sábado, 23 de enero de 2010

Anecdotario III

Es tan tarde que sólo me mantiene despierto la posibilidad. Si me asomo a la ventana ahora mismo (cosa que suelo hacer cuando trasnocho) puedo descubrir con facilidad los pisos de otros noctívagos habituales con las luces encendidas (¿acaso la luz se enciende, la luz apagada también es luz?) donde me los imagino exhaustos de investigaciones científicas y soldados de soledad. Mis ojos les hacen espejo, mis labios les hacen intermitencia y dejo para otro día el ir a saludarlos, sé que un día lo haré, sé que alguno de ellos también me tiene en cuenta a mí: ¿qué hará ese chico, qué horas son estas de llegar a casa...? Y no pueden imaginar que me pasé horas delante de un ordenador que traté de arreglar por amor al arte, pero no es eso a lo que vamos.


El miércoles vinieron a visitarme unos amigos de Mallorca que conozco del programa de radio sobre poesía que emito todos los jueves. Les enseñé la exposición permanente que es mi casa y fuimos a cenar al bar de al lado. Servidos de anécdotas y buen vino, no tardé en darme cuenta de que estaba brindando con una isla, sí, tal cual, de repente allí, delante de mí, la limítrofe y hermosa Mallorca levantaba su copa para darme en los ojos con sus acantilados. Sería un honor que de esta cena saliera un compromiso por tu parte para venir a Mallorca a pintar su luz vista desde tu imaginación. Acepté sin pensármelo dos veces, dicen que me conseguirán un caballete y que desean de corazón que vaya a visitarlos. Y así haré.



El viernes llego a casa con mis habituales ataques de suicida sin agallas, con el cansancio parecido a la esclavitud y el deseo vestido de argamasa. Me llaman por teléfono del hotel Lusso de la calle Infantas de Madrid porque quieren llenar sus paredes de mis experimentos y acordamos vernos el lunes para detallar la puesta en escena de los aceites. De haber sido jueves este hecho mis dos se habrían desfigurado en su eventual megalomanía y, así las cosas, la debida alegría se convirtió en una sorpresa por rumiar. Cuando el Sábado despierta mi yo más desconocido, el enérgico que se pone a limpiar con Freddy Mercury llevando al límite el milagro de su garganta, no quepo en mí de alegría cuando también se me plantea la posibilidad de exponer en Barcelona. Y así haré.



Lo que ya es para echarse a llorar es mirarse el reloj y verlo hasta arriba de tiempo. Cuando esto sucede no queda otra que llenarlo de espacio y para eso no hay nada como pintar. Ayudado además del reciente conocimiento de The Temper Trap, un grupo acojonante de australianos que son la ostia y de los cuales os recomiendo que ahora mismo os metáis en Youtube para escuchar Sweet Disposition, Science of Fear o Fools, la cosa no puede ir mejor. A estos tíos los vi tocar en un concierto de Radio 3 y suelo tener buen oído, no me equivoqué cuando hablé a todo el mundo de Sigur Ros o de Arcade Fire hace años y hace muy poquito empezaron a verse un poco más por ahí. Como no es aconsejable beber para pintar siempre digo que me es necesario saciarme de buena música antes de armarme de valor para mancillar con el pincel lo que es blanco y casi siempre es mejor dejarlo así; igual que es preferible el silencio a los poemas desechables.



Mejor que jugar al ajedrez es ser pieza y hacerse albañil de lo blanco y lo negro hasta comerse su propio rey. Decapitar a la reina ya es una barbaridad sólo salvable cuando a sus bellezas se le otorgan la promiscuidad de sus tableros. Los caballos deberían tenderse en una floración gloriosa de pianos por secar, pero eso será más tarde, igual que más adelante un brazo, quizá una guillotina abrazada a un espanto, se atreverá, siempre que sea necesario, a tocar con su hermoso filo a la reina que fue esculpida de la roca blanca. Por lo demás todo es un pie donde se me guardan por sí solos los pinceles y el cenicero llegado de Magadascar se hace el desnudo en sus faltas de equilibrio.



Se me olvida contar que en una de mis minúsculas siestas cuando entre comer y dormir elijo lo segundo, experimenté el sueño más real y al mismo tiempo extraño que he tenido en mi vida. Tengo la suerte de soñar y soñar mucho y además recordarlo. En aquella ocasión la situación se volvió tan irreverente que dentro de la propia ensoñación empecé a darme de ostias porque era imposible que eso pasara y, al descubrir que no me despertaba, llegué a pensar que me había quedado en coma o algo peor. Cuando me concentré en despertarme y lo consigo, voy al cuarto de baño para echarme agua fría en la cara y al mirarme al espejo descubro que tengo un sólo ojo. Escucho que una voz femenina dice: No te preocupes, el efecto te pasará pronto, te acostumbrarás... y es entonces cuando despierto de verdad en la quietud de mi sofá, descubriendo que los furiosos puñetazos que intentaron sacarme de aquel territorio no habían surtido efecto en la realidad por la imantación de la sábana que me tapaba y mi posición cómoda vacía de terremotos. Me di cuenta de que los mejores sueños se producen cuando tenemos mucho cansancio a cubos entrando por las legañas y aprovechamos media hora para disiparlo o incrementarlo aún más. Dalí contaba en su Diario de un genio, que para fomentar la imaginación no había nada como dormir con un brazo extendido que sujetara una llave antigua, colocando bajo ésta un plato; pues es justo en el momento en que el cuerpo aún no ha atravesado la liturgia del descanso cuando alcanza la mayor explosión de imágenes que nos vengan, de modo que justo al quedar lo suficientemente dormidos como para que se nos caiga la llave, el ruido contra el plato nos despertará habiendo viajado más allá del límite de nuestros infinitos. Doy fe.



Para terminar quiero daros las gracias a los que me salváis con vuestro reclamo de poesía, los que de tanto naufragio os habéis hecho barca y me ponéis sobre la calva vuestras imágenes vacías de platos y de llaves y de monóculo onírico donde salen a nadar las epicicloides. Me paso la vida preguntándome cómo podría dibujar un lirio con leucemia (Alberto Batania), de qué modo haría que la poquedad pudiera relamerse (Giovanni Collazos), si es acaso posible el deseo de venganza en varios idiomas diferentes (Déborah Vukusic), cómo retornar a uno mismo sobre el papel erigiéndose isla (Bárbara Butragueño), despertarse y ver que la almohada sigue llena de bisontes (Andrés González Andino), cómo dibujarle al agua su hidráulica acuosidad (Santiago Tena) o cómo diablos morir de frío tan pronto como entiendes el invierno (Verónica Gil)...
Y así como la que siempre hacía equilibrios acabó como funambulista ergo sin futuro, así yo que últimamente me veo abandonado de todo poema o el poema no es lo que me era y quiero aprender de la primera persona (Álvaro Guijarro) empecé también esta semana increíble a escribir una novela que ya me tenía furioso de tanto saltarme en mi langosta.



Mas no marcharé, por lo pronto voy a asomarme a la ventana a verme en todas las luces que son. Tengo miedo de acercarme a la casa de la curiosidad, tengo miedo de encontrarme a mí mismo mirándome a mí mismo con su cíclope encerrado en su ojo. Tengo miedo, mucho miedo de que al seguir pintando me gane la ausencia. Pero no quiero ser Munch entre las gradas del griterío; el cepo de mi rabia es un miedo aún más fuerte que la oliva.



Creo que se me ha metido un oso en la pestaña.



Cuando despierte cuento más.

1 comentario:

Giovanni-Collazos dijo...

Ha sido una lectura intensa. Esperaré pues, a que despiertes de nuevo.

Abrazos!

Gio.