Los viernes me arrastro, me digo es viernes y ya, hay que dar el último impulso y ya. Hay viernes más alegres que otros, el de hoy empezó bien; iba todavía pensando en el hecho de haber soñado si ayer verdaderamente Buenafuente comentara que dos poetas por primera vez habían asistido a su plató y que éstos fueran, no te lo pierdas, Ada Menéndez y su chico. Es más, el presentador leyó un poema de Abierta de piernas e incluso hizo alguna broma sobre el título del libro y vi a Ada entre el público. Me agradó mucho la verdad, parece que la poesía se va extendiendo como el virus que es y estuvo bien que Andreu le dedicara al hecho aunque fueran unos minutos. Luego salió Ken Follet y, de repente, lo vi tocando el bajo y cantando, para mi sorpresa, bastante bien. En estos hechos iba pensando en el coche de camino al hospital donde trabajo sin saber aún la que me esperaba. Ya digo que los viernes me arrastro y ya os podéis imaginar cómo son los ojos del viernes, mis ojos parecidos a higos, mis ojos parecidos a cortezas.
En cuanto entro al lugar y voy a buscar mi ordenador portátil y mis herramientas, me encuentro con el jefe de mantenimiento y me dice que espere, que no me vaya a mis centrales contra incendios todavía, que espere a la jefaza porque tiene que hablar conmigo. No me da ningún miedo porque soy bastante responsable con todo menos conmigo mismo (ya sabéis: anárquico, poeta) y mantengo el sistema con orgullo con una limpieza que es admirada en otras empresas de la ciudad; esto no lo digo por decir, lo digo porque lo sé (ya sabéis: egocéntrico, poeta). Resulta que el miércoles reventó una tubería afectando a dos plantas, inundando dos pasillos y jodiendo varias máquinas de gran valor así como al pladur de que están hechos estos edificios modernos de plastilina. Mis sistema funcionó a la perfección y, aunque no se trataba de un incendio, aparecieron averías de derivación a tierra y varios dispositivos ópticos se congestionaron por esa razón. Ello ocurrió en mi ausencia y, en cuanto llegué el miércoles actué siguiendo el protocolo que ha de mantenerse en estos casos. Por supuesto los días siguientes consistieron en buscar al culpable de que estallara una tubería de agua y, por supuesto el culpable siempre ha de ser otro, pero no tú. Hoy fue cuando se estableció la gran lucha entre el personal de seguridad y el de mantenimiento, perteneciendo yo a éste último. Esta lucha es centenaria y es muy bonita, como os contaré a continuación. Según me contaron, la entidad de seguridad del hospital escribió un informe en el que afirmaba que mi sistema no detectó nada ese día y por esa razón no se pudo detener a tiempo la gran cascada de agua que ha supuesto una gran pérdida de euros para el laboratorio del Puerta de Hierro. Menos mal que mis centrales guardan un histórico de eventos donde hay fe de que no sólo se detectó el problema sino que desde seguridad se vio y se silenció el zumbador que anunciaba el desastre. Es más, los de seguridad dicen que mi sistema no funciona nunca, que lo tengo desconfigurado y de ese modo nunca detecta nada. Menos mal que delante de ellos les he dicho que provoquen cualquier avería, la que prefieran, y verían, pues estoy seguro de que todo funciona perfectamente. Así hicieron y, en seguida, el sistema reaccionó dando el esperado aviso. Aún así el jefe de mantenimiento hizo fotos a mis documentos donde el histórico confirma que mis cosas funcionan perfectamente, no sólo eso, grabó una pequeña bronca que me echó delante suyo el jefe de seguridad donde reconoce que aquel mismo día yo mismo le avisé del problema y le dije los elementos que desconfiguré para que no sigan dando alarma hasta que se solucionen las cosas completamente. Total, que el viernes maravilloso que he pasado hoy ha consistido en mostrar más y más documentos que clarifican que tengo razón, y la tengo tanto que casi llegamos a la descalificación con los grandes jefes del hospital, los cuales y, como jefes que son, no tienen ni putísima idea de la cantidad de cosas para las que se supone que son jefes. Una vez han entendido que mi estabilidad y mi buen hacer en el caso es irrefutable no han hecho reparos en buscarme errores por todos los medios posibles pero como no tienen ni puta idea ni para eso tampoco, no han encontrado el modo de acorralarme. He salido mucho más tarde de lo que es habitual, cosa que, por supuesto, no piensan pagarme, pero definitivamente los he hundido en la misera y seguramente sea seguridad quien tenga que hacerse cargo del gravísimo error en su actuación y es que, cada vez que hay una avería, especialmente por la noche, lo único que hacen es silenciar el sistema y seguir durmiendo la siesta. A veces las averías no son importantes y puedo hacerme cargo yo de ellas cuando llego pero, en mi ausencia, como están acostumbrados a la debilidad de los eventos, simplemente los acallan y ya llegaré yo para solucionarlos, pero esta vez la cosa era grave y nadie actuó con la necesaria rapidez. Y, ahora, como hay mucho dinero en juego, las cosas están que arden.
Lo que me jode del caso es que se me intente culpar del caso cuando sé con toda seguridad que yo no he tenido nada que ver. Pero para mí las cosas han ido mucho más allá. Me he dado cuenta, por enésima vez, de la mierda de mundo capitalista en el que vivimos y en lo que lo único que importa es el dinero; porque, el hospital en el que trabajo es una auténtica maravilla para los ojos, es muy bonito, pocas veces me doy cuenta de que se trata de un hospital porque todo está impoluto y la tecnología es de ultísima generación, pero en cuanto empiezas a adentrarte en sus errores, te das cuenta de que está mal hecho de partida, de que se ahorraron montañas de pasta por tal de no hacer las cosas bien desde el principio lo que supone ahora mismo unos gastos en mantenimiento y seguridad desorbitantes; porque lo importante era crearlo muy rápido para generar estupendas sumas cuanto antes también. Eso sí, se han molestado en convocar a orondos jefes para dirigirlo, de estos que se eligen a dedillo; jefes que viven muy agobiados todo el tiempo porque como normalmente no pasa absolutamente nada, cuando ocurre se echan las manos a la cabeza y dicen: oye que yo soy el jefe y la culpa la tienes tú.
Así las cosas, los que no tenemos primos super potentes, lo llevamos claro. Hace tiempo, mucho, que sueño con montar mi propia empresa, una pequeña academia donde pueda enseñar como me salga de los mismísimos, ya que creo que he sabido absorber las mejores cualidades de mis propios profesores para hacer de mí mismo un cúmulo de todos ellos. Eso es otra cosa que sé a ciencia cierta que se me da muy bien pues no sólo tengo muchos alumnos sino que cada día tengo alguno más y ya, cuando me llaman, tengo que decirles que estoy desbordado; creo que llegar a casa a las 22,30 desde las 6 que me levanto es suficiente por ahora para mí.
Yo empecé a trabajar en una academia privada hace años de modo que muy pronto supe independizarme económicamente de mis padres. Por supuesto hice cálculos: mientras yo les generaba más de 6000 euros al mes, mi sueldo no llegaba a los mil. Tenían un profesor de inglés, otro de lengua y me tenían a mí, que daba clases de física, matemáticas, economía, dibujo técnico, biología, química y álgebra y cálculo de primero de carrera. Menudo partido habían encontrado conmigo. Me hacían el contrato cuando les apetecía y, mientras yo generaba unos sesenta euros cada hora, me la pagaban a menos de diez. Les dije que o me subían el sueldo o me iba, así que todos podemos imaginar que tuve que irme sin más. Con el tiempo volvieron a llamarme, supongo que les costó encontrar a alguien que fuera capaz de abarcar tantas asignaturas, pero ni les contesté las llamadas. Un día me encontré a uno de esos antiguos alumnos míos por la calle y me dijo que quería que le siguiera dando clase, ahí empezó todo. Acepté, pero pronto crecieron exponencialmente mis requerimientos. Este chico se lo dijo a otra chica que a su vez se lo dijo a otros cuantos y, desde entonces, no hay año que no esté desbordado de clases por las tardes siendo partícipe de la hermosa economía sumergida de este nuestro gran país. A esto ha ayudado que empecé a darle clases a la hija de la bibliotecaria de mi barrio y ha sido ella la que me ha conseguido más clientes; clientes que no cesan de llegar. Esto afirma que soy bueno en lo que hago, claro que lo soy, joder... me encanta dar clases, yo nunca he sido muy inteligente pero sí muy trabajador y sé buscar el modo de que me comprendan para que las matemáticas no lleguen a ser un caos. Yo hago que les guste a los chicos porque no me limito a relatarle las fórmulas como si fueran así porque así, yo les cuento cómo Gauss con 8 años sorprendió a su profesor con sus teorías sobre las progresiones aritméticas y geométricas o les cuento cómo Bohr acojonó a otros examinadores contándoles su historia sobre cómo medir la altura de un edificio con un barómetro: Señor portero, tengo un bonito barómetro, si me dice la altura del edificio se lo regalo. Eso alimenta su curiosidad y hace que las ciencias no les parezcan tan horribles como pensaban.
Ahora os contaré cómo decidí concienzudamente dedicarme al maravilloso mundo de la economía sumergida. Cuando me di cuenta de la cantidad de alumnos que era capaz de atesorar me apunté a Jóvenes Emprendedores, una propuesta de la Comunidad de Madrid y que, se supone, ayuda a jóvenes con ganas de crear empleo para que emprendan sus negocios. Pero esta entidad lo único que hace es impartir cursos gratuitos sobre el modo de crear sociedades y, aunque promete que si les interesa la propuesta, te ayudará a crear tu propio negocio, con avales y demás, al final sólo se dedica a alimentar ilusiones con gerencias inservibles gratuitas que no sirven para nada porque para saber cómo crear una empresa o el número de sociedades que existen, basta con leer un libro sobre el tema y ya está, vamos, que es una pérdida de tiempo. En cuanto reconocí que no me serviría para nada acudir a la torre Picasso, porque eso sí, los despachos desde los que te ayudan son la ostia, me puse a mirar locales por mi barrio por si alguno pudiera ser accesible para la futura empresa que por supuesto que no voy a montar en la vida. En total conté 57, ni uno más ni uno menos, locales vacíos y tapiados sólo en el llamado polígono H de San Blas, que es mi barrio, el mismo de la princesa de España. Me puse en contacto con el IVIMA (Instituto de la vivienda de Madrid) y me dijeron que todos ellos pertenecen a particulares y di gracias a Dios. O sea, que estamos es una magnífica época de crisis y todos esos locales pertenecen a particulares que los tienen ahí y es mucho mejor que sigan como están. Me planteé el hecho de alquilar alguno pero cuando me pidieron 2700 euros al mes deseché la idea; eso sí, el IVIMA tiene un listado de locales disponibles para su venta que se puede descargar de su página web para los que tienes que pagar en el acto el 25% de su coste más todo lo que supone restaurarlos y ponerlos al día; todo facilidades, vamos. Mi padre, que es el ser más salvaje y anárquico que conozco, me dijo: mira Pedro, si quieres, mañana mismo traigo una radial, abrimos una puerta en el ladrillo del local que tienes al lado de tu casa (un local de 90 metros cuadrados que ahí está más bonito que todas las cosas para nada), en cuanto estemos dentro llamamos a Miguel y Antonio (dos hermanos que se dedican a la construcción y que son amigos del pueblo) y nos ponemos manos a la obra y te pones a dar tus clases, creas dos o tres puestos de empleo y el que tenga huevos de echarte de ahí que venga. Y mi pobre padre tiene razón. La verdad es que me encantaría hacerlo así, hacerlo por huevos y punto. Pero no, ni siquiera hay opción para acceder a él, es más, todos los locales que me interesan y que el IVIMA sí está por la labor de venderlos, están por encima de los 100.000 euros, cosa para la cual los bancos te dicen: jaja.
En fin, que estoy quemadísimo con las grandes facilidades que se nos ofrecen a los jóvenes para llevar a cabo nuestras propuestas; es como si todo quisiera seguir tal cual está y, si se jode, echarle la culpa al más débil, al que tiene pretensiones, al que debe seguir ahí, en su miseria, en su nada, en su nadismo. Eso sí, en contra, seguiré participando del noble mundo de la economía sumergida, economía, la mía breve e insulsa, poquísima comparada con la de los grandes políticos que hacen lo que les viene en gana todo el tiempo sin que nadie se queje pues todos están comprados. He pensado en comprarme un gran aerosol que pinte el mundo pero eso, ni el gran neorrabioso es capaz de abarcar, aunque, quién sabe. Pero una cosa: que quede claro que mi sistema contra incendios también sabe del agua, mi bonito sistema electrónico, tan inútil para la vida que qué más da.
Y, ahora, vamos a lo importante, que esta noche la gran Bárbara Butragueño dará un recital de su poesía en Café Libertad 8, a las 20.00 y que vayáis todos; eso es lo único que nos queda y que, por ahora, nadie nos puede quitar.
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