sábado, 7 de marzo de 2015

Fragmentos de EL OBSCENO PÁJARO DE LA NOCHE de José Donoso

habitaciones donde las telarañas ablandan las resonancias y a galerías donde quedaron pegados los ecos de tránsitos que no dejaron noticia

cansadas de esperar el momento que ninguna cree que espera

¿No ve, madre Benita, que lo importante es envolver, que el objeto envuelto no tiene importancia?

Los servidores acumulan los privilegios de la miseria.

A veces siento que a pesar de que las viejas deberían estar durmiendo, no duermen, sino que están atareadísimas sacando de sus cajones y de debajo de sus camas y de sus paquetitos las uñas y los mocos, las hilachas y los vómitos y los paños y los algodones ensangrentados con menstruaciones patronales que han ido acumulando, y en la oscuridad se entretienen en reconstruir con esas porquerías algo como una placa negativa no sólo de los patrones a quienes les robaron las porquerías, sino del mundo entero

Yo no entiendo, madre Benita, cómo usted puede seguir creyendo en un Dios mezquino que fabricó tan pocas máscaras, somos tantos los que nos quedamos recogiendo de aquí y de allá cualquier desperdicio con que disfrazarnos para tener la sensación de que somos alguien, ser alguien, gente conocida, reproducción fotográfica en el diario y el nombre debajo, aquí nos conocemos todos, en realidad casi todos somos parientes, ser alguien

uno es lo que es mientras dura el disfraz

tengo tiempo para destruirla porque una gota tiembla en una hoja y en esa gota hay una pupila, y esa pupila encendida nos mira, otras chispas más lejos, más cerca, precisas, disueltas, ojos de testigos exigiendo nuestra dicha, observándonos por si la oscuridad insinuara alguna trizadura en esa dicha, no podemos decepcionar a los testigos ansiosos de ver nuestro amor perfecto

el hambre inscrita en la mirada, ella, dueña del poder para provocar el grito.

cierra los ojos y los abre sin saber si ha logrado dormir o no ni en qué parte de la noche vuelve a despertar con los chillidos de la bandada de queltehues que vuela rumbo a la laguna

los ladridos de los perros, cercanos algunos, otros remotísimos, señalan las distancias desmesuradas del campo en la noche

soy esta colección de monstruos que me han traspasado deformidades para adueñarse de mi sangre insignificante

era escritor al sentir que esa figura es más digna de la imaginación que de la realidad

me emborracho casi todas las noches en las cantinas con amigos que de veras se alegran con mi triunfo que no es triunfo sino apenas un pequeño éxito y ellos lo saben y lo aprecian en forma justa ni más ni menos de lo que es, ya no voy a la escuela, no pienso ser abogado ni notario, no quiero ser nadie, déjeme tranquilo, no me robe lo poco que tengo que es mío, mi libro...

ellos no comprenderían una venganza tan fina como la de no vengarse

no es fácil rezar con piedad cuando hay que hincarse en el suelo

la vejez es la forma más peligrosa de la anarquía

las sombras no comen hasta que se atreven a ser alguien

la necesidad tiene cara de hereje

Arriba, las ramas secas de los plátanos son una radiografía contra la lividez eléctrica del cielo de la ciudad.

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