jueves, 28 de octubre de 2010

Los ningunoides, capítulo 1

Como en el último mes no me he sentido nada bien pasando por una especie de depresión más fuerte de lo habitual en mí, tuve que leerme en pocas semanas algunos de los libros que más me han hecho reír en mi vida: La conjura de los necios, Sin noticias de Gurb, Amor se escribe sin hache… El caso es que, más allá de la literatura difícil en la forma que suele gustarme, reconozco que siempre disfruto mucho más de algo que consiga meterme en su absurdo para reír a carcajada suelta como esos tres libros. Decidí retomar entonces una especie de novela que empecé hace meses pero que tuve que dejar por la amalgama de cosas en las que pierdo mi tiempo; estuve echándole un vistazo a los capítulos que llevo escritos y me ha parecido buena idea ir publicándolos uno por semana. No sé si harán reír o no, no lo sé la verdad, el caso es que yo me lo paso muy bien escribiéndolos y me permiten desahogarme con una soltura que no ha conseguido hasta ahora ninguna de las otras formas del arte que trabajo. La novela se llama LOS NINGUNOIDES y, si tuviera que escribir sobre lo que va, no acabaría nunca pero puedo decir que está ambientada en un futuro cercano, que en ella se carga contra todo y contra todos, que la especie humana ha evolucionado hacia un estado de despreocupación admirable y que, ante su peligrosidad para la salud, muchas artes como la pintura y la poesía han sido prohibidas por los comités internacionales… es una novela que no tiene fin y en la que el tema central es el amor, sí, otra vez, una novela de descelebración dotada de un humor bastante negro, el que me caracteriza pero cuya ironía creo que os puede gustar. En fin, ahí va el primer capítulo, ojalá os guste.

CAPÍTULO I


- Hola a todos los ningunoides.

Esta frase suelo pronunciarla a diario cuando llego a casa. La expreso con alegría y casi sin pensar en el término inventado. Antes me refería a los ningunoides como nados, pero con el tiempo el vocablo ha ido evolucionando por sí mismo hasta desembocar en una especie de ente que no significaba nada para mí hasta que lo encuadré definitivamente siguiendo ningún estudio y tras haber mirado con detenimiento la portada de El origen de las especies de Darwin sin haber leído ni palabra de su contenido. Lo digo así, con familiaridad:

- Hola a todos los ningunoides.

Y lo digo específicamente porque en casa no hay nadie. Me parecía de locura saludar en cambio al jarrón, por muy bonito que sea; no me parecía tan mal saludar al espejo, al fin y al cabo es como saludarse a uno mismo… pero lo más hermoso era eso, saludar en concreción a nadie en absoluto que es casi como no decir nada pero provocándome aún mayor satisfacción. Lógicamente, cuando uno saluda a todos los ningunoides está saludando a toda la nada que hay en su casa y que no le espera. Pero lo bueno de la nada es que como nunca espera y, por tanto, está esperándote todo el tiempo para no contestarte, sabes que no va a fallarte nunca. La nada es mi mejor amiga.
Un día pensaba muy seriamente en esta inútil cosa del ningunoide. Realmente pensar en cosas inútiles y dedicarme de lleno a ellas es algo que vengo haciendo desde hace mucho, por eso le dedico buena parte de mi tiempo a la literatura y la pintura, artes ningunoideas como ninguna, incluso yo como del pan que me da la ingeniería, ciencia inservible e inepta para el hombre, incluso para el hambre. Este día coincidió, además, que llegaba a casa tan contento por nada que saludé con exclamaciones a la entrada:

- ¡Hola a todos los ningunoides!

Tal fue el tamaño que puse a los signos de exclamación que vi mi voz salir corpóreamente por la ventana y decir al mundo en general:

- Hola a todos los ningunoides!

Esta vez pronuncié la frase con un solo signo de exclamación pues se acercaba más al inglés y quería que el entusiasmo fuera sentido por todos, sea cual fuera su procedencia y pronunciar así, con un solo signo de exclamación es algo que no se ve todos los días. Me abrió los ojos sin duda esta inservible vivencia. Pues el ningunoide ya no estaba dentro de mi casa; más aún, estaba afuera, la calle estaba repleta de todos ellos, viajaban en coche, en metro, en bus, en bicicleta, los había incluso que andaban sobre sus dos patas. Todos eran más o menos bipolares, si no eran de izquierdas, eran de derechas, si no les gustaban los hombres, les gustaban las mujeres o les gustaban los dos, a algunos incluso les gustaban los niños; los había guapos, feos, muy feos, horrendos, los había bellísimos, ojo; los había profesionales de la ineptitud y profesionales de la imbecilidad, los había profesionales en general, algunos cantaban, otros silbaban y otros no decían nada, los había negros, blancos y grises, hay quien dice que algunos eran amarillos o rojos pero yo no he visto nunca a nadie de ese color; la verdad es que casi todos eran de color carne aunque abundaran los de color maquillaje, en fin… que todos los ningunoides que habían habitado mi casa durante tantos años resultaban estar fuera de ella todo el rato. Pero había una diferencia: en los límites que marcaban las siluetas de mis paredes los ningunoides no existían en sí, y, a fuerza de no estar, no hacían absolutamente nada; en cambio ahora, los ningunoides recién descubiertos existían específicamente para hacer nada y no es lo mismo no hacer nada que hacerla con entrega.

Este descubrimiento es tan amplio que es imposible atisbarlo con detenimiento, han de bastar las anécdotas que lo demuestren pero son tantas y tan innecesarias que no tengo más que contarlas detalladamente pues merecen toda la nada que uno sea capaz de aportar. Falta sólo un poco de observación para dejar constancia de la existencia de estos seres que poblamos La Tierra y que llamo ningunoides.

Por ejemplo, hace un rato salí a la calle a fumar porque está muy mal visto fumar en el hospital en el que trabajo a pesar de que todo el mundo lo haga. Además los pasillos están repletos de carteles de prohibido fumar y de aquí compartimos el oxígeno, de hecho hay tantos carteles que no queda mucho espacio para que pasen a través de ellos los seres humanos con lo que se debería prohibir poner carteles que prohíban fumar lo que añadiría aún más espacio ocupado al asunto; total, que me disponía yo a ir a fumar a la calle sorteando todo tipo de obstáculos en forma de carteles que me prohibían la gran hazaña que iba a protagonizar, cuando deparé en una situación de lo más ningunoidea. Un hombre de mediana edad (su edad era intermedia entre una edad muy alta y otra pequeñita) charlaba con su compañero de trabajo. Por su aspecto podíamos decir que eran policías, esto lo supe cuando les vi el uniforme. Bien, la zona a la que voy a fumar normalmente es el sitio de las urgencias; es un lugar fantástico donde los policías multan con toda felicidad a las familias que vienen urgentemente al hospital y dejan el coche en el primer lugar que pillan debido a la gravedad y a la búsqueda de rapidez en el traslado. Allí, los dos policías mantenían una conversación digna de ningunoides:

- ¿Viste salir a esta familia?
- Sí, era un caso grave sin duda.
- Entonces la multa ha de ser grave también.
- ¿Por qué, señor?
- Eso restará importancia a la urgencia médica.
- Es usted enorme, señor.
- Pues sí, cien kilos de músculo, ni uno más ni uno menos.
- Da alegría verlo.
- Sonría entonces usted sin apuro.
- Eso haré.

Una vez, cuando yo observaba sólo de lejos al ningunoide sin inmiscuirme en sus asuntos, tuve el atrevimiento de decir a un policía que me parecía mal que multaran a las personas que han dejado el coche de ese modo debido a la desesperación por ser atendidos en el hospital; pero desde que el ningunoide me ha convencido en su propia nada, suelo participar de sus conjuros, ser uno más de la manada, no hay otro modo de ser más feliz. Ahora me gusta entrar en conversaciones ajenas aportando aún mayor grado de absurdo a la situación:

- Una multa muy bien puesta, agente.
- Es nuestro trabajo – contesta el jefe agarrándose el cinturón, aunque esto no lo hizo verdaderamente pero es un gesto de orgullo preclaro que sale en muchas películas y que me parecía de una importancia brutal para entender este momento.
- ¿Saben… deberían ir ustedes a la zona de Duelo? Allí la gente aparca donde sea por tal de llegar cuanto antes al tanatorio a ver a su muerto.
- Tranquilo, ya hemos cubierto con varias patrullas ese lugar. Nosotros hacemos un bien a esa pobre gente, el llanto se les corta en seguida en cuanto todo el peso de la ley cae sobre ellos.
- Increíble. En fin… hay otro lugar… verá, el otro día fui al desgüace a ver si encontraba unas piezas para mi coche y ni se imagina cómo están las cosas allí. Que si un coche encima de otro, que si allí puestos de cualquier manera. Ojalá hubiera allí gente como ustedes poniendo orden.
- No dude de que pasaremos por allí. Muchacho… tiene usted visión. Debería ser policía.

La conversación quedó así en pausa pues un anciano que sufría un ataque al corazón acababa de llegar como pudo al lugar y estaba siendo interrogado por los dos agentes, reprochado por haber aparcado tan mal, el buen señor decidió morirse apaciblemente.

- Una muerte de las que ya no se ven.
- Ya firmaría yo por algo así.

Y ambos agentes autografiaron el lugar de los hechos.

Como antes siempre iba a mis cosas, ni deparaba en todos estos detalles pero con el tiempo he ido descubriendo que el ningunoide se está expandiendo. Y el hecho de haber consultado repetidas veces la portada de El Origen de las Especies de Darwin me permite decir que el ser humano sigue evolucionando; primero se ha preocupado en ir haciéndose esbelto, ahora se está preocupando en no tener pelo y ha conseguido preocuparse en no preocuparse. Al preocuparse en no preocuparse ha entrado en un bucle de preocupación por la no preocupación con lo que inventó el seguro de vida, el seguro del seguro de vida, y el seguro del seguro del seguro de vida, que es un seguro a terceros. Eso le permitió preocuparse de que no estaba seguro del seguro así que lo aseguró todo por si acaso pero sin asegurarse de si lo hizo. Pasaron siglos así hasta que el pre-ningunoide se dio cuenta de que lo más importante en la vida era cantar y jugar al fútbol, pero para poder cantar y jugar al fútbol era necesario ser guapo y como ser guapo consistía en estar muy delgado y dar pena, el ningunoide dio pena todo un siglo veinte. En cuanto pasó el siglo XX, que fue verdaderamente un siglo porno sobre todo al final del mismo, empezaron a aparecer los primeros especímenes ningunoideos. Tal era la fama que estos iban alcanzando que la humanidad entera empezó a imitarlos hasta que empezaron a surgir de forma natural y desde que nacen. Así que ahora, que son más del sesenta por ciento de la humanidad, podemos decir que estamos viviendo una era hermosa en la que no pasa nada, o mejor dicho: en la que pasa nada; y esto es algo a lo que los ningunoides dedican todo el tiempo de que disponen.

Uno de mis ningunoides preferidos es el telefonista de las compañías que ofrecen servicios de internet. Me llaman casi todos los días y adoro que lo hagan:

- Hola, ¿El Señor Pedro José Morillas Rosa, por favor?
- El mismo y tengo el gusto de hablar con…
- Le llamo desde Telefónica.
- ¿Y qué tal el tiempo por allí?
- Usted tiene el teléfono con otra compañía, ¿verdad?
- Pues sí, le he dicho a mi hermana que salga a pasearlo.
- ¿Sabe usted que con nuestra compañía usted podría pagar mucho más barato su servicio ADSL junto con la gratuidad de las llamadas nacionales?
- No me extaña, cuantos más seamos, menos nos costará a cada uno.
- ¿Está usted bromeando?
- En absoluto, estoy muy de acuerdo con usted.
- ¿Entonces quiere usted nuestro servicio?
- Realmente estoy muy contento con el mío.
- ¿Lo quiere entonces o no?
- Oh, sí, lo quiero mucho, amor del que no queda ya.
- Pero sus llamadas y el servicio le costaría la mitad.
- Ya, pero es que yo soy gilipollas y me gusta pagar más.
- Vaya… hubiera usted empezado por ahí.
- Quería retener la llamada, tenía usted una voz ciertamente hermosa.
- En otra ocasión quizá…
- No dude en llamarme de todas formas todos los días por si acaso.
- Eso haré.
- Hasta pronto.
- Hasta mañana.

Como digo son muchísimas las situaciones que he vivido con los hermosos ningunoides, yo no nací como tal pero intento integrarme con ellos pues su vida despreocupada me aporta aires de auténtica libertad. Me fastidió, eso sí, que, con el tiempo, prohibieran la poesía y la pintura, cosa que estaba muy mal vista a principios del siglo XXI, pero ésa es otra historia.

1 comentario:

Adolfo González dijo...

No hace falta que te lo diga, pero yo, por si no lo sabes, siempre que te leo sonrío, porque te conocí enseguida y te tengo pillado el punto. Y en alguna ocasión incluso río, como en parte de la entrada anterior o en este trozo de novela. Muchos abrazos.