Nada me gustaría tanto
como que los desconocidos
como que los desconocidos
entraran en mi casa
a negociarme el hambre;
que las autoridades me dijeran:
Cálmese, olvide los colmillos,
usted no tiene estómago,
mire, eso sí, fijamente
este jamón.
a negociarme el hambre;
que las autoridades me dijeran:
Cálmese, olvide los colmillos,
usted no tiene estómago,
mire, eso sí, fijamente
este jamón.
Aplaudiría además
que una panda de eruditos
se reuniera en mis aposentos
a ponerle precio a mi desastre.
No hay color:
el tanatorio es más alegre
tras la ocupación,
nada calma como el pésame
de un millón de desconocidos
que jamás quisieron saber
de mí.
Y como el reparto es equitativo,
como en el mundo hay equilibrio
igual que equinos equiláteros
que esquían esquinas dados
la vuelta o del revés,
a día de hoy y así, a bote pronto
mataría por un vaso de agua
mataría por el oasis de una galleta
o porque alguien me cortara la pierna
donde ayer había un tejado
o porque alguien enterrara la frente
de mi mujer.
Mientras tanto
todo es un saqueo de dedos
donde estrujaríamos los cuellos
por bebernos el sudor…
y a lo lejos, qué veo:
sí, es un barco,
sí, es un avión,
vienen los terrícolas
a ayudarnos.
Para tanto espanto
no hay salvación.
No son sísmicos
los marines.
Nada me gustaría tanto
como que los desconocidos
me sacaran de la garganta
el terremoto,
que alguien me despertara en mi pobreza
y siguiera tan feliz
sin tener nada que darle de comer
a mis hijos.
que alguien me despertara en mi pobreza
y siguiera tan feliz
sin tener nada que darle de comer
a mis hijos.
Viudo de mí,
mi casa es la carcasa
del cúmulo de la escombrera
y tengo metralletas para el agua.
Si te acercas
juro por Dios
que te disparo.
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