sábado, 2 de octubre de 2010

Recreo

Todos los días de las últimas semanas he ido a recoger a la salida del colegio a mis primos Miguelito y Dama ante la incompatibilidad de horario de sus padres para llevarlos a casa. En cuanto llega la hora, uno tras otro, los profesores van sacando de la mano a los niños, paran unos segundos cogidos de la mano del primer joven hasta que éste reconoce entre el gentío a alguno de sus familiares y, entonces, el maestro lo deja salir; luego agarra al siguiente y así hasta que todos quedan en brazos de quienes vinieron a recogerlos. Miguelito sonríe cuando me ve aparecer, me señala con una sonrisa maravillosa y se viene a mis brazos dándome su beso pequeñito y vergonzoso. Como Dama es mayor ya no salen los profesores para realizar tal ritual, así que Miguelito y yo la esperamos hasta que viene; entonces los llevo a casa y los malcrío, les doy de comer lo que les apetece y los dejo descansar media hora, entonces les hago ponerse a hacer los deberes antes de irme yo a mis clases de la tarde. A Dama no hay que decirle nada pero Miguelito prefiere hacer cualquier otra cosa, le grito siete veces hasta que me hace caso porque él prefiere dibujar casas vistas desde arriba, porque no sé por qué sólo visualiza las cosas desde la planta como si el pequeño fuera un pájaro y me hace hacerle planos con sus puertas y él los amuebla también e increíblemente con los atrezzos vistos desde el aire, es un caso este muchacho. Luego le enseño un poco de música, que es lo único que le interesa y, finalmente, me hace caso y se pone a sumar y a restar. Resta mejor que suma y esto es otra cosa que tampoco me explico. Luego les digo que no abran la puerta a nadie que llame ni respondan a ninguna llamada por teléfono, porque su madre llega al poco tiempo. Pero claro... los niños no te hacen caso y resulta que vino mi vecino, otro niño de seis años que sabe que dibujo y viene mucho a casa para verme dibujar y pedirme que le pinte a Doraemon, a un ratón de un cuento que le gusta o a Bob Esponja; yo se los trazo con mucho cariño y él los colorea. Cuando lo hace viene a llamarme a casa para enseñarme cómo le quedaron. Ahora va a mudarse dentro de veinte días y me da pena.

Toda esta historia con los niños viene a cuento porque hoy he estado con unos amigos en Puerta de Toledo, en una feria sobre el juguete antiguo y me ha traído recuerdos increíbles. Resulta que yo casi nunca he tenido juguetes en la infancia pero tenía un amigo que los tenía todos y nos íbamos a su casa a jugar con ellos. Hoy los he visto y me he acordado de aquellas tardes entre Juegos Reunidos, el Cinemaxim, las peonzas, los trompos, los muñecos de Máster del universo, de Los Caballeros del Zodíaco... En pocos segundos han venido a mi memoria recuerdos que tenía por ahí guardados y hacía multitud de tiempo que no me molestaba en sacar con la viveza de hoy. Me lo he pasado como un niño y me ha faltado que alguien me sacara del centro comercial de la mano para que yo señalara de lejos a mi abuelo para irme con él al olivo de mi infancia que allí quedó.

Y luego a La Latina de cañas, y luego charlar con los amigos de cada detalle, invitarlos a casa para el último cubata y escribir. Escribir como colorea el niño, escribir igual que se construye la cabaña inestable de los años primeros, escribir sabiendo sólo de sumas y restas, escribir hasta mirarme en los ojos mi propio infanticidio.

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