lunes, 11 de enero de 2010

Anecdotario II


Al pisar la nieve tengo la sensación de haberme depositado sobre ciénagas de cepillos de dientes que me arropan los zapatos. Todo está tan bonito que me pregunto si no estaré viviendo en las sucursales azules del capitalismo. Las máquinas quitanieves son molinos de viento contra el gigante de la hermosura y me pregunto por el porqué de tanta maldad si su labor me permite regresar a los trabajos incendiarios donde las llamas suponen una cosmovisión y el griterío de los enfermos manifiesta la eclosión de los frigoríficos de las afueras. Juego al escondite frente a la navidad, época de encuentros esperados con abuelos y hermanos y padres, abrazos llenos de deseos y mantas y braseros contra el frío; las comilonas son el exceso establecido por norma para colocarnos ante el nuevo año que recién empieza semejantes a los buches del palomo que se impidió volar de pura tiritera.

Casi no alcanzo el 25 de diciembre en casa porque el Xantia se negó a recorrer más allá de los 174 kms desde Madrid, le parecieron demasiados los 500 que debía acordonar hasta ser cochera y los seguros se tomaron toda la molestia para hacerme lo más complicado posible el regreso. De vuelta a Madrid ya habiendo nacido los jesusitos, pues ha habido tantos desde el 0, el Safrane de mi padre se descojona frente a mí a tan sólo 72 kms de la capital y otra compañía aseguradora haciendo homenaje a su nombre se aseguró de que la recogida fuera mucho más traumática que la primera. Y ahora sí que puedo decir que mi labor de terrorismo ha sido efectuada tal y como no planifiqué, pues la bomba de la gasolina del primer coche y la del agua del segundo se estropearon con tal gracia que se me quitaron las ganas de conducir hasta que mis amigos me empezaron a llamar bombero y yo empecé a comer bombones hasta que las bombonas de gas de las bombillas me estallaron en las bombachas de mis carreteras.

Y todo lo demás es un deseo de pintura que se me agarra a las gargantas con el ardor de los lechales; todo es una partida de ajedrez donde las Ivonnes se aplican las cónicas en perfecta sintonía con las torres desde las que las arqueras y de esto no hay que preocuparse, lanzarán sus cuerdas a la curvatura del estrellato mientras en los tendederos se ponen a secar tal y como es habitual en las orquestas los pianos blandos de mis coladas.

Todo lo demás es el poema a punto de llegar y que se resiste pues es vuelo y cada palabra resulta ser una pluma mientras el pájaro entero centellea con sus glaciares en las colas y las estrofas en los picos; y qué raro se me hace ver esa bandada de alones fritos introducir sus verdades en las esponjas de las nubes.

En los platos quedan los racimos donde abundan los deseos. Nada pedí a los reyes magos y aún así se tomaron la molestia de incordiarme con sus cosas alegres que se agradecen pero que, en verdad, sobran. No sólo eso, se me presentaron los tres, Melchor pistola de oro en mano me amenazó con apretar el gatillo de sus regalos como se me ocurra la posibilidad de dejar de escribir; Gaspar iba de poli bueno y amenizó la velada con el pestazo de sus inciensos y Baltasar se tomó la molestia de explicarme sus mirras sin que yo nada pudiera entender. Dadle reyes magos del mundo una cámara a un niño y pedirá paz, dadle una máscara y se llenará de videojuegos. Si supieran sus majestades con que majestuosidad haría yo desde sus carrozas un orgulloso corte de manga a todos los padres del mundo que compensan sus ausencias con los ocios inalámbricos... y qué feliz montaña de desiertos pondría en su lugar, dunas de triciclos y de cabañas y de peluches y de meras presencias donde acribillar las soledades. Accedí a sus intereses y marcharon por donde vinieron dejándome la duda de por qué el Baltasar madrileño era un blanco pintado de negro mientras imaginaba lo hermoso que debía ser disfrazar a un negro de Melchor.

Venga, sí, lo reconozco... les pedí poesía, les pedí las azucenas que se me forman en el caballete y ranuras para el pulgar de mi paleta y que me cuiden a lo mejor del año pasado: los Poekas de Vallekas. Por lo demás la rueda sigue y aún conservo la imagen preciosa de los millones de envoltorios que se acumularon estos días en los contenedores. Una vez al año los basureros son buzones de tirabuzones que acumulan en su esqueleto los embalajes de la sorpresa.

Y eso nos queda: otro año para vivir. Como decía mi hermana pequeña en una felicitación que escribió hace años a su profesora: Feliz Navidad y próspero año nuevo. Que tengas buenos y malos momentos..... jajjajjaaaj, todavía me descojono cuando lo recuerdo... y...¿ acaso no le deseaba vivir con todas sus consecuencias...? y... ¿no contenían esas palabras inocentes los concisos deseos de lo que en realidad consiste todo?

Pues eso,
a todos,
que tengáis buenos y malos momentos.

1 comentario:

Vergónides de Coock dijo...

Bien por tu hermana, debe ser una mujer de gran sabiduría; la vida tiene buenos y malos momentos. Suerte.