La abuela
y mi duda
de proceder
o no
de lo admirable.
La abuela
creyente hasta la alcaparra,
fuerte como las sacudidas,
chismosa y callada,
guiño de potente altura,
pone en su sitio
lo sitiado
con la espada firme
de su
azote.
Bella en sus más de ochenta
como el gris salpicado
de los diminutos
huevos
de las codornices,
bella como el mecido
repetido
de las costureras,
bella como una playa
bloqueando
la fatiga.
Tremenda
de imposible
corrección,
ojo relleno de lupas
que nunca
parece
mirar.
Con la carga de las procesiones
de diez mil cristos
decorosamente ataviados,
con el ojo
avizor
de los hospitales,
con un dolor
que es una frontera
donde está dormido
el esparadrapo.
La abuela
que es un guantazo
bien dado
a primera hora
de la
escabechina,
la abuela
que tiene cilindros
de pensamiento
en las tristes
peluquerías
y ha callado
tan dentro el rumor
que lo cuenta
como pura
aventura.
La abuela:
héroe del universo
sosteniendo
únicamente
una oxidada
sartén.
La abuela
indomesticable como el escape
de los inmensos morlacos,
rotunda como el vacío
total de las cicatrices,
pequeña y arrugada
como el frío
de las aceitunas,
la abuela
es rumiante
de corazón.
1 comentario:
Gracias por tu poesía Pedro. Eres grande.
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