domingo, 22 de mayo de 2011

Acampada reflexión

Si ha habido en mi vida, no una jornada, sino varias, de auténtica reflexión ha sido ahora, en los últimos días. La cosa se veía venir y, al fin, llegó. Era inevitable. De alguna manera últimamente sólo escribía poesía que estaba muy unida a la indignación que se respira en las plazas de las más importantes localidades españolas y, al ver las concentraciones y pasar por ellas es como si en todas las cabezas se respirara esa necesidad de salir y acampar, esa necesidad de gritar que hasta aquí hemos llegado y ahora nada volverá a ser lo mismo. Claro que no. Y es cierto que si bien las cosas siguen como siempre hay una cosa que no se puede cambiar y son las ideas que se han implantado en los jóvenes principalmente desde ahora y en los más mayores en consecuencia.



Cuando el jueves fui a sol por primera vez me vi envuelto, en seguida, de un torbellino apasionante de ideas que fluían por todas partes. Todos los carteles y todas las voces desplegaban una fantástica imaginación indignada. Había una unión en el aire, una cohesión en el ambiente, algo así como una sinapsis gigantesca de un cerebelo común. Los poetas versamos, los cantantes cantaron y los diablos reclamaron nuestra alma para pagar nuestra hipoteca de 40 años.




El problema es grave pero sencillo. Esta mañana lo comentaba con Isel nada más despertar, todavía con esa emoción que no se nos despega todavía: Cuando en Torrenueva hacíamos una barbacoa, nos juntábamos como treinta o cuarenta personas y, si no recuerdo mal, poníamos dos o tres euros cada uno. Normalmente uno de nosotros se ofrecía para ir a realizar la compra y otros cuantos lo acompañaban; a veces de manera unánime se permitía que el que considerábamos más responsable se hiciera cargo de la administración del dinero, algo no pactado y que se decidía sin decir nada, como si fuera de cajón. Eso sí, antes de ir a comprar nos reuníamos todos o casi todos y acordábamos los kilos de chorizo y de panceta y los litros de vino o de cerveza que compraríamos. Si había quien bebía algo diferente como Nestea o ese tipo de cosas se tenía en cuenta y se apuntaba. No siempre solía sobrar dinero; es más, recuerdo que en muchas ocasiones era yo mismo quien se encargaba de ir a Motril a comprar las cosas para la fiesta y más de una vez me ha tocado pagar una pequeña cantidad de más para que cuadraran las cuentas. En cualquier caso, si sobraba algún euro, se decía y se enseñaba la lista de la compra y ese dinero se guardaba para la próxima barbacoa que hiciéramos en la playa. Lo que está pasando en este país y en todos es que todo el mundo quiere ir a esa barbacoa y ha puesto su parte para hacerlo; lo que pasa es que luego no hay suficiente chorizo para todos ni panceta ni pisos de sesenta metros cuadrados y es porque el capullo que fue a hacer la compra, como podía meter mano en la hucha de los demás, se ha quedado con la parte que ha considerado para sí mismo, dado el gigantesco esfuerzo que ha hecho. Eso es lo que no tiene nombre y es la razón por la que la gente se ha tirado a la calle a reclamar su parte de la plancha. Porque es indignante saber que hay para todos pero no nos llega nuestra parte del pastel porque quien fue a comprarlo se quedó con la mitad y uno de los cuartos se los ha dado a su primo o a su cuñado o a la madre que lo parió. Y para que tanto inútil gane lo que gana es necesario que todos los demás sigamos ganando nuestros mil euros, así que apaga y vámonos.




Mi padre me llama a menudo estos días y me dice: eo, deja lo que sea que estéh haciendo y vete a sóh. Me lo dice porque él con mi edad ganaba 150000 pesetas que, en euros, es más o menos lo que gano yo ahora y ya han pasado treinta años de eso. Eso es sólo una pequeña muestra de lo mal que están las cosas ahora pero eso permite la oportunidad de hacer lo que están haciendo tantos jóvenes en este mismo momento y es impregnarse de nuevas ideas, de deseos de cambio y ya. Pero claro hay a quien esta situación le viene de perlas y no va a estar dispuesto a tener el sueldo que se merece, sin esos ceros de más que hacen que los demás tengamos tanto de menos. Y es que alucino con algunos hechos, ya no digamos lo espeluznante que resulta ver al enano Losantos y al César Vidal diciendo que los jóvenes de la puerta del sol mantienen contactos con Batasuna-Eta, o la manera en que tiene de ver la concentración Telemadrid; es que hay seres humanos del paleolítico que dicen que somos unos drogadictos que estamos allí divirtiéndonos básicamente porque no damos un palo al agua y es para lo único para lo que valemos. No señores: No. Somos jóvenes, estamos formados, preparados, somos una generación de estudiantes que ha estudiado para nada y de trabajadores hábiles que no tiene la oportunidad de mostrar su habilidad. Los que están drogados y no dan un palo al agua son ese montón de inútiles que no tienen ninguna formación, que no han valido para nada en su vida y son alcaldes, banqueros, congresistas y han hecho a su vez alcades, banqueros y congresistas a sus hijos que han aprendido de papi a no hacer absolutamente nada y piensan seguir haciéndolo. Contra eso es contra lo que hay que luchar con todas nuestras fuerzas. Contra eso y contra traer la leche de Holanda con la que tenemos en Galicia o en Córdoba o en Cantabria y que no se sabe por qué razón es más barato consumir de allí; es absurdo. Eso o que España tenga más coches oficiales que EEUU. Menudo chiste.

En fin, el caso es que estoy aquí, frente a mis sobrecitos de votar intentando introducir en ellos la razón que no cabe en su dominio, la lucidez que no entra en su barriga. No entran, no, en los sobrecitos de votar las plazas, las concentraciones, los poemas gigantes, los añicos de lecheras donde coinciden nuestros sueños. Pero ya cabrán, ya.




A la apasionante situación que se vive estos días se une otra circunstancia absolutamente maravillosa y es que Isel ya tiene sus papeles; a Isel ya le ha llegado la carta que dice que España la quiere, como si no la quisiera ya desde antes; los papeles que lleva esperando un año y dos meses; los papeles que hacen que vayamos a Sol sin miedo por si la policía se los pide y no los tiene. Los papeles de la claustrofobia, los papeles de la sinrazón.




Y nada más, me voy al instituto de aquí al lado a votar a mi lamparita del salón. Lo buena que es mi lamparita, seguro que con ella todos nos reímos en la barbacoa.

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