lo proponemos.
- Ni que lo digas.

Cuando llegamos a casa de Dama y los niños vieron lo que les habíamos comprado, lloraron siete meses porque no les convencía que su madre no comprara al final la cartera ya que tenían sesenta y tres en casa, todas indignas de ponerlas sobre sus hombros. Les dimos una paliza graciosa y se calmaron el primer día de universidad. Me encantan los niños, siempre lo han hecho; entonces, de repente y mientras preparábamos la comida, Chema, el marido de Dama nos llamó para que fuéramos corriendo al salón a ver una noticia de última hora que estaban tratando en todos los canales de televisión. La reproduzco tal cual:

Nos llegan noticias desde todas las principales ciudades del mundo donde se han empezado a dar síntomas de una epidemia sin precedentes. Miles de personas en todo el mundo sufren ya las dolencias de esta enfermedad que los científicos han llamado “picor de pies”. Según las últimas informaciones tres personas han fallecido ya como consecuencia de la enfermedad. Los médicos advierten que si usted empieza a notar un cosquilleo en la planta de sus pies o si todo empieza a importarle una mierda de repente, acuda lo antes posible al centro de salud más cercano.

La cosa se veía venir. Yo mismo conocía a un montón de gente que había dejado de hacer multitud de cosas porque le picaba un pie. Por ejemplo, había muchas familias que habían dejado de cuidar a sus padres cuando éstos eran mayores porque les picaba un pie. Había mucha gente que se daba de baja para no trabajar porque le picaba un pie. También conocía a muchas parejas que habían terminado su relación porque a uno de ellos o incluso a ambos les picaba sobremanera un pie. Los niños no estudiaban porque les picaba un pie, los amigos veían imposible quedar para dar una vuelta porque les picaba un pie. La cosa era seria realmente. Empecé a temer por la vida de muchos seres queridos que cierta vez me comentaron que sufrían tal dolencia y, cuando quise llamarlos para ver qué tal estaban, todas las líneas telefónicas estaban ocupadas, se creó un caos imposible y muy pronto sólo tenía en mente a Mery, mi última novia, la cual me había dejado precisamente porque le picaba un pie, me vino el recuerdo de aquella despedida como si la hubiera vivido hacía dos segundos:

- Amor, te quiero tanto que lo nuestro no puede funcionar.
- … pero Mery… ¿cómo?
- Verás, me pica un pie, te lo tenía que haber dicho hace mucho tiempo pero es así.
- …. ¿cómo?
- Lo que oyes, te dejo porque me pica un pie.
- Entiendo.

Y entonces la pobre Mery se tuvo que tirar a varios equipos de fútbol de diferentes categorías para calmar su picor de pies. Supuse que con eso habría apaciguado un poco su dolencia y la noticia me preocupó tanto que la llamé siete veces antes de que fuera tarde por si pudiera hacer algo por ella, pero la comunicación seguía siendo imposible. Entonces empezamos a escuchar las carreras por los pisos de arriba, se escuchaban prisas y tacones, gritos y movimiento de cosas por todas partes. Entonces Chema nos asustó porque nos dijo que, de repente, todo empezaba a importarle tres cojones, el síntoma principal de la enfermedad, con lo que también nosotros nos unimos a las prisas y los revuelos; en un santiamén Dama había preparado las tarjetas del médico, yo saqué el coche del garaje y los esperaba impaciente en la puerta, el centro de salud estaba a ocho metros así que, como era costumbre, hicimos caravana 27 horas antes de llegar a nuestro objetivo. A Chema lo atendieron tan tarde como les fue posible y, mientras tanto, Dama y yo nos fuimos corriendo al supermercado para comprar toneladas de enseres por si estallaba una guerra nuclear que era la única consecuencia lógica de la epidemia que acababa de comenzar.
- ¿Llevas la leche?
- Sí, la tengo.
- ¿Galletas, mantequilla, magdalenas?
- Todo en el carro.
- Ok, vete a por las latas de comida y yo iré a por la carne.
- Hecho.

La verdad es que Dama y yo siempre habíamos formado un gran equipo juntos, corría casi la misma sangre por nuestras venas; además yo adoraba a sus hijos a pesar de que a veces resultaban demasiado caprichosos y me entusiasmaba que un momento crucial en la historia como éste pudiera vivirlo de cerca con ella ya que juntos podíamos conseguir muchas cosas, entre ellas, sobrevivir a la epidemia. Gracias a nuestra sincronización y a la rapidez que nos caracteriza pudimos salir del supermercado antes de que se colapsaran las cajas y el parking. Nos chocamos las manos como solemos hacer cuando conseguimos lo que queremos y salimos a la calle de vuelta a casa para descargar lo comprado. Por el camino, eso sí, aprovechamos para tirar y quemar algunos contenedores pues era lo propio, cosa que aplaudieron los que estaban cerca pues era un gesto de amor a la humanidad. De hecho el último slogan de una conocida ONG era: Tira un contenedor para salvar a un niño en Kenya. Aquella noche, de hecho, se salvaron millares de vidas en el país africano.

Cuando fuimos al hospital ya estaban tratando a Chema, nos dijeron que gracias a acudir tan rápido pudo salvarse. Le administraron una pequeña dosis de “sentido común”, un fármaco muy caro y difícil de conseguir. Pasó la noche en observación y, en cuanto empezaron a importarle las cosas, le dieron el alta y nos fuimos a casa donde los niños ya dormían. Con tanto ajetreo me olvidé de llamar de nuevo a Mery y en cuanto me di cuenta volví a llamarla; al fin daba señal:

- ¿Mery?
- …
- ¿Mery, estás ahí?
- Pedro… soy la madre de Mery.
- Ufff, menos mal, llevo todo el día intent…
- Mery ha muerto, no superó su picor de pies.
- Vaya…. ¡dios! … vaya…
- Adiós Pedro.
- Adiós.

Al día siguiente me enteré de que Mery había muerto de la forma más horrible que cabe imaginar y, entonces, súbitamente, empezaron a picarme imposiblemente las dos plantas de mis pies.

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